Pedro Lain Entralgo — A curação pela palavra
I. — La palabra epode y las con ella emparentadas — los verbos epado, katepado y exepado, el adjetivo y el sustantivo epodos — se hallan usadas en los escritos platónicos, si no yerra mi recuento, no menos de 52 veces1 : 20 en el Cármides, 2 en el Gorgias, 1 en el Menón, 2 en el Eutidemo, 1 en el Banquete, 5 en el Fedón, 4 en la República, 1 en el Pedro, 2 en el Teeteto y 14 en las Leyes. Esta enumeración demuestra con entera claridad que la idea de la epode estuvo presente en la mente de Platón a lo largo de toda su vida de escritor, desde los diálogos de su juventud hasta los de su extrema vejez ; mas no deja de ser curioso que la frecuencia mayor del empleo corresponda a una de sus primeras obras, el Carmines, y a la que pasa por ser la postrera, las Leyes. Veremos luego la relación que existe entre estas concepciones inicial y final del ensalmo.
Pero la necesidad de considerar cronológicamente la visión platónica en la epode ha de acordarse desde ahora con otra, no menos importante, derivada del diverso sentido con que Platón va usando la palabra. Hay ocasiones en que el filósofo se limita a mencionar con ella, de un modo tradicional y directo, los ensalmos o conjuros mágicos que desde los tiempos prehoméricos venía practicando el pueblo griego. La palabra es, en tales casos, mucho más denominativa o descriptiva que interpretativa, aun cuando su significación concreta no se halle totalmente exenta de un juicio de valor, positivo unas veces y negativo otras. Hay textos, en cambio, en los cuales es patente la intención interpretativa. El término no es usado entonces según su sentido directo y tradicional, sino con una original significación metafórica o analógica. En consecuencia, habrá que estudiar por separado estos modos de empleo de la palabra epode, y analizar luego lo que ella significa en los dos diálogos donde el esfuerzo constructivo de Platón es más concluyente, el Cármides y las Leyes.
Desde la epode con que los hijos de Autólico curan la herida de Ulises, la mención de este rito terapéutico es frecuente en la literatura griega; recuérdese lo dicho en el capítulo anterior. Trátase, como sabemos, de una fórmula verbal de carácter mágico, de contenido variable, según los casos, y recitada o cantada ante el enfermo para conseguir su curación. Epode, en consecuencia, significa conjuro, ensalmo, encantamiento o hechizo: «conjuro» cuando predomina en el rito una intención imperante o coactiva; «ensalmo» cuando es la intención impetrativa o suplicante la que prevalece.
Platón alude a veces con muy estricta sobriedad a estas epodai tradicionales. Por ejemplo, cuando habla de cómo las parteras saben excitar o aliviar los dolores del parto mediante la recitación de ensalmos (Tee., 149 c), o cuando enumera los varios recursos terapéuticos del médico griego : medicamentos, cauterios, incisiones y ensalmos, epodai (Rep., IV, 426 b). A la mera enumeración de la práctica mágica se añade en otros casos la expresión de una clara actitud de vituperio moral e intelectual. Así acaece en el libro II de la República: en su alegato táctico en favor del vivir injusto, Adimanto menciona «los charlatanes y adivinos que van llamando a las puertas de los ricos y les convencen de que han recibido de los dioses el poder de borrar, por medio de conjuros realizados entre regocijos y fiestas, cualquier falta que haya cometido alguno de ellos o de sus antepasados» (Rep., II, 364 b)2. Todavía es más duro el ataque contra las epodai mágicas en los últimos libros de las Leyes. Quienes engañan y (menosprecian a los hombres «pretendiendo que pueden evocar las almas de los ¡muertos y prometiendo seducir hasta a los dioses, hechizándolos con sacrificios, plegarias y conjuros, kai epodais» (Leyes, X, 909 b), son condenados a incomunicación perpetua en la prisión central; y lo son a muerte los adivinos (mantis) e intérpretes de prodigios (teratoskopos) que tengan faima de perjudicar mediante invocaciones infernales, conjuros (epodais) y otras hechicerías (Leyes, XI, 933 d).
Con igual explicitud y univocidad se refieren a la epode ¡mágica otros textos de Platón; pero en ellos apunta ya de un modo o de otro la intención metafórica o analógica que hemos de estudiar en el apartado próximo. Tal acontece en la alusión al ensalmo que se hace en Leyes, X, 906 b : las «palabras lisonjeras y plegarias encantadoras» a que ahora se alude son tanto ensalmos stricto sensu como medios naturales de seducción. Y no menos evidente es el propósito de sacar a la epode del turbio y condenable dominio de la superstición y la impostura cuando Sócrates, en el Banquete, la incluye entre las varias formas de lo demónico (to daimonion): la ¡mántica, los sacrificios, las iniciaciones, los ensalmos, la adivinación y la magia (Banq., 201 e-203 a). En cuanto operación demónica, la epode es una de las vías para la mutua comunicación de los dioses y los hombres. En tal caso, ¿ podrá ser declarada absolutamente nefanda ?
Una página del Eutidemo nos introduce resueltamente en el campo de la utilización metafórica o analógica del vocablo. Sócrates propone, en efecto, una precisa clasificación dicotómica del arte de los ensalmos : en su sentido más estricto, ese arte consiste en encantar serpientes, tarántulas, escorpiones, otros animales y enfermedades; en otro sentido, es el de los hacedores de discursos (logopoioi), y se dirige a los jueces, a los miembros de la Asamblea y a las multitudes para encantarlas y calmarlas (Eutid., 290 a). La palabra del orador hábil es, pues, causa de encantamiento o de hechizo (kelesis), y por eso puede decirse que su arte es divino, inspirado por los dioses (289 e)3. Con ello el término epode puede ser legítimamente aplicado a actividades humanas muy diferentes del tratamiento imágico de heridas y enfermedades. Así lo habían hecho ya, como sabemos, no pocos escritores del siglo V.
No es parvo el empleo que Platón hace de este hallazgo literario. En las más diversas ocasiones, con los más distintos motivos, los personajes de sus diálogos llaman epode a la palabra psicológicamente eficaz, a la expresión verbal virtual o realmente persuasiva. En el Gorgias, con ocasión de una apasionada defensa de la ley del más fuerte, Cálleles llama «ensalmadores», a los que con discursos blandamente seductores persuaden a los niños de que lo justo y lo bello consisten en no tener más que los otros (484 a)4. Menón, por su parte, sostiene que Sócrates le llena de perplejidad con el «extremado ensalmo» de su dialéctica (Bien., 80 a) : la dialéctica es así llamada epode. Sócrates mismo, en el Fedro, después de haber aludido irónicamente al arte oratorio de varios sofistas, ensalza el poder verbal del «coloso de Calcedonia» — el sofista Trasímaco — , capaz de enfurecer a una multitud, y luego, sometidos los furiosos a sus ensalmos, de calmarla (267 d). No menos claro es el sentido no mágico de la epode en el Teeteto, cuando Sócrates, que antes ha recordado expresamente las epodaí de las parteras, llama mayéutica, arte de partear, a su personal arte de persuadir mediante la palabra, y dice a su discípulo que con él le encanta y hechiza (157 c). Y así es como puede entenderse rectamente la propuesta de convertir en epode el alegato que en la Republica intenta demostrar la acción nociva de la poesía: «en tanto la poesía no se haya justificado, hemos de oírla hechizándonos a nosotros mismos con el razonamiento que hemos hecho a modo de ensalmo, para librarnos de caer en un amor más bien propio de niños y del común de los hombres» (Rep., X, 608 a). Párrafo aparte merece la significación que la epode ostenta en el Fedón. El temor a la muerte es en el fondo un temor infantil, afirma Cebes, después de la argumentación socrática. Por tanto — concluye Sócrates — , necesitamos ensalmarnos o encantarnos a nosotros mismos a diario hasta que nuestro ensalmo haya extinguido en nosotros ese temor (77 e). Es preciso, pues, buscar a toda costa un encantador o ensalmador eficaz (agathon epodon) contra tales terrores5 ; o, lo que acaso sea más seguro entre hombres inteligentes, convertirse cada uno en el encantador de sí mismo (78 a). Sea, empero, uno u otro el caso, ¿ cuál habrá de ser el texto del ensalmo ? Por boca de Sócrates, ya al borde de la muerte, Platón da su respuesta en las últimas páginas del diálogo: es un mito, el largo y complejo mito del destino de las almas; un mito en el cual acaso no creerán los varones a quienes suele llamarse «sesudos» o «de buen sentido» (noun ekhontes) pero sí los hombres capaces de arriesgarse. «Bello es este riesgo, en efecto, y en tal género de creencias hay como un ensalmarse a sí mismo», es la definitiva sentencia de Sócrates (144 d). El mito, un relato bello y suasorio, actúa como epodé contra la nociva puerilidad del temor a la muerte.
La epode, que comenzó siendo conjuro o ensalmo mágico, ha venido a ser razonamiento o relato contra el error o contra los afectos dañosos. ¿De qué índole es esa transposición semántica ? ¿ Es una simple metáfora, como aseguran Boyancé6 y Dodds7 o algo más importante y profundo?
Para responder adecuadamente a esta interrogación comencemos por afirmar la existencia de una transición continua entre la metáfora y la analogía intrínseca. Una metáfora genuina es siempre algo más que una caprichosa asimilación verbal de dos realidades por completo dispares entre sí; y así, cuando Jorge Manrique llama metafóricamente a las vidas hujmanas «ríos que van a dar en la mar que es el morir», su expresión supone que entre la realidad de la vida humana y la realidad del río fluyente, tal y como el hombre las ve, hay una relación «real» y no puramente arbitraria. Yo diría, reduciendo la cuestión a fórmula escueta, que la metáfora es una analogía en que predomina la pars loquentis, y la analogía una metáfora en que predomina la pars rei. Cualquier ejemplo puede servir para convencerse de ello ; y, por lo tanto, también el uso que Platón hace de la palabra epode8. Un análisis del Cármides y las Leyes va a demostrárnoslo con evidencia.
- La recopilación que ofrece el Lexicón de Ast es incompleta.[↩]
- La capacidad de la manía para borrar culpas y males de carácter hereditario es también mencionada, pero sin tono de vituperio, en Fedro, 214 e. Los textos de la República serán citados por la traducción de J. M. Pabón y M. Fernández Galiano (Platón. La República, Madrid, 1949).[↩]
- En el conjunto del texto hay, como observa L. Méridier en su edición (Les Belles Lettres, París, 1949), una pequeña contradicción. Después de afirmar que el arte de los discursos es una parte del arte de los ensalmos, se dice que «apenas es inferior a él» (289 e.), como si fuese distinto. El sentido es: el arte de los discursos y el de los ensalmos son partes de un mismo todo, y apenas una de esas partes es inferior a la otra.[↩]
- Tal faena de persuasión sería inútil en el caso del hombre verdaderamente fuerte: ese hombre se rebelará contra la falsa educación, «echando por tierra nuestros escritos, nuestros sortilegios, nuestros ensalmos, todas nuestras leyes contrarias a la naturaleza…» — Gorg. 484 a.[↩]
- Sócrates, claro está, podría serlo de modo óptimo; pero Cebes y Simias se ven obligados a pensar en otro, porque el filósofo va a separarse de ellos.[↩]
- Op. cit., pág. 36: «l’usage même métaphorique du mot epode».[↩]
- Op. cit., pág. 226. Dodds habla textualmente de un «metaphorical sense».[↩]
- Acerca del problema de la analogía y la metáfora, véase : Ortega y Gasset, Obras completas (Madrid, 1916-4.7), I, 448-451; II, 379-392; III, 372-375, y VI, 256-261; B. Snell, «Gleichnis, Vergleich, Metapher, Analogie», en Die Entdeckung des Geistes, 3.a ed. (Hamburg, 1955), y mi estudio «Poesía, ciencia y realidad», en Palabras menores (Barcelona, 1952).[↩]