lenguas

En los preliminares de un estudio sobre “La Théodicée de la Kabbale” ( (Ibíd., octubre de 1930; cf. F. Warrain, La Théodicée de la Kabbale, ed. Vega, París)) F. Warrain, después de haber dicho que “la hipótesis cabalística es que la lengua hebraica es la lengua perfecta enseñada por Dios al primer hombre”, cree necesario formular reservas sobre “la pretensión ilusoria de conservar los elementos puros de la lengua natural, cuando de ella no se poseen sino residuos y deformaciones”. No por eso deja de admitir que “sigue siendo probable que las lenguas antiguas dimanen de una lengua hierática, compuesta por inspirados”, que “debe haber en ellas, por la tanto, palabras que expresan la esencia de las cosas y sus relaciones numéricas” y que “otro tanto puede decirse sobre las artes adivinatorias”. Creemos que será bueno aportar algunas precisiones sobre este asunto; pero queremos hacer notar ante todo que F. Warrain se ha situado en una perspectiva que puede llamarse sobre todo filosófica, mientras que nosotros nos proponemos atenernos estrictamente aquí, como lo hacemos siempre, al terreno iniciativo y tradicional. SFCS: LA CIENCIA DE LAS LETRAS (‘ILMU-L-HURÛF)

Un primer punto sobre el que importa llamar la atención es el siguiente: la afirmación según la cual la lengua hebrea sería la lengua misma de la revelación primitiva bien parece no tener sino carácter exotérico y no pertenecer al fondo mismo de la doctrina cabalística, sino, en realidad, recubrir simplemente algo mucho más profundo. La prueba está en que lo mismo se encuentra igualmente dicho de otras lenguas, y que esta afirmación de “primordialidad”, si así puede llamarse, no podría ser tomada literalmente, ni justificarse en todos los casos, puesto que implicaría una contradicción evidente. Así es, en particular, para la lengua árabe, e inclusive es opinión muy comúnmente difundida en el país donde se la usa que habría sido la lengua original de la humanidad; pero lo notable, y lo que nos ha hecho pensar que debe ser el mismo el caso en lo que concierne al hebreo, es que esa opinión vulgar está tan poco fundada y tan desprovista de autoridad, que se halla en formal contradicción con la verdadera enseñanza tradicional del Islam, según la cual la lengua “adámica” era la “lengua siríaca” (logah sûryâniyah), que, por otra parte, nada tiene que ver con el país actualmente designado con el nombre de Siria, así como tampoco con ninguna de las lenguas más o menos antiguas cuyo recuerdo se ha conservado entre los hombres hasta hoy. Esa logah sûryâniyah es propiamente, según la interpretación que se da de su nombre, la lengua de la “iluminación solar” (shems-ish-râqyah); en efecto, Sûryâ es el nombre sánscrito del Sol, y esto parecería indicar que su raíz sur, una de las que designan la luz, pertenecía sí a la lengua original. Se trata, pues, de esa Siria primitiva de la cual Homero habla como de una isla situada “más allá de Ogigia”, lo que la identifica con la Tula hiperbórea, “donde están las revoluciones del Sol”. Según Josefo, la capital de ese país se llamaba Heliápolis, “ciudad del Sol” (Cf. La Ciudadela solar de los Rosacruzes, La Ciudad del Sol, de Campanella, etc. A esta primera Heliópolis debiera ser referido en realidad el simbolismo cíclico del Fénix), nombre dado después a la ciudad de Egipto también llamada On, así como Tebas habría sido originariamente uno de los nombres de la capital de Ogigia. Las sucesivas transferencias de estos nombres, y de muchos otros, serían particularmente interesantes de estudiar en lo que concierne a la constitución de los centros espirituales secundarios de los diversos períodos, constitución que se halla en relación estrecha con la de las lenguas destinadas a servir de “vehículos” a las formas tradicionales correspondientes. Esas lenguas son aquellas a las que se puede dar propiamente el nombre de “lenguas sagradas”; y precisamente sobre la distinción que debe hacerse entre esas lenguas sagradas y las lenguas vulgares o profanas reposa esencialmente la justificación de los métodos cabalísticos, así como procedimientos similares que se encuentran en otras tradiciones. SFCS: LA CIENCIA DE LAS LETRAS (‘ILMU-L-HURÛF)

Podemos decir esto: así como todo centro espiritual secundario es como una imagen del Centro supremo y primordial, según lo hemos explicado en nuestro estudio sobre Le Roi du Monde, toda lengua sagrada, o “hierática” si se, quiere, puede considerarse como una imagen o reflejo de la lengua original, que es la lengua sagrada por excelencia; ésta es la “Palabra perdida”, o más bien escondida a los hombres de la “edad oscura”, así como el Centro supremo se ha vuelto para ellos invisible e inaccesible. Pero no se trata de “residuos y deformaciones”; se trata, al contrario, de adaptaciones regulares exigidas por las circunstancias de tiempos y lugares, es decir, en suma, por el hecho de que, según lo que enseña Seyîdî Mohyddìn ibn Arabia al comienzo de la segunda parte de El-Futûhâtu-l-Mekkiyah (‘Las revelaciones de la Meca’), cada profeta o revelador debía forzosamente emplear un lenguaje capaz de ser comprendido por aquellos a quienes se dirigía, y por lo tanto más especialmente apropiado a la mentalidad de tal pueblo o de tal época. Tal es la razón de la diversidad misma de las formas tradicionales, y esta diversidad trae aparejada, cómo consecuencia inmediata, la de las lenguas que deben servirles como medios de expresión respectivos; así, pues, todas las lenguas sagradas deben considerarse como verdaderamente obra de “inspirados”, sin lo cual no serían aptas para la función a que están esencialmente destinadas. En lo que respecta a la lengua primitiva, su origen debía ser “no humano”, como el de la tradición primordial misma; y toda lengua sagrada participa aún de ese carácter en cuanto es, por su estructura (el-mabâni) y su significación (el-ma’âni), un reflejo de aquella lengua primitiva. Esto puede, por lo demás, traducirse en diferentes formas, que no todos los casos tienen la misma importancia, pues la cuestión de adaptación interviene también aquí: tal es, por ejemplo, la forma simbólica de los signos empleados por la escritura (Esta forma puede, por lo demás, haber sufrido modificaciones correspondientes a readaptaciones tradicionales ulteriores, como ocurrió con el hebreo después de la cautividad de Babilonia; decimos que se trata de una readaptación, pues es inverosímil que la antigua escritura se haya perdido realmente en un corto periodo de setenta años, y es inclusive asombroso que esto pase generalmente inadvertido. Hechos del mismo género, en épocas más o menos alejadas, han debido producirse igualmente para otras escrituras, en particular para el alfabeto sánscrito y, en cierta medida, para los ideogramas chinos); tal es también, y más en particular para el hebreo y el árabe, la correspondencia de los números con las letras, y por consiguiente con las palabras compuestas por ellas. SFCS: LA CIENCIA DE LAS LETRAS (‘ILMU-L-HURÛF)

Seguramente, es difícil para los occidentales darse cuenta de lo que son verdaderamente las lenguas sagradas, pues, por lo menos en las condiciones actuales, no tienen contacto directo con ninguna de ellas; y podemos recordar a este respecto lo que hemos dicho más generalmente y en otras oportunidades acerca de la dificultad de asimilación de las “ciencias tradicionales”, mucho mayor que la de las enseñanzas de orden puramente metafísico, en razón de su carácter especializado, que las une indisolublemente a tal o cual determinada forma y que no permite transportarlas tal cual de una civilización a otra, so pena de hacerlas por completo ininteligibles o bien de no obtener sino resultados enteramente ilusorios, cuando no completamente falsos. Así, para comprender efectivamente todo el alcance del simbolismo de las letras y los números, es preciso vivirlo, en cierta manera, en su aplicación hasta a las circunstancias mismas de la vida corriente, tal como es posible en ciertos países orientales; pero sería absolutamente quimérico pretender introducir consideraciones y aplicaciones de ese género en las lenguas europeas, para las cuales no han sido hechas, y en las cuales el valor numérico de las letras, particularmente, es cosa inexistente. Los ensayos que algunos han llevado a cabo en este orden de ideas, fuera de todo dato tradicional, son, pues, erróneos desde el mismo punto de partida; y si a veces se han obtenido sin embargo algunos resultados justos, por ejemplo desde el punto de vista “onomántico”, ello no prueba el valor y la legitimidad de los procedimientos, sino solamente la existencia de una suerte de facultad “intuitiva” (que, por supuesto, nada tiene en común con la verdadera intuición intelectual) en aquellos que los han aplicado, como por lo demás ocurre frecuentemente con las “artes adivinatorias” (Parece que pueda decirse otro tanto, pese a la apariencia “científica” de los métodos, en lo que concierne a los resultados obtenidos por la astrología moderna, tan alejada de la verdadera astrología tradicional; ésta, cuyas claves parecen perdidas, era, por, lo demás, muy otra cosa que una simple “arte adivinatoria”, aunque evidentemente capaz de aplicaciones de este orden, pero con carácter enteramente secundario y “accidental”). SFCS: LA CIENCIA DE LAS LETRAS (‘ILMU-L-HURÛF)

El svástika está lejos de ser un símbolo exclusivamente oriental, como a veces se cree; en realidad, es uno de los más generalmente difundidos, y se lo encuentra prácticamente en todas partes, desde el Extremo Oriente hasta el Extremo Occidente, pues existe inclusive entre ciertos pueblos indígenas de América del Norte. En la época actual, se ha conservado sobre todo en la India y en Asia central y oriental, y probablemente solo en estas regiones se sabe todavía lo que significa; sin embargo, ni aun en Europa misma ha desaparecido del todo (No aludimos aquí al uso enteramente artificial del svástika, especialmente por parte de ciertos grupos políticos alemanes, que han hecho de él con toda arbitrariedad un signo de antisemitismo, so pretexto de que ese emblema sería propio de la pretendida “raza aria”; todo esto es pura fantasía). En Lituania y Curlandia, los campesinos aún trazan ese signo en sus moradas; sin duda, ya no conocen su sentido y no ven en él sino una especie de talismán protector; pero lo que quizá es más curioso todavía es que le dan su nombre sánscrito de svástika (El lituano es, por lo demás, de todas las lenguas europeas, la que tiene más semejanza con el sánscrito). En la Antigüedad, encontramos ese signo particularmente entre los celtas y en la Grecia prehelénica (Existen diversas variantes del svástika, por ejemplo una forma de ramas curvas (con la apariencia de dos eses cruzadas), que hemos visto particularmente en una moneda gala. Por otra parte, ciertas figuras que no han conservado sino un carácter puramente decorativo, como aquella a la que se da el nombre de “greca”, derivan originariamente del svástika); y, aún en Occidente, como lo ha dicho L. Charbonneau-Lassay (Reg., marzo de 1926, págs. 302-303), fue antiguamente uno de los emblemas de Cristo y permaneció en uso como tal hasta fines del Medioevo. Como el punto en el centro del círculo y como la rueda, ese signo se remonta incontestablemente a las épocas prehistóricas; por nuestra parte, vemos en él, sin la menor duda, uno de los vestigios de la tradición primordial ( (Sobre el svástika, ver también infra, cap. XVII)). SFCS: LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

En otra oportunidad (Ver nuestro estudio sobre La ciencia de las letras (cap. VI de esta compilación)), en conexión con la designación de la lengua “adámica” como “lengua siríaca”, hemos mencionado a la Siria primitiva, cuyo nombre significa propiamente la “tierra solar”, y de la cual Homero habla como de una isla situada “allende Ogigia”, lo que no permite identificarla sino con la Thulê o Tula hiperbórea; y “allí están las revoluciones del Sol”, expresión enigmática que, naturalmente, puede referirse al carácter “circumpolar” de esas revoluciones, pero que, a la vez, puede también aludir a un trazado del ciclo zodiacal sobre esta tierra misma, lo cual explicaría que tal trazado haya sido reproducido en una región destinada a ser una imagen de ese centro. Alcanzamos aquí la explicación de esas confusiones que señalábamos al comienzo, pues éstas han podido originarse, de manera en cierto modo normal, de la asimilación de la imagen al centro originario; y, especialmente, es muy difícil ver otra cosa que una confusión de este género en la identificación de Glastonbury con la isla de Ávalon (Se la ha querido identificar también con la “isla de vidrio” de que se habla en ciertas partes de la leyenda del Graal; es probable que también aquí se trate de una confusión con algún otro centro más oculto, o, si se quiere, más alejado en el espacio y en el tiempo, aunque esa designación no se aplica sin duda al centro primordial mismo). En efecto, semejante identificación es incompatible con el hecho de que esa isla se considera siempre como un lugar inaccesible; y, por otra parte, contradice igualmente la opinión, mucho más plausible, que ve en la misma región del Somerset el “reino de Logres”, del cual se dice, en efecto, que estaba situado en Gran Bretaña; y pudiera ser que ese “reino de Logres”, al cual se habría considerado territorio sagrado, derivase su nombre del Lug céltico, que evoca a la vez la idea de “Verbo” y la de “Luz”. En cuanto al nombre de Ávalon, es visiblemente idéntico al de Ablun o Belen, es decir, al del Apolo céltico e hiperbóreo (Sabido es que el Mont-Saint-Michel se llamaba antiguamente Tombelaine, es decir el Tumulus o monte de Belen (y no la “tumba de Helena”, según una interpretación por entero reciente y fantasiosa); da sustitución del nombre de Belen por el de un arcángel solar no altera en absoluto el sentido, como es evidente; y, cosa curiosa, también se encuentra “Saint Michael’s Hill” en la región correspondiente al antiguo “reino de Logres”), de suerte que la isla de Ávalon no es sino otra designación de la “tierra solar”, que, por lo demás, fue transportada simbólicamente del norte al oeste en determinada época, en correspondencia con uno de los principales cambios sobrevenidos en las formas tradicionales en el curso de nuestro Manvántara (Esta transferencia, como así también la de Sapta-Rksha de la Osa Mayor a las Pléyades, corresponde particularmente a un cambio del punto inicial del año, primero solsticial y luego equinoccial. La significación de “manzana” dada al nombre de Ávalon, sin duda secundariamente, en las lenguas célticas, no está en modo alguno en oposición con lo que acabamos de decir, pues se trata entonces de las manzanas de oro del “Jardín de las Hespérides”, es decir, de los frutos solares del “Árbol del Mundo”. (Sobre el Sapta-Rksha, ver cap. XXIV. (N. del T))). SFCS: LA TIERRA DEL SOL

En La Grande Triade, con motivo del simbolismo polar y de la palabra china yi que designa a la unidad (la Estrella polar se llama T’ai-yi, o sea la ‘Gran Unidad’), habíamos llegado a dar algunas indicaciones sobre el simbolismo masónico de la letra G, cuya posición normal es igualmente “polar”, y a establecer una relación con la letra I, que representaba “el primer nombre de Dios” para los Fedeli d’Amore (La Grande Triade, cap. XXV). Esta relación se justificaba por el hecho de que la letra G, la cual de por sí no podría considerarse como un verdadero símbolo, en cuanto pertenece a las lenguas modernas, carentes de todo carácter sagrado ni tradicional, pero que stands for God, según los rituales masónicos ingleses y es, en efecto, la inicial de la palabra God, ha sido, por lo menos en ciertos casos, considerada como sustitutiva del yod hebreo, símbolo del Principio o de la Unidad, en virtud de una asimilación fonética entre God y yod (El autor de una obra sobre el simbolismo masónico ha creído deber dirigirnos a este respecto una crítica, formulada incluso en términos muy poco corteses, como si nosotros fuésemos responsables de esta asimilación fonética, no lo somos, empero, como tampoco de que los masones ingleses hayan también identificado otrora las tres letras del mismo vocablo God con las iniciales de tres palabras hebreas: Gamal, ‘Óz, Dabar (Belleza, Fuerza, Sabiduría); como quiera se opine acerca de tales conexiones (y hay otras más aún), uno está obligado, en todo caso, a tenerlas en cuenta por lo menos históricamente). Esas indicaciones sumarias resultaron punto de partida de investigaciones que han dado lugar a nuevas comprobaciones muy interesantes (Marius Lepage, “La lettre G”, en Le Symbolisme, número de noviembre de 1948; artículo en el Speculative Mason, número de julio de 1949, escrito con motivo del precedente, y del cual se ha extraído la mayor parte de las informaciones de que nos hemos servido aquí); por eso creemos útil volver sobre el asunto para completar lo que ya habíamos dicho. SFCS: LA LETRA G Y EL SVÁSTIKA

Desde el punto de vista según el cual el simbolismo de Jano se refiere al tiempo, cabe realizar una observación muy importante: entre el pasado que ya no es y el porvenir que no es aún, el verdadero rostro de Jano, el que mira al presente, no es, se dice, ninguno de los dos visibles. Ese tercer rostro, en efecto, es invisible, porque el presente, en la manifestación temporal, no es sino un instante inasequible (También por esta razón ciertas lenguas, como el hebreo y el árabe, no tienen forma verbal que corresponda al presente); pero, cuando se alcanza la elevación por encima de las condiciones de esta manifestación transitoria y contingente, el presente, al contrario, contiene toda realidad. El tercer rostro de Jano corresponde, en otro simbolismo – el de la tradición hindú -, al ojo frontal de Çiva, invisible también, puesto que no representado por ningún órgano corporal, que figura el “sentido de la eternidad”. Se dice que, una mirada de este tercer ojo reduce todo a cenizas, es decir que destruye toda manifestación; pero, cuando la sucesión se transmuta en simultaneidad, todas las cosas moran en el “eterno presente”, de modo que la destrucción aparente no es en verdad sino una “transformación” en el sentido más rigurosamente etimológico de la palabra. SFCS: ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DE JANO

Si nos detenemos en esta interpretación en términos de vida y muerte, aunque no sea en suma sino una aplicación particular de la consideración de dos términos contrarios o antagónicos, ello se debe a que el simbolismo de la serpiente está ligado ante todo a la idea misma de vida (Este sentido es particularmente manifiesto para la serpiente que se enrolla en torno del bastón de Esculapio); en árabe, la serpiente se llama el-hayyah, y la vida el-hayàh (hebreo hayàh, a la vez ‘vida’ y ‘animal’, de la raíz hay, común a ambas lenguas) (El-Hay es uno de los principales nombres divinos; debe traducírselo, no por “el Viviente”, como a menudo se hace, sino por “el Vivificante”, el que da la vida o es el principio de ella). Esto, que se vincula con el simbolismo del “Árbol de Vida” (Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXV), permite a la vez entrever una singular relación entre la serpiente y Eva (Hawà, la ‘viviente’); y pueden recordarse aquí las figuraciones medievales de la “tentación”, donde el cuerpo de la serpiente, enroscado al árbol, tiene encima un busto de mujer (Se encuentra un ejemplo en el portal izquierdo de Notre-Dame de París). Cosa no menos extraña, en el simbolismo chino Fu-hsi y su hermana Nü-kua, que, se dice, reinaron juntos formando una pareja fraterna, como se la encuentra igualmente en el antiguo Egipto (inclusive hasta en la época de los Tolomeos), se representan a veces con cuerpo de serpiente y cabeza humana; y hasta ocurre que las dos serpientes se entrelacen como las del caduceo, por alusión sin duda al complementarismo del yang y el yin (Se dice que Nü-kua fundió piedras de los cinco colores (blanco, negro, rojo, amarillo, azul) para reparar un desgarramiento en la bóveda celeste, y también que cortó las cuatro patas de la tortuga para asentar en ellas las cuatro extremidades del mundo). Sin insistir más, lo cual arriesgaría llevarnos demasiado lejos, podemos ver en todo ello la indicación de que la serpiente, desde épocas sin duda muy remotas, ha tenido una importancia insospechada hoy; y, si se estudiaran detenidamente todos los aspectos de su simbolismo, especialmente en Egipto y en la India, podría llegarse sin duda a muy inesperadas comprobaciones. SFCS: SHET

Volvamos ahora a la forma de la letra nûn, que da lugar a una observación importante desde el punto de vista de las relaciones existentes entre los alfabetos de las diversas lenguas tradicionales: en el alfabeto sánscrito, la letra correspondiente, na, reducida a sus elementos geométricos fundamentales, se compone igualmente de una semicircunferencia y de un punto; pero aquí, estando la convexidad vuelta hacia lo alto, es la mitad superior de la circunferencia, y no ya su mitad inferior, como en el nûn árabe. Es, pues, la misma figura colocada en sentido inverso, o, para hablar con más exactitud, son dos figuras rigurosamente complementarias entre sí; en efecto, si se las reúne, los dos puntos centrales se confunden, naturalmente, y se tiene el círculo con el punto en el centro, figura del ciclo completo, que es a la vez el símbolo del Sol en el orden astrológico y el del oro en el orden alquímico (Se podrá recordar aquí el simbolismo del “Sol espiritual” y del “Embrión de Oro” (Hiranyagarbha) en la tradición hindú; además, según ciertas correspondencias, el nûn es la letra planetaria del Sol). Así como la semicircunferencia inferior es la figura del arca, la superior es la del arco iris, el cual es el análogo de aquélla en la acepción más estricta de la palabra, o sea con la aplicación del “sentido inverso”; son también las dos mitades del “Huevo del Mundo”, una “terrestre”, en las “aguas inferiores”, y otra “celeste”, en las “aguas superiores”; y la figura circular, que estaba completa al comienzo del ciclo, antes de la separación de esas dos mitades, debe reconstituirse al fin de él (Cf. Le Roi du Monde, cap. XI). Podría decirse, pues, que la reunión de las dos figuras de que se trata representa el cumplimiento del ciclo, por la unión de su comienzo y de su fin, tanto más cuanto que, si se las refiere más particularmente al simbolismo “solar”, la figura del na sánscrito corresponde al sol levante y la del nûn árabe al sol poniente. Por otra parte, la figura circular completa es habitualmente el símbolo del número 10, siendo 1 el centro y 9 la circunferencia; pero aquí, al obtenérsela por la unión de dos nûn, vale 2 X 50=100=102, lo que indica que dicha unión debe operarse en el “mundo intermedio”; ella, en efecto, es imposible en el mundo inferior, que es el dominio de la división y la “separatividad”, y, al contrario, es siempre existente en el mundo superior, donde está realizada de modo principial, permanente e inmutable, en el “eterno presente”. SFCS: LOS MISTERIOS DE LA LETRA NÛN

A estas ya largas observaciones, agregaremos solo unas palabras para señalar la relación con un asunto al cual hace poco se ha hecho alusión aquí mismo (F. Schuon, “Le Sacrifice”, en É.T., abril de 1938, pág. 137, n. 2. (El pasaje aludido dice: “…para volver a la India, hay razón de decir que la expansión de una tradición ortodoxa extranjera, el islamismo, parece indicar que el hinduismo no posee ya la plena vitalidad o actualidad de una tradición íntegramente conforme a las condiciones de una época cíclica determinada. Este encuentro del islamismo, que es la última posibilidad emanada de la tradición primordial, y del hinduismo, que es sin duda la rama más directa de ella, es por lo demás muy significativa y daría lugar a consideraciones harto complejas”)): lo que acabamos de decir en último lugar permite entrever que el cumplimiento del ciclo, tal como lo hemos encarado, debe guardar cierta correlación, en el orden histórico, con el encuentro de las dos formas tradicionales que corresponden a su comienzo y su fin, y que tienen respectivamente por lenguas sagradas el sánscrito y el árabe: la tradición hindú, en cuanto representa la herencia más directa de la Tradición primordial, y la tradición islámica, en cuanto “sello de la Profecía” y, por consiguiente, forma última de la ortodoxia tradicional en el actual ciclo. SFCS: LOS MISTERIOS DE LA LETRA NÛN

Pero volvamos al nombre de la Vârâhî, que da lugar a observaciones particularmente importantes: se la considera como un aspecto de la Çakti (energía, aspecto “femenino”) de Vishnu, y mas especialmente en relación con su tercer avatâra, lo cual, dado el carácter “solar” del dios, muestra inmediatamente que ella es idéntica a la “tierra solar” o “Siria” primitiva, de que hemos hablado en otras oportunidades (Ver “La Ciencia de las letras” (aquí cap. VI) y “La Tierra del Sol” (aquí cap. XII)), y que es además una de las designaciones de la Tula hiperbórea, es decir, del centro espiritual primordial. Por otra parte, la raíz var-, para el nombre del jabalí, se encuentra en las lenguas nórdicas con la forma bor- (De ahí el inglés boar y también el alemán Eber); el exacto equivalente de Vârâhî es, pues, “Bórea”; y lo cierto es que el nombre habitual de “Hiperbórea” solo fue empleado por los griegos en una época en que habían perdido ya el sentido de esa antigua designación; valdría más, pues, pese al uso desde entonces prevaleciente, calificar a la tradición primordial, no de “hiperbórea”, sino simplemente de “bórea”, afirmando así sin equívoco su conexión con la “Bórea” o “tierra del jabalí”. SFCS: EL JABALI Y LA OSA

En la misma tradición, el nombre más común de la Osa Mayor es Sapta- Rksha; y la palabra sánscrita rksha es el nombre del oso, lingüísticamente idéntico al que se le da en otras lenguas: el céltico arth, el griego árktos, e inclusive el latín ursus. Empero, cabe preguntarse si es ése el sentido primero de la expresión Sapta-Rksha, o si más bien, en correspondencia con la sustitución a que acabamos de referirnos, no se trata de una especie de superposición de palabras etimológicamente distintas pero vinculadas y hasta identificadas por la aplicación de cierto simbolismo fónico. En efecto, rksha es también, de modo general, una estrella, es decir, en suma, una “luz” (archis, de la raíz arch- o ruch- ‘brillar’ o ‘iluminar’); y por otra parte el Sapta-Rksha es la morada simbólica de los siete Rshi, los cuales, aparte de que su nombre se refiere a la “visión” y por lo tanto a la luz, son además las siete “Luces” por las cuales se trasmitió al ciclo actual la Sabiduría de los ciclos anteriores (Se advertirá la persistencia de estas “siete Luces” en el simbolismo masónico: la presencia de un mismo número de personas que las representan es necesaria para la constitución de una logia “justa y perfecta”, así como para la validez de la transmisión iniciática. Señalemos también que las siete estrellas de que se habla al comienzo del Apocalipsis (1, 16 y 20) serían, según ciertas interpretaciones, las de la Osa Mayor). La vinculación así establecida entre el oso y la luz no constituye, por lo demás, un caso aislado en el simbolismo animalístico, pues se encuentra algo semejante para el lobo, tanto entre los celtas como entre los griegos (En griego, el lobo es lykos y la luz lykê; de ahí el epíteto, de doble sentido, del Apolo Licio), de donde resultó la atribución de ese animal al dios solar, Belen o Apolo. SFCS: EL JABALI Y LA OSA

Antes de dejar el tema, formularemos una observación lingüística a la cual quizá no haya de atribuirse demasiada importancia, pero que es por lo menos curiosa: la palabra egipcia hor, nombre de Horus, parece significar propiamente ‘corazón’; Horus sería, en tal caso, el “Corazón del Mundo”, según una designación que se encuentra en la mayoría de las tradiciones y que, por lo demás, conviene perfectamente al simbolismo de ese dios, en la medida en que es posible aprehenderlo. Podría uno sentirse tentado, a primera vista, de relacionar esa palabra hor con el latín cor, que tiene el mismo sentido, y ello tanto más cuanto que, en las diferentes lenguas, las raíces similares que designan al corazón se encuentran tanto con gutural como con aspirada por letra inicial (Respetamos la terminología del autor; sería más exacto: “se encuentran tanto con velar como con aspirada por consonante inicial”; también, hacia el final del articulo, se tendrá en cuenta que el hêt hebreo, más bien que una “aspirada”, es una “constrictiva” faríngea. (N. del T)): así, por una parte, hr o hrdaya en sánscrito, heart en inglés, herz en alemán, y por otra, kêr o kárdion en griego, y cor (genitivo cordis) en latín; pero la raíz común de todas estas palabras, incluida la última de ellas, es en realidad HRD o KRD, y no parece que pueda ser así en el caso de egipcio hor, de modo que se trataría aquí, no de una real identidad de raíz, sino solo de una suerte de convergencia fónica, que no es menos singular. Pero he aquí algo quizá aún más notable y, en todo caso, directamente vinculado con nuestro tema: en hebreo, la palabra hôr o hûr, escrita con hêt, significa ‘caverna’; no queremos decir que haya un vínculo etimológico entre las dos palabras, hebrea y egipcia, aunque en rigor pueden tener un origen común más o menos remoto; pero en el fondo poco importa, pues, cuando se sabe que en ninguna parte puede haber nada puramente fortuito, la relación no resulta menos digna de interés. Esto no es todo: en hebreo igualmente, hôr o har, esta vez escritos con hê, significa ‘montaña’; si se observa que el hêt es, en el orden de las aspiradas, un refuerzo o endurecimiento del hê, lo que señala en cierto modo una especie de “compresión”, y que además aquella letra expresa por sí misma, ideográficamente, un límite o encerramiento, se ve que, por la relación misma entre las dos palabras, la caverna está indicada como el lugar cerrado en el interior de la montaña, lo que es exacto tanto literal como simbólicamente; y nos vemos así reconducidos una vez más a las relaciones entre la montaña y la caverna, que hemos de examinar más en particular en lo que sigue. SFCS: EL CORAZON Y LA CAVERNA

Hemos explicado anteriormente que el eje solsticial del Zodíaco, relativamente vertical con respecto al eje de los equinoccios, debe considerarse como la proyección, en el ciclo solar anual, del eje polar norte-sur; según la correspondencia del simbolismo temporal con el simbolismo espacial de los puntos cardinales, el solsticio de invierno es en cierto modo el polo norte del año y el solsticio de verano su polo sur, mientras que los dos equinoccios, el de primavera y el de otoño, corresponden respectivamente, y de modo análogo, al este y al oeste (En el día, la mitad ascendente es de medianoche a mediodía, la mitad descendente de mediodía a medianoche: medianoche corresponde al invierno y al norte, mediodía al verano y al sur; la mañana corresponde a la primavera y al este (lado de la salida del sol), la tarde al otoño y al oeste (lado de la puesta del sol). Así, las fases del día, como las del mes, pero en escala aún más reducida, representan analógicamente las del año; ocurre lo mismo, de modo más general, para un cielo cualquiera, que, cualquiera fuere su extensión, se divide siempre naturalmente según la misma ley cuaternaria. De acuerdo con el simbolismo cristiano, el nacimiento del Avatâra ocurre no solamente en el solsticio de invierno, sino también a medianoche; está así, pues, en doble correspondencia con la “puerta de los dioses”. Por otra parte, según el simbolismo masónico, el trabajo iniciático se cumple “de mediodía a medianoche”, lo que no es menos exacto si se considera el trabajo como una marcha efectuada de la “puerta de los hombres” a la “puerta de los dioses”; la objeción que se podría estar tentado de hacer, en razón del carácter “descendente” de este período, se resuelve por una aplicación del “sentido inverso” de la analogía, como se verá más adelante). Empero, en el simbolismo védico, la puerta del deva-loka (‘mundo de los dioses’) está situada al noreste, y la del pitr-loka al sudoeste; pero esto debe considerarse solo como una indicación más explícita del sentido en que se efectúa la marcha del ciclo anual. En efecto, conforme a la correspondencia recién mencionada, el período “ascendente” se desarrolla de norte a este y luego de este a sur; análogamente, el período “descendente” se desarrolla de sur a oeste y luego de oeste a norte (Esto está en relación directa con la cuestión del sentido de las “circumambulaciones” rituales en las diferentes formas tradicionales: según la modalidad “solar” del simbolismo, ese sentido es el que indicamos aquí, y la “circumambulación” se cumple teniendo constantemente a la derecha el centro en torno del cual se gira; según la modalidad “polar”, se cumple en sentido opuesto al anterior, o sea teniendo el centro siempre a la izquierda. El primer caso es el de la pradákshinâ, tal como está en uso en las tradiciones hindú y tibetana; el segundo se encuentra particularmente en la tradición islámica; quizá no carezca de interés señalar que el sentido de esas “circumambulaciones”, respectivamente de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, corresponde igualmente a la dirección de la escritura en las lenguas sagradas de dichas formas tradicionales. En la masonería, en su forma actual, el sentido de las “circumambulaciones” es solar; pero parece, al contrario, haber sido “polar” en el antiguo ritual “operativo”, según el cual el “trono de Salomón” estaba además situado a occidente y no a oriente); podría decirse, pues, con mayor precisión aún, que la “puerta de los dioses” está situada al norte y vuelta hacia el este, que se considera siempre como el lado de la luz y de la vida, y que la “puerta de los hombres” está situada al sur y vuelta hacia el oeste, que, análogamente, se considera como el lado de la sombra y la muerte; y así quedan exactamente determinadas las dos vías permanentes, la una clara, la otra oscura, del mundo manifestado; por la una, no hay retorno (de lo no-manifestado a lo manifestado); por la otra, se vuelve atrás (a la manifestación) (Bhágavad-Gitâ, VIII, 26. Puede observarse que la “claridad” y la “oscuridad”, que caracterizan respectivamente a estas dos vías, corresponden exactamente a los dos principios complementarios, yang y yin, de la tradición extremo-oriental). SFCS: LAS PUERTAS SOLSTICIALES

Jano, en el aspecto de que ahora se trata, es propiamente el ianitor (‘portero’) que abre y cierra las puertas (ianuae) del ciclo anual, con las llaves que son uno de sus principales atributos; y recordaremos a este respecto que la llave es un símbolo “axial”. Esto se refiere, naturalmente, al aspecto “temporal’ del simbolismo de Jano: sus dos rostros, según la interpretación más habitual, se consideran como representación respectiva del pasado y el porvenir; ahora bien: tal consideración del pasado y el porvenir se encuentra también, como es evidente, para un ciclo cualquiera, por ejemplo el ciclo anual, cuando se lo encara desde una u otra de sus extremidades. Desde este punto de vista, por lo demás, importa agregar, para completar la noción del “triple tiempo”, que entre el pasado que ya no es y el porvenir que no es aún, el verdadero rostro de Jano, aquel que mira el presente, no es, se dice, ninguno de los dos visibles. Ese tercer rostro, en efecto, es invisible porque el presente, en la manifestación temporal, no constituye sino un inaprehensible instante (Por esta misma razón ciertas lenguas, como el hebreo y el árabe, no tienen forma verbal correspondiente al presente); pero, cuando el ser se eleva por sobre las condiciones de esta manifestación transitoria y contingente, el presente contiene, al contrario, toda realidad. El tercer rostro de Jano corresponde, en otro simbolismo, el de la tradición hindú, al ojo frontal de Çiva, invisible también, puesto que no representado por órgano corporal alguno, ojo que figura el “sentido de la eternidad”; una mirada de ese tercer ojo lo reduce todo a cenizas, es decir, destruye toda manifestación; pero, cuando la sucesión se transmuta en simultaneidad, lo temporal en intemporal, todas las cosas vuelven a encontrarse y moran en el “eterno presente”, de modo que la destrucción aparente no es en verdad sino una “transformación”. SFCS: EL SIMBOLISMO SOLSTICIAL DE JANO

El equívoco implicado en una expresión tal como corner-stone reposa en definitiva en los diferentes sentidos posibles del término “ángulo”; Coomaraswamy señala que, en diversas lenguas, las palabras que significan ‘ángulo’ están a menudo en relación con otras que significan ‘cabeza’ y ‘extremidad’: en griego, kephalè, ‘cabeza’ o, en arquitectura, ‘capitel’ (capitulum, diminutivo de caput), no puede aplicarse sino a una sumidad; pero ákros (sánscrito agra) puede indicar una extremidad en cualquier dimensión, es decir, en el caso de un edificio, tanto la sumidad a la cual designa, es verdad, más habitualmente, como cualquiera de los cuatro ángulos o esquinas (la palabra correspondiente en francés, coin, está etimológicamente emparentada con el griego gônía, ‘ángulo’ (mientras que “esquina” procede del árabe rukn, ‘ángulo’)). Pero todavía más importante, desde el punto de vista de los textos concernientes a la “piedra angular” en la tradición judeocristiana, es la consideración de la palabra hebrea que significa ‘ángulo’: esa palabra es pinnáh, y se la encuentra en las expresiones eben pinnáh, ‘piedra angular’, y ro’sh pinnáh, ‘cabeza de ángulo’; y resulta particularmente notable que, en sentido figurado, la misma palabra se emplea para significar ‘jefe’: una expresión que designa a los ‘jefes del pueblo’ (pinnôt ha-‘am) está literalmente traducida en la Vulgata por anguli populorum (I Samuel, XIV, 38; la versión griega de los Setenta emplea igualmente aquí la palabra gônia). Un ‘jefe’ o ‘caudillo’ es etimológicamente el ‘cabeza’ (caput), y pinnáh se relaciona, por su raíz, con penè, que significa ‘faz’; la relación estrecha entre las ideas de “cabeza” y de “faz” es evidente, y, además, el término “faz” pertenece a un simbolismo de muy general difusión, que merecería examinarse aparte (Cf. A. M. Hocart, Les Castes, PP. 151-54, acerca de la expresión “faces de la tierra” empleada en las islas Fiji para designar a los jefes. La palabra griega Kárai servía, en los primeros siglos del cristianismo, para designar las cinco “faces” o “caras” o “cabezas” de la Iglesia, es decir, los cinco patriarcados principales, cuyas iniciales reunidas formaban precisamente esa palabra: Constantinopla, Alejandría, Roma, Antioquía, Jerusalén ( = Ierousalêm)). Otra idea conexa es también la de “punta” (que se encuentra en el sánscrito agra, el griego ákros, el latín acer y acies); ya hemos hablado del simbolismo de las puntas con motivo del de las armas y los cuernos (Cabe advertir que la palabra inglesa corner es evidentemente un derivado de corne (francés, ‘cuerno’)), y hemos visto que se refiere a la idea de extremidad, pero más en particular en lo que concierne a la extremidad superior, es decir, al punto más elevado o sumidad; todas estas vinculaciones no hacen, pues, sino confirmar lo que hemos dicho sobre la situación de la “piedra angular” en la sumidad del edificio: aun si hay otras “piedras angulares” en el sentido más general de esta expresión (En este sentido, las cuatro piedras angulares no existen solamente en la base, sino también en un nivel cualquiera de la construcción; y esas piedras son todas de la misma forma común, rectilínea y rectangular (es decir, talladas on the square, pues la palabra square tiene la doble significación de ‘escuadra’ y ‘cuadrado’), contrariamente a lo que ocurre en el caso único de la keystone), solo aquélla es en realidad “la piedra angular” por excelencia. SFCS: LA “PIEDRA ANGULAR”

Se ha querido derivar Kybélê de kybos, y esto, por lo menos, no tiene contrasentido, como el que acabamos de señalar; pero, por otra parte, esta etimología tiene en común con la precedente el defecto de tomar en consideración solo las dos primeras de las tres letras que constituyen la raíz de Kybélê, lo que la hace igualmente imposible desde el punto de vista propiamente lingüístico (Incidentalrnente, señalaremos a este respecto que es inclusive muy dudoso, pese a una sinonimia exacta y a una similitud fónica parcial, que pueda haber verdadero parentesco lingüistico entre el griego Kybos (‘cubo’) y el árabe Ka’b (ídem), en razón de la presencia en esta última de la letra ‘ayn; como esta letra no tiene equivalente en las lenguas europeas y en realidad no puede transcribirse (con un valor asimilable al de ninguna letra latina), los occidentales la olvidan o la omiten muy a menudo, lo que trae por consecuencia numerosas asimilaciones erróneas entre palabras cuyas raíces respectivas se diferencian netamente). Si se quiere ver entre ambos términos solo cierta similitud fónica que puede tener, como a menudo ocurre, algún valor desde el punto de vista simbólico, ya es cosa muy distinta; pero, antes de estudiar más detenidamente este punto, diremos que, en realidad, el nombre de Cibeles no es de origen griego, y que su verdadera etimología no tiene, por lo demás, nada de enigmático ni dudoso. Ese nombre, en efécto, se vincula directamente con el hebreo gebal, árabe djábal, ‘montaña’; la diferencia de la primera consonante no puede dar lugar a objeción alguna a este respecto, pues el cambio de g en k o inversamente no es sino una modificación secundaria de la que pueden encontrarse muchos otros ejemplos (Así, la palabra hebrea y árabe kabîr tiene un parentesco evidente con el hebreo gibbor y el árabe djabbâr; es verdad que la primera tiene sobre todo el sentido de ‘grande’ y las otras dos el de ‘fuerte’, pero no es sino un simple matiz; los Gibborîm del Génesis son a la vez los ‘gigantes’ y los ‘fuertes’). Así, Cibeles es propiamente la “diosa de la montaña” (Notemos, de paso, que Gebal era también el nombre de la ciudad fenicia de Biblos; sus habitantes eran llamados giblîm, nombre que quedó como “palabra de orden” en la masonería. A este propósito, hay una vinculación en que parece no haberse reparado nunca; cualquiera sea el origen histórico de la denominación de los “gibelinos” (ghibellini) en la Edad Media, presenta con el nombre giblîm una similitud de lo más notable y, si no se trata más que de una “coincidencia”, no deja de ser bastante curiosa); y, cosa muy digna de nota, su nombre, por esa significación, es el exacto equivalente del de Pàrvatî en la tradición hindú. SFCS: PIEDRA NEGRA Y PIEDRA CÚBICA

Para hacerlo comprender, volveremos al simbolismo, ya indicado ( “Le Coeur rayonnant et le Coeur enflammé” (cf. aqui, cap. LXIX)), según el cual el corazón se asimila al sol y el cerebro a la luna. Ahora bien; el sol y la luna, o más bien los principios cósmicos representados por estos dos astros, se figuran a menudo como complementarios, y en efecto lo son desde cierto punto de vista; se establece entonces entre ambos una suerte de paralelismo o de simetría, ejemplos de lo cual sería fácil encontrar en todas las tradiciones. Así, el hermetismo hace del sol y la luna (o de sus equivalentes alquímicos, el oro y la plata) la imagen de los dos principios, activo y pasivo, o masculino y femenino según otro modo de expresión, que constituyen ciertamente los dos términos de un verdadero complementarismo (Por otra parte, debe señalarse que, en cierto respecto, cada uno de los dos términos puede polarizarse a su vez en activo y pasivo, de donde las figuraciones del sol y de la luna como andróginos; así, Jano, en uno de sus aspectos, es Lunus-Luna, según lo hemos señalado anteriorrnente (“Á propos de quelques symboles hermético-religieux”, en Reg., diciembre de 1925, cuya materia fue retomada en el artículo que forma aquí el cap. XVIII: “Algunos aspectos del simbolismo de Jano”). Puede comprenderse, por consideraciones análogas, que la fuerza centrífuga y la centrípeta estén referidas respectivamente, desde cierto punto de vista, al cerebro y al corazón, y que, desde otro, lo estén ambas al corazón, como correspondiendo a dos fases complementarias de su función central). Por otra parte, si se consideran las apariencias de nuestro mundo, según es legítimo hacerlo, el sol y la luna tienen efectivamente papeles comparables y simétricos, siendo, según la expresión bíblica, “los dos grandes luminares, el luminar mayor como regidor del día y el luminar menor como regidor de la noche” (Génesis, 1, 16); y algunas lenguas extremo-orientales (chino, annamita, malayo) los designan con términos que son, análogamente, simétricos, pues significan “ojo del día” y “ojo de la noche” respectivamente. Empero, si se va más allá de las apariencias, no es posible ya mantener esa especie de equivalencia, puesto que el sol es por sí mismo una fuente de luz, mientras que la luna no hace sino reflejar la luz que recibe de él (Esto podría generalizarse: la “receptividad” caracteriza siempre y en todas partes al principio pasivo, de modo que no hay verdadera equivalencia entre éste y el principio activo, aunque, en otro sentido, sean mutuamente necesarios, no siendo el uno activo y el otro pasivo sino en esa su mutua relación). La luz lunar no es en realidad sino un reflejo de la luz solar; podría decirse, pues, que la luna, en cuanto “luminar”, no existe sino por el sol. SFCS: CORAZON Y CEREBRO

Lo que es válido del sol y la luna lo es también del corazón y el cerebro, o, por decir mejor, de las facultades a las cuales corresponden esos dos órganos y que están simbolizadas por ellos, es decir, la inteligencia intuitiva y la inteligencia discursiva o racional. El cerebro, en cuanto órgano o instrumento de esta última, no desempeña verdaderamente sino un papel de “transmisor” o, si se quiere, de “transformador”; y no sin motivo se aplica la palabra “reflexión” al pensamiento racional, por el cual las cosas no se ven sino como en espejo, quasi per speculum, como dice San Pablo. No sin motivo tampoco una misma raíz, man- o men-, ha servido en lenguas diversas para formar los numerosos vocablos que designan por una parte la luna (griego menê, inglés moon alemán Mond) (De ahí también el nombre del “mes” (latín mensis. inglés month, alemán Monat), que es propiamente la “lunación”. A la misma. raíz pertenece igualmente la idea de “medida” (lat. mensura) y a la división o reparto; pero esto también nos llevaría demasiado lejos), y por otra la facultad racional o lo “mental” (sánscrito manas, latín mens, inglés mind) (La memoria se encuentra también designada por palabras similares (griego mnésis, mnêmosynê); en efecto, ella también no es sino una facultad “reflejante”, y la luna, en cierto aspecto de su simbolismo, se considera como representante de la “memoria cósmica”), y también, consiguientemente, al hombre considerado más especialmente según la naturaleza racional por la cual se define específicamente (sánscrito mànava, inglés man, alemán Mann y Mensch) (De ahí proviene igualmente el nombre de la Minerva (o Menerva) de los etruscos y latinos; es de notar que la Athêna de los griegos, que le está asimilada, se considera nacida del cerebro de Zeus y tiene por atributo la lechuza, la cual, en su carácter de ave nocturna, se refiere también al simbolismo lunar; a este respecto, la lechuza se opone al águila, que, al poder mirar al sol de frente, representa a menudo la inteligencia intuitiva o la contemplación directa de la luz inteligible). La razón, en efecto, que no es sino una facultad de conocimiento mediato, es el modo propiamente humano de la inteligencia; la intuición intelectual puede llamarse suprahumana, puesto que es una participación directa de la inteligencia universal, la cual, residente en el corazón, es decir, en el centro mismo del ser, allí donde está su punto de contacto con lo Divino, penetra a ese ser desde el interior y lo ilumina con su irradiación. SFCS: CORAZON Y CEREBRO

Ante todo, es de notar que el griego pólis y el latín civitas, que designan la ‘ciudad’, corresponden respectivamente, por sus raíces, a los dos elementos de que está formada la palabra purusha, aunque, en razón de ciertos cambios fonéticos de una lengua a otra, esto pueda no evidenciarse a primera vista. En efecto, la raíz sánscrita pr- o pur- corresponde en las lenguas europeas a pel- (Sabido es que los sonidos r y l están fonéticarnente muy próximos entre sí y cambian fácilmente uno en otro), de modo que pura y pólis son estrictamente equivalentes; esta raíz expresa, desde el punto de vista cualitativo, la idea de ‘plenitud’ (sánscrito puru y pûrna, griego pléos, latín plenus, inglés full), y, desde el punto de vista cuantitativo, la de ‘pluralidad’ (griego polys, latín plus, alemán viel). Una ciudad no existe, evidentemente, sino por la reunión de una pluralidad de individuos que la habitan y constituyen su “población” (la palabra populus es del mismo origen), lo que podría ya justificar, para designarla, el empleo de términos como aquellos de que se trata; pero no es éste, empero, sino el aspecto más exterior, y lo más importante, cuando se quiere ir al fondo de las cosas, es la consideración de la idea de plenitud. A este respecto, sabido es que lo pleno y lo vacío, considerados como correlativos, son una de las representaciones simbólicas tradicionales del complementarismo del principio activo y el pasivo; en el caso presente, puede decirse que Púrusha llena por su presencia la “Ciudad divina” con todas sus extensiones y dependencias, es decir, la integralidad del ser, que sin esa presencia no sería sino un campo (kshetra) vacío, o, en otros términos, una pura potencialidad desprovista de toda existencia actualizada. También Púrusha, según los textos upaníshádicos, esclarece “ese todo” (sárvam ídam) por su irradiación, imagen de su actividad “no-actuante” por la cual toda manifestacíón se realiza, según la “medida” misma determinada por la extensión efectiva de esa irradiación (Ver Le Règne de la quantité et les signes des temps, cap. III), tal como, en el simbolismo apocalíptico de la tradición cristiana, la “Jerusalén Celeste” está íntegramente iluminada por la luz del Cordero que reposa en su centro “como inmolado”, o sea en un estado de “no-actuante” (Recordaremos además que la manifestación de la Shejináh o “Presencia divina” se representa siempre como una luz). Podernos agregar aún a este respecto que la inmolación del Cordero “desde el comienzo del mundo” es en realidad la misma cosa que el sacrificio védico de Púrusha, por el cual éste se divide en apariencia, en el origen de la manifestacion, para residir a la vez en todos los seres y en todos los mundos (Ver “Rassembler ce qui est épars” (aquí, cap. XLVI: “Reunir lo disperso”)), de modo que, si bien siendo siempre esencialmente uno y conteniéndolo todo principialmente en su unidad misma, aparece exteriormente como múltiple, lo que corresponde además exactamente a las dos ideas de plenitud y pluralidad a que nos referíamos poco antes; y también por eso se dice que “hay en el mundo dos Púrusha, el uno destructible y el otro indestructible: el primero está repartido entre todos los seres; el segundo es el inmutable” (Bhágavad-Gitâ, XV, 16; según la continuación de este texto, Purushóttama, que es idéntico a Paramâtmâ, está más allá de estos dos aspectos, pues es el Principio supremo, trascendente con respecto a toda manifestación: no está “en el mundo”, sino que, al contrario, todos los mundos están en Él). SFCS: LA CIUDAD DIVINA

Por otra parte, el latín civitas deriva de una raíz kei- que, en las lenguas occidentales, equivale a la raíz sánscrita çî- (de donde çaya); su sentido preciso es el de ‘reposo’ (griego kéisthai, ‘estar tendido’, ‘yacer’), del cual el de ‘residencia’ o de morada estable, como lo son las de una ciudad, no es en suma sino una consecuencia directa. Púrusha que reposa en la “Ciudad divina” puede decirse el único “ciudadano” (civis) de ella (La expresión griega equivalente, mónos polítês, ha sido aplicada a Dios por Filón), puesto que la multitud de habitantes que la “pueblan” no existe verdaderamente sino para él, siendo producida íntegramente por su propia luz y animada por su propio hálito (prâna), donde, por lo demás, rayos luminosos y hálito vital no son, de hecho, sino dos aspectos del sûtrâtmâ. Si se considera la “Ciudad divina” (o “el Reino de Dios” que “está en nosotros” según las palabras evangélicas) en su acepción más estricta, como únicamente el centro mismo del ser, va de suyo que solo Púrusha reside allí en realidad; pero la extensión de dicho término al ser total, con todas sus facultades y todos sus elementos constitutivos, es igualmente legítima por las razones que acabamos de explicar, y no introduce cambio alguno a este respecto, ya que todo eso depende enteramente de Púrusha y recibe de él hasta la existencia misma. Las funciones vitales y las facultades del ser se comparan a menudo, en su relación con Púrusha, con los súbditos o los servidores de un rey, y hay entre ellas una jerarquía similar a la de las diversas castas en la sociedad humana (Este punto de vista ha sido particularmente desarrollado por Platón en La República); el palacio donde reside el rey y desde donde dirige todo es el centro o el corazón de la ciudad (En el origen, este palacio era al mismo tiempo un templo; tal doble carácter se encuentra también a veces en las épocas “históricas”, y recordaremos en particular aquí el ejemplo del Ming-Tang en China (ver La Grande Triade, cap. XVI)); su parte esencial, de la cual todo el resto no constituye sino como prolongaciones o “extensiones” (sentido que está contenido también en la raíz kei-); pero, por supuesto, los súbditos no están nunca con respecto al rey en un estado de dependencia absoluta como aquel de que tratamos, porque, si bien la función real es única en la ciudad y la situación del “gobernante” es esencialmente distinta de la de los “gobernados” (En su mutua relación, el “gobernante” es “en acto” y los “gobernados” son “en potencia” según el lenguaje aristotélico y escolástico; por eso, en la concepción tradicional, el rey y su reino están entre sí en la relación de principio activo y principio pasivo respectivamente; pero, en cambio, el rey, en cuanto ejerce el poder temporal, se hace a la vez principio pasivo con respecto a la autoridad espiritual (cf. A. K. Coomaraswamy, Spiritual Authority and Temporal Power in the Theory ol Indian Government)), el rey mismo es con todo un ser humano al igual que sus súbditos, y no un principio de otro orden. Otra imagen, más exacta, está dada por el juego de títeres, ya que éstos no están animados sino por la voluntad de un hombre que los hace mover a su arbitrio (y el hilo por medio del cual los mueve es, naturalmente, otro símbolo del sûtrâtmâ); y a este respecto se encuentra un “mito” particularmente notable en el Kathâ-Sárit-Sàgara (Cf. A. K. Coomaraswamy, “‘Spiritual Paternity’ and the ‘Puppet Complex’”, en Psychiatry, número de agosto de 1945). Se trata allí de una ciudad enteramente poblada de autómatas de madera, que se comportan en todo como seres vivos, salvo que les falta la palabra; en el centro hay un palacio donde reside un hombre que es la “única consciencia” (ékakam chétanam) de la ciudad y la causa de todos los movimientos de esos autómatas, fabricados por él mismo; y cabe notar que ese hombre es carpintero, lo que lo asimila a Viçvakarma, es decir, al Principio divino en cuanto constructor y ordenador del Universo (Ver “Maçons et Charpentiers”, en É. T., diciembre de 1946). SFCS: LA CIUDAD DIVINA