René Guénon — Mme CURIE

Pero no es solo de cara al fraude donde los experimentadores se encuentran desarmados, a falta de conocer mejor la psicología especial de los médiums y de otros sujetos a los cuales recurren; están expuestos todavía a muchos otros peligros. Primero, en cuanto a la manera de conducir experiencias tan diferentes de aquellas a las que están acostumbrados, estos sabios se encuentran a veces inmersos en las mayores dificultades, ello, aunque no quieran convenir que es así, y ni siquiera confesárselo a sí mismos; así, no alcanzan a comprender que haya hechos que uno no puede reproducir a voluntad, y que esos hechos sean no obstante tan reales como los demás; pretenden también imponer condiciones arbitrarias o imposibles, como exigir la producción a plena luz de fenómenos a los cuales la obscuridad puede ser indispensable; se reirían ciertamente, y a buen derecho, del ignorante que, en el dominio de las ciencias fisicoquímicas, hiciera muestra de un desprecio tan completo de todas las leyes y quisiera no obstante observar a toda costa alguna cosa. Y después, bajo un punto de vista más teórico, esos mismos sabios se dejan llevar por el desconocimiento de los límites de la experimentación y le piden lo que no puede dar; porque se han consagrado a ella exclusivamente, se imaginan de buena gana que ella es la fuente única de todo conocimiento posible; y, por lo demás, un «especialista» está peor colocado que cualquiera para apreciar los límites más allá de los cuales sus métodos habituales dejan de ser válidos. Finalmente, he aquí lo que hay quizás de más grave: es siempre extremadamente imprudente, lo hemos dicho, poner en juego fuerzas de las que se ignora todo; ahora bien, a este respecto, los psiquistas más «científicos» no tienen más ventajas que los vulgares espiritistas. Hay cosas a las que no se toca impunemente, cuando no se tiene la dirección doctrinal requerida para estar seguro de no extraviarse nunca; y nunca lo repetiremos bastante, tanto más cuanto que, en el dominio que se trata, un tal extravío es uno de los efectos más comunes y más funestos de las fuerzas sobre las que se experimenta; el número de gentes que pierden la razón con ello lo prueba suficientemente. Ahora bien, la ciencia ordinaria es absolutamente impotente para dar la menor dirección doctrinal, y no es raro ver a psiquistas que, sin llegar hasta el desvarío hablando propiamente, se extravían no obstante de una manera deplorable: en estos casos, comprendemos a todos aquellos que, después de haber comenzado con intenciones puramente «científicas», han acabado por ser «convertidos» al espiritismo más o menos completamente, y más o menos abiertamente. Diremos más incluso: ya es penoso, para hombres que deberían saber reflexionar, admitir la simple posibilidad de la hipótesis espiritista, y sin embargo hay sabios (NA: podríamos decir incluso que casi todos están en esto) que no ven por qué no puede admitirse, y que, al descartarla «a priori», tendrían miedo de faltar a la imparcialidad en la que se tienen; no creen en ella, se entiende, pero finalmente no la rechazan de una manera absoluta, y se mantienen solo en la reserva, en una actitud de duda pura y simple, tan alejada de la negación como de la afirmación. Desgraciadamente, hay muchas posibilidades de que el que aborda los estudios psíquicos con tales disposiciones se quede ahí, y de que se deslice insensiblemente del lado espiritista más bien que del lado opuesto: primero, su mentalidad tiene ya al menos un punto común con la de los espiritistas, puesto que es esencialmente «fenomenista» (NA: no tomamos esta palabra en el sentido en que se aplica a una teoría filosófica, con ella designamos simplemente esa suerte de superstición del fenómeno que constituye el fondo del espíritu «cientificista»); y después, hay la influencia del medio espiritista mismo, con el que el psiquista va a encontrarse necesariamente en contacto al menos indirecto, aunque no sea más que por la mediación de los médiums con que trabajará, y ese medio es un espantoso foco de sugestión colectiva y recíproca. El experimentador sugestiona incontestablemente al médium, lo que falsea los resultados desde que tenga la menor idea preconcebida, por oscura que sea; pero, sin sospecharlo, puede a su vez ser sugestionado por él; y esto no sería todavía nada si no fuera más que el médium, pero hay también todas las influencias que éste arrastra con él, y de las que lo menos que se puede decir es que son eminentemente malsanas. En estas condiciones, el psiquista va a encontrarse a merced de un incidente cualquiera, lo más frecuentemente de orden completamente sentimental: a Lombroso, Eusapia Paladino le hizo ver el fantasma de su madre; Sir Oliver Lodge recibió «comunicaciones» de su hijo muerto en la guerra; no fue necesario nada más para determinar sus «conversiones». Estos casos son quizás aún más frecuentes de lo que se piensa, ya que hay ciertamente sabios que, por temor a ponerse en desacuerdo con su pasado, no se atreverían a confesar su «evolución» y a llamarse francamente espiritistas, y ni siquiera a manifestar simplemente, al respecto del espiritismo, una simpatía demasiado acentuada. Los hay que no quieren que se sepa que se ocupan de estudios psíquicos, como si eso debiera desconsiderarles a los ojos de sus cofrades y del público, bastante habituados a asimilar esas cosas al espiritismo; es así como Mme CURIE y M. d’Arsonval, por ejemplo, han ocultado durante mucho tiempo que se libraban a este género de experimentación. Es curioso citar a este propósito, estas líneas de un artículo que la Revue Scientifique consagró ya hace tiempo al libro del Dr. Gibier que ya hemos mencionado: «M. Gibier llama con sus votos a la formación de una sociedad para estudiar esta nueva rama de la fisiología psicológica, y parece creer que es el único de nosotros, si no el primero, entre los sabios competentes, en interesarse en esta cuestión. Que M. Gibier se tranquilice y sea satisfecho en sus deseos. Un cierto número de investigadores muy competentes, los mismos que han comenzado por el comienzo y han puesto ya un cierto orden en la maraña de lo sobrenatural (NA: sic), se ocupan de esta cuestión y continúan su obra… sin hablar de ello al público» (NA: Revue Scientifique, 13 de noviembre de 1886, PP. 631-632.). Una semejante actitud es verdaderamente sorprendente en gentes que, de ordinario, aman tanto la publicidad, y que proclaman sin cesar que todo aquello de lo que se ocupan puede y debe ser divulgado tan ampliamente como sea posible. Agregaremos que el director de la Revue Scientifique, en aquella época, era el Dr. Richet; éste al menos, si no los demás, no debía encerrarse siempre en esta prudente reserva. 1772 El Error Espiritista: ESPIRITISMO Y PSIQUISMO

El autor de la carta que acabamos de citar, que ha muerto hace algunos años, era el hermano mayor de otro Mac-Gregor, representante en Francia de la Order of the Golden Dawn in the Outer y miembro también de la Sociedad Teosófica. En 1899 y 1903 tuvieron en París cierta resonancia las tentativas de restauración del culto de Isis por M. y Mme Mac-Gregor, bajo el patronazgo del escritor ocultista Jules Bois, tentativas bastante fantasiosas, por lo demás, pero que tuvieron en su tiempo un cierto éxito como curiosidad. Agregamos que Mme Mac-Gregor, la «Gran Sacerdotisa Anari», es la hermana de M. Bergson; por lo demás, no señalamos este hecho más que a título de reseña accesoria, sin querer deducir de él ninguna consecuencia, aunque, por otro lado, haya incontestablemente más de un punto de semejanza entre las tendencias del teosofismo y las de la filosofía bergsoniana. Algunos han llegado más lejos: es así como, en un artículo que se refiere a una controversia sobre el bergsonismo, M. Georges Pécoul escribe que: «Las teorías de la Sociedad Teosófica son tan extrañamente semejantes a la de M. Bergson que uno se puede preguntar si no derivan todas de una fuente común, y si los MM. Bergson, Olcott, Leadbeater y las Mmes Blavatsky y Annie Besant no han asistido todos a la escuela del mismo Mahâtmâ, Koot Hoomi o… algún Otro»; y agrega: «Señalo el problema a los investigadores; su solución quizás podría aportar un suplemento de luz sobre el origen muy misterioso de algunos movimientos del pensamiento moderno y sobre la naturaleza de las “influencias” que sufren, frecuentemente inconscientemente, el conjunto de aquellos que son, ellos mismos, agentes de influencias intelectuales y espirituales». Sobre estas «influencias», somos bastante de la opinión de M. Pécoul, y pensamos incluso que su papel es tan considerable como generalmente insospechado; por lo demás, las afinidades del bergsonismo con los movimientos «neoespiritualistas» no nos han parecido nunca dudosas, y no nos asombraría de ninguna manera ver a M. Bergson, según el ejemplo de Williams James, acabar finalmente en el espiritismo. En cuanto a esto, tenemos ya un indicio particularmente elocuente en una frase de la Energie Spirituelle, el último libro de M. Bergson, donde éste, aunque reconoce que «la inmortalidad misma no puede ser probada experimentalmente», declara que «sería ya algo, sería incluso mucho poder establecer en el terreno de la experiencia la probabilidad de la supervivencia por un tiempo x»; ¿no es eso exactamente lo que pretenden hacer los espiritistas? Hasta oído decir incluso, hace algunos años, que M. Bergson se interesaba de una manera activa en «experimentaciones» de ese género, en compañía de varios sabios reputados, entre los cuales se nos citó al profesor d’Arsonval y a Mme CURIE; queremos creer que su intención era estudiar estas cosas tan «científicamente» como es posible, pero ¡cuántos otros hombres de ciencia, tales como William Crookes y Lombroso, después de haber comenzado así, han sido «convertidos» a la doctrina espiritista! Nunca se insistirá bastante en decir cuan peligrosas son estas cosas; ciertamente, no son la ciencia ni la filosofía las que pueden proporcionar una garantía suficiente para permitir que se las toque impunemente. 7758 El Teosofismo: III — LA SOCIEDAD TEOSÓFICA Y EL ROSICRUCIANISMO