El simbolismo de la naturaleza es solidario de nuestra experiencia humana: si la bóveda estelar gira es porque los mundos celestiales evolucionan alrededor de Allâh; la apariencia es debida no sólo a nuestra posición terrestre, sino también, y ante todo, a un prototipo trascendente que no es en absoluto ilusorio, y que parece incluso haber creado nuestra situación espacial para permitir a nuestra perspectiva espiritual ser lo que es; la ilusión terrestre refleja, pues, una situación real, y esta relación es de la mayor importancia, pues muestra que son los mitos -siempre solidarios de la astronomía ptolemaica- los que tendrán la última palabra. Como ya hemos indicado en otras ocasiones, la ciencia moderna, aunque realiza evidentemente observaciones exactas, pero ignorando el sentido y el alcance de los símbolos, no puede contradecir de jure las concepciones MITOLÓGICAS en lo que tienen de espiritual, luego de válido; no hace más que cambiar los datos simbólicos o, dicho de otro modo, destruye las bases empíricas de las mitologías sin poder explicar la significación de los datos nuevos. Desde nuestro punto de vista, esta ciencia superpone un simbolismo de lenguaje infinitamente complicado a otro, metafísicamente igual de verdadero pero mas humano -un poco como se traducirla un texto a otra lengua más difícil-, pero ignora que descubre un lenguaje y que propone implícitamente un nuevo ptolomeísmo metafísico. 1495 FSCI 5
Un ejemplo de estas gracias, que elegimos adrede en el Islam porque éste es particularmente abstracto e iconoclasta, es la «misericordia» (NA: rahmah) que reside en la lluvia, o que Dios envía a través de ésta; así el Profeta gustaba de exponer su cabeza a la lluvia a causa de la bendición de que ella es vehículo. Ahora bien, el sol transmite también una bendición, pero el Islam no hace uso de ella por razones de perspectiva, es decir, porque el sol, en la consciencia de los árabes, amenazaba con usurpar el lugar de Dios. Totalmente distinta es la perspectiva de los hindúes, que adoran a Sûrya, el sol varón, o de los japoneses, cuyo culto se dirige a Amaterasu, la Diosa solar (NA: La relación entre el sol y el árbol – actualizada ritualmente en la Danza del Sol – se encuentra en el Shintô, según el cual el «pilar» primordial, que une el Cielo y la Tierra y que se llama «la escala del Cielo», es la primera de todas las cosas creadas; siendo Amaterasu, a pesar de las fluctuaciones MITOLÓGICAS, la principal divinidad. Y esto nos hace pensar en la Virgen del Pilar, en Zaragoza: la Virgen – cuya solaridad es subrayada por una aureola resplandeciente – está de pie sobre un pilar de origen celestial.): en estos mundos tradicionales, y también en bastantes otros, el hombre trata de beneficiarse del poder solar y dispone de los medios para hacerlo (NA: Para los hindúes, sobre todo para los sauras, el sol es el «Ojo del mundo»; según el Rigveda, es el alma «de las cosas móviles y de las inmóviles», es decir, manifiesta la Substancia universal, que es luminosa y que lo penetra todo. El rito del sûryadarshana consiste en exponer a los recién nacidos durante un momento a los rayos del sol, lo que indica el poder benéfico del astro solar; poder que se actualiza gracias a un sistema conceptual y ritual que permite esta actitud o este culto. Asimismo, en América del Norte, hemos visto indios tender los brazos hacia el sol naciente y después frotarse el cuerpo para impregnarse de la fuerza de sus rayos.). 3706 EPV: III LA DANZA DEL SOL