MICHEL WALDBERG — OS BOSQUES DO ZEN
”Excertos da tradução espanhola de Francisco Javier Aguirre González, do capítulo EL TAO EN SUS RELACIONES CON EL TCH’AN Y EL ZEN”
O «VAZIO» TAOISTA
Algunos de los rasgos fundamentales de la actitud taoísta son, por tanto, el rechazo de la inteligencia y del virtuosismo y la desconfianza respecto al pensamiento conceptual; también lo son de la actitud mahayanista, según se expresa, por ejemplo, a través de la evocación de la Torre Vairochana:
Allí está la morada de quienes predican el Dharma, que sólo se encuentra raramente; de quienes disfrutan del Dharma, que resulta difícil de comprender, profundo, no dualista, sin forma, sin oposición a nada, más allá de lo que puede obtenerse; de quienes viven en la bienaventuranza mientras su compasión abarca a todos los seres; de quienes no se han refugiado en el reino de todos los Shravakas y de los Pratyekas-budas, donde se reúnen todas las virtudes Paramita, donde todos los Budas gozan de sus confortables aposentos1.
La Torre es ese lugar mítico y, sin embargo, real, donde se unen los contrarios, donde se reconcilian los opuestos; Torre que contiene en sí una multiplicidad fastuosa de ornamentos (Vairochana-vyuha-alankara-gharba).
Es el lugar paradójico donde viven los discípulos de Buda, quienes, penetrados de sus enseñanzas, renuncian, sin embargo, a los goces del Nirvana para conseguir la salvación de todos los seres, quienes viviendo en el mundo saben, sin embargo, que el mundo, tal como aparece a la conciencia de ordinario, es ilusorio y falaz; quienes viviendo en el tiempo saben, sin embargo, que el tiempo sólo es uno de los momentos simultáneos de un Presente infinito; quienes sabiendo tales cosas las predican, pero al predicarlas no se adhieren a su contenido ni tampoco a la forma de su predicación; quienes, sometidos como todos los seres a la causalidad, escapan a ella de manera misteriosa porque también ellos, a pesar de su envoltura carnal, viven eternamente en el presente. Para ellos, el nombre y la forma están vacíos: sólo existe el Ser eterno. Siendo plenamente ellos mismos, captan al mismo tiempo la totalidad de lo Real, en sus más ínfimas eflorescencias. Absolutamente desprendidos, son ellos quienes practican las virtudes cardinales: dominio de sí, caridad, paciencia, fervor, y quienes están investidos de los poderes del prana, la sabiduría trascendental, el conocimiento onmicomprensivo, la energía perenne.
Lo Real, para los mahayanistas, es lo Vacío, ese Vacío que exalta Lao-tse. Pero lo Vacío no es la nada. Si el Tao es vacío, si la realidad suprema es vacío, resulta que no es nada de él lo que podamos nombrar, definir o incluso concebir. El no ser es una de las caras del Ser:
Los vasos están hechos de arcilla, pero gracias a su vacío son útiles. Una casa está perforada por puertas y ventanas y es su vacío lo que la hace habitable.
De este modo, el ser produce el útil; pero es el no ser el que lo hace eficaz2.
El Ser-no ser está vacío, pero es inagotable. Está más allá del pensamiento, lo mismo que el Actuar, en su sentido perfecto, está más allá de toda voluntad. Es el Vacío quien justifica esas tres formas de no actuar que son el no luchar, el no desear y el no saber. El Hombre Santo «enseña sin hablar». Del mismo modo «produce sin apropiarse de nada, trabaja sin esperar nada, realiza obras meritorias sin atribuírselas, y, precisamente, porque no se las atribuye, subsisten»3.
El Vacío del Tao es también el u-hsin, el «inconsciente» del patriarca Bohdi-dharma, el «Sereno», el «Abisal» de Tao-Sin, que evoca Suzuki en sus Ensayos4. Pero la idea del Vacío, o del «inconsciente», si puede decirse así, se enriquece con la noción de u-nien, cuando aparece el sexto patriarca, Huei-neng, en el siglo vn de nuestra era. La palabra hsin, como indica Suzuki, tiene muchos significados: «Espíritu», «corazón», «alma», «principio regulador», «actitud mental», etc. La palabra nien significa: «pensar en», «acordarse de». Ordinariamente se traduce u-nien por «no espíritu», «no mental», «no pensamiento». No es que se quiera expresar con esto la ausencia de pensamiento, sino más bien la idea de un desasimiento radical:
¿Qué significa obtener el Inconsciente (u-nien)? Significa ver todas las cosas tal como son y no sentirse ligado a ninguna de ellas; estar presente en todas partes y no afincarse en ninguna; permanecer de continuo en la puridad de la propia naturaleza; dejar que los seis sentidos ladrones huyan por las puertas de los seis sentidos al mundo de los objetos de los seis sentidos sin contagiarse en absoluto, pero también sin huir de allí; en definitiva, significa conservar la total libertad de ir y venir. Significa conseguir el Prana-samadhi, adquirir el dominio de sí, alcanzar la emancipación, y esto equivale a vivir el Inconsciente. Quien comprende la lección del Inconsciente posee un conocimiento acabado de todas las cosas. Quien comprende la lección del Inconsciente abre los ojos al reino del Buda total. Quien comprende las enseñanzas «abruptas» del Inconsciente alcanza el estado de Buda5.
Aunque las palabras que las designan sean negativas, las realidades evocadas por términos tales como u-nien no lo son. El no ser no es el sin ser, ni el no actuar una forma de lo anulado. Por el contrario, todos los términos negativos indican que el concepto está tomado en su último grado de perfección. El no pensamiento y el no actuar pueden ser considerados como el pensamiento y el actuar ejemplares.
Puede verse cómo el budismo, a través de Bhodidharma, reúne y completa, por así decir, el Tao, y cómo ambos pensamientos se funden en las enseñanzas de Huei-neng. Lo que acabo de escribir expresa la verdad de forma necesariamente defectuosa. Ningún pensamiento puede reducirse a sus antecedentes. Pero es preciso que nos contentemos con esta ínfima parte de verdad que contienen las afirmaciones que el afán didáctico nos induce a formular, sin olvidar que toda glosa es, en cierto sentido, una traición.
D. T. Suzuki, op. cit., ps. 1073 y 1074 (tercera serie). ↩
Lao-tse, Tao Te Ching, cap. 11. ↩
Ibíd., cap. 2. ↩
D. T. Suzuki, op. cit., p. 1213 (tercera serie). ↩
Ibíd., ps. 974 y 975. ↩