Ruzbehan — Jasmim dos Fieis do Amor
El ascenso a estas altas visiones sólo es posible por la dialéctica del amor. En ella se resuelve la identidad del amante y del amado, del contemplador y del contemplado, del testigo y del testimoniado. Ruzbihan ha desarrollado esta dialéctica en la más hermosa de sus obras: El jazmín de los fieles de amor. Dios es Amor, Amante y Amado. Por esto ha dicho: «Búscame en la morada mística del amor.» Pero no se trata de un amor distinto del eros. Sólo en el amor humano (‘isq al-insanl) puede aprenderse la regla del amor divino (‘isq al-rabbanl). Así refiere Ruzbihan que: «Con los ojos del corazón contemplaba la belleza increada; con los ojos del intelecto comprendía el secreto íntimo de la Forma humana.» La dialéctica del amor es capaz de desvelar el secreto íntimo de las «teofanías», en tanto que éstas constituyen el constitutivo formal de la esencia del fenómeno divinal en su mostración como belleza. Lo hermoso es por esencia sacral; la afección nummal ante lo bello no es un estricto sentimiento individual, extraño a la índole común de la situación humana. Al contrario, es el principio fundamental deJ secreto más íntimo de la humanal condición. Como el pensamiento neoplatónico siempre sostuvo, lo divino consiste en amor. El Ser de Dios es per se Amor. Pero ¿qué es lo que ama el místico cuando se refiere a su amor por Dios? Si a Dios le conocemos, no por una pura actividad humana, sino porque El ha actualizado nuestra potencialidad de conocimiento mediante la profecía, la mostración de Dios por Dios, ¿cuál es el puesto de la belleza en la radical dimensión profética? Los Profetas, y de un modo eminente Muhammad, el enviado de Dios, ¿fueron más allá del estricto establecimiento legal de la ley revelada (Sharia) y alcanzaron la más alta religio, la de la belleza? Ruzbihan responde siempre afirmativamente. Para ello recurre una vez y otra a las viejas fuentes neoplatónicas que puedan permitirle desvelar la fuente preternal del amor. El gran soporte metafísico de su postura es la permanente e inquietante tesis neoplatónica de la transfiguración del Eros. El aparato dialéctico lo estructurará a base de la simbolización de los amores del «Testigo» eterno y de la «Novia eterna». La creación es una teofanía encaminada a la realización final del monoteísmo esotérico. La culminación de esta finalidad exige el reconocimiento de escalas de realización efusiva y amorosa. En la primera se encuentra la Creación como teofanía. En la segunda se contempla la teofanía de la creación como antropomorfosis divina en la belleza de la forma humana. En la tercera se comprende el sentido de la adamología mística como profetología, lo que significa que Muhammad fue el profeta de la revelación mística de la belleza y de la religión del amor. Se trata, pues, del Profeta visto por la Shi’a, no del estricto legislador. En la cuarta, el sentido profético de la belleza se alcanza mediante la conversión en espejo divinal, posible por la preternidad de los Santos Espíritus. La quinta se obtiene cuando se trasciende de la contemplación del espejo como objeto a la imagen como identidad del contemplante-contemplado. La sexta, mediante un entrenamiento en el amor que permita el paso de un amor en sentido metafórico, a un amor esencial real. Finalmente, en la séptima, el amor humano vive el secreto íntimo del monoteísmo esotérico: Dios mismo a la vez Amor, Amante y Amado. Esto y no otra cosa es el Paraíso, y por eso lo alcanzarán los que mueren por amor. Este último no consiste en una transferencia objetual: el salto dialéctico de un objeto humano a otro divino. Amor es metamorfosis esencial del sujeto, sin correlato objetual alguno. Dicha metamorfosis la tipifica Ruzbihan gracias al proceso de antropomorfización en la pareja mística de Maynun y Layla. Cuando la efusión amorosa alcanza su culminación, Maynun es sólo el «espejo» de Layla, o sea, el espejo de Dios en el cual Dios mismo contempla Su imagen Eterna en la mirada del amante por la amada.
La riqueza de la exposición de Ruzbihan impide un resumen dialéctico coherente, ni siquiera con el apoyo de las amplias y enriquecedoras exposiciones de Henry Corbin. La religión de amor se funda en el amor contemplativo de los Santos Espíritus «en la alta ciudad divina», cuando estaban en los sagrados tabernáculos de la Presencia Divinal. Por ello hay tres modos de contemplación visionaria: «Una anterior a la condición terrestre. Esta fue la visión de los Espíritus preexistentes a los cuerpos materiales de la Presencia de la Gloria.» Otra es la «de todos aquellos que bajo el imperio de su emoción se han expresado en paradojas y extremosidades, sin que alguno no haya deseado ver a Dios y no haya vindicado la visión. En sus reuniones todos han repetido el mismo lenguaje de amor: He visto a mi Dios bajo la más bella de las formas». Finalmente, «el tercer modo de visión suprema; ésta tiene lugar en el palacio de la Sobreexistencia mística. Cuando el cuerpo y el espíritu se homogenizan, se produce la cumbre del amor». ¿Cómo se realiza la iniciación en estos modos del amor? Los textos del Yasmin no son nada claros y no presentan ordenación alguna. Corbin mismo ha tenido que limitarse a sintetizarlos en seis «parámetros», no siempre demasiado delimitados: a) Acerca del proceso necesario del amor y de los efectos que de él resultan, b) De la pedagogía iniciática del amor, c) Del descenso del amor estableciéndose como morada, d) Del camino del amor en el corazón del fiel de amor, e) De las etapas ascensionales del amor humano al amor divino, en el que Ruzbihan cita doce moradas místicas: servidumbre de amor, walaya, meditación atenta, temor, esperanza, experiencia extática, certidumbre, proximidad, descubrimiento interior, visión, deseo ardiente, amor total. f) El amor total.
El monoteísmo esotérico extático no representa la paradoja de un conjunto que es igual a uno de sus elementos (1 + 1 = 1) ni se resuelve en la inquietante identificación esencial del Creador y de la criatura (1 = 1), sino una unidad por la efusión, que quiere expresar con la fórmula 1 x 1 = 1. En este sentido la famosa expresión de al-Halláy, por la que pagó con su vida: Ana’-l-Haqq, «Yo soy Dios», se explica como una theopatbia, que no debiera extrañar a quienes conocen expresiones teopáticas bien cercanas a nosotros, como el me duele Dios unamuniano. «Interrogaba aquellos que conocen la dura ley de la angustia — escribe Ruzbihan en el Yasmin —, aquellos que leen y releen el texto de la melancolía. Entonces aprenderás cuál sea la virilidad de este caballero espiritual en el Camino del Amor y lo que es este corazón en pena en medio de los reyes del conocimiento.» Al igual que Ramón Llull en Blanquerna simboliza a éste en el caballero peregrino y se identifica con él, Ruzbihan se identifica con el yavánmard, también caballero en el sentido de la «caballería espiritual» y peregrina.