Significa alcanzar lo que se designa técnicamente como sirr al-robubiya, el secreto de esta condición señorial, el secreto que la fundamenta y la hace posible, y sin el cual desaparece. Los Nombres divinos no tienen sentido y realidad más que por y para los seres para los que ellos son formas, las teofanías en las que la divinidad se revela a su fiel. Al-Lah, por ejemplo, es el Nombre que significa la Esencia divina revestida de todos sus atributos. Al-Rabb, el “Señor”, es lo divino personificado y particularizado en uno de los Nombres y en uno de sus atributos. Estos Nombres divinos son los “señores”, los Dioses de ahí el Nombre supremo como “Señor de Señores” (” Dios de Dioses”, dicen el Deuteronomio y Sohravardí), “el mejor de los Creadores”, dice el Corán.
Haydar Amoli lo explica así: “La divinidad (oluhiya) y la señorialidad (robúbíya) no adquieren realidad más que por el Dios y por aquél del que ese Dios es el Dios, por el Señor y por aquél del que ese Señor es el Señor”. O también: “El Agente activo absoluto (al-feiil al-motlaq) requiere un receptáculo (un patiens) absoluto, como es la relación entre el Ser divino y el Universo. Del mismo modo, el Agente activo limitado requiere un receptáculo determinado y limitado, como es la relación entre los Nombres divinos múltiples y las hecceidades eternas. Es así porque cada Nombre divino, cada atributo divino, postula una forma epifánica propia, lo que se designa como relación entre rabb, el señor, y marbub, aquél del que el señor es señor. Estas indicaciones atestiguan la pluralidad de los Creadores y la multiplicidad de los Señores (Arbeib)”.
La connivencia de la que hablábamos hace un momento entre el Nombre divino y la hecceidad eterna en que ese Nombre aspira a revelarse llega a la investidura de ese Nombre en una forma de manifestación (mazhar) que le es propia. Se siguen los actos de una cosmogonía o de una teogonía basada no en la idea de Encarnación, sino en la de unión teofánica (unión de la que la imagen y el espejo son ejemplo), unión teofánica delleihut y el neisut, del Nombre divino y la forma sensible que es el espejo en el que ese Nombre divino se refleja. Pues la integridad del Nombre divino son, los dos juntos, el Nombre y su espejo, su forma de manifestación, no uno sin el otro ni el uno confundido con el otro (a la manera de una unión hipostática). Los dos juntos constituyen la totalidad y la realidad de un Nombre divino. Ésta es la ontología integral basada en la función epifánica, que es el fundamento del “secreto de la condición señorial”.
Rabb es en efecto un nombre propio que postula e implica la relación con aquél del cual el señor es señor, su marbúb (el marbúb “lleva” el Nombre; su nombre es teóforo). Un gran místico, Sahl Tostarí, define así el secreto en cuestión: “La condición señorial divina tiene un secreto, y ése eres tú. Si ese tú desapareciera, la condición señorial del señor divino sería igualmente abolida. Ya hemos señalado en otra parte la idea del pacto caballeresco subyacente en la relación mística del Rabb y el marbúb, del señor y su vasallo, su “teóforo”. Hay interdependencia entre uno y otro; uno no puede subsistir sin el otro. Es esto lo que, en Occidente, ha inspirado algunos de los más bellos dísticos de Angelus Silesius: “Dios no vive sin mí; yo sé que sin mí Dios no puede vivir ni un instante”. El “secreto de la condición señorial divina” es ése. Es este secreto lo que no hay que olvidar, cuando se pronuncian, como hacíamos al principio, las expresiones “muerte de los Dioses” y “renacimiento de los Dioses”.
Así desaparece el monoteísmo abstracto que opone un Ente divino (Ens supremum) a un ente creatural. Éste es integrado en el advenimiento mismo de la señorialidad de su señor. Es su secreto. Uno y otro son compañeros de una misma epopeya teogónica. En verdad, ese secreto se origina en la determinación inicial con la que hace eclosión la totalidad de los Nombres divinos que postulan la multitud de las teofanías, por tanto la multiplicidad de la relación entre Rabb y marbúb, unidos uno a otro por el mismo secreto que es en definitiva la función epifánica del marbúb. Esta función epifánica se entiende en el nivel de una catóptrica (ciencia de los espejos) esotérica. No puede ser salvaguardada, lo comprendemos ahora, más que por la ontología integral, superando toda antinomia de lo Uno y lo múltiple, del monoteísmo y el politeísmo, por la integración de la integración (jam al-jam), que integra el Todo unificado con el Todo diversificado.
El peligro de la idolatría metafísica, de la confusión entre unidad del ser y unidad del ente, queda entonces descartado. Sayyed Haydar Amoli, cuyos ingeniosos -yo diría incluso geniales- diagramas ya hemos estudiado aquí, en Eranos, hace algunos años, ilustrará en su inmenso comentario de las Gemas de las sabidurías de los profetas, de Ibn Arabi, algunos aspectos de esa integración de la integración tal como la determina la relación auténtica entre el Uno unífico y sus teofanías múltiples, no siendo en ningún caso el Uno unífico una unidad aritmética que se sobreañada a las unidades concretas que él unifica, que actualiza en unidades. Por eso en los diagramas en forma de círculos estará siempre en el centro.