No es eso todo: la época moderna debe corresponder necesariamente al desarrollo de algunas de las posibilidades que, desde el origen, estaban incluidas en la potencialidad del ciclo actual; y, por inferior que sea el rango ocupado por estas posibilidades en la jerarquía del conjunto, por eso no debían menos, tanto como las demás, ser llamadas a la manifestación según el orden que les está asignado. Bajo esta relación, lo que, según la tradición, caracteriza a la última fase del ciclo, es, se podría decir, la explotación de todo lo que ha sido desdeñado o rechazado en el curso de las fases precedentes; y, efectivamente, es eso lo que podemos constatar en la civilización moderna, que no vive en cierto modo más que de aquello que las civilizaciones anteriores no habían querido. ¡Para darse cuenta de ello, no hay más que ver como los representantes de esas mismas civilizaciones que se han mantenido hasta aquí en el mundo oriental, aprecian las ciencias occidentales y sus aplicaciones industriales! No obstante, estos conocimientos inferiores, tan vanos a los ojos de quien posee un conocimiento de otro orden, debían ser «realizados», y no podían serlo más que en un estadio donde la verdadera intelectualidad hubiera desaparecido; estas investigaciones de un alcance exclusivamente práctico, en el sentido más estrecho de este término, debían llevarse a cabo, pero no podían serlo más que en el extremo opuesto de la espiritualidad primordial, por hombres inmersos en la materia hasta el punto de no concebir nada más allá, y que devienen tanto más ESCLAVOS de esta materia cuanto más quisieran servirse de ella, lo que les conduce a una agitación siempre creciente, sin regla y sin meta, a la dispersión en la pura multiplicidad, hasta la disolución final. 1087 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO CAPÍTULO I
En estas condiciones, la industria ya no es solo una aplicación de la ciencia, aplicación de la que, en sí misma, ésta debería ser totalmente independiente; deviene como su razón de ser y su justificación, de suerte que, aquí también, las relaciones normales se encuentran invertidas. Aquello a lo que el mundo moderno ha aplicado todas sus fuerzas, incluso cuando ha pretendido hacer ciencia a su manera, no es en realidad nada más que el desarrollo de la industria y del «maquinismo»; y, al querer dominar así a la materia y plegarla a su uso, los hombres no han logrado más que hacerse sus ESCLAVOS, como lo decíamos al comienzo: no solo han limitado sus ambiciones intelectuales, si es todavía permisible servirse de esta palabra en parecido caso, a inventar y a construir máquinas, sino que han acabado por devenir verdaderamente máquinas ellos mismos. En efecto, la «especialización», tan alabada por algunos sociólogos bajo el nombre de «división del trabajo», no se ha impuesto solo a los sabios, sino también a los técnicos e incluso a los obreros, y, para estos últimos, todo trabajo inteligente se ha hecho por eso mismo imposible; muy diferentes de los artesanos de antaño, ya no son más que los servidores de las máquinas, hacen por así decir cuerpo con ellas; deben repetir sin cesar, de una manera mecánica, algunos movimientos determinados, siempre los mismos, y siempre cumplidos de la misma manera, a fin de evitar la menor pérdida de tiempo; así lo quieren al menos los métodos americanos que se consideran como los representantes del más alto grado de «progreso». En efecto, se trata únicamente de producir lo más posible; la cualidad preocupa poco, es la cantidad lo único que importa; volvemos de nuevo una vez más a la misma constatación que ya hemos hecho en otros dominios: la civilización moderna es verdaderamente lo que se puede llamar una civilización cuantitativa, lo que solo es otra manera de decir que es una civilización material. 1202 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO CAPÍTULO VII
Con motivo de cierta “teoría de la fiesta” formulada por un sociólogo, habíamos señalado (Ver É. T., abril de 1940, pág. 169) que esta teoría, entre otros defectos, tenía el de querer reducir todas las fiestas a un solo tipo, que constituye lo que podría llamarse las fiestas “carnavalescas” expresión que nos parece lo bastante clara para ser comprendida por todos, ya que el carnaval representa efectivamente lo que de ellas subsiste aún en Occidente; y decíamos entonces que con motivo de ese género de fiestas se plantean problemas dignos de más detenido examen. En efecto, la impresión que de ellas se desprende es siempre, y ante todo, la de “desorden” en el sentido más cabal del término; ¿cómo es, pues, que se comprueba la existencia de esas fiestas no solo en una época como la nuestra, donde en suma podría considerárselas, si le fuesen peculiares, como simplemente una de las numerosas manifestaciones del desequilibrio general sino también, e inclusive con desarrollo mucho más amplió, en las civilizaciones tradicionales, con las cuales parecerían a primera vista incompatibles? No es inútil citar aquí algunos ejemplos precisos, y mencionaremos ante todo, a este respecto, ciertas fiestas de carácter realmente extraño que se celebraran en el Medioevo: la “fiesta del asno”, en la cual este animal, cuyo simbolismo propiamente “satánico” es muy conocido en todas las tradiciones (Sería un error querer oponer a esto el papel desempeñado por el asno en la tradición evangélica, pues, en realidad, el buey y el asno, situados a una y otra parte de la cuna en el nacimiento de Cristo, simbolizan respectivamente el conjunto de las fuerzas benéficas y el de las fuerzas maléficas; ambos conjuntos se encuentran nuevamente, por lo demás, en la Crucifixión, bajo la forma del buen ladrón y el mal ladrón. Por otra parte, Cristo montado sobre un asno a su entrada en Jerusalén representa el triunfo sobre las fuerzas maléficas, triunfo cuya realización constituye propiamente la “Redención” misma. (En esta nota se encuentra la respuesta al primero de los dos puntos dejados en suspenso por el autor en una de las notas del cap. XX: Shet; la explicación del segundo punto se da en el cuerpo del artículo)), era introducido hasta en el coro mismo de la iglesia, donde ocupaba el sitio de honor y recibía las señales de veneración más extraordinarias; y la “fiesta de los locos” donde el bajo clero se entregaba a las peores inconveniencias, parodiando a la vez la jerarquía eclesiástica y la liturgia misma (Esos “locos” llevaban, por otra parte, un bonete con largas orejas, manifiestamente destinado a evocar la idea de una cabeza de asno, y este rasgo no es menos significativo desde el punto de vista en que nos hemos situado). ¿Cómo es posible explicar que semejantes cosas, cuyo carácter más evidente es incontestablemente el de parodia y aun de sacrilegio (El autor de la teoría a que aludimos reconoce ciertamente la existencia de esta parodia y sacrilegio, pero, refiriéndolas a su concepción de la “fiesta” en general, pretende hacer de ellos elementos característicos de lo “sagrado” mismo, lo que no solo es una paradoja algo excesiva, sino, hay que decirlo claramente, una pura y simple contradicción), hayan podido en una época como esa ser no solo toleradas, sino inclusive admitidas en cierto modo oficialmente? Mencionaremos también las saturnales de la antigua Roma, de las cuales, por otra parte, parece derivar directamente el carnaval moderno, aunque a decir verdad ya solamente como un vestigio muy disminuido: durante esas fiestas, los ESCLAVOS mandaban a los amos y éstos les servían (Inclusive se encuentran, en regiones muy diversas, casos de fiestas del mismo género en que se llegaba hasta a conferir temporariamente a un esclavo o a un criminal las insignias de la realeza, con todo el poder que ellas comportan, solo que para darle muerte una vez la fiesta terminada); se tenía entonces la imagen de un verdadero mundo invertido”, donde todo, se hacía al revés del orden normal (El mismo autor habla también, a este respecto, de “actos al revés” y aun de “retorno al caos” lo que contiene por lo menos una parte de verdad, pero, por una asombrosa confusión de ideas, quiere asimilar ese caos a la edad de oro”). Aunque se pretenda comúnmente que había en esas fiestas una evocación de la “edad de oro”, esta interpretación es manifiestamente falsa, pues no se trata de una especie de “igualdad”, que podría en rigor considerarse como representación, en la medida en que las condiciones presentes lo permiten (Queremos decir, las condiciones del Kali-Yuga o “edad de hierro”, de la cual la época romana. forma parte tanto como la nuestra), de la indiferenciación primera de las funciones sociales: se trata de una inversión de las relaciones jerárquicas, lo que es algo enteramente diverso, y tal inversión constituye, de modo general, uno de los caracteres más netos del, “satanismo”. Hay que ver en ellas, pues, más bien algo que se refiere al. aspecto “siniestro” de Saturno, aspecto que ciertamente no le pertenece en cuanto dios de la “edad de oro”, sino, al contrario, en tanto que no es ya actualmente sino el dios caído de un período concluso (Que los antiguos dioses se conviertan en cierto modo en demonios es un hecho generalmente comprobado, y del cual la actitud de los cristianos con respecto a los dioses del “paganismo” no es sino un simple caso particular; pero al parecer nunca se lo ha explicado como convendría; no podemos, por lo demás, insistir aquí sobre este punto, que nos llevaría fuera de nuestro tema. Debe quedar bien entendido que esto, que se refiere únicamente a ciertas condiciones cíclicas, no afecta ni modifica en nada el carácter esencial de esos mismos dioses en tanto que simbolizan intemporalmente principios de orden suprahumano, de suerte que, junto a este aspecto maléfico accidental, el aspecto benéfico subsiste siempre pese a todo, y aun cuando sea completamente desconocido por la “gente de afuera”; la interpretación astrológica de Saturno podría ofrecer un ejemplo a este respecto). 6872 SFCS SOBRE LA SIGNIFICACION DE LAS FIESTAS “CARNAVALESCAS”