Revolta contra o Mundo Moderno
Para cierta categoría de lectores estas precisiones no serán inútiles. Contemplar la Tradición en tanto que historia tras haberla contemplado en tanto que supra-historia, comporta un desplazamiento de la perspectiva; el valor atribuido a los mismos elementos se modifica; cosas que estaban unidas se separan y otras que se encontraban separadas se unirán, según las fluctuaciones de las contingencias inherentes a la historia. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: Prefacio
Mientras que el hombre moderno, en una época reciente ha concebido el sentido de la historia como una evolución y la ha exaltado como tal, el hombre de la Tradición tuvo conciencia de una verdad diametralmente opuesta. En todos los testimonios antiguos de la humanidad tradicional, se encuentra siempre, bajo una u otra forma, la idea de una regresión, de una “caída”: de estados originarios superiores, los seres habrían descendido a estados cada vez más condicionados por el elemento humano, mortal y contingente. Este proceso involutivo habría tenido su origen en una época muy lejana. El vocablo ragna-rökkr, de la Tradición nórdica, “obscurecimiento de los dioses”, es quizás el que caracteriza mejor este proceso. Se trata de una enseñanza que no se ha expresado en el mundo tradicional, de una manera vaga y general, sino que, por el contrario, ha sido definida en una doctrina orgánica, cuyas diversas expresiones presentan, en amplia medida, un carácter de uniformidad: la doctrina de las cuatro edades. Un proceso de decadencia progresiva a lo largo de cuatro ciclos o “generaciones”, tal es, tradicionalmente, el sentido efectivo de la historia y en consecuencia el sentido de la génesis de lo que hemos llamado, en un sentido universal, el “mundo moderno”. Esta doctrina puede pues servir de base a los desarrollos que seguirán. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 1
De forma general, la Tradición ha enseñado, y es esta una de sus ideas fundamentales, que el estado de conocimiento y de civilización fue el estado natural, sino del hombre en general, al menos de ciertas élites de los orígenes; que el saber no fue en principio “construido” y adquirido, que la verdadera soberanía no extrae su origen de los bajo. Joseph de Maistre tras haber mostrado que lo que un Rousseau y similares habían presumido era el estado natural (aludiendo a los salvajes) no es más que el último grado de embrutecimiento de algunos linajes dispersados o víctimas de consecuencias de ciertas degradaciones o prevaricaciones que alteraron su sustancia más profunda (J. DE MAISTRE, Soirées de ST. Pétersbourg, Paris, 1960, pag. 59.), dice muy justamente: “Estamos ciegos sobre la naturaleza y la marcha de la ciencia por un sofisma grosero, que ha fascinado a todos: es juzgar el tiempo donde los hombres veían los efectos en las causas, por aquel donde se elevan penosamente los efectos a las causas, donde no se ocupan más que de los efectos, donde dicen que es inútil ocuparse de las causas, donde no saben ni siquiera lo que es una causa”(Ibid., pag. 60.). Al principio,m “no solamente los hombres han comenzado por la ciencia, sino por una ciencia diferente de la nuestra y superior a la nuestra; el hecho de que comenzara más alto la volvía ‘más peligrosa; y esto explica porque la ciencia en su principio fue siempre misteriosa y encerrada en los templos, donde se extinguió finalmente, cuando esta llama ya no servía más que para arder”(Ibid., pag. 75. Uno de los hechos que J. DE MAISTRE (ibid, pags. 96-97 y II entretien, passim) pone de relieve es que las lenguas antiguas ofrecen un alto grado de esencialidad y de lógica superior a las madernas, haciendo presentir un principio oculto de organicidad formadora, que no es simplemente humano, sobre todo cuando, en las lenguas antiguas o “salvajes”, figuran fragmentos evidentes de lenguas aun más antiguas destruidas u olvidadas. Se sabe que Platón había expresado ya ideas análogas.). Y es entonces que poco a poco, a título de sucedáneo, empieza a formarse la otra ciencia, la ciencia puramente humana y física, de la que los modernos están tan orgullosos y con la cual han creído poder medir todo lo que, a sus ojos, es civilización, mientras que esta ciencia no representa más que un vano intento de desprenderse, gracias a sucedáneos, de un estado no natural y en absoluto original, de degradación, del que ni siquiera se tiene conciencia. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 1
Estos valores generales toman un relieve particular en la nobleza guerrera de los bushis o samurais y en su ética, el bushido. La orientación de la Tradición, en el Japón, es esencialmente activa, es decir, guerrera, pero con la contrapartida de una formulación interior. La ética del samurai tiene un carácter tan guerrero como ascético, con aspectos sagrados y rituales. Se asemeja, de forma notable, a la del Medievo caballeresco y feudal europeo. Fuera del shintoismo, el Zen, que es una forma esotérica del budismo, ha jugado un papel en la formación del samurai, pero también en la formación tradicional de la vida japonesa en general, comprendidas las artes y el artesanado (la existencia de sectas que han cultivado el budismo en sus formas más recientes, desnudas y religiosas, llegando hasta la forma devocional del amidismo, no han modificado de forma notable la orientación preponderante del espíritu nipón). Al margen del bushido, conviene recordar igualmente la idea tradicional de la muerte sacrificial guerrera, que se ha mantenido hasta los kamikazes, los pilotos-suicida de la segunda guerra mundial. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 8
En la época de Augusto, el ascesis de la acción, sostenida por el elemento fatídico, había creado un cuerpo suficientemente amplio para que la universalidad romana tuviera una expresión tangible y diera su carisma a un conjunto complejo de poblaciones y razas. Roma apareció como “generadora de hombres y de dioses”, con “templos donde no se está lejos del cielo” y que, de diversos pueblos, había hecho una sola nación -“fecisti patriam diversis gentibus unam”. La paz augusta et profonda parece poco a poco alcanzar, como pax romana, los límites del mundo conocido. Fue como si la Tradición debiera renacer una vez más, en las formas propias de un “ciclo heroico”. Pareció como si se hubiera puesto fin a la edad de hierro y se anunciara el retorno de la edad primordial, la edad del Apolo hiperbóreo. “La última edad de la profecía de Cumas ha llegado finalmente — cantaba Virgilio-. He aquí que renace íntegro el gran orden de los siglos. La Virgen vuelve, Saturno vuelve, y una nueva generación desciende desde las alturas de los cielos — jam nova progenies coela demittitur alto-. Dígnate, o casta Lucinia, ayudar al nacimiento del Niño, con el cual terminará la raza de hierro y se alzará sobre el mundo entero la raza de oro, y entonces, tu hermano, Apolo, reinará… La vida divina recibirá el Niño al que canto, y verá los héroes unirse a los dioses, y él mismo a ellos — ille deus vitam accipiet divisque videbit — permixtos heroas et ipse videbitur illis”. Esta sensación fue tan importante que debía aun imponerse más tarde, elevar a Roma a la altura de un símbolo suprahistórico y hacer decir a los cristianos mismos que mientras Roma permaneciera salva e intacta, las convulsiones lamentables de la última edad no se temerán, pero que el día donde Roma caerá, la humanidad estará próxima a su agonía. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 9
Para valorar el cristianismo sobre el plano doctrinal, se invoca la idea de lo sobrenatural y el dualismo que afirma. Nos encontramos aquí, ante un ejemplo típico de la acción diferenciadora que puede ejercer un mismo principio según el uso que se haga de él. El dualismo cristiano deriva esencialmente del dualismo propio del espíritu semita y actúa en un sentido enteramente opuesto al de la doctrina de las dos naturalezas que estuvo, como hemos visto, en la base de todas las realizaciones de la humanidad tradicional. La rígida oposición cristiana del orden sobrenatural al orden natural ha podido tener — considerado de forma abstracta — una justificación pragmática, ligada a la situación especial, histórica y existencial de un tipo humano dado. Pero tal dualismo, en sí, se distingue netamente del dualismo tradicional, en tanto que no está subordinado a un principio o a una verdad superior y no reivindica un carácter relativo y funcional, sino, absoluto y ontológico. Los dos órdenes, natural y sobrenatural, así como la distancia que los separa, son hipostatizados, hasta el punto de comprometer todo contacto real y activo. De ahí resulta que respecto al hombre — también bajo la influencia de un tema hebraico — toma forma la noción de la “criatura”, separada de Dios en tanto que “creador” y ser personal, por una distancia esencial, distancia que, además, se exaspera, al acentuarse la idea, igualmente hebraica, del “pecado original”. De este dualismo se desprende en particular la concepción de todas las manifestaciones de influencias suprasensibles bajo la forma pasiva de “gracia”, “elección” y “salvación”, así como el desconocimiento, frecuentemente ligado, como hemos dicho, a una verdadera animosidad, de toda posibilidad “heroica” en el hombre, con su contrapartida: la humildad, el “temor de Dios”, la mortificación, la oración. La palabra de los Evangelios relativa a la violencia con que la puerta de los Cielos puede ser forzada, y la idea davídica “Vosotros sois dioses”, apenas tuvieron influencia en el pathos preponderante en el cristianismo de los orígenes. Es evidente que el cristianismo, en general, ha universalizado, exclusivizado y exaltado la vía, la verdad y la actitud que no convienen más que a un tipo humano inferior o a estas bajas capas de la sociedad para las cuales fueron concebidas formas exotéricas de la Tradición. Tal es uno de los signos característicos del clima de la “edad oscura”, del Kali — yuga. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 10
Para seguir las fases interiores de la decadencia de Occidente, es preciso referirse a lo que hemos dicho a propósito de las primeras crisis tradicionales, tomando como punto de referencia la verdad fundamental del mundo de la Tradición relativa a las dos “regiones”, a la dualidad que existe entre el mundo y el supra-mundo. Para el hombre tradicional, estas dos regiones existían, eran realidades; el establecimiento de un contacto objetivo y eficaz entre una y otra era la condición previa de toda forma superior de civilización y de vida. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 13
En lo que respecta a la visión general de la vida, los modernos han considerado como una conquista el tránsito de una “civilización del ser” a una “civilización del devenir”. Una de las consecuencias han sido la valoración del aspecto puramente temporal de la realidad sobre el plano de la historia, es decir, el historicismo. Distanciado de los orígenes, el movimiento indefinido, insensato y acelerado de esto que se ha llamado justamente “fuga adelante”, se convirtió el tema dominante de la ciilización moderna, a menudo bajo la etiqueta del evolucionismo y del progresismo. A decir verdad, los gérmenes de esta mitología supersticiosa aplicada al tiempo se pueden encontrar en la escatología y el mesianismo hebraico-cristiano, pero también en la primera apologética católica; esta atribuía, en efecto, valor al carácter de “novedad” de la revelación cristiana, hasta el punto que se puede ver, en la polemica de San Ambrosio contra la Tradición romana, una primera desembocadura de la teoría del progreso. El “descubrimiento del hombre”, propio al Renacimiento, da un terreno, particularmente fértil, donde estos gérmenes debían desarrollarse hasta el período del iluminismo y el cientifismo, tras lo cual el espectáculo del desarrollo de las ciencias de la naturaleza, de la técnica, de las invenciones, etc. ha jugado el papel de estupefaciente, ha girado las imágenes, a fin de evitar que fuera comprendida la significación subyacente y esencial de todo el movimiento: el abandono del ser, la disolución de toda centralidad en el hombre, su identificación con la corriente del devenir, a partir de ahora más fuerte que él. Y cuando las quimeras del progresismo más grosero corren el riesgo de aparecer como tales, las nuevas religioses de la Vida y del impulso vital, el activismo y el mito “faústico”, acaban por facilitar otros estupefacientes, a fin de que el movimiento no se detenga sino que sea, por el contrario, estimulado, adquiera un sentido de sí, tanto en lo que concierne al hombre como a la existencia en general. Una vez más la inversión es evidente. El centro es desplazado hacia esta fuerza elemental y huidiza de la region inferior que siempre ha sido considerada, en el mundo de la Tradición, como un poder enemigo cuya sujeción y fijación en una “forma”, en una posesión y en una liberación iluminada del alma, constituía la tarea de aquel que aspiraba a la existencia superior preconizada por el mito heroico y olímpico. Las posibilidades humanas que, tradicionalmente, se orientaban en esta vía de desidentificación y liberación o que, por lo menos, reconocían la dignidad suprema hasta el punto de hacer de ella la piedra angular del sistema de participaciones jerárquicas, estas posibilidades, cambiando brucamente de polaridad, han pasado en el mundo moderno al servicio de las potencias del devenir, en el sentido de algo que les dice si, ayudando, excitando, acelerando y exasperando su ritmo, viendo no solo lo que es, sino también, lo que debe ser, aquello que está bien que sea. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 13