Evola Filosofia

Revolta contra o Mundo Moderno

Es, naturalmente, mucho más tarde, durante el Renacimiento, que este fenómeno alcanzará su completo desarrollo. Igualmente, no es sino luego, con el cristianismo, que el humanismo, en tanto que pathos religioso, se convertirá en el tema dominante de todo un ciclo de civilización. La filosofía griega, por otra parte, estaba generalmente centrada a pesar de todo, menos sobre lo mental que sobre elementos de naturaleza metafísica y misteriosófica, ecos de enseñanzas tradicionales. Por otra parte, esta filosofía se acompaña siempre — incluso en el epicureismo y entre los cirenios — de una investigación de formación espiritual, de ascesis, de autarquía. Los “físicos” griegos, a pesar de todo, continuaron, en amplia medida, haciendo “teología” y es preciso ser ignorante como algunos historiadores modernos, para suponer, por ejemplo, que el agua de Thales o el aire de Anaximandro aluden a esos elementos materiales. Pero hay más: se intenta volver el nuevo principio contra sí mismo, en vistas de una reconstrucción parcial. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 9

Conviene a este respecto, llamar la atención sobre un fenómeno que se produce con ocasión de semejantes convulsiones y que es el de la neutralización. La civilización, incluso en tanto que ideal, cesa de tener un eje unitario. El centro deja de dirigir cada parte, no solo sobre el plano político, sino también sobre el cultural. Ya no existe una fuerza única que organice y anime la cultura. En el espacio espiritual que el Imperio abraza unitariamente en el símbolo ecuménico, nacen, por disociación, zonas muertas, “neutras”, que corresponden precisamente a las diversas ramas de la nueva cultura. El arte, la filosofía, la ciencia, el derecho, se desarrollan separadamente, cada una en sus fronteras, en una indiferencia sistemática y exhibida respecto a todo lo que podría dominarlas, liberarlas de su aislamiento, darles verdaderos principios: tal es la “libertad” de la nueva cultura. El siglo XVII, en correspondencia con la guerra de los Treinta Años y con el declive definitivo de la autoridad del Imperio, es la época donde esta convulsión tomó una forma precisa y donde se encuentran prefiguradas todas las características de la edad moderna. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 12

De aquí el irrealismo radical, la inorganicidad fundamental de todo lo que es moderno. Tanto interior como exteriormente, nada está ya vivo, todo será construcción: el ser a partir de ahora se apaga, siendo sustituido en todos los dominios por el “querer” y el “Yo”, como un siniestro apuntalamiento, racionalista y mecanicista, de un cadáver. Al igual que en la proliferación vermicular de las putrefacciones, se desarrollan entonces innumerables conquistas, superaciones y creación del hombre nuevo. Se abre la vía a todos los paroxismos, a todas las manías innovadoras e iconoclastas, a todo un mundo de retórica fundamental donde, la imagen del espíritu superponiéndose al espíritu, la fornicación incestuosa del hombre en la religión, la filosofía, el arte, la ciencia y la política, ya no conocerá límites. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 13

Sobre el plano religioso, el irrealismo está en relación estrecha con la pérdida de la tradición iniciática. Ya hemos tenido ocasión de señalar que a partir de cierta época solo la iniciación aseguraba la participación objetiva del hombre en el supramundo. Pero tras el fin del mundo antiguo, y con el advenimiento del cristianismo, las condiciones necesarias para que la realidad iniciática pueda constituir la referencia suprema de una civilización tradicional, faltaron. En cierta forma, el “espiritualismo mismo fue, a este respecto, uno de los factores que actuaron de forma más negativa: la aparición y la difusión de la extraña idea de la “inmortalidad del alma”, concebida como el destino natural de cada uno, debía volver incomprensible el significado y la necesidad de la iniciación en tanto que operación real, destructora de la naturaleza mortal. A título de sucedáneo, se tuvo el misterio crístico y la idea de la redención en Cristo, donde el tema de la muerte y de la resurrección que derivaba en parte de la doctrina de los Misterios, perdió todo carácter iniciático y se aplicó, degradándose, al mero plano religioso de la fe. De manera general, se trata de una “moral”; de vivir en tanto cuentan sanciones que, según la nueva creencia, pueden castigar al “alma inmortal” en el más allá. Ante la idea imperial medieval que se encontraba relacionada, como se ha visto, con el elemento iniciático, la Iglesia crea una doctrina de los sacramentos, recupera el símbolo “pontificio”, habla de la regeneración, pero la idea de iniciación propiamente dicha seguía siendo opuesta a su espíritu y permaneció sempre ajena a él. La tradición cristiana constituyó, por ello, una anomalía, algo truncado en relación a todas las formas tradicionales completas, comprendido el Islam. El carácter específico del dualismo cristiano actúa así como un potente estimulante de la actitud subjetivista, es decir, irrealista, ante el problema de lo sagrado. Este cesa de plantearse sobre el plano de la realidad de la experiencia trascendente, para convertirse en un problema de fe, un problema afectivo, o, como máximo, objeto de las especulaciones teológicas. Las más altas cumbres de la mística cristiana purificada no impudieron que Dios y los dioses, los ángeles y los demonios, las esencial inteligibles y los cielos, tomasen la forma de mitos: el Occidente cristianizado cesó de reconocerlos en tanto que símbolos de experiencias suprarracionales posibles, de condiciones supraindividuales de existencia, de dimensiones profundas del ser integral del hombre. Ya el mundo antiguo había asistido al tránsito involutivo del simbolismo a la mitología, a una mitología que se convirtió en cada vez más opaca y muda y de la que se apropió lo arbitrario de la fantasía artística. Cuando, más tarde, la experiencia de lo sagrada se redujo a fe, sentimiento y moralismo, y la intuitio intellectualis a un simple concepto de la filosofía escolástica, el irrealismo del espíritu cubrió la casi totalidad del dominio sobrenatural. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 13

El individualismo inherente a la teoría protestante del libre examen, estuvo relacionado con otro aspecto del humanismo moderno: el racionalismo. El individuo que ha liquidado la tradición dogmática y el principio de la autoridad espiritual pretendiendo determinar en sí mismo la capacidad del justo discernimiento, se orienta progresivamente hacia el culto de lo que es en él, en tanto que ser humano, la base de todo juicio, a saber, la razón, haciendo de ella la medida de toda certidumbre, verdad y norma. Es precisamente esto lo que sucedió en Occidente tras la Reforma. Ciertamente, el racionalismo existía ya en la Hélade (con la sustitución socrática del concepto de la realidad a la realidad) y en la Edad Media (con la teología reducida a la filosofía). Pero a partir del Renacimiento el racionalismo se diferencia, asume, en una de sus corrientes más importantes, un carácter nuevo, de especulativo se convierte en agresivo hasta el punto de engendrar el enciclopedismo, la crítica antireligiosa y revolucionaria. Conviene señalar igualmente, a este respecto, los efectos de procesos ulteriores de involución e inversión, que presentan un carácter netamente siniesto en tanto que apuntan a algunas organizaciones subsistentes de tipo iniciático: es el caso de los Iluminados y de la masonería moderna. La superioridad, en relación al dogma y a las formas occidentales de tipo puramente religioso, que confiere al iniciado la posesión de la iluminación espiritual, es, a partir de ahora, reivindicada por aquellos que defienden el derecho sobrerano de la razón y pertenecen precisamente a las organizaciónes en cuestión, donde se construyen los instrumentos de esta inversión, hasta transformar los grupos en los cuales militan en instrumentos activos de difusión del pensamiento antitradicional y racionalista. Se puede citar, a este respecto, a título de ejemplo particularmente significativo, el papel que juega la masonería en la revolución americana, como en la preparación ideológica subterránea de la revolución francesa y de un gran número de revoluciones ulteriores (España, Italia, Turquía, etc.). No es pues solamente a través de influencias generales, sino también a través de centros precisos de acción concertada que les sirven de soporte, como se está formado lo que se puede llamar el frente secreto de la subversión mundial y de la contra-tradición. En otra dirección, limitada sin embargo al terreno del pensamiento especulativo, el racionalismo debía desarrollar el irrealismo hasta las formas del idealismo absoluto y del panlogismo. Se celebra la identidad del espíritu y del pensamiento, del concepto y la realidad, e hipóstasis lógicas, tales como el “Yo trascendental”, suplantan al Yo real, y a todo presentimiento del verdadero principio sobrenatural en el hombre. El pretendido “pensamiento crítico”, al alcanzar conciencia de sí, declara: “Todo lo que es real es racional y todo lo que es racional es real”. La forma-límite del irrealismo se alcanza aquí . Pero, prácticamente, el racionalismo ha tenido una parte importante en la construcción del mundo moderno, no como similares abstracciones filosóficas, sino asociándose al empirismo y al experimentalismo en los marcos del cientifismo. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 13

Si los temas propios a esta degradación encuentran sobre el plano social y en la vida corriente sus expresiones más características, no dejan de aparecer también sobre el plano ideal y especulativo. Durante el período del Humanismo, el tema anti-tradicionalista y plebeyo se anuncia ya en los puntos de vista de un Giordano Bruno, que, exalta de forma masoquista y particularmente estúpida, en relación a la edad de oro — de la cual no conoce nada — la edad humana de la fatiga y del trabajo; llama “divino” al brutal ascenso de la necesidad, porque crea “artes e invenciones cada vez más maravillosas”, alejado cada vez más de esta edad de oro, considerada como una edad animales y ociosa, aproxima los hombres a la “divinidad”. Encontramos aquí una anticipación de estas ideologías, ligadas de forma muy significativa a la Revolución francesa, que consideraron precisamente el trabajo como la llave del mito social y evocaron de nuevo el tema mesiánico en términos de trabajo y de maquinismo, glorificando el progreso y el triunfo sobre el oscurantismo. He aquí por otra parte que el hombre moderno, consciente o inconscientemente, empieza a extender al universo y a proyectar sobre un plano ideal, las experiencias hechas en la fábrica, y cuyo trabajo productivo es el alma. Bergson, el filósofo del impulso vital, es también aquel que ha indicado la analogía entre la actividad técnica fabril, que reposa sobre un principio puramente utilitario y los procedimientos de la interligencia misma, tales como un moderno puede concerbirlos. De otra parte, se ha ridiculizado ampliamente el antiguo ideal “inerte” del conocimiento contemplativo, “todo el esfuerzo de la filosofía moderna del conocimiento, en sus corrientes más vivientes, tiende a llevar el conocimiento al trabajo productivo. Conocer es hacer. Se conoce verdaderamente lo que se hace” Verum et factum convertuntur. Y el hecho que, según el irrealismo propio a estas corrientes, ser significa conocer, espíritu quiere decir mental y el proceso productivo e inmanente del conocimiento se identifica con los procesos de la realidad, lo que se refleja hasta en las regiones más elevadas, y se impone precisamente como “verdad” para ellas, es el modo de la última casta: el trabajo productivo divinizado. Existe pues, sobre el plano mismo de las teorías filosóficas, un activismo que parece ser solidario del mundo creado por el advenimiento de la última casta, solidaria de la “civilización del trabajo”. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 14

Pero es preciso no dejarse engañar tampoco por la primera verdad: no es el mito económico marxista el elemento primario, sino más bien la negación de todo valor de orden espiritual y trascendente. La filosofía y la sociología del materialismo histórico no son más que simples expresiones de esta negación; derivan de esta y no inversamente, como la práctica comunista correspondiente no representa más que uno de los métodos para realizarla sistemáticamente. El resultado al cual llegan siguiendo esta dirección hasta el fin — como lo hace el comunismo soviético — es importante: es la integración, es decir la desintegración del individuo, en lo que se ha llamado lo “colectivo” cuyo derecho es soberano. Y el fin que persigue el mundo soviético, es precisamente la eliminación, en el hombre, de todo lo que tiene un valor de personalidad autónoma, de todo lo que puede representar para él un interés independiente del colectivo. La mecanización, la desintelectualización y la racionalización de la actividad, en todos los planos, forman notablemente parte de los medios empleados para alcanzar este fin y no son considerados, tal como en la actual civilización europea, como consecuencias de procesos fatales que se han de sufrir pero que se deploran. Estando limitado todo horizonte a la economía, la máquina se convierte en el centro de una nueva promesa mesiánica y la racionalización aparece igualmente como uno de los medios de liquidar los “residuos” y los “accidentes individualistas” de la “epoca burguesa”. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 16

Así, aunque América no piense en desplazar completamente todo lo que es intelectualidad, ciertamente experimenta en relación a esta y en la medida en que no aparece como instrumento de una realización práctica, una indiferencia instintiva, como respecto a un lujo ante el cual no debe entretenerse quien tiende hacia cosas serias tales como el “get rich quick”, el “servicio”, o una campaña a favor de tal o cual prejuicio social y así sucesivamente. En general, mientras los hombres trabajan, son sobre todo las mujeres quienes se ocupan, en América, de “espiritualismo”: de ahí el muy importante porcentage de miembros femeninos en los miles de sectas y sociedades en las que el espiritismo, el psicoanálisis y las doctrinas orientales deformadas se mezclan con el humanitarismo, el feminismo el sentimentalismo, ya que fuera del puritanismo socializado y del cientifismo, es poco más o menos a este nivel donde se sitúa la “espiritualidad” americana. E incluso cuando América atrae con sus dólares a los representantes y las obras de la antigua cultura europea, utilizados gustosamente para diversión de los señores del Tercer Estado, el verdadero centro se encuentra en otra parte. En América, el “inventor” de algún nuevo ingenio que multiplique el “rendimiento” será siempre, de hecho, más considerado que el tipo tradicional de intelectual; no sucederá nunca que todo lo que es beneficio, realidad y acción en el sentido material, pese menos en la balanza de los valores que todo lo que puede proceder de una actitud de dignidad aristocrática. Si América no ha borrado oficialmente, como el comunismo, la antigua filosofía, ha hecho algo mejor: por boca de un William James, ha declarado que lo útil es el criterio de verdad y que el valor de toda concepción incluso metafísica, debe ser medida por su eficacia práctica, es decir, a fin de cuentas, según la mentalidad americana, por su eficacia económico-social. El pragmatismo es una de las señas de identidad más características de la civilización americana contemplada en su conjunto, al igual que la teoría de Dewey y el behaviorismo corresponden exactamente a las teorías extraidas, en la URSS, de los puntos de vista de Pavlov sobre los reflejos condicionados y, como este, excluye totalmente el Yo y la conciencia en tanto que principio sustancial. La esencia de esta teoría típicamente “democrática” es que no importa quien puede devenir no importa que — a través de un cierto adiestramiento y una cierta pedagogía — lo que equivale a decir que el hombre, en sí, es una sustancia informe, maleable, tal como la concibe el comunismo, que considera como anti-revolucionario y anti-marxista la teoría genética de las cualidades innatas. El poder de la publicidad, del advertising, en América, se explica por lo demás a través de la inconsistencia interior y la pasividad del alma americana, que, en varios aspectos, presenta las características bidimensionales, no de la juventud, sino del infantilismo. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 16



Julius Evola