Alexandre Koyré — Valentin Weigel — Metafísica
Echemos ahora una rápida ojeada sobre el sistema metafísico de Weigel; veamos cómo se presenta el mundo a su pensamiento. Encontraremos en él algunos puntos y elementos que nos permitirán quizá precisar si no la filiación histórica de las doctrinas, al menos la filiación natural y el «lugar» de su pensamiento.
Para Valentín Weigel el mundo aparece como una unidad, como un todo finito, compuesto de materia y de fuerza, o si se prefiere, de materia visible, tangible, sensible, y de materia sutil, espiritual o astral. El mundo es «doble» (zwiefach), y todos los seres que lo componen son «dobles» también: visibles e invisibles, y poseen dos «cuerpos»: primero, un cuerpo material, y segundo, un cuerpo astral. El cuerpo material, grosero, no es más que la envoltura y la expresión del cuerpo astral; el exterior no es más que la expresión del interior. El cuerpo astral no es materia propiamente dicha, y Weigel dice incluso con frecuencia que es inmaterial. En efecto, el cuerpo astral es un cuerpo «fuerza» (Kraftleib), una especie de fluido energético, extremamente «tenue», «sutil» y «penetrante», una tintura que forma el cuerpo grosero y que actúa sobre él. El cuerpo astral o astrum (Gestirn) es la sede y el soporte de la vida; es él quien funda la unidad del organismo y quien explica la evolución del germen. De lo que inmediatamente se deduce que el mundo es un organismo, que forma una unidad viva y que todos los seres que lo componen participan de la vida en la medida en que partipan del ser. V. Weigel, como vemos, es tan panvitalista como Paracelso.
Todos los seres que componen el universo son «dobles», acabamos de decir, como el universo mismo; salvo el hombre, sin embargo, que es «triple» por estar compuesto de cuerpo propiamente dicho (cuerpo material o grosero), de alma vital (o astrum) y de espíritu. Por sus dos primeros componentes el hombre pertenece a la naturaleza, por su espíritu participa del ser divino; es más, por su espíritu el hombre encarna a Dios, y el nacimiento del espíritu en el alma humana no es otra cosa que el «segundo nacimiento» del hombre «en Dios» o de Dios «en el alma».
Si ahora consideramos el universo desde un punto de vista ligeramente distinto, veremos que puede ser concebido también como «triple». En efecto, encima —o en el interior— del mundo astral hay que reconocer la existencia del mundo divino. En tal caso el mundo se presentará compuesto de tres «mundos»; primero, el universo material, el universo «exterior», el de los cuerpos visibles y tangibles, en el que vivimos según nuestros sentidos exteriores; segundo, el universo astral, de los cuerpos-fuerzas invisibles, y tercero, el mundo de Dios. Estos tres mundos proceden de Dios y son «en Dios», como en su fuente y principio, y Dios está en esos mundos por ser la esencia última y el ser de los seres que los pueblan y los componen.
Dios es la fuente de donde todo proviene, de igual forma que es la esencia de todo cuanto es; de lo que se deduce que su existencia es, propiamente hablando, indudable y evidente; en efecto, ¿no es preciso admitir un creador para explicar la existencia de las cosas creadas, no hay que admitir la existencia de un ser absoluto, de un ser a se para explicar la existencia de las cosas non a se y no es evidente que el mundo y las cosas no son a se sino ab alio? Además, no resulta también evidente que hay que admitir la existencia de un ser absoluto y absolutamente perfecto (de perfección absoluta) para explicar y comprender la existencia de los seres y de las perfecciones relativas. ¿No es preciso admitir el Uno si se quiere comprender la existencia de lo múltiple? Además, a decir verdad, no hay por qué recurrir a un razonamiento: se trata de una implicación inmediata que nos lleva directamente del participante al participado. Dios es, por tanto, la Unidad suprema, el Ser perfecto, la Perfección absoluta. Dios es, por tanto, «completamente bueno sin ápice de mal alguno». Es el Bien —el Bien sustancial ase y per se— que no depende de nada ni de nadie, que no necesita de nada ni de nadie. Libre y voluntariamente ha creado el mundo, del que no tenía necesidad y cuya creación no ha añadido nada a su perfección infinita. Por ser el bien Absoluto Dios no es sólo la fuerza creadora de la que todo proviene, sino también el objetivo absoluto hacia el que todo tiende como hacia su perfección y hacia su bien; porque sólo por la participación en la perfección y en la beatitud se convierte uno en perfecto y bienaventurado. Por ser la fuente, la esencia y el término de todo, es a la vez inmanente y trascendente al mundo; es el reposo absoluto, la beatitud eterna, el poder infinito e inmutable, pero es también la vida y el movimiento absoluto, siendo sin embargo superior a la vida, al movimiento y al reposo.
Dios es la Unidad perfecta, el Ser supremo, fuente de todo ser y de toda perfección. Por lo que se deduce que tanto para Weigel como para todos los teólogos místicos (e incluso para todos los teólogos a secas) es absolutamente indefinible, inconcebible, incognoscible, que está por encima de todo ser y de todo pensamiento y que ninguna calificación, ninguna determinación le es aplicable. Es affectlos, willos, personlos. En sí mismo no es ni voluntad ni conocimiento. No quiere nada, no es afectado por nada. En el fondo, todo esto se halla implicado en la noción del Absoluto, concebido como Unidad suprasustancial y supraesencial. En un Absoluto semejante no se puede ubicar ni acto de conocimiento ni acto de voluntad que necesariamente supondrían una distinción y una dualidad.
Todo esto no es nuevo. Desde Plotino hasta Sebastián Franck pasando por Juan Scoto Erígena, el maestro Eckhart y Nicolás de Cusa afirman la misma doctrina de la divinidad (Deitas, Gottheit) que no es ni nadie, ni voluntad, ni pensamiento, que no es nada o que es La Nada, y que sin embargo es la fuente y el principio de todo, y en este sentido es Todo. Y Weigel no hace más que apoyar la doctrina de sus maestros cuando afirma que en sí, absoluto, Dios no tiene ninguna determinación, que no es nada, pero que relativamente, en relación con el hombre y el mundo, tiene muchas; aparece entonces en el fondo como detentador de todas. Dios, en efecto, es todo y nada. Es todo complicativo y nada explicativo. Es más que todo y menos que todo.
Pero Weigel no se limita a repetir estos asertos. Añade que Dios se conoce en el hombre y en el hombre deviene conocimiento, persona, pensamiento y voluntad, lo que puede —y debe incluso— interpretarse de dos formas. En primer lugar, hay que considerar que el hombre es la imagen, la semejanza y la expresión de Dios adextra. Es la imagen de Dios, y Dios al ponerse frente a él, se da a sí mismo su propia revelación; puede, por tanto, conocerse y verse en el hombre, porque el hombre le sirve de Gegenwurff (objectum), en el que se refleja. Luego hay que darse cuenta de que el hombre es algo más que una simple imagen de Dios; porque Dios se encarna en el hombre, habita en él, está realmente presente en el alma. Es él quien en este «alma» deviene «persona», «conciencia», «voluntad». Es él quien conoce y es conocido, quien es sujeto del acto de conocimiento y su objeto. Nada hay incompatible con el carácter absolutamente indeterminado de la divinidad, puesto que Dios no es Deidad y puesto que en la persona de Cristo es persona, y hombre y voluntad.
En líneas generales, basta quizá con que recordemos que Dios es todo complicativo. La naturaleza es Dios explicativo; le contiene en tanto que es su expresión. Ademas, lo que en Dios, que es Espíritu, no es, ni persona, ni conocimiento, ni voluntad, se expresa en el hombre (el hombre espiritual) al devenir persona, pensamiento, luz divina. Por tanto, una vez más, lo que conoce y se revela en el hombre, no es el hombre, es Dios, como es Dios quien quiere y cree en él94 y como es el hombre quien, entonces, quiere y cree «en Dios».