Miguel Cruz Hernández — História do pensamento no mundo islâmico
Excertos do Capítulo 10 — IBN SlNA (AVICENA), 980-1037
La supuesta distinción «real» de la esencia y la existencia
Desde Ibn Rusd y Santo Tomás, hasta hoy, se viene atribuyendo a Ibn Sina la célebre distinción «real» de la esencia y la existencia, añadiéndose, además, que considera a la existencia como un simple accidente de la esencia. Empezando por esta última afirmación, si entendemos por accidente lo que Santo Tomás entendía habitualmente, Ibn Sina no formuló jamás tal proposición; incluso parece prevenir aquel reproche cuando llama a la existencia «concomitante no necesario» (lawahiq) y la distingue del simple accidente (‘arad). Pero incluso la distinción «real» no aparece en Ibn Sina al menos del modo tan evidente como algunos creen, viéndola a través de los textos de Santo Tomás. No puede negarse que la interpretación que Santo Tomás dio al pensamiento de Ibn Sina es extraordinariamente lógica, pero debía haber puesto en guardia el hecho de que también lo fuera la realizada por Duns Escoto. Sin embargo, estas explicaciones pertenecen a la historia de la filosofía, y a nosotros no nos queda otra posición científica que pasar a los textos originales, donde sólo encontramos una auténtica distinción real: la de ser posible y ser necesario; y una sola afirmación: que la existencia es extrínseca a la esencia. Ibn Sina insiste una vez y otra en la distinción entre lo posible y lo necesario, y considera a la existencia como extrínseca a la esencia, para que nada de lo creado escape a la acción del Creador. La metafísica sustancialista de Aristóteles dejaba a la materia y a las cosas concretas fuera del ámbito de Dios. Pero Ibn Sina utiliza como obras aristotélicas tanto la Metafísica como la Pseudo-Teología, o sea, Plotino; y su síntesis era congruente con las necesidades teológicas vigentes.
Ibn Rusd fue el primero en observarlo. «Ibn Sina ha cometido un grave error al suponer que el uno y el ser significan algo así como disposiciones que se agregan a la esencia de las cosas. Se pregunta uno cómo ha podido este hombre cometer tamaño error; y es porque Ibn Sina había escuchado a los mutakallimles de nuestra religión y mezcla la especulación de éstos con su propia metafísica.» Este reproche lo repetiría después Duns Escoto: «Et hoc quod dicit Avicenna non concludit quod sit naturaliter notum; miscuit enim sectam suam quae fuit Mahometi, philosophicis; et quedam dixit ut philosophica et ratione pronata, alia ut consona suae sectae.»
Ibn Sina, como antes al-Farabi y después San Buenaventura, San Alberto, Santo Tomás y Escoto, parten de unos supuestos teológicos previos: la doctrina de la creación tal como aparece en el Antiguo Testamento. La metafísica sustancialista de Aristóteles, al considerar a la materia eterna, no deja margen para que Dios cree ex nibilo; si, por otra parte, se aceptase que las esencias poseen por sí mismas el ser, tampoco Dios crearía nada, o entrarían en El las imperfecciones, privaciones, etc. Por tanto, conviene que Dios agregue la existencia necesaria a las esencias meramente posibles. La existencia es, pues, extrínseca a la esencia y es agregada a ésta; las esencias por sí mismas no merecen la existencia, que les es conferida por Dios, Unico Ser Necesario per se. Las cosas, seres posibles per se, pasan a ser necesarias por otro, por la acción de Dios, que no tiene otra esencia que su existencia. Las cosas tienen así una esencia meramente posible y una existencia que les da el acto creador. Lo mismo sucede en el caso de la unidad; la esencia por sí no es ni una ni múltiple, es neutra; la unidad y la multiplicidad no entran en su constitución; es la existencia la que la hace una o múltiple. La existencia queda así extrínseca a la esencia, predicándose de ésta, pero sin pertenecerle necesaria y constitutivamente, aunque en el ser real la existencia como la unidad acompañen siempre a la esencia. Por esto la existencia es un concomitante no constitutivo ni necesario, y se le puede comparar a un accidente; comparársele, pero no identificarla. Ibn Sina no ha hablado jamás, al menos explícitamente, de la distinción «real» de la esencia y la existencia; ha sido Santo Tomás de Aquino, sobre todo, interpretando el principio aviceniano de que la existencia es extrínseca a la esencia el que ha atribuido al pensador musulmán la distinción al modo como la había realizado él.
La metafísica de Ibn Sina representa un compromiso entre aristotelismo y platonismo, que hace posible la existencia de un universo de seres marcados en su esencia con el sello de la contingencia, y cuya existencia les es conferida por el acto creador de Dios. Por esta razón la escolástica latina del siglo XIII explotaría la síntesis de Ibn Sina para desprender de ella los elementos más adecuados. Así, Santo Tomás, de la distinción entre lo posible y lo necesario y del carácter extrínseco de la existencia respecto de la esencia, dedujo la distinción «real» de la esencia y existencia; pero Duns Escoto concluyó precisamente lo contrario, apoyándose, sobre todo, en la afirmación de que las esencias meramente posibles son neutras y no se merecen más el ser que el no ser. Las esencias son neutras; por tanto, la naturaleza es común, dice Escoto, y considerada en sí misma no es universal, ni singular, sino indiferente. Estas esencias meramente posibles tienen que ir acompañadas de algún tipo de existencia; cuando son meramente posibles existen en el Intelecto Divino; cuando Dios las hace existir, tienen la existencia que les confiere el acto de la creación. De aquí dedujo Escoto que no era posible una distinción «real».