René Guénon — Baker Eddy
Louis Antoine nació en 1846 en la provincia de Lieja, de una familia de mineros; fue primero minero él mismo, después se hizo obrero metalúrgico; después de una estancia de algunos años en Alemania y en Polonia, volvió de nuevo a Bélgica y se instaló en Jemeppe-sur-Meuse. Al perder a su único hijo, Antonio y su mujer se pusieron a hacer espiritismo; pronto, el antiguo minero, aunque casi iletrado, se encontró a la cabeza de un agrupamiento llamado de los «Viñadores del Señor», en el que funcionaba una verdadera oficina de comunicación con los muertos (NA: veremos que esta institución no es única en su género); editó también una suerte de catecismo espiritista, hecho por lo demás enteramente de apropiaciones tomadas a las obras de Allan Kardec. Un poco más tarde, Antonio agregaba a su empresa, cuyo carácter no parece haber sido absolutamente desinteresado, un gabinete de consultas «para el alivio de todas las enfermedades y aflicciones morales y físicas», colocado bajo la dirección de un «espíritu» que se hacía llamar el Dr. Carita. Al cabo de algún tiempo después, se descubrió facultades de «curandero» que le permitían suprimir toda evocación y «operar» directamente por sí mismo; este cambio fue seguido de cerca por una desavenencia con los espiritistas, cuyos motivos no están muy claros. Es de este cisma de donde iba a salir el antonismo; en el Congreso de Namur, en noviembre de 1913, M. Fraikin, presidente de la «Federación Espiritista Belga», declaró textualmente: «El antonismo, por razones poco confesables, se niega a marchar ya con nosotros»; está permitido suponer que esas «razones poco confesables» eran sobre todo de orden comercial, si se puede decir, y que Antonio encontraba más ventajoso actuar enteramente a su guisa, fuera de todo control más o menos molesto. Para los enfermos que no podían venir a visitarle a Jemeppe, Antonio fabricaba un medicamento que designaba bajo el nombre de «licor Coune» y al cual atribuía el poder de curar indistintamente todas las afecciones; eso le valió un proceso por ejercicio ilegal de la medicina, y fue condenado a una ligera multa; reemplazó entonces su licor por el agua magnetizada, que no podía ser calificada de medicamento, y después por el papel magnetizado, más fácil de transportar. Sin embargo, los pacientes que acudían a Jemeppe devinieron tan numerosos que fue menester renunciar a tratarlos individualmente por pases o inclusive por una simple imposición de las manos, e instituir la práctica de las «operaciones» colectivas. Es en este momento cuando Antonio, que no había hablado hasta entonces más que de «fluidos», hizo intervenir la «fe», como un factor esencial, en las curaciones que cumplía, y cuando comenzó a enseñar que la imaginación es la única causa de todos los males físicos; como consecuencia, prohibió a sus discípulos (NA: ya que se presentó desde entonces como fundador de secta) recurrir a los cuidados de un médico. En el libro que ha titulado Revelación, supone que un discípulo le dirige esta pregunta: «Alguien que había tenido el pensamiento de consultar a un médico viene a su casa diciendo: “Si no mejoro después de esta visita, iré a casa de tal médico”. Usted constata sus intenciones y le aconseja que siga su pensamiento. ¿Por qué actúa usted así? Yo he visto enfermos que, después de haber ejecutado este consejo, han debido volver a usted». Antonio responde en estos términos: «Algunos enfermos, en efecto, pueden haber tenido el pensamiento de ir a casa del médico antes de consultarme. Si yo siento que tienen más confianza en el médico, es mi deber enviarles a él. Si no encuentran allí la curación, es porque su pensamiento de venir a mi casa, ha puesto un obstáculo en el trabajo del médico, como el de ir a casa del médico ha podido oponer un obstáculo en el mío. Otros enfermos preguntan también si tal remedio no podría ayudarles. Este pensamiento falsifica en un abrir y cerrar de ojos toda mi operación: es la prueba de que no tienen la fe suficiente, la certeza de que, sin medicamentos, yo puedo darlos lo que reclaman… El médico no puede dar más que el resultado de sus estudios, y éstos tienen como base la materia. Así pues, la causa permanece, y el mal reaparecerá, porque todo lo que es materia no podría curar sino temporalmente». En otros pasajes, se lee todavía: «Es por la fe en el curandero como el enfermo encuentra su curación. El doctor puede creer en la eficacia de las drogas, mientras que éstas no sirven de nada para el que tiene la fe… La fe es el único y universal remedio, penetra a quien se quiere proteger, aunque esté alejado a miles de leguas». Todas las «operaciones» (NA: es el término consagrado) se terminan por esta fórmula: «Las personas que tienen la fe son curadas o aliviadas». Todo eso recuerda mucho las teorías de la «Christian Science», fundada en América, desde 1866, por Mme Baker Eddy; los antonistas, como los «Christian Scientists», han tenido a veces problemas con la justicia por haber dejado morir enfermos sin hacer nada para cuidarlos; en Jemeppe mismo, la municipalidad negó en varias ocasiones permisos para enterrar. Los fracasos no descorazonaron a los antonistas y no impidieron a la secta prosperar y extenderse, no solo en Bélgica, sino también en el Norte de Francia. El «Padre Antonio» murió en 1912, dejando su sucesión a su viuda, que se llamaba la «Madre», y a uno de sus discípulos, el «Hermano» Deregnaucourt (NA: que ya ha muerto también); ambos vinieron a París, hacia el final de 1913, para inaugurar un templo antonista, y después fueron a inaugurar otro en Mónaco. En el momento de estallar la guerra, el «culto antonista» estaba a punto de ser reconocido legalmente en Bélgica, lo que debía tener por efecto poner los tratamientos de sus ministros a cargo del estado; la petición que había sido depositada a este efecto estaba apoyada muy especialmente por el partido socialista y por dos de los jefes de la masonería belga, los senadores Charles Magnette y Goblet de Alviella. Es curioso notar los apoyos que, motivados sobre todo por razones políticas, ha encontrado el antonismo, cuyos adherentes se reclutan casi exclusivamente en los medios obreros; por lo demás, hemos citado en otra parte (NA: El Teosofismo, pp. 259-260, ed. francesa.) una prueba de la simpatía que le testimonian los teosofistas, mientras que los espiritistas «ortodoxos» parecen encontrar ahí más bien un elemento de perturbación y de división. Agregamos todavía que, durante la guerra, se contaron cosas singulares sobre la manera en que los alemanes respetaron los templos antonistas; naturalmente, los miembros de la secta atribuyeron estos hechos a la protección póstuma del «Padre», tanto más cuanto que éste había declarado solemnemente: «La muerte, es la vida; no puede alejarme de vosotros, no me impedirá aproximarme a todos aquellos que tienen confianza en mí, al contrario». 1962 El Error Espiritista: EL ANTONISMO
Otro punto importante que conviene hacer notar, es que la propaganda, y no sólo la de ideas más o manos vagas de «fraternidad» y de «moralidad», sino incluso la propaganda teosofista claramente caracterizada, busca gustosamente ejercerse en los medios obreros. En la nomenclatura que hemos dado, se puede ver que existe en París una sociedad que se propone formalmente ese objetivo, y que hay otra cuya acción, cosa digna de mención, apunta exclusivamente a los obreros del arsenal de Tolón, los cuales, por lo demás, parecen constituir un medio predilecto para toda suerte de propagandas más o menos sospechosas, ya que se sabe que este arsenal se ha revelado frecuentemente como un activo foco de desórdenes revolucionarios. Nos agradaría saber cómo aprecian los obreros algunos puntos de la enseñanza teosofista, si es que se les expone; nos preguntamos si pueden sentirse halagados al saber, por ejemplo, que son «animales lunares», que no han llegado a la humanidad más que en la presente «cadena planetaria», y algunos incluso en el curso de la «ronda» actual, mientras que los «burgueses» eran ya hombres en la «cadena» precedente; no inventamos nada, es M. Leadbeater mismo quien cuenta todo esto con la mayor seriedad del mundo (la palabra «burgués» está incluso en francés en su texto), pero estas cosas, probablemente, son las que se juzga preferible pasar en silencio cuando se habla a un auditorio obrero. Sea como sea, en este terreno eminentemente «democrático», el teosofismo se halla en competencia, y en condiciones más bien desventajosas, con el espiritismo, que está más al alcance de los espíritus incultos (mientras que el teosofismo está hecho más bien para seducir a aquellos que poseen una cultura media), y cuya propaganda, no menos encarnizada, hace, sobre todo en algunas regiones, numerosas víctimas en el mundo obrero. Es así como existe (o al menos existía antes de la guerra, que ha debido haber ocasionado algunas perturbaciones) una secta espiritista denominada «Fraternismo», cuyo centro estaba en Douai, y que había reclutado millares de adherentes entre los mineros del Norte de Francia; otra secta espiritista bastante similar existía en Bélgica con el nombre de «Sinceridad», y tenía como jefe a un masón de alto grado, el caballero Le Clément de Saint-Marcq. Sin abandonar estas regiones, encontramos otro ejemplo muy llamativo en el caso del «Antonismo», esa seudoreligión que adquirió en Bélgica un desarrollo tan extraordinario, y que posee incluso un templo en París desde 1913: su fundador, al que se llamaba el «Pere Antoine», muerto en 1912, era él mismo un antiguo obrero minero casi iletrado; era un «curandero» como se encuentran muchos entre los espiritistas y magnetizadores, y sus «enseñanzas», que sus discípulos consideran como un nuevo evangelio, no contienen más que una suerte de moral protestante mezclada con espiritismo, y que es de la más lamentable banalidad. Esas «enseñanzas», redactadas a veces en una jerga casi incomprehensible, y en las que la «inteligencia» es denunciada constantemente como el mayor de los males, son enteramente comparables a algunas «comunicaciones» espiritistas. Antoine había estado precedentemente a la cabeza de un grupo espiritista, llamado «Viñadores del Señor», y sus discípulos creen en la reencarnación como los espiritistas ordinarios y los teosofistas. En el momento en que estalló la guerra (de 1914), la «religión antonista» estaba a punto de ser reconocida oficialmente; a este efecto, había sido presentado un proyecto de ley por dos de los jefes de la Masonería belga, los senadores Charles Magnette y Globet d’Alviella. A partir de entonces, se han contado cosas singulares sobre el respeto especialísimo testimoniado por los alemanes respecto a los templos antonistas, y que los adherentes de la secta atribuyen a la protección póstuma del «Padre». Esta secta de «curanderos» no es la única en su género: hay otra, de origen norteamericano, conocida con la denominación de «Christian Science», que busca actualmente implantarse en Francia, y que parece haber obtenido algunos éxitos en ciertos medios; su fundadora, Mme Baker Eddy, había anunciado que resucitaría a los seis meses después de su muerte; esta profecía no se ha realizado, lo que no ha impedido a su organización continuar prosperando; tan grande es la credulidad de algunas gentes. Mas, volviendo al Antonismo, lo más notable en él desde el punto de vista en que nos colocamos aquí, es que los teosofistas le testimonian una viva simpatía, como lo prueba este extracto de uno de sus periódicos: «Puesto que la Teosofía tiene un alcance a la vez moral, metafísico, científico y esotérico, no se puede decir que las enseñanzas teosóficas y antonistas sean idénticas; pero sí se puede afirmar que la moral antonista y la moral teosófica presentan entre sí numerosos puntos de contacto. Por lo demás, el Padre no pretende otra cosa que renovar la enseñanza de Jesús de Nazaret, demasiado materializada en nuestra época por las religiones que se avalan en ese gran Ser». Un acercamiento de esa índole es, en el fondo, bastante poco halagador para el teosofismo; pero es menester no asombrarse de nada, ya que el «Père Antoine», a pesar de la ignorancia y de la mediocridad intelectual de que hizo siempre prueba, fue considerado por algunos ocultistas más bien ingenuos, como «uno de los doce Grandes Maestros Desconocidos de la Rosa-Cruz»; y los mismos ocultistas atribuían esa cualidad a muchos otros «curanderos» del mismo género, concretamente a Francis Schlatter, un alsaciano emigrado a Norteamérica, que desapareció de una manera bastante misteriosa hacia 1897; ¿por qué no se iba a llegar también a hacer de estas gentes una suerte de «Mahâtmâs»? 8011 El Teosofismo: XXVI — LAS ORGANIZACIONES AUXILIARES DE LA SOCIEDAD TEOSÓFICA
32.- Upton Sinclair. Comment je crois en Dieu. Traduit de l’anglais par Henri Delgove et R. N. Raimbault (Editions Adyar, Paris). La concepción “religiosa” del autor, que, por otro lado, no se puede consentir en llamar así más que a condición de especificar que se trata de simple “religiosidad” y no de religión propiamente dicha; esta concepción, decimos, es, en el fondo, una mezcla bastante típicamente americana de “idealismo” y de “pragmatismo”: él nota la necesidad de creer en un “ideal”, lo que es muy vago, y, al mismo tiempo, quiere que este “ideal”, que conviene en denominar “Dios” aun confesando que no sabe lo que éste es verdaderamente, le “sirve” prácticamente en todo tipo de circunstancias; debe servirle especialmente , según parece, para curarse cuando está enfermo, pues las historias de “curaciones mentales” y de “religiones sanadoras” ocupan en el libro un lugar particularmente importante (destaquemos a este respecto que la “formación” de Emile Coué no era quizás tan diferente como él lo cree de la de M. Baker Eddy, pues, hecho que ignora probablemente, Emile Coué, antes de fundar su propia escuela de “autosugestión”, había sido el discípulo de Víctor Segno y de los “mentalistas” americanos, que tienen muchos puntos comunes con la Christian Science). Por su lado “idealista”, esta manera de ver se vincula manifiestamente a lo que hemos llamado el “psicologismo”, pues es evidente que el valor o la eficacia de un “ideal” como tal no puede ser más que puramente psicológico (y además él impulsa esta tendencia hasta a querer explicar psicológicamente, asimilándolos a simples sugestiones, hechos que pertenecen al dominio de la magia o de la brujería); pero, por añadidura, como ocurre muy frecuentemente hoy en semejante caso, intervienen también elementos que proceden de un “psiquismo” bastante sospechoso puesto que, en el fondo, se trata sobre todo, de apelar al “subconsciente”, en lo cual el autor no hace además sino seguir a William James, su maestro en “pragmatismo”; está totalmente dispuesto a atribuir a fenómenos psíquicos tales como la telepatía y la clarividencia, un valor “espiritual”, lo que es una bien lamentable ilusión; y se puede incluso preguntar si, en definitiva, lo que él “deifica” no es simplemente su propio subconsciente…-Hay en la traducción algunas faltas de lenguaje verdaderamente extrañas: Así, las células del cerebro son en realidad células “cerebrales” y no “cervicales”, lo que significa células del cuello; y “sectatario” es un barbarismo bastante divertido, aparentemente formado por una confusión de “secuaz” (sectateur) con “sectario” (sectaire). 8183 El Teosofismo: RESEÑAS DE LIBROS — Marzo de 1938