Carmelo Elorduy: Chuang-Tzu

Excertos do livro de Carmelo Elorduy, Chuang-Tzu, Monte Avila Editores, 1991

Poca probabilidad tiene que Chuang Tzu se retirara a la dulce quietud del far niente (wou-wei) por haber fracasado en su carrera política. Le sobraban talento y prestigio para aspirar a ser ministro y consejero de cualquiera de los numerosos reyes o señores feudales de su tiempo. En su obra le vemos planear muy por encima de estas ambiciones. El lector encontrará numerosas anécdotas a este respecto. Citaré dos de las más pintorescas y sabrosas:

Chuang-tzu pescaba en el río Pu. El rey de Ch’u le envió dos mensajeros que le dijeran de su parte: Tengo intención de molestarte haciéndote que tomes el cuidado de mi reino. Chuang-tzu, la caña en la mano, sin dirigirles una mirada, les contestó: He oído decir que el rey de Ch’u posee una tortuga mágica que murió hace ya tres mil años. El rey la guarda en su palacio en un cofre bien envuelta en paños (para sus adivinaciones). ¿Esta tortuga hubiera querido morir para que sus huesos fueran tan honrados o hubiera preferido seguir viva arrastrando su cola en la ciénaga? Los dos ministros le respondieron: Hubiera preferido vivir y arrastrar su cola en la ciénaga. Chuang Tzu les contestó: Idos. Yo prefiero también seguir arrastrando mi cola en la ciénaga (c. 17 p. 122, 13).

La segunda anécdota viene a continuación de ésta y se refiere a su gran amigo Hui-tzu:

“Hui-tzu era ministro del rey de Liang. Chuang Tzu fue a verle. Hubo quien dijo a Hui-tzu que Chuang Tzu había venido para sustituirle en el cargo de ministro. Con esto Hui-tzu temió y le buscó por todo el reino tres días y tres noches. Chuang Tzu fue a verle y le dijo: En el Sur vive un pájaro que se llama yuan chu (especie de pavo real), ¿lo conoce su Señoría? Levanta su vuelo en los mares del Sur y vuela hasta los mares del Norte. No se posa si no es en los árboles wu tung (firminia platanifolia). No se alimenta sino de frutos escogidos. No bebe otra agua que la de las fuentes dulces. En esto una lechuza tenía un ratón muerto que había cogido. El pájaro yuan chu pasó volando por encima. La lechuza miró arriba y lanzó un graznido ¡Hum! ¿No es verdad que también hoy su Señoría ME ha lanzado un ¡hum! a mí para defender su presa del reino Liang?”

El último capítulo de su obra, el c. 33, es muy apreciado por los historiadores de la cultura china. Pasa revista a los escritores de las diversas escuelas y los juzga con gran ecuanimidad y acierto. Al llegar a Chuang-tzu, después de haber ponderado !a grandiosidad de sus pensamientos y expresiones, dice así:

“A veces es libre y licencioso pero nunca partidista ni aferrado a sus propias opiniones. Como el mundo está demasiado hundido en el lodazal para poder oír las enseñanzas de Chuang-tzu, éste las iba vertiendo en sus dichos volquetes (copas que vuelcan al quedarse llenas). Las certificaba con adagios y las ampliaba poniéndolas en boca de otros. Sólo él fue capaz de andar y entretenerse con el Espíritu del Cielo y de la Tierra sin desdeñar, altanero, al resto de los seres. No se metía a criticar lo bueno o lo malo y por eso pudo coexistir con los mundanos. Sus escritos, a pesar de ser joyas muy preciosas, ruedan entre las otras cosas sin rozarlas y herirlas. Sus expresiones, aunque variadas y multiformes, son siempre sutiles, fascinadoras y admirables. En su densidad sus pensamientos son inagotables. En las alturas se pasea con el Creador de las cosas y aquí abajo gusta de hacerse amigo de los que se desentienden de las diferencias de vida y muerte, principio y fin. De la Raíz o Principio (del Tac), habla con grandiosidad y amplitud, profundidad y facilidad… oscuro y confuso es inagotable” (c. 33 p. 249).

Se discute si el autor de este importante capítulo es el mismo Chuang Tzu que lo escribiera como un apéndice introductorio a su obra, como cree Liang Ch’i-ch’ao, o es de alguno de sus discípulos menos intolerantes con la escuela confucionista o, tal vez, como sostiene el P. Wang Ch’ang-chih, un confucionista bien avenido con los taoistas. Sea como sea, su crítica sobre Chuang Tzu es muy acertada. Si los muchos escritores, que han escrito sobre Chuang-tzu, la hubieran tomado como guía, no andaría tan desviada y confusa la crítica del taoísmo. Todos los autores reconocen en Chuang Tzu su alto misticismo, aunque luego al interpretar su doctrina, sus juicios quedan muy por debajo de su alta espiritualidad. La causa de esta subestimación está en confundir al Too, idea vertebral de su espiritualidad, con la naturaleza de las cosas.

Chuang-tzu sentía una gran atracción y admiración por la grandeza infinita del Too. El mar inagotable y el espacio inmenso de los seis puntos cardinales, (cuatro horizontales y dos verticales), eran para él la imagen visible de la infinitud del Tac invisible.

El capítulo 17, Crecida otoñal, es una bellísima contemplación del mar:

El río Amarillo, representado por su Espíritu, navega entumecido de soberbia hacia el Este con las aguas desbordadas del deshielo de las nieves de las inmensas estepas del Oeste. Tan grande es su anchura que no es posible distinguir de una orilla a otra un caballo de un buey Cuando llega al mar del Este y mira a una y otra parte aquella su ilimitada extensión, advierte su propia miseria e ignorancia y se hace discípulo humilde del Mar del Este. Éste le dice que él, a pesar de no haber nunca experimentado mudanza alguna en su caudal de agua ni en primavera ni en otoño, se siente, en comparación del Universo todo, no más que un guijarro o un arbolito en la inmensa montaña o un grano en un gran granero. El Espíritu del Rio le pregunta dónde se halla la diferencia entre lo grande y lo pequeño. ¿Puedo decir que el Universo es grande y pequeña la punta del pelo otoñal del ganado? No, le responde. No hay dimensiones definidas. Cada cosa tiene la dimensión que le corresponde. Si desde lo pequeño se mira lo grande, no es posible abarcarlo en su totalidad; pero si desde lo grande se mira lo pequeño, no se le puede ver claro. Si se miran las cosas desde el punto de vista del Tao, no existe diferencia de lo vil y precioso. Si se las mira desde el punto de vista de las propias cosas, cada cosa se tiene a si por preciosa y a las demás por viles (c. 17 p. 113 SG.).

El Cielo con sus luminarias, las estaciones que se sustituyen ordenadamente para la procreación de los seres, la generosa Tierra, que en cooperación con el Cielo, cría los seres calladamente, son para Chuang Tzu las expresiones visibles del Tao oculto e inmanente en ellos. Como Lao-tse, su maestro, es gran admirador de la naturaleza. Su elevada espiritualidad es un humanismo espiritualista.

Como los estoicos y platónicos quiere perfeccionar la porción más noble del hombre, la porción divina del Tao inmanente a él. Su ascesis consiste en despegar el corazón de sus inclinaciones al mundo sensible de las cosas para, volver a la naturaleza primitiva y pura tal como la hizo el Cielo o el Tao.

Chuang-tzu no fue ermitaño como muchos otros ascetas contemporáneos. Se ríe de ellos. Para él la perfección no está en el apartamiento físico del mundo sino en la gnosis o conocimiento del Tao. Quien ha llegado a aquella Unidad en la que se identifican todas las diferencias creadas, ha llegado a la calma perfecta del espíritu, a la ataraxia, meta también suprema de la espiritualidad de las escuelas griegas.

La fuente de perfección moral del hombre es la misma que la fuente de su vida, el Tao. De Chuang Tzu se puede repetir lo que los historiadores de la Filosofía dicen de Platón, que su vida fue un anhelo hacia una realidad fija, estable y necesaria por encima de la movilidad, contingencia e impermanencia de los seres del mundo físico.

El Tao de Lao Tzu y Chuang Tzu es el Inteligible (nous) de Platón, la Unidad primera y suprema, el Bien. Lo que S.Agustín dice de los platónicos que conocieron a Dios como “causa constitutae universitatis, et lux percipiendae veritatis et fons vivendae felicitatis”, se debe decir, con la misma razón, de Lao Tzu y Chuang-tzu.

Rasgo de su personalidad amplia y cordial es su amistad íntima con su adversario doctrinal, el sofista Hui-tzu. Con él desentumecía los poderosos resortes de su inteligencia superior.

Chuang-tzu pasó en un entierro cerca del sepulcro de Hui-tzu. Miróle y dijo a los que con él iban. Un habitante de Ying, (antigua capital del reino Ch’u), solía blanquear la punta de su nariz con una capita de cal tan delgada como el ala de una mosca, e invitaba al artesano Shih a que se la quitara cortándola con un hacha. El artesano Shih blandía el hacha y con el viento que producía quitaba toda la cal de la nariz. Desaparecía la cal sin herir la nariz. El habitante aquel de Ying no se inmutaba lo más mínimo. El soberano Yüan, del remo Sung, oyó hablar de esta habilidad. Llamó ál artesano Shih a su presencia y le dijo: Prueba de hacerlo para que yo lo vea. E! artesano Shih le contestó. Su servidor puede probar de cortar la mancha de cal pero el sujeto en el que yo lo hacía murió ya hace mucho tiempo. Desde que murió este maestro, tampoco yo tengo mi sujeto; ya no puedo discutir con él” (c. 24 p. 177, 7).

Conviene también destacar en su personalidad de escritor el trato que da a Confucio. Confucio y su escuela son irreconciliables adversarios del taoísmo. Chuang Tzu se ensaña contra la fastuosidad huera y ceremoniosa del ritualismo confuciano, pero al mismo Confucio le trata siempre con deferencia. Más, reconociendo el gran prestigio que para su tiempo había adquirido el maestro de los Ju, le hace, con mucha gracia, discípulo y admirador del taoísmo. Con esto está dicho que las numerosas anécdotas en las que introduce a Confucio no son históricas sino recursos literarios de su ágil inteligencia. En el cap. 27 p. 201 dice que la culpa de haber acudido él a estos recursos, de endosar a otros sus propias ideas, la tienen los lectores que dan más crédito a las autoridades que a la verdad de la misma doctrina. Además para tratar de concertar un matrimonio y recomendar a su hijo, no es el propio padre la persona más calificada.

Carmelo Elorduy