Guénon Rei do Mundo Epilogo

René Guénon — O Rei do Mundo
CAPÍTULO XII — ALGUNAS CONCLUSIONES
Del testimonio concordante de todas las tradiciones, se desprende muy claramente una conclusión: es la afirmación de que existe una «Tierra Santa» por excelencia, prototipo de todas las demás «Tierras Santas», centro espiritual al que todos los demás centros están subordinados. La «Tierra Santa» es también la «Tierra de los Santos», la «Tierra de los Bienaventurados», la «Tierra de los Vivos», la «Tierra de la Inmortalidad»; todas estas expresiones son equivalentes, y es menester agregar todavía la de «Tierra Pura»1, que Platón aplica precisamente a la «morada de los Bienaventurados»2. Esta morada se sitúa habitualmente en un «mundo invisible»; pero, si se quiere comprender de qué se trata, es menester no olvidar que ocurre lo mismo con las «jerarquías espirituales» de que hablan también todas las tradiciones, y que representan en realidad grados de iniciación3.

En el periodo actual de nuestro ciclo terrestre, es decir, en el Kali-Yuga, esta «Tierra Santa» defendida por «guardianes» que la ocultan a las miradas profanas asegurando no obstante algunas relaciones exteriores, es en efecto invisible, inaccesible, pero solo para aquellos que no poseen las cualificaciones requeridas para penetrar en ella. Ahora bien, su localización en una región determinada, ¿debe considerarse, como literalmente efectiva, o solo como simbólica, o es a la vez lo uno y lo otro? A esta cuestión, responderemos simplemente que, para nos, los hechos geográficos mismos, y también los hechos históricos, tienen, como todos los demás, un valor simbólico, que por lo demás, evidentemente, no les quita nada de su realidad propia en tanto que hechos, sino que les confiere, además de esta realidad inmediata, una significación superior4.

No pretendemos haber dicho todo lo que habría que decir sobre el tema al que se refiere el presente estudio, lejos de eso, y las aproximaciones mismas que hemos establecido podrán sugerir ciertamente muchas otras; pero, a pesar de todo, hemos dicho de él ciertamente mucho más de lo que se había hecho hasta aquí, y algunos quizás estén tentados de reprochárnoslo. No obstante, no pensamos que esto sea demasiado, y estamos persuadido incluso de que no hay nada en ello que no deba ser dicho, ello, aunque estemos menos dispuesto que nadie a contestar que haya lugar a considerar una cuestión de oportunidad cuando se trata de exponer públicamente algunas cosas de un carácter un poco desacostumbrado. Sobre esta cuestión de oportunidad, podemos limitarnos a una breve observación: es que, en las circunstancias en medio de las cuales vivimos al presente, los acontecimientos se desenvuelven con una tal rapidez que muchas cosas cuyas razones no aparecen todavía inmediatamente podrían encontrar, y más pronto de lo que nadie estaría tentado a creerlo, aplicaciones bastante imprevistas, si no enteramente imprevisibles. Queremos abstenernos de todo lo que, de cerca o de lejos, recuerde «profecías»; pero no obstante tenemos que citar aquí, para terminar, esta frase de Joseph de Maistre5, que es todavía más verdadera hoy que hace un siglo: «Es menester estar preparados para un acontecimiento inmenso en el orden divino, hacia el que marchamos con una velocidad acelerada que debe sorprender a todos los observadores. Oráculos temibles anuncian que los tiempos ya han llegado».




  1. Entre las escuelas búdicas que existen en Japón, hay una, la de Giô-dô, cuyo nombre se traduce por «Tierra Pura»; esto recuerda, por otra parte, la denominación islámica de los «Hermanos de la Pureza» (Ikhwân Es-Safâ), sin hablar de los Cátharos de la edad media occidental, cuyo nombre significa «puros». Por lo demás, es probable que la palabra Sûfî, que designa a los iniciados musulmanes (o más precisamente a los que han llegado a la meta final de la iniciación, de igual modo que los yogis en la tradición hindú), tenga exactamente la misma significación; en efecto, la etimología vulgar, que le hace derivar de sûf, «lana» (de la que habría estado hecha la vestimenta que llevaban los Sûfîs), es muy poco satisfactoria, y la explicación por el griego sophos, «sabio», aunque parece más aceptable, tiene el inconveniente de hacer llamada a un término extraño a la lengua árabe; así pues, pensamos que es menester admitir de preferencia la interpretación que hace venir Sûfî de safâ, «pureza». 

  2. La descripción simbólica de esta «Tierra Pura» se encuentra hacia el final del Phédon (traducción de Mario Meunier, pp. 285-289); ya se ha precisado que se puede establecer una especie de paralelo entre esta descripción y la que hace Dante del Paraíso terrestre (John Stewart, The Myths of Plato, pp. 101-113). 

  3. Por lo demás, los diversos mundos son propiamente estados, y no lugares, aunque puedan ser descritos simbólicamente como tales; la palabra sánscrita loka, que sirve para designarlos, y que es idéntica al latín locus, encierra en ella misma la indicación de este simbolismo espacial. Existe también un simbolismo temporal, según el cual estos mismos estados son descritos bajo la forma de ciclos sucesivos, aunque el tiempo, tanto como el espacio, no sea en realidad más que una condición propia a uno de entre ellos, de suerte que la sucesión no es aquí más que la imagen de un encadenamiento causal. 

  4. Esto puede ser comparado a la pluralidad de los sentidos según los cuales se interpretan los textos sagrados, y que, lejos de oponerse o de excluirse se completan y se armonizan al contrario en el conocimiento sintético integral. — Desde el punto de vista que indicamos aquí, los hechos históricos corresponden a un simbolismo temporal, y los hechos geográficos a un simbolismo espacial; por lo demás, entre los unos y los otros hay un lazo o una correlación necesaria, como entre el tiempo y el espacio mismos, y es por eso por lo que la localización del centro espiritual puede ser diferente según los periodos considerados. 

  5. Soirées de Saint-Pétersbourg, 11a conversación. — Para evitar toda apariencia de contradicción con la cesación de los oráculos a la que hemos aludido más atrás, y que Plutarco ya había observado, apenas hay de necesidad de hacer observar que esta palabra «oráculos» es tomada por Joseph de Maistre en un sentido muy amplio, el que se le da frecuentemente en el lenguaje corriente, y no en el sentido propio y preciso que tenía en la antigüedad. 

Guénon – Mistérios