Guénon Casca e Nucleo

René Guénon — Apreciações sobre o Esoterismo Islâmico e o Taoísmo
LA CORTEZA Y EL NÚCLEO
(El Qishr wa el-Lobb — NT: también «La Cáscara y El Fruto» o «Hueso»)

Este título, que es uno de los numerosos tratados de Seyidi Mohyiddin ibn Arabi, expresa bajo una forma simbólica las relaciones del exoterismo y del esoterismo, comparadas respectivamente a la envoltura de un fruto y a su parte interior, pulpa o almendra (Señalamos incidentemente que el símbolo del fruto tiene una relación con el «Huevo del Mundo», así como con el corazón.). La envoltura o la corteza (el-qishr) es la shariyah, es decir, la ley religiosa exterior, que se dirige a todos y que está hecha para ser seguida por todos, como lo indica por lo demás el sentido de «gran ruta» que se vincula a la derivación de su nombre. El núcleo (el-lobb), es la haqîqah, es decir, la verdad o la realidad esencial, que, al contrario de la shariyah, no está al alcance de todos, sino que está reservada a los que saben descubrirla bajo las apariencias y alcanzarla a través de las formas exteriores que la recubren, protegiéndola y disimulándola a la vez (Se podrá observar que la función de las formas exteriores está en relación con el doble sentido del término «revelar», dado que las mismas manifiestan y velan al mismo tiempo la doctrina esencial, la verdad una, como la palabra hace por lo demás inevitablemente en cuanto al pensamiento que expresa; y lo que es verdad de la palabra, a este respecto, lo es también de toda otra expresión formal.). En otro simbolismo, shariyay y haqîqah son también designadas respectivamente como el «cuerpo» (el-jism) y la «médula» (el-mukh) (Se recordará aquí la «substantífica médula» de Rabelais, que representa también una significación interior y oculta.), cuyas relaciones son exactamente las mismas que las de la corteza y el núcleo; y sin duda encontraríanse todavía otros símbolos equivalentes a éstos.

De lo que se trata, bajo cualquier designación que sea, es siempre de lo «exterior» (ez-zâher) y de lo «interior» (el-bâten), es decir, de lo aparente y de lo oculto, que por lo demás son tales por su naturaleza misma, y no por el efecto de convenciones cualesquiera o de precauciones tomadas artificialmente, ni siquiera arbitrariamente, por los detentadores de la doctrina Tradicional. Este «exterior» y ese «interior» son figurados por la circunferencia y su centro, que puede ser considerada como la sección misma del fruto evocado por el simbolismo precedente, al mismo tiempo que somos así llevado por otra parte a la imagen, común a todas las Tradiciones, de la «rueda de las cosas». En efecto, si se consideran los dos términos en cuestión en el sentido universal, y sin limitarse a la aplicación que de los mismos se hace lo más habitualmente en una forma Tradicional particular, puede uno decir que la shariyah, la «gran ruta» recorrida por todos los seres, no es otra cosa que lo que la Tradición extremo-Oriental denomina la «corriente de las formas», mientras que la haqîqah, la verdad una e inmutable, reside en el «invariable medio» (NA: se ha de precisar, a propósito de la Tradición extremo-Oriental, que se encuentran en ella los equivalentes muy claros de estos dos términos, no como dos aspectos exotérico esotérico de una misma doctrina, sino como dos enseñanzas separadas, al menos desde la época de Confucio y de Lao-tsen; puede decirse en efecto, en todo rigor, que el confucianismo corresponde a la shariyah y el taoísmo a la haqîqah.). Para pasar de la una a la otra, y pues de la circunferencia al centro, es menester seguir uno de los radios: Es la tarîqah, es decir, el «sendero», la vía estrecha que no es seguida más que por un pequeño número (NA: los términos shariyah y tarîqah contienen uno y otro la idea de «marcha», y por consiguiente de movimiento (y es menester notar el simbolismo del movimiento circular para la primera y del movimiento rectilíneo para la segunda); hay en efecto cambio y multiplicidad en los dos casos, debiendo adaptarse la primera a la diversidad de las condiciones exteriores, y la segunda a la diversidad de las naturalezas individuales; solo el ser que ha alcanzado efectivamente la haqîqah participa por ahí mismo de su unidad y de su inmutabilidad.). Hay por lo demás una multitud de turuq, que son todos los radios de la circunferencia tomada en el sentido centrípeto, puesto que se trata de partir de la multiplicidad de lo manifestado para llegar a la unidad principal: Cada tarîqah, partiendo de un cierto punto de la circunferencia, es particularmente apropiada a los seres que se encuentran en ese punto; pero todas, cualesquiera que sea su punto de partida, tienden de modo parecido hacia un punto único (NA: esta convergencia es figurada por la de la qiblah (orientación ritual) de todos los lugares hacia la Kaabah, que es la «casa de Dios» (Beit Allah), y cuya forma es la de un cubo (imagen de estabilidad) que ocupa el centro de una circunferencia que es la sección terrestre (humana) de la esfera de la Existencia Universal.), todas finalizan en el centro y conducen así a los seres que las siguen a la esencial simplicidad del «estado primordial».

Los seres, en efecto, desde que se encuentran actualmente en la multiplicidad, están forzados a partir de ahí para cualquier realización que sea; pero esta misma multiplicidad es al mismo tiempo, para la mayoría de entre ellos, el obstáculo que les detiene y les retiene: Las apariencias diversas y cambiantes les impiden ver la verdadera realidad, si puede decirse, como la envoltura del fruto impide ver su interior; y éste no puede ser alcanzado más que por aquellos que son capaces de penetrar la envoltura, es decir, de ver el Principio en todas las cosas, puesto que la manifestación misma entera no es ya entonces más que un conjunto de expresiones simbólicas del mismo. La aplicación de esto al exoterismo y al esoterismo entendidos en su sentido ordinario, es decir, en tanto que aspectos de una doctrina Tradicional, es fácil de hacer: Ahí también, las formas exteriores ocultan la verdad profunda a los ojos del vulgo, cuando es que las mismas la hacen al contrario aparecer a los de la élite, porque lo que es un obstáculo o una limitación para los demás deviene así un punto de apoyo y un medio de realización. Es menester comprender bien que esta diferencia resulta directa y necesariamente de la naturaleza misma de los seres, de las posibilidades y de las aptitudes que cada uno lleva en sí mismos, ello, si bien que el lado exotérico de la doctrina juega siempre también exactamente la función que debe jugar para cada uno, dando a los que no pueden ir más lejos todo lo que les es posible recibir en su estado actual, y proporcionando al mismo tiempo a los que le rebasan los «soportes», que sin ser jamás de una estricta necesidad, puesto que son contingentes, pueden sin embargo ayudarles enormemente a avanzar en la vía interior, y sin los cuales, las dificultades serían tales, en algunos casos, que equivaldrían de hecho a una verdadera imposibilidad.

Se debe hacer observar, a este respecto, que, para la mayoría de los hombres, que se atienen inevitablemente a la ley exterior, ésta toma un carácter que es menos el de un límite que el de una guía: Es siempre un lazo que les impide extraviarse o perderse; sin esa ley que les sujeta y obliga a recorrer una ruta determinada, no solo no alcanzarían el centro, sino que se arriesgarían a alejarse indefinidamente de él, mientras que el movimiento circular les mantiene al menos a una distancia constante del mismo (NA: añadimos que esta ley debe considerarse normalmente como una aplicación o una especificación humana de la ley cósmica, que liga de modo parecido toda la manifestación al Principio, así como lo hemos explicado en otra parte a propósito de la significación de la «Ley de Manú» en la doctrina hindú.). Por ahí, los que no pueden contemplar directamente la luz reciben al menos un reflejo y una participación; y permanecen así vinculados en cierto modo al Principio, aún cuando que ellos no tienen y no podrían tener consciencia efectiva de éste. En efecto, la circunferencia no podría existir sin el centro, de quien procede en realidad entera, y, si los seres que están ligados a la circunferencia no ven en punto ninguno el centro y ni siquiera los radios, por ello cada uno de los mismos no se encuentra menos inevitablemente en la extremidad de un radio cuya otra extremidad es el centro mismo. Solo que es aquí donde la corteza se interpone y oculta todo lo que se encuentra en el interior, mientras que el que la haya horadado, tomando por ahí mismo consciencia del radio correspondiente a su propia posición sobre la circunferencia, estará franqueado de la rotación indefinida de ésta y no tendrá más que seguir ese radio para ir hacia el centro; ese radio es la tarîqah por la cual, partiendo de la shariyah, llegará a la haqîqah. Es menester por lo demás precisar que, desde que la envoltura ha sido penetrada, uno se encuentra en el dominio del esoterismo, siendo esa penetración, en la situación del ser en relación a la envoltura misma, una especie de vuelta atrás o de «volvimiento» que es en lo que consiste el paso de lo exterior a lo interior; es incluso más propiamente, en un sentido, a la tarîqah a quien conviene esta designación de esoterismo, puesto que, a decir verdad, la haqîqah está más allá de la distinción del exoterismo y del esoterismo, que implica comparación y correlación: El centro aparece efectivamente como el punto más interior de todos, pero, desde que uno ha llegado allí, ya no puede ser cuestión de exterior ni de interior, desapareciendo entonces, resolviéndose en la unidad principal toda distinción contingente. Es por lo que Allah, de igual modo que es el «Primero y el Último» (El-Awwal wa El-Akher) (NA: es decir, como en el símbolo del «alfa» y del «Omega», el Principio y el Fin.), es también «Lo Exterior y lo Interior» (El-Zâher wa El-Bâten) (NA: se podría traducir también por lo «Evidente» (en relación a la manifestación) y lo «Oculto» (en Sí mismo), lo que corresponde todavía a los dos puntos de vista de la shariyah (de orden social y religioso) y de la haqîqah (de orden puramente intelectual y metafísico), ello, aunque esta última pueda ser también dicha más allá de todos los puntos de vista, como comprendiéndolos a todos sintéticamente en sí misma.), puesto que nada de lo que es podría quedar o ser fuera de Él, y en Él solo está contenida toda realidad, porque Él es Él mismo la Realidad absoluta, la Verdad total: Hoa El-Haqq.


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