esfera (RGSC)

Este mismo simbolismo de las direcciones del espacio es el que tendremos que aplicar en todo lo que va a seguir, ya sea desde el punto de vista “macrocósmico”, como en lo que acaba de decirse, o ya sea desde el punto de vista “microcósmico”. Según el lenguaje geométrico, la cruz de tres dimensiones constituye un “sistema de coordenadas” al que puede referirse el espacio todo entero; y el espacio simbolizará aquí el conjunto de todas las posibilidades, ya sea de un ser particular, ya sea de la Existencia universal. Este sistema está formado de tres ejes, uno vertical y los otros dos horizontales, que son tres diámetros rectangulares de una ESFERA indefinida, y que, independientemente de toda consideración astronómica, pueden considerarse como orientados hacia los seis puntos cardinales: en el texto de Clemente de Alejandría que hemos citado, lo alto y lo bajo corresponden respectivamente al Zenit y al Nadir, la derecha y la izquierda al Sur y al Norte, la delantera y la trasera al Este y al Oeste; esto podría justificarse por las indicaciones concordantes que se encuentran en casi todas las tradiciones. Puede decirse también que el eje vertical es el eje polar, es decir, la línea fija que une los dos polos y alrededor de la cual todas las cosas cumplen su rotación; es pues el eje principal, mientras que los otros dos ejes horizontales no son más que secundarios y relativos. De estos dos ejes horizontales, uno, el eje Norte-Sur, puede llamarse también el eje solsticial, y el otro, el eje Este-Oeste, puede llamarse el eje equinoccial, lo que nos lleva al punto de vista astronómico, en virtud de una cierta correspondencia de los puntos cardinales con las fases del ciclo anual, correspondencia cuya exposición completa nos llevaría demasiado lejos y que no importa por lo demás aquí, aunque encontrará sin duda mejor su lugar en otro estudio (NA: A título de concordancia, se puede observar también la alusión que hace San Pablo al simbolismo de las direcciones o de las dimensiones del espacio, cuando habla de “la anchura, la largura, la altura y la profundidad del amor de Jesucristo” (Epístola a los Efesios, III, 18). Aquí, no hay más que cuatro términos enunciados distintamente en lugar de seis: los dos primeros corresponden respectivamente a los dos ejes horizontales, tomando cada uno de éstos en su totalidad; los dos últimos corresponden a las dos mitades superior e inferior del eje vertical. La razón de esta distinción, en lo que concierne a las dos mitades de este eje vertical, es que éstas se refieren a dos gunas diferentes, e incluso opuestos en un cierto sentido; por el contrario, los dos ejes horizontales se refieren enteros a un solo guna, así como veremos en el capítulo siguiente.). 55 SC IV

Los tres gunas son: sattva, la conformidad a la esencia pura del Ser (Sat), que es idéntica a la luz del Conocimiento (Jnâna), simbolizado por la luminosidad de las ESFERAs celestes que representan los estados superiores del ser; rajas, la impulsión, que provoca la expansión del ser en un estado determinado, es decir, el desarrollo de aquellas de sus posibilidades que se sitúan en un cierto nivel de la Existencia; finalmente, tamas, la obscuridad, asimilada a la ignorancia (avidyâ), raíz tenebrosa del ser considerado en sus estados inferiores. Esto es verdadero para todos los estados manifestados del ser, cualesquiera que sean, pero, naturalmente, también pueden considerarse más particularmente estas cualidades o estas tendencias en relación al estado humano: sattva, tendencia ascendente, se refiere siempre a los estados superiores, relativamente al estado particular tomado como base o como punto de partida de esta repartición jerárquica, y tamas, tendencia descendente a los estados inferiores en relación a este mismo estado; en cuanto a rajas, se refiere a éste último, considerado como ocupando una situación intermediaria entre los estados superiores y los estados inferiores, y, por consiguiente, como definido por una tendencia que no es ni ascendente ni descendente, sino horizontal; y, en el caso presente, ese estado es elmundo del hombre” (mânava-loka), es decir, el dominio o el grado ocupado en la Existencia universal por el estado individual humano. Ahora puede verse sin esfuerzo la relación de todo esto con el simbolismo de la cruz, ya sea que este simbolismo se considere desde el punto de vista puramente metafísico o desde el punto de vista cosmológico, y ya sea que su aplicación se haga en el orden “macrocósmico” o en el orden “microcósmico”. En todo caso, podemos decir que rajas corresponde a toda la línea horizontal, o mejor, si consideramos la cruz de tres dimensiones, al conjunto de las dos líneas que definen el plano horizontal; tamas corresponde a la parte inferior de la línea vertical, es decir, a la que está situada por debajo de este plano horizontal, y sattva corresponde a la parte superior de esta misma línea vertical, es decir, a la que está situada pro encima del plano en cuestión, el cual divide así en dos hemisferios superior e inferior, la ESFERA indefinida de la cual hemos hablado más atrás. 62 SC V

En un texto del Vêda, los tres gunas se representan como convirtiéndose uno en otro, procediendo según un orden ascendente: “Todo era tamas (en el origen de la manifestación considerada como saliendo de la indiferenciación primordial de Prakriti). Él (es decir, el Supremo Brahma) mandó un cambio, y tamas tomó el tinte (es decir, la naturaleza) (NA: La palabra varna, que significa propiamente “color”, y por generalización “cualidad”, se emplea analógicamente para designar la naturaleza o la esencia de un principio o de un ser; de ahí deriva también su uso en el sentido de “casta”, porque la institución de las castas, considerada en su razón profunda, traduce esencialmente la diversidad de las naturalezas propias a los diferentes individuos humanos (ver Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, 3ª parte, capítulo VI). Por lo demás, en lo que concierne a los tres gunas, se les representa efectivamente por colores simbólicos: tamas por el negro, rajas por el rojo y sattva por el blanco (Chândogya Upanishad, 6º Prapâthaka, 3º Khanda, shruti 1; cf. Autoridad espiritual y poder temporal, pág. 53, ed. francesa).) de rajas (intermediario entre la obscuridad y la luminosidad); y rajas, habiendo recibido un nuevo mandato, revistió la naturaleza de sattva”. Si consideramos la cruz de tres dimensiones como trazada a partir del centro de una ESFERA, así como acabamos de hacerlo y como tendremos que hacerlo frecuentemente todavía en lo que sigue, la conversión de tamas en rajas puede representarse como describiendo la mitad inferior de esta ESFERA, desde un polo al ecuador, y la de rajas en sattva como describiendo la mitad superior de la misma ESFERA, desde el ecuador al otro polo. El plano del ecuador, supuesto horizontal, representa entonces, como hemos dicho, el dominio de expansión de rajas, mientras que tamas y sattva tienden respectivamente hacia los dos polos, extremidades del eje vertical (Este simbolismo nos parece aclarar y justificar suficientemente la imagen de la “cuerda de arco” que, como ya lo hemos dicho, se encuentra implícita en la significación del término guna.). En fin, el punto desde donde se ordena la conversión de tamas en rajas, y después la conversión de rajas en sattva, es el centro mismo de la ESFERA, así como uno puede darse cuenta de ello rápidamente remitiéndose a las consideraciones expuestas en el capítulo precedente (NA: Es a este papel del Principio, en el mundo y en cada ser, al que se refiere la expresión de “ordenador interno” (antar-yâmî): él dirige todas las cosas desde el interior, residiendo él mismo en el punto más interior de todos, que es el centro (ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulo XIV).); por lo demás, en lo que seguirá, tendremos la ocasión de explicarlo más completamente todavía (Sobre este mismo texto considerado como dando un esquema de la organización de los “tres mundos”, en correspondencia con los tres gunas, ver El Esoterismo de Dante, capítulo VI.). 63 SC V

Esto es igualmente aplicable, ya sea al conjunto de grados de la Existencia universal, ya sea al de los estados de un ser cualquiera; hay siempre una perfecta correspondencia entre estos dos casos, puesto que cada estado de un ser, con toda la extensión de la que es susceptible (y que es indefinida), se desarrolla en un grado determinado de la Existencia. Además, se pueden hacer de esto algunas aplicaciones más particulares, concretamente, en el orden cosmológico, a la ESFERA de los elementos; pero, como la teoría de los elementos no entra en nuestro presente tema, es preferible reservar todo lo que la concierne para otro estudio, en el que nos proponemos tratar las condiciones de la existencia corporal. 64 SC V

Debemos precisar también otro punto, que se refiere directamente a la consideración del “Hombre Universal”: hemos hablado más atrás de éste como constituido por el conjunto “Adam-Eva”, y hemos dicho en otra parte que la pareja Purusha-Prakriti, ya sea en relación a toda la manifestación, ya sea más particularmente en relación a un estado de ser determinado, puede considerarse como equivalente al “Hombre Universal” (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulo IV.). Por consiguiente, desde este punto de vista, la unión de los complementarios deberá considerarse como constituyendo el “Andrógino” primordial del que hablan todas las tradiciones; sin extendernos más sobre esta cuestión, podemos decir que lo que es menester entender aquí, es que, en la totalización del ser, los complementarios deben encontrarse efectivamente en un equilibrio perfecto, sin ningún predominio de uno sobre el otro. Por otra parte, hay que destacar que a este “Andrógino” se le atribuye en general la forma esférica (A este respecto, se conoce el discurso que Platón, en el Banquete, pone en boca de Aristófanes, y cuyo valor simbólico, no obstante evidente, la mayoría de los comentadores modernos desconocen casi por completo. Se encuentra algo completamente similar en un cierto aspecto del simbolismo del yin-yang extremo oriental, que vamos a tratar más adelante.), que es la menos diferenciada de todas, puesto que se extiende igualmente en todas las direcciones, y que los pitagóricos consideraban como la forma más perfecta y como la figura de la totalidad universal (Entre todas las líneas de igual longitud, la circunferencia es la que envuelve la superficie máxima; del mismo modo, entre los cuerpos de igual superficie, la ESFERA es el que contiene el volumen máximo; desde el punto de vista puramente matemático, esa es la razón por la que estas figuras se consideraban como las más perfectas. Leibnitz se ha inspirado en esta idea en su concepción del “mejor de los mundos”, que define, entre la multitud indefinida de todos los mundos posibles, como el que encierra más ser o realidad positiva; pero, como ya lo hemos indicado, la aplicación que hace así de esta idea está desprovista de todo alcance metafísico verdadero.). Para dar así la idea de la totalidad, así como ya lo hemos dicho, la ESFERA debe ser indefinida, como lo son los ejes que forman la cruz, y que son tres diámetros rectangulares de esta ESFERA; en otros términos, debido a que la ESFERA, está constituida por la irradiación misma de su centro, no se cierra jamás, puesto que esta irradiación es indefinida y llena el espacio entero por una serie de ondas concéntricas, cada una de las cuales reproduce las dos fases de concentración y de expansión de la vibración inicial (NA: Esta forma esférica luminosa, indefinida y no cerrada, con sus alternativas de concentración y de expansión (sucesivas desde el punto de vista de la manifestación, pero en realidad simultáneas en el “eterno presente”), es, en el esoterismo islámico, la forma de la Rûh muhammadiyah; es a esta forma total del “Hombre Universal” a la que Dios ordenó a los Ángeles adorar, así como se ha dicho más atrás; y la percepción de esta misma forma está implícita en uno de los grados de la iniciación islámica.). Estas dos fases son por lo demás, ellas mismas, una de las expresiones del complementarismo (NA: Hemos indicado más atrás que esto, en la tradición hindú está expresado por el simbolismo de la palabra Hamsa. Se encuentra también en algunos textos tántricos, puesto que la palabra aha simboliza la unión de Shiva y Shakti, representados respectivamente por la primera y la última letra del alfabeto sánscrito (del mismo modo que, en la partícula hebraica eth, el aleph y el thau representan la “esencia” y la “sustancia” de un ser).); si, saliendo de las condiciones especiales que son inherentes a la manifestación (en modo sucesivo), se las considera en simultaneidad, ambas se equilibran una a la otra, de suerte que su reunión equivale en realidad, a la inmutabilidad principial, del mismo modo que la suma de los desequilibrios parciales por los cuales se realiza toda manifestación constituye siempre e invariablemente el equilibrio total. 73 SC VI

En fin, una precisión que tiene también su importancia es ésta: hemos dicho hace un momento que los términos de activo y de pasivo, que expresan solo una relación, podían ser aplicados a diferentes grados; de ello resulta que, si consideramos la cruz de tres dimensiones, en la que el eje vertical y el plano horizontal están en esta relación de activo y de pasivo, se podrá considerar también, además, la misma relación entre los dos ejes horizontales, o entre lo que representen respectivamente. En este caso, para conservar la correspondencia simbólica establecida en primer lugar, aunque estos ejes sean ambos horizontales en realidad, se podrá decir que uno de ellos, el que juega el papel activo, es relativamente vertical en relación al otro. Por ejemplo, si consideramos a estos dos ejes como respectivamente el eje solsticial y el eje equinoccial, así como lo hemos dicho más atrás, conformemente al simbolismo del ciclo anual, podremos decir que el eje solsticial es relativamente vertical en relación al eje equinoccial, de tal suerte que, en el plano horizontal, desempeña analógicamente el papel de eje polar (eje Norte-Sur), y el eje equinoccial desempeña entonces el papel de eje ecuatorial (eje Este-Oeste) (Esta precisión encuentra concretamente su aplicación en el simbolismo del swastika, del que trataremos más adelante.). Así pues, en su plano, la cruz horizontal reproduce unas relaciones análogas a las que son expresadas por la cruz vertical; y, para volver aquí al simbolismo metafísico que es el que nos importa esencialmente, podemos decir también que la integración del estado humano, representada por la cruz horizontal, es, en el orden de existencia al que se refiere, como una imagen de la totalización misma del ser, representada por la cruz vertical (NA: A propósito del complementarismo, señalaremos también que, en el simbolismo del alfabeto árabe, las dos primeras letras, alif y be, se consideran respectivamente como activa o masculina y como pasiva o femenina; siendo la forma de la primera vertical, y siendo la de la segunda horizontal, su reunión forma la cruz. Por otra parte, puesto que los valores numéricos de estas letras son respectivamente 1 y 2, esto concuerda todavía con el simbolismo aritmético pitagórico, según el cual la “monada” es masculina y la “diada” femenina; la misma concordancia se encuentra por lo demás en otras tradiciones, por ejemplo en la tradición extremo oriental, en la que, en las figuras de los koua o “trigramas” de Fo-hi, el yang, principio masculino, se representa por un trazo lleno, y el yin, principio femenino, por un trazo cortado (o mejor interrumpido en su medio); estos símbolos, llamados las “dos determinaciones”, evocan respectivamente la idea de la unidad y de la dualidad; no hay que decir que esto, como en el pitagorismo mismo, debe entenderse en un sentido completamente diferente que en el del simple sistema de “numeración” que Leibnitz se había imaginado encontrar ahí (ver Oriente y Occidente). De una manera general, según el Yi-king, los números impares corresponden al yang y los números pares corresponden al yin; parece que la idea pitagórica de lo “par” y de lo “impar” se encuentra también en lo que Platón llama lo “mismo” y lo “otro”, que corresponden respectivamente a la unidad y a la dualidad, consideradas por lo demás exclusivamente en el mundo manifestado. — En la numeración china, la cruz representa el número 10 (la cifra romana X, no es, ella también, más que la cruz dispuesta de otro modo); se puede ver ahí una alusión a la relación del denario con el cuaternario: 1+2+3+4 = 10, relación que estaba figurada también por la Tétraktis pitagórica. En efecto, en la correspondencia de las figuras geométricas con los números, la cruz representa naturalmente el cuaternario; más precisamente, le representa bajo un aspecto dinámico, mientras que el cuadrado le representa bajo su aspecto estático; la relación entre estos dos aspectos está expresada por el problema hermético de la “cuadratura del círculo”, o, según el simbolismo geométrico de tres dimensiones, por una relación entre la ESFERA y el cubo a la cual hemos tenido la ocasión de hacer alusión a propósito de las figuras del “Paraíso terrestre” y de la “Jerusalem celeste” (ver El Rey del Mundo, cap. XI). Finalmente, a propósito de esto, observaremos todavía que, en el número 10, las dos cifras 1 y 0 corresponden también respectivamente a lo activo y a lo pasivo, representados, según otro simbolismo, por el centro y la circunferencia, simbolismo que se puede vincular al de la cruz señalando que el centro es la huella del eje vertical sobre el plano horizontal, en el que, entonces, debe suponerse situada la circunferencia, que representará la expansión en este mismo plano por una de las ondas concéntricas según las cuales se efectúa; el círculo con el punto central, figura del denario, es al mismo tiempo el símbolo de la perfección cíclica, es decir, de la realización integral de las posibilidades implícitas en un estado de existencia.). 74 SC VI

Volvamos de nuevo a la representación del “Paraíso terrestre”: de su centro, es decir, del pie mismo del “Árbol de la Vida”, parten cuatro ríos que se dirigen hacia los cuatro puntos cardinales, y que trazan así la cruz horizontal sobre la superficie misma del mundo terrestre, es decir, en el plano que corresponde al dominio del estado humano. Estos cuatro ríos, que se pueden relacionar con el cuaternario de los elementos (La Qabbalah hace corresponder a estos cuatro ríos las cuatro letras de las que está formada la palabra PaRDeS.), y que han salido de una fuente única que corresponde al éter primordial (NA: Según la tradición de los “Fieles de Amor”, esta fuente es la “fuente de la juventud” (fons juventutis), representada siempre como situada al pie de un árbol; sus aguas son pues asimilables al “brebaje de la inmortalidad” (el amrita de la tradición hindú); las relaciones del “Árbol de la Vida” con el Soma vêdico y el Haoma mazdeísta son por lo demás evidentes (ver El Rey del Mundo, cap. IV y VI). — Recordaremos también, a este propósito, el “rocío de luz” que, según la Qabbalah hebraica, emana del “Árbol de la Vida”, y por el que debe operarse la resurrección de los muertos (ver El Rey del Mundo, cap. III); el rocío juega igualmente una función importante en el simbolismo hermético. En las tradiciones extremo orientales se hace mención del “árbol del rocío dulce”, situado sobre el monte Kouenlum, que se toma frecuentemente como un equivalente del Mêru y de las demás “montañas sagradas” (la “montaña polar”, que es, como el árbol, un símbolo del “Eje del Mundo”, así como acabamos de recordarlo). — Según la misma tradición de los “Fieles de Amor” (ver Luigi Valli, Il Linguaggio segreto di Dante e dei “Fedeli d’Amore”), esta fuente es también la “fuente de la enseñanza”, lo que se refiere a la conservación de la tradición primordial en el centro espiritual del mundo; encontramos pues aquí, entre el “estado primordial” y la “tradición primordial”, el lazo que hemos señalado en otra parte sobre el tema del simbolismo del “Santo Grial”, considerado bajo el doble aspecto de la copa y del libro (ver El Rey del Mundo, cap. V). Recordaremos todavía la representación, en el simbolismo cristiano, del Cordero sobre el libro sellado con siete sellos, sobre la montaña desde donde descienden los cuatro ríos (ver El Rey del Mundo, cap. IX); veremos más adelante la relación que existe entre el símbolo del “Árbol de la Vida” y el del “Libro de la Vida”. — Otro simbolismo que puede dar lugar a unas aproximaciones interesantes se encuentra en algunos pueblos de la América central, que, “en la intersección de dos diámetros rectangulares trazados en un círculo, colocan el carácter sagrado, peyotl o hicouri, que simboliza la “copa de la inmortalidad”, y que tiene la reputación de encontrarse en el centro de una ESFERA hueca y en el centro del mundo” (A. Rouhier, La Plante qui fait les yeux émerveillés. Le Peyotl, París, 1927, p. 154). Cf. también, en correspondencia con los cuatro ríos, las cuatro copas sacrificiales de los Rhibus en el Vêda.), dividen en cuatro partes, que se pueden relacionar con las cuatro fases de un desarrollo cíclico (Ver El esoterismo de Dante, cap. VIII, donde, a propósito de la figura del “viejo de Creta”, que representa las cuatro edades de la humanidad, hemos indicado la existencia de una relación analógica entre los cuatro ríos de los Infiernos y los cuatro ríos del Paraíso terrestre.), el recinto circular del “Paraíso terrestre”, el cual no es otra cosa que la sección horizontal de la forma esférica universal de la que ya hemos hablado más atrás (Ver El Rey del Mundo, cap. XI.). 114 SC IX

Si se relaciona el swastika con la rotación de una ESFERA tal como la ESFERA celeste alrededor de su eje, es menester suponerle trazado en el plano ecuatorial, y entonces el punto central será, como ya lo hemos explicado, la proyección del eje sobre este plano que le es perpendicular. En cuanto al sentido de la rotación indicada por la figura, su importancia es secundaria y no afecta a la significación general del símbolo; de hecho, se encuentran una y otra de las dos formas, que indican una rotación de derecha a izquierda o de izquierda a derecha (NA: La palabra swastika es, en sánscrito, la única que sirve para designar en todos los casos el símbolo en cuestión; el término sauvastika, que algunos han querido aplicar a una de las dos formas para distinguirla de la otra (que es la única que sería entonces el verdadero swastika), no es en realidad más que un adjetivo derivado de swastika, y que indica lo que se refiere a este símbolo o a sus significaciones. — En cuanto a la palabra swastika misma, se le hace derivar de su asti, fórmula de “bendición” en el sentido propio, que tiene su exacto equivalente en el ki-tôb hebraico del Génesis. En lo que concierne a este último, el hecho de que se encuentre repetido al final del relato de cada uno de los “días” de la creación es bastante destacable si se tiene en cuenta esta aproximación: parece indicar que esos “días” son asimilables a otras tantas rotaciones del swastika, o, en otros términos, a otras tantas revoluciones completas de la “rueda del mundo”, revoluciones de donde resulta la sucesión de “tarde y mañana”, que se enuncia después (ver también La Gran Tríada, cap. V).), y eso, sin que sea menester ver siempre ahí una intención de establecer entre ellas una oposición cualquiera. Es verdad que, en algunos países y en algunas épocas, han podido producirse, en relación a la tradición ortodoxa, cismas cuyos partidarios han dado voluntariamente a la figura una orientación contraria a la que estaba en uso dentro del medio del cual se separaban, para afirmar su antagonismo mediante una manifestación exterior, pero eso no toca en nada a la significación esencial, que permanece la misma en todos los casos. Por lo demás, a veces se encuentran las dos formas asociadas; entonces se las puede considerar como representando una misma rotación vista desde uno y otro de los dos polos; esto se vincula al simbolismo, muy complejo, de los dos hemisferios, que no nos es posible abordar aquí (A este respecto, hay una relación entre el símbolo del swastika y el de la doble espiral, muy importante igualmente, y que, por otra parte, está bastante estrechamente emparentado al yin-yang extremo oriental del que se tratará más adelante.). 123 SC X

Otra forma del simbolismo del tejido, que se encuentra también en la tradición hindú, es la imagen de la araña tejiendo su tela, imagen que es tanto más exacta cuanto que la araña forma esta tela de su propia sustancia (Comentario de Shankarâchârya sobre los Brahma-Sûtras, 2º Adhyâya, 1º Pâda, sûtra 25. ). En razón de la forma circular de la tela, que es por lo demás el esquema plano del esferoide cosmogónico, es decir, de la ESFERA no cerrada a la que ya hemos hecho alusión, la urdimbre está representada aquí por los hilos que irradian alrededor del centro, y la trama por los hilos dispuestos en circunferencias concéntricas (Puesto que la araña está en el centro de su tela, da la imagen del sol rodeado de sus rayos; también puede tomarse como una figura del “Corazón del Mundo”.). Para volver de ahí a la figura ordinaria del tejido, no hay más que considerar el centro como indefinidamente alejado, de tal suerte que los radios devienen paralelos, según la dirección vertical, mientras que las circunferencias concéntricas devienen rectas perpendiculares a estos radios, es decir, horizontales. 164 SC XIV

Las consideraciones que hemos expuesto no nos conducen de ningún modo, como algunos podrían creerlo equivocadamente si no tomáramos la precaución de insistir un poco en ello, a considerar el espacio como “una ESFERA cuyo centro está por todas partes y la circunferencia en ninguna”, según la fórmula frecuentemente citada de Pascal, quien, por lo demás, no es quizás su primer inventor. En todo caso, no queremos buscar aquí en qué sentido preciso Pascal mismo entendía esta frase, que ha podido ser mal interpretada; eso nos importa poco, ya que es bien evidente que el autor de las célebres consideraciones sobre los “dos infinitos”, a pesar de sus méritos incontestables bajo otros aspectos, no poseía ningún conocimiento de orden metafísico (Una pluralidad de infinitos es evidentemente imposible, ya que se limitarían uno al otro, de suerte que ninguno de ellos sería realmente infinito; Pascal, como muchos otros, confunde el infinito con lo indefinido, entendido éste cuantitativamente y tomado en los dos sentidos opuestos de las magnitudes crecientes y decrecientes.). 312 SC XXIX