René Guénon — FORMAS TRADICIONAIS E CICLOS CÓSMICOS
VIDE: Atlântida; Hiperbórea
ATLÂNTIDA E HIPERBÓREA
Nos queda todavía, para terminar esta puesta a punto necesaria, decir algunas palabras sobre tres o cuatro cuestiones que M. le Cour aborda incidentalmente en sus dos notas; y, primero, hay una alusión al swastika, del que es dicho que «hacemos el signo del Polo». Sin poner en ello la menor animosidad, rogaríamos aquí a M. le Cour no asimilar nuestro caso al suyo, ya que al final es menester en efecto decir las cosas como son: Nos le consideramos como un «buscador» (y eso no es de ningún modo disminuir su mérito), que propone explicaciones según sus opiniones personales, algo aventuradas a veces, y al efecto está en su derecho, dado que no está vinculado a ninguna Tradición actualmente viva y tampoco está en posesión de ningún dato Tradicional recibido por transmisión directa; podríamos decir, en otros términos, que hace arqueología, mientras que, en cuanto a nós, hacemos ciencia iniciática, y hay ahí dos puntos de vista que, aún cuando que toquen a los mismos sujetos, no podrían coincidir de ninguna manera. En punto ninguno «hacemos» del swastika el signo del polo: Decimos que es eso y que siempre lo ha sido, que tal es su verdadera significación Tradicional, lo que es del todo diferente; es este un hecho contra el cual ni M. le Cour ni nós mismo podemos nada. M. le Cour, que evidentemente no puede hacer más que interpretaciones más o menos hipotéticas, pretende que el swastika «no es más que un símbolo que se refiere a un ideal sin elevación»1; queda ahí su manera de ver, y nada más hay en la misma, y estamos tanto menos dispuesto a discutirla cuanto que no represente después de todo más que una simple apreciación sentimental; «elevado» o no, un «ideal» es para nós algo bastante huero, y, en verdad que se trata de cosas mucho más «positivas», diríamos de buena gana si no se hubiera abusado tanto de esta expresión.
M. le Cour, por otra parte, no parece satisfecho de la nota que hemos consagrado al artículo de uno de sus colaboradores que quería ver a todo precio una oposición entre Oriente y Occidente, y que hacía prueba, frente a Oriente, de un exclusivismo enteramente deplorable2. Escribe allí cosas sorprendentes: «M. René Guénon, que es un lógico puro, no podría buscar, tanto en Oriente como en Occidente, más que el lado puramente intelectual de las cosas, como lo prueban sus escritos; lo muestra todavía declarando que Agni se basta a él mismo (ver Regnabit, abril de 1926) e ignorando la dualidad Aor-Agni, sobre la cual volveremos frecuentemente, ya que ella es la piedra angular del edificio del mundo manifestado». Cualesquiera que pueda ser de ordinario nuestra indiferencia al respecto de lo que se escribe sobre nós, no podemos de igual modo dejar decir que somos un «lógico puro», cuando es que no consideramos al contrario a la lógica y a la dialéctica más que como simples instrumentos de exposición, a veces útiles a este título, pero de un carácter enteramente exterior, y sin ningún interés en ellas mismas; no nos dedicamos, repetímoslo todavía una vez más, más que al solo punto de vista iniciático, y todo lo demás, es decir, todo lo que no es más que conocimiento «profano», está enteramente desprovisto de valor a nuestros ojos. Si es verdad que hablamos frecuentemente de «intelectualidad pura», es porque esta expresión tiene un muy otro sentido para nós que para M. le Cour, que parece confundir «inteligencia» con «razón», y que considera por otra parte una «intuición estética», cuando es que no hay otra intuición verdadera que la «intuición intelectual», de orden supra-racional; hay por lo demás ahí algo mucho más formidable de lo que pueda pensar quienquiera que, manifiestamente, no tiene la menor sospecho de lo que puede ser la «realización metafísica», y que se figura probablemente que no somos más que una especie de teórico, lo que prueba una vez más que en efecto ha leído mal nuestros escritos, que parecen empero preocuparle extrañamente.
En cuanto a la historia de Aor-Agni, que no «ignoramos» del todo, sería bueno acabar de una vez por todas con esas ensoñaciones, de las que M. le Cour no tiene por otra parte la responsabilidad: Si «Agni se basta a él mismo», es por la buena razón de que este término, en sánscrito, designa el fuego bajo todos sus aspectos, sin ninguna excepción, y los que pretenden lo contrario prueban simplemente por ahí su total ignorancia de la Tradición hindú. No decimos otra cosa en la nota de nuestro artículo de Regnabit, que creemos necesario reproducir aquí textualmente: «Sabiendo que, entre los lectores de Regnabit, los hay que están al corriente de las teorías de una escuela cuyos trabajos, aunque muy interesantes y muy estimables bajo muchos aspectos, hacen llamado empero a algunas reservas, debemos decir aquí que no podemos aceptar el empleo de los términos Aor y Agni para designar los dos aspectos complementarios del fuego (luz y calor). En efecto, el primero de estos dos términos es hebreo, mientras que el segundo es sánscrito, y no pueden asociarse así dos términos tomados a Tradiciones diferentes, cualesquiera que puedan ser las concordancias reales que existen entre éstos, y ni siquiera la identidad de fondo que se oculta bajo la diversidad de sus formas; es menester no confundir el «sincretismo» con la verdadera síntesis. Además, si Aor es en efecto frecuentemente la luz, Agni es el principio ígneo considerado integralmente (el ignis latino es por lo demás exactamente el mismo término), y pues, a la vez como luz y como calor; la restricción de este término a la designación del segundo aspecto es del todo arbitrario e injustificada». Apenas hay necesidad de decir que, al escribir esta nota, no habíamos pensado en lo más mínimo en M. le Cour; pensábamos únicamente en el Hieron de Paray-le-Monial, al cual pertenece en propiedad la invención de esta bizarra asociación verbal. Estimamos no haber de tener en cuenta ninguna fantasía salida de la imaginación demasiado fértil de M. de Sarachaga, y pues, enteramente desnuda de autoridad y no teniendo el menor valor bajo el punto de vista Tradicional, al cual entendemos ceñirnos rigurosamente (Es el mismo M. de Sarachaga que escribía zwadisca en lugar de swastika; uno de sus discípulos, a quien hicimos la precisión un día a ese respecto, nos aseguró que debía tener sus razones para escribirlo así; ¡En verdad que es esa una justificación demasiado fácil! ).
En fin M. le Cour aprovecha de la circunstancia para afirmar de nuevo la teoría antimetafísica y anti-iniciática del «individualismo» occidental, lo que, por encima de todo, es su asunto y a nadie compromete más que a él; y agrega, con una especie de soberbia que muestra que está en efecto muy poco desprendido de las contingencias individuales: «Mantenemos nuestro punto de vista porque somos los antepasados en el dominio de los conocimientos». Esta pretensión es verdaderamente un poco extraordinaria; ¿se cree pues tan viejo M. le Cour? No solamente los Occidentales modernos no son los antepasados de nadie, sino que ni siquiera son descendiente legítimos, ya que han perdido la llave de su propia Tradición; no es «en Oriente donde ha habido desviación», sea lo que fuere lo que puedan decir de ello los que ignoran todo de las doctrinas orientales. Los «antepasados», para retomar el término de M. le Cour, son los detentadores efectivos de la Tradición Primordial; no podría haber otros, y, en la época actual, éstos no se encuentran ciertamente en Occidente.
Queremos suponer que, al escribir estas palabras, M. le Cour ha tenido ante todo en vista interpretaciones modernas y no Tradicionales del swastika, como las que han podido concebir por ejemplo los «racistas» alemanes, que en efecto han pretendido apoderarse de este emblema, poniéndole por lo demás la denominación barroca e insignificante de hakenkrenz o «cruz de cachetes». ↩
M. le Cour nos reprocha haber dicho a este propósito que su colaborador «con seguridad que no tiene el don de lenguas», y encuentra que «es ésta una afirmación desafortunada»; ¡confunde simplemente, por desgracia, el «don de lenguas» con los conocimientos lingüísticos!; lo que es cuestión ahí, nada en absoluto tiene que ver con la erudición. ↩