geométrico (RGSC)

Es esencial destacar aquí que toda transposición metafísica del género de la que acabamos de hablar debe considerarse como la expresión de una analogía en el sentido propio de esta palabra; y recordaremos, para precisar lo que es menester entender por esto, que toda verdadera analogía debe aplicarse en sentido inverso; es lo que figura el símbolo bien conocido del “sello de Salomón”, formado de la unión de dos triángulos opuestos (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulos I y III.). Así, por ejemplo, del mismo modo que la imagen de un objeto en un espejo está invertida en relación al objeto, lo que es lo primero o lo más grande en el orden principial es, al menos en apariencia, lo último o lo más pequeño en el orden de la manifestación (Hemos mostrado que esto se encuentra expresado muy claramente a la vez en textos sacados, unos de las Upanishads y otros del Evangelio.). Para tomar términos de comparación en el dominio matemático, como lo hemos hecho a este propósito a fin de hacer la cosa más fácilmente comprehensible, es así como el punto GEOMÉTRICO es nulo cuantitativamente y no ocupa ningún espacio, aunque sea (y esto se explicará precisamente más completamente después) el principio por el que es producido el espacio entero, que no es más que el desarrollo o la expansión de sus propias virtualidades. Es así igualmente como la unidad aritmética es el más pequeño de los números si se le considera como situado en su multiplicidad, aunque es el más grande en principio, puesto que los contiene a todos virtualmente y produce toda su serie solo por la repetición indefinida de sí misma. 30 SC II

Por otra parte, se podría decir también que la integración del estado humano, o de no importa cuál otro estado, representa, en su orden y a su grado, la totalización misma del ser; y esto se traducirá muy claramente en el simbolismo GEOMÉTRICO que vamos a exponer. Si ello es así, es porque se puede encontrar en todas las cosas, concretamente en el hombre individual, e incluso más particularmente todavía en el hombre corporal, la correspondencia y como la figuración del “Hombre Universal”, puesto que cada una de las partes del Universo, ya se trate por lo demás de un mundo o de un ser particular, es por todas partes y siempre, análoga al todo. Así, un filósofo tal como Leibnitz tuvo razón, ciertamente, al admitir que toda “substancia individual” (con las reservas que hemos hecho más atrás sobre el valor de esta expresión) debe contener en sí misma una representación integral del Universo, lo que es una aplicación correcta de la analogía del “macrocosmo” y del “microcosmo” (Ya hemos tenido la ocasión de señalar que Leibnitz, diferente en eso de los demás filósofos modernos, había recibido algunos datos tradicionales, por lo demás bastante elementales e incompletos, y que, a juzgar por el uso que hace de ellos, no parece haber comprendido siempre perfectamente.); pero, al limitarse a la consideración de la “substancia individual” y al querer hacer de ella el ser mismo, un ser completo e incluso cerrado, sin ninguna comunicación real con nada que le rebase, se impidió pasar del sentido de la “amplitud” al de la “exaltación”, y así privó a su teoría de todo alcance metafísico verdadero (Otro defecto capital de la concepción de Leibnitz, defecto que, por lo demás, está quizás ligado más o menos estrechamente a éste, es la introducción del punto de vista moral en consideraciones de orden universal donde no tiene nada que hacer, por el “principio de lo mejor”, principio del que este filósofo ha pretendido hacer la “razón suficiente” de toda existencia. Agregaremos todavía, a este propósito, que la distinción de lo posible y de lo real, tal como Leibnitz quiere establecerla, no podría tener ningún valor metafísico, ya que todo lo que es posible es por eso mismo real según su modo propio.). Nuestra intención no es de ningún modo entrar aquí en el estudio de las concepciones filosóficas, cualesquiera que puedan ser, como tampoco en el de toda otra cosa que dependa igualmente del dominio “profano”; pero esta precisión se nos presentaba naturalmente, como una aplicación casi inmediata de lo que acabamos de decir sobre los dos sentidos según los cuales se efectúa la expansión del ser total. 41 SC III

Incluso restableciendo así la interpretación correcta de lo que se trata, las dos frases que acabamos de citar contienen la una y la otra un error: en efecto, por una parte, la eclíptica y el ecuador no forman la cruz, ya que estos dos planos no se cortan en ángulo recto; y por otra parte, los dos puntos equinocciales están unidos evidentemente por una sola línea recta, de suerte que, aquí la cruz aparece menos todavía. Lo que es menester considerar en realidad, es, por una parte, el plano del ecuador y el eje que, uniendo los polos, es perpendicular a este plano; son, por otra parte, las dos líneas que unen respectivamente los dos puntos solsticiales y los dos puntos equinocciales; tenemos así lo que puede llamarse, en el primer caso, la cruz vertical, y, en el segundo, la cruz horizontal. El conjunto de estas dos cruces, que tienen el mismo centro, forma la cruz de tres dimensiones, cuyos brazos están orientados siguiendo las seis direcciones del espacio (Es menester no confundir “direcciones” y “dimensiones” del espacio: hay seis direcciones, pero solo tres dimensiones, de las cuales cada una conlleva dos direcciones diametralmente opuestas. Es así como la cruz de que hablamos tiene seis brazos, pero está formada solo por tres rectas de las que cada una es perpendicular a las otras dos; así pues, según el lenguaje GEOMÉTRICO, cada brazo es una “semirecta” dirigida en un cierto sentido a partir del centro.); estas corresponden a los seis puntos cardinales, que, con el centro mismo, forman el septenario. 49 SC IV

Este mismo simbolismo de las direcciones del espacio es el que tendremos que aplicar en todo lo que va a seguir, ya sea desde el punto de vista “macrocósmico”, como en lo que acaba de decirse, o ya sea desde el punto de vista “microcósmico”. Según el lenguaje GEOMÉTRICO, la cruz de tres dimensiones constituye un “sistema de coordenadas” al que puede referirse el espacio todo entero; y el espacio simbolizará aquí el conjunto de todas las posibilidades, ya sea de un ser particular, ya sea de la Existencia universal. Este sistema está formado de tres ejes, uno vertical y los otros dos horizontales, que son tres diámetros rectangulares de una esfera indefinida, y que, independientemente de toda consideración astronómica, pueden considerarse como orientados hacia los seis puntos cardinales: en el texto de Clemente de Alejandría que hemos citado, lo alto y lo bajo corresponden respectivamente al Zenit y al Nadir, la derecha y la izquierda al Sur y al Norte, la delantera y la trasera al Este y al Oeste; esto podría justificarse por las indicaciones concordantes que se encuentran en casi todas las tradiciones. Puede decirse también que el eje vertical es el eje polar, es decir, la línea fija que une los dos polos y alrededor de la cual todas las cosas cumplen su rotación; es pues el eje principal, mientras que los otros dos ejes horizontales no son más que secundarios y relativos. De estos dos ejes horizontales, uno, el eje Norte-Sur, puede llamarse también el eje solsticial, y el otro, el eje Este-Oeste, puede llamarse el eje equinoccial, lo que nos lleva al punto de vista astronómico, en virtud de una cierta correspondencia de los puntos cardinales con las fases del ciclo anual, correspondencia cuya exposición completa nos llevaría demasiado lejos y que no importa por lo demás aquí, aunque encontrará sin duda mejor su lugar en otro estudio (NA: A título de concordancia, se puede observar también la alusión que hace San Pablo al simbolismo de las direcciones o de las dimensiones del espacio, cuando habla de “la anchura, la largura, la altura y la profundidad del amor de Jesucristo” (Epístola a los Efesios, III, 18). Aquí, no hay más que cuatro términos enunciados distintamente en lugar de seis: los dos primeros corresponden respectivamente a los dos ejes horizontales, tomando cada uno de éstos en su totalidad; los dos últimos corresponden a las dos mitades superior e inferior del eje vertical. La razón de esta distinción, en lo que concierne a las dos mitades de este eje vertical, es que éstas se refieren a dos gunas diferentes, e incluso opuestos en un cierto sentido; por el contrario, los dos ejes horizontales se refieren enteros a un solo guna, así como veremos en el capítulo siguiente.). 55 SC IV

En fin, una precisión que tiene también su importancia es ésta: hemos dicho hace un momento que los términos de activo y de pasivo, que expresan solo una relación, podían ser aplicados a diferentes grados; de ello resulta que, si consideramos la cruz de tres dimensiones, en la que el eje vertical y el plano horizontal están en esta relación de activo y de pasivo, se podrá considerar también, además, la misma relación entre los dos ejes horizontales, o entre lo que representen respectivamente. En este caso, para conservar la correspondencia simbólica establecida en primer lugar, aunque estos ejes sean ambos horizontales en realidad, se podrá decir que uno de ellos, el que juega el papel activo, es relativamente vertical en relación al otro. Por ejemplo, si consideramos a estos dos ejes como respectivamente el eje solsticial y el eje equinoccial, así como lo hemos dicho más atrás, conformemente al simbolismo del ciclo anual, podremos decir que el eje solsticial es relativamente vertical en relación al eje equinoccial, de tal suerte que, en el plano horizontal, desempeña analógicamente el papel de eje polar (eje Norte-Sur), y el eje equinoccial desempeña entonces el papel de eje ecuatorial (eje Este-Oeste) (Esta precisión encuentra concretamente su aplicación en el simbolismo del swastika, del que trataremos más adelante.). Así pues, en su plano, la cruz horizontal reproduce unas relaciones análogas a las que son expresadas por la cruz vertical; y, para volver aquí al simbolismo metafísico que es el que nos importa esencialmente, podemos decir también que la integración del estado humano, representada por la cruz horizontal, es, en el orden de existencia al que se refiere, como una imagen de la totalización misma del ser, representada por la cruz vertical (NA: A propósito del complementarismo, señalaremos también que, en el simbolismo del alfabeto árabe, las dos primeras letras, alif y be, se consideran respectivamente como activa o masculina y como pasiva o femenina; siendo la forma de la primera vertical, y siendo la de la segunda horizontal, su reunión forma la cruz. Por otra parte, puesto que los valores numéricos de estas letras son respectivamente 1 y 2, esto concuerda todavía con el simbolismo aritmético pitagórico, según el cual la “monada” es masculina y la “diada” femenina; la misma concordancia se encuentra por lo demás en otras tradiciones, por ejemplo en la tradición extremo oriental, en la que, en las figuras de los koua o “trigramas” de Fo-hi, el yang, principio masculino, se representa por un trazo lleno, y el yin, principio femenino, por un trazo cortado (o mejor interrumpido en su medio); estos símbolos, llamados las “dos determinaciones”, evocan respectivamente la idea de la unidad y de la dualidad; no hay que decir que esto, como en el pitagorismo mismo, debe entenderse en un sentido completamente diferente que en el del simple sistema de “numeración” que Leibnitz se había imaginado encontrar ahí (ver Oriente y Occidente). De una manera general, según el Yi-king, los números impares corresponden al yang y los números pares corresponden al yin; parece que la idea pitagórica de lo “par” y de lo “impar” se encuentra también en lo que Platón llama lo “mismo” y lo “otro”, que corresponden respectivamente a la unidad y a la dualidad, consideradas por lo demás exclusivamente en el mundo manifestado. — En la numeración china, la cruz representa el número 10 (la cifra romana X, no es, ella también, más que la cruz dispuesta de otro modo); se puede ver ahí una alusión a la relación del denario con el cuaternario: 1+2+3+4 = 10, relación que estaba figurada también por la Tétraktis pitagórica. En efecto, en la correspondencia de las figuras geométricas con los números, la cruz representa naturalmente el cuaternario; más precisamente, le representa bajo un aspecto dinámico, mientras que el cuadrado le representa bajo su aspecto estático; la relación entre estos dos aspectos está expresada por el problema hermético de la “cuadratura del círculo”, o, según el simbolismo GEOMÉTRICO de tres dimensiones, por una relación entre la esfera y el cubo a la cual hemos tenido la ocasión de hacer alusión a propósito de las figuras del “Paraíso terrestre” y de la “Jerusalem celeste” (ver El Rey del Mundo, cap. XI). Finalmente, a propósito de esto, observaremos todavía que, en el número 10, las dos cifras 1 y 0 corresponden también respectivamente a lo activo y a lo pasivo, representados, según otro simbolismo, por el centro y la circunferencia, simbolismo que se puede vincular al de la cruz señalando que el centro es la huella del eje vertical sobre el plano horizontal, en el que, entonces, debe suponerse situada la circunferencia, que representará la expansión en este mismo plano por una de las ondas concéntricas según las cuales se efectúa; el círculo con el punto central, figura del denario, es al mismo tiempo el símbolo de la perfección cíclica, es decir, de la realización integral de las posibilidades implícitas en un estado de existencia.). 74 SC VI

Aunque esto pueda parecer una digresión, lo que acaba de decirse sobre la “paz” que reside en el punto central nos lleva a hablar un poco de otro simbolismo, el de la guerra, al que ya hemos hecho algunas alusiones en otra parte (Ver El Rey del Mundo, cap. X, y Autoridad espiritual y poder temporal, cap. III y VIII.). Este simbolismo se encuentra concretamente en la Bhagavad-Gîtâ: la batalla de la que se trata en este libro representa la acción, de una manera enteramente general, bajo una forma por lo demás apropiada a la naturaleza y a la función de los kshatriyas a quienes está destinado más especialmente (NA: Krishna y Arjuna, que representan respectivamente el “Sí mismo” y el “yo”, o la “personalidad” y la “individualidad”, Atmâ incondicionado y jivâtmâ, están montados sobre un mismo carro, que es el “vehículo” del ser considerado en su estado de manifestación; y, mientras que Arjuna combate, Krishna conduce el carro sin combatir, es decir, sin estar él mismo comprometido en la acción. Otros símbolos que tienen la misma significación se encuentran en numerosos textos de las Upanishad: Los “dos pájaros que residen sobre el mismo árbol” (Mundaka Upanishad, 3er Mundaka, 1er Khanda, shruti 1; Shwêtâshwatara Upanishad, 4º Adhyâya, shruti 6), y también los “dos que han entrado en la caverna” (Katha Upanishad, 1er adhyâya, 3er Vallî, shruti 1); la “caverna” no es otra que la cavidad del corazón, que representa precisamente el lugar de la unión de lo individual con lo Universal, o del “yo” con el “Sí mismo” (ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, III). — El-Hallâj dice en el mismo sentido: “Somos dos espíritus conjuntos en un mismo cuerpo” (nahnu ruhâni halalnâ badana).). El campo de batalla (kshêtra) es el dominio de la acción, en el que el individuo desarrolla sus posibilidades, y que es figurado por el plano horizontal en el simbolismo GEOMÉTRICO; se trata aquí del estado humano, pero la misma representación podría aplicarse a todo otro estado de manifestación, igualmente sometido, si no a la acción propiamente dicha, al menos al cambio y a la multiplicidad. Esta concepción no se encuentra solo en la doctrina hindú, sino también en la doctrina islámica, ya que tal es exactamente el sentido real de la “guerra santa” (jihâd); su aplicación social y exterior no es más que secundaria, y lo que lo muestra bien, es que ella constituye solo la “guerra santa menor” (El-jihâdul-açghar), mientras que la “guerra santa mayor” (El-jihâdul-akbar) es de orden puramente interior y espiritual (NA: Esto se basa sobre un hadîth del Profeta que, a la vuelta de una expedición pronunció esta palabra: “Hemos vuelto de la guerra santa menor a la guerra santa mayor” (rajanâ min el-jihâdil-açghar ilâ el-jihâdil-akbar).). 94 SC VIII

Hasta aquí, no hemos hecho más que examinar los diversos aspectos del simbolismo de la cruz, mostrando su vinculamiento con la significación metafísica que hemos indicado en primer lugar. Una vez terminadas estas consideraciones, que no son en cierto modo más que preliminares, a lo que debemos dedicarnos ahora es a desarrollar esta significación metafísica, llevando tan lejos como sea posible el estudio del simbolismo GEOMÉTRICO por el que se representan a la vez, ya sean los grados de la Existencia universal, ya sean los estados de cada ser, según los dos puntos de vista que hemos llamado “macrocósmico” y “microcósmico”. 131 SC XI

En esta suposición, se tendría la imagen exacta de un movimiento vibratorio que se propaga indefinidamente, en ondas concéntricas, alrededor de su punto de partida, en un plano horizontal semejante a la superficie libre de un líquido (Se trata de lo que se llama en física la superficie libre “teórica”, ya que, de hecho, la superficie libre de un líquido no se extiende indefinidamente y no realiza jamás perfectamente el plano horizontal.); y sería también el símbolo GEOMÉTRICO más exacto que se pueda dar de la integralidad de un estado de ser. Si se quisiera entrar más adelante en las condiciones de orden puramente matemático, que no nos interesan aquí sino en tanto que nos proporcionan representaciones simbólicas, se podría mostrar que la realización de esta integralidad correspondería a la integración de la ecuación diferencial que expresa la relación que existe entre las variaciones concomitantes del radio y de su ángulo de rotación, variando a la vez uno y otro, y uno en función del otro, de una manera continua, es decir, en cantidades infinitesimales. La constante arbitraria que figura en la integral estaría determinada por la posición del radio tomado como origen, y esta misma cantidad, que no es fija más que para una posición determinada de la figura, debería variar de una manera continua desde 0 a 2? para todas sus posiciones, de suerte que, si se consideran éstas como pudiendo ser simultáneas (lo que equivale a suprimir la condición temporal, que da a la actividad de manifestación la cualificación particular que constituye el movimiento), es menester dejar la constante indeterminada entre estos dos valores extremos. 204 SC XVIII

Como, con la nueva consideración de todos los sistemas coexistentes, las direcciones de la extensión desempeñan todas el mismo papel, el despliegue que se efectúa a partir del centro puede considerarse como esférico, o mejor esferoidal: como ya lo hemos indicado, el volumen total es un esferoide que se extiende indefinidamente en todos los sentidos, y cuya superficie no se cierra, así como tampoco se cerraban las curvas que hemos descrito anteriormente; por lo demás, la espiral plana, considerada simultáneamente en todas sus posiciones, no es otra cosa que una sección de esta superficie por un plano que pasa por el centro. Hemos dicho que la realización de la integralidad de un plano se traducía por el cálculo de una integral simple; aquí, como se trata de un volumen, y no ya de una superficie, la realización de la totalidad de la extensión se traduciría por el cálculo de una integral doble (Un punto que importa retener, aunque no podamos insistir en él aquí, es que una integral no puede calcularse tomando sus elementos uno a uno y sucesivamente, ya que, de esta manera el cálculo no se acabaría jamás; la integración no puede efectuarse más que por una única operación sintética, y el procedimiento analítico de formación de las sumas aritméticas no podría ser aplicable al infinito.); las dos constantes arbitrarias que se introducirían en este cálculo podrían ser determinadas por la elección de dos ejes de coordenadas, y el tercer eje se encontraría fijado por eso mismo, puesto que debe ser perpendicular al plano de los otros dos y pasar por el centro. Debemos destacar todavía que el despliegue de este esferoide no es, en suma, otra cosa que la propagación indefinida de un movimiento vibratorio (u ondulatorio, ya que estos términos son sinónimos en el fondo), no solo en un plano horizontal, sino en toda la extensión de tres dimensiones, movimiento cuyo punto de partida puede considerarse actualmente como el centro. Si se considera esta extensión como un símbolo GEOMÉTRICO, es decir, espacial, de la Posibilidad universal total (símbolo necesariamente imperfecto, puesto que es limitado por su naturaleza misma), la representación en la que hemos desembocado así será la figuración, en la medida en que es posible, del vórtice esférico universal según el cual discurre la manifestación de todas las cosas, y que la tradición metafísica del extremo oriente llama Tao, es decir, la “Vía”. 223 SC XX

Por lo que acabamos de exponer, hemos llevado hasta sus extremos límites concebibles, o más bien imaginables (puesto que es siempre de una representación de orden sensible que se trata), la universalización de nuestro símbolo GEOMÉTRICO, introduciendo en él gradualmente, en varias fases sucesivas, o, para hablar más exactamente, consideradas sucesivamente en el curso de nuestro estudio, una indeterminación cada vez más grande, que corresponde a lo que hemos llamado potencias cada vez más elevadas de lo indefinido, pero sin salir sin embargo de la extensión de tres dimensiones. Después de haber llegado a este punto, nos va a ser menester rehacer en cierto modo este mismo camino en sentido inverso, para restituir a la figura la determinación de todos sus elementos, determinación sin la cual, aunque exista toda entera en el estado virtual, no puede ser trazada efectivamente; pero esta determinación, que, en nuestro punto de partida, era considerada solo por así decir hipotéticamente, como una pura posibilidad, devendrá ahora real, ya que podemos marcar la significación precisa de cada uno de los elementos constitutivos del símbolo crucial por el que se caracteriza. 230 SC XXI

El eje vertical representa entonces el lugar metafísico de la manifestación de la “Voluntad del Cielo”, y atraviesa a cada plano horizontal en su centro, es decir, en el punto donde se realiza el equilibrio en el que reside precisamente esta manifestación, o, en otros términos, la armonización completa de todos los elementos constitutivos del estado del ser correspondiente. Como lo hemos visto más atrás, es eso lo que es menester entender por el “Invariable Medio” (Tchoung-young), donde se refleja, en cada estado de ser (por el equilibrio que es como una imagen de la Unidad principial en lo manifestado), la “Actividad del Cielo”, que, en sí misma, es no actuante y no manifestada, aunque debe ser concebida como capaz de acción y de manifestación, sin que, por lo demás, eso pueda afectarla o modificarla de ninguna manera, e incluso, a decir verdad, como capaz de toda acción y de toda manifestación, precisamente porque está más allá de todas las acciones y manifestaciones particulares. Por consiguiente, podemos decir que, en la representación de un ser, el eje vertical es el símbolo de la “Vía Personal” (Recordamos todavía que la “personalidad” es para nos el principio transcendente y permanente del ser, mientras que la “individualidad” no es más que una manifestación transitoria y contingente del mismo.), que conduce a la Perfección, y que es una especificación de la “Vía Universal”, representada precedentemente mediante una figura esferoidal indefinida y no cerrada; con el mismo simbolismo GEOMÉTRICO, esta especificación se obtiene, según lo que hemos dicho, por la determinación de una dirección particular en la extensión, dirección que es la de este eje vertical (NA: Esto acaba de precisar lo que hemos indicado ya sobre el tema de las relaciones de la “Vía” (Tao) y de la “Rectitud” (Te).). 252 SC XXIII

Antes de ir más lejos, importa observar todavía un punto, a saber: la distancia vertical que separa las extremidades de un ciclo evolutivo cualquiera es constante, lo que, parece, equivaldría a decir que, cualquiera que sea el ciclo que se considere, la “fuerza atractiva de la Divinidad” actúa siempre con la misma intensidad; y ello es efectivamente así al respecto del Infinito: es lo que expresa la ley de la armonía universal, que exige la proporcionalidad en cierto modo matemática de todas las variaciones. Sin embargo, es verdad que podría no ser ya lo mismo en apariencia si uno se colocara en un punto de vista especializado, y si se considerara solamente el recorrido de un cierto ciclo determinado que se quisiera comparar a los demás bajo la relación de que se trata; sería menester entonces poder evaluar, en el caso preciso en el que uno se hubiera colocado (admitiendo que haya lugar efectivamente a colocarse ahí, lo que, en todo caso, está fuera del punto de vista de la metafísica pura), el valor del paso de la hélice; pero, “nosotros no conocemos el valor esencial de este elemento GEOMÉTRICO, porque no tenemos actualmente consciencia de los estados cíclicos por donde pasamos, y porque no podemos medir pues la altura metafísica que nos separa hoy de aquella de la cual salimos” (NA: Matgioi, La Vía Metafísica, PP. 137-138 (nota).). No tenemos así ningún medio directo para apreciar la medida de la acción de la “Voluntad del Cielo”; “nosotros no la conoceríamos más que por analogía (en virtud de la ley de armonía), si, en nuestro estado actual, teniendo consciencia de nuestro estado precedente, pudiéramos juzgar la cantidad metafísica adquirida (Entiéndase bien que el término de “cantidad”, que justifica aquí el empleo del simbolismo matemático, no debe tomarse más que en un sentido puramente analógico; por lo demás, ocurre lo mismo con la palabra “fuerza” y con todas aquellas que evocan imágenes tomadas del mundo sensible.), y, por consiguiente, medir la fuerza ascensional. No se dice que la cosa sea imposible, ya que es fácilmente comprehensible; pero no lo es para las facultades de la presente humanidad” (NA: Matgioi, La Vía Metafísica, p. 96. — En esta última cita, hemos introducido algunas modificaciones, pero sin alterar su sentido, para aplicar a cada ser lo que se decía del Universo en su conjunto. “El hombre no puede nada sobre su propia vida, porque la ley que rige la vida y la muerte, sus mutaciones, se le escapa; ¿qué puede saber entonces de la ley que rige las grandes mutaciones cósmicas, la evolución universal?” (Tchoang-Tseu, cap. XXV). — En la tradición hindú, los Purânas declaran que no hay medida para los Kalpas anteriores y posteriores, es decir, para los ciclos que se refieren a los otros grados de la Existencia Universal.). 255 SC XXIII

Dicho esto para prevenir toda objeción posible a este respecto, es evidente que no puede haber ninguna común medida, por una parte, entre el “Sí mismo”, considerado como la totalización del ser que se integra según las tres dimensiones de la cruz, para reintegrarse finalmente en su Unidad primera, realizada en esta plenitud misma de la expansión que simboliza el espacio todo entero, y, por otra, una modificación individual cualquiera, representada por un elemento infinitesimal del mismo espacio, o incluso la integralidad de un estado, cuya figuración plana (o al menos considerada como plana con las restricciones que hemos hecho, es decir, en tanto que se considera este estado aisladamente) implica todavía un elemento infinitesimal en relación al espacio de tres dimensiones, puesto que, al situar esta figuración en el espacio (es decir, en el conjunto de todos los estados del ser), su plano horizontal debe considerarse como desplazándose efectivamente en una cantidad infinitesimal según la dirección del eje vertical (Recordamos que la cuestión de la distinción fundamental del “Sí mismo” y del “yo”, es decir, en suma del ser total y de la individualidad, que hemos resumido al comienzo del presente estudio, ha sido tratada más completamente en El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. II.). Puesto que se trata de elementos infinitesimales, incluso en un simbolismo GEOMÉTRICO forzosamente restringido y limitado, se ve que, en realidad y a fortiori, hay en efecto, para lo que es simbolizado respectivamente por los dos términos que acabamos de comparar entre ellos, una inconmensurabilidad absoluta, que no depende de ninguna convención más o menos arbitraria, como lo es siempre la elección de algunas unidades relativas en las medidas cuantitativas ordinarias. Por otra parte, cuando se trata del ser total, aquí se toma un indefinido como símbolo del Infinito, en la medida en que es permisible decir que el Infinito puede ser simbolizado; pero, entiéndase bien que esto no equivale de ningún modo a confundirlos como lo hacen bastante habitualmente los matemáticos y los filósofos occidentales. “Si podemos tomar lo indefinido como imagen del Infinito, no podemos aplicar al Infinito los razonamientos de lo indefinido; el simbolismo desciende y no remonta” (Matgioi, La Vía Metafísica, pág. 99.). 285 SC XXVI

Detendremos aquí la presente exposición, reservando para otro estudio las demás consideraciones relativas a la teoría metafísica de los estados múltiples del ser, que consideraremos entonces independientemente del simbolismo GEOMÉTRICO al que ella da lugar. Para permanecer en los límites que entendemos imponernos por el momento, agregaremos simplemente esto, que nos servirá de conclusión: es por la consciencia de la Identidad del Ser, permanente a través de todas las modificaciones indefinidamente múltiples de la Existencia única, como se manifiesta, tanto en el centro mismo de nuestro estado humano como en el de todos los demás estados, este elemento transcendente e informal, y por consiguiente, no encarnado y no individualizado, al que se llama el “Rayo Celeste”; y es esta consciencia, superior por eso mismo a toda facultad de orden formal, y por consiguiente esencialmente supraracional, y que implica el asentimiento de la ley de armonía que liga y une todas las cosas en el Universo, decimos, es esta consciencia la que, para nuestro ser individual, pero independientemente de él y de las condiciones a las cuales está sometido, constituye verdaderamente la “sensación de la eternidad” (No hay que decir que la palabra “sensación” no se toma aquí en su sentido propio, sino que debe entenderse, por transposición analógica, de una facultad intuitiva, que aprehende inmediatamente su objeto, como la sensación lo hace en su orden; pero en eso hay toda la diferencia que separa a la intuición intelectual de la intuición sensible, lo supraracional de lo infraracional.). 326 SC XXX

René Guénon