CAPITULO PRIMERO
que muestra que la verdadera luz es Dios, y que el nombre “luz”, aplicado a otro ser, es puramente metafórico y que no debe tomárselo en sentido propio.
Para demostrarlo, es preciso, en primer lugar, determinar la significación de la palabra “luz” (nûr) según la primera acepción, la que tiene entre el común de los hombres (awâmm); luego, según la segunda acepción, la que tiene entre aquellos que poseen calificaciones espirituales particulares (khawâçç); y finalmente, según la tercera acepción, la que tiene entre la élite espiritual (khawâçç al-khawâçç). A continuación será preciso determinar la jerarquía de las luces de que se ocupa esa élite espiritual, así como sus esencias. Cuando esas jerarquías se manifiesten en sus diversos niveles, verás entonces claramente que Dios es la luz suprema y última, y cuando su naturaleza profunda te sea develada, será evidente para ti que solamente El, sin nada que se le asocie, es la luz real y verdadera.
En lo que concierne a la primera acepción, la que tiene entre el común de los hombres, la palabra “luz” remite a “aparición” (shuhûr). Mas la aparición es un fenómeno relativo. No puede negarse que una misma cosa puede aparecérsele a un hombre y permanecerle oculta a otro. Será, pues, relativamente aparente y relativamente oculta. Su aparición será necesariamente relativa a las facultades de percepción y, para el vulgo, las facultades de percepción más poderosas y más precisas son los sentidos, y entre ellos el sentido de la vista. Ahora bien, en relación con el sentido de la vista, las cosas se dividen en tres categorías:
- Aquéllas que no son visibles por sí mismas, tales como los cuerpos oscuros.
- Aquéllas que son visibles por sí mismas, pero que no hacen visibles a las demás, tales como los cuerpos brillantes y cuyo ejemplo son las estrellas o la brasa que no echa llama.
- Aquéllas que son visibles por sí mismas y-que tornan igualmente visibles a las otras, tales como el sol, la luna, la lámpara y los fuegos con llama.
A esta tercera categoría se le da el nombre de “luz”. Se lo aplicará igualmente tanto a lo que se difunde a partir de los cuerpos luminosos sobre la superficie de los cuerpos opacos —como cuando se dice que la tierra está iluminada, que la luz del sol cae sobre la tierra o que la de la lámpara cae sobre la pared o sobre los vestidos— como a los cuerpos que brillan porque en sí mismos tienen luz.
En resumen, “luz” designa lo que es visible por sí mismo y lo que torna visible a otra cosa, como por ejemplo el sol. Tal es su definición, y su sentido propio, según la primera acepción.
Precisión
La naturaleza de la luz y su intelegibilidad consiste, entonces, en el hecho de ser aparente para la percepción. Pero la percepción está subordinada a la fe, a la existencia de la luz y a la del ojo dotado de vista. La luz es lo aparente y lo que hace aparecer; no obstante, para los ciegos ninguna luz es aparente ni hace aparecer nada. El organismo viviente dotado de la vista es, por lo tanto, un elemento necesario para la percepción que la luz aparenta; él lo lleva hacia ella, puesto que este organismo viviente dotado de la vista es quién percibe y la percepción se opera por él; mientras que la luz no percibe y la percepción no se opera en ella, sino, más exactamente, en su presencia. En consecuencia, el nombre “luz”, merece ser aplicado a lo que ve, antes que a lo que es visto.
En la percepción visual se emplea corrientemente la palabra “luz” en referencia al ojo. Por eso se dice a propósito del murciélago o de un hombre lagañoso: “la luz de sus ojos es débil”, y en referencia al ciego “ha perdido la luz de la vista”. Del mismo modo se dice que la pupila concentra y refuerza “la luz de la visión”, y que las pestañas han sido creadas negras por la sabiduría divina, y alrededor del ojo, para facilitar la concentración de”la luz del ojo”. En cuanto al color blanco, dispersa el “estallido” del ojo y debilita su “luz”. Si se mira de un modo prolongado un objeto blanco y brillante —con más razón el sol—, la luz del ojo es obnubilada y se borra, del mismo modo que lo hace el débil frente al fuerte.
Comprenderás, por esto, que el objeto de la visión sea llamado “luz” y también cortoces la razón por la cual este nombre es el que mejor le conviene. Tal es su segunda acepción, según la cual la entienden los que están espiritualmente calificados para ello.
Precisión
Nota que la luz de la visión externa está llena de imperfecciones:
- Ella ve a los otros pero no se ve a sí misma.
- Ella no alcanza a ver lo que está muy separado de ella.
- Ella no ve lo que se encuentra detrás de un velo.
- Ella ve el exterior de las cosas pero no su interior.
- Ella ve algunos seres y no todos los seres.
- Ella ve lo que está limitado y no ve lo ilimitado.
En el mismo acto de la percepción visual se engaña muy a menudo, creyendo pequeño lo que es grande, cercano lo distante, creyendo en movimiento lo que está inmóvil y así también en sentido inverso. Estas son las siete imperfecciones, inseparables del ojo externo. Si existiera entonces un ojo diferente, exento de todo defecto ¿no merecería él verdaderamente el nombre “luz”?
¡Debes saberlo! Existe efectivamente en el corazón (qalb) del hombre un ojo (ayn) que posee esta suerte de perfección. Se le llama tanto intelecto (aql) como espíritu (ruh), o alma humana (nafs insani). ¡Deja de lado la cuestión de estas diferentes denominaciones que hacen creer a las gentes poco clarividentes que se aplican a múltiples realidades! ¡Nosotros entendemos por ello lo que distingue al hombre razonable del niño de pecho, de la bestia y del loco. Llamémoslo “intelecto” , siguiendo en esto el uso común!
SEGUE: INTELECTO LUZ; OLHOS LUZ