René Guénon — Referências a Mestre Eckhart
Iniciación y Realización Espiritual
Ahora, en lo que concierne al pretendido «orgullo intelectual», podemos ir más al fondo de las cosas: sería verdaderamente un orgullo singular el que desemboca en la negación a la individualidad de todo valor propio, haciéndola aparecer como rigurosamente nula en relación al Principio. En suma, este reproche procede exactamente de la misma incomprensión que el de egoísmo que a veces se dirige también al ser que busca alcanzar la Liberación final: ¿cómo se podría hablar de «egoísmo» allí donde, por definición misma, ya no hay ningún ego? Si no más justo, sería al menos más lógico ver algo de egoísta en la preocupación por la «salvación» (lo que, bien entendido, en modo alguno querría decir que sea ilegítimo), o encontrar la marca de un cierto orgullo en el deseo de «inmortalizar» la propia individualidad de uno en lugar de tender a rebasarla; los exoteristas deberían reflexionar bien en ello, ya que eso podría ayudar a hacerles un poco más circunspectos en las acusaciones que lanzan tan desconsideradamente. A propósito del ser que alcanza la Liberación, agregaremos todavía que una realización de orden universal como esa tiene consecuencias mucho más extensas y efectivas que el vulgar «altruismo», que no es más que la preocupación por los intereses de una simple colectividad, y que, por consiguiente, no sale de ninguna manera del orden individual; en el orden supraindividual, donde ya no hay más «yo», tampoco hay «otro», porque se trata de un dominio donde todos los seres son uno, «fundidos sin estar confundidos», según la expresión del Maestro Eckhart, y que así realizan verdaderamente la palabra de Cristo: «Qué sean uno como el Padre y yo somos uno».
El reino de la cantidad y los signos de los tiempos
Acabamos de decir que el individuo se pierde en la «masa», o que al menos tiende cada vez más a perderse en ella; esta «confusión» en la multiplicidad cuantitativa corresponde también, por inversión, a la «fusión» en la unidad principial. En ésta, el ser posee toda la plenitud de sus posibilidades «transformadas», de suerte que se podría decir que la distinción, entendida en el sentido cualitativo, está llevada en él a su grado supremo, al mismo tiempo que toda separación ha desaparecido (Es el sentido de la expresión de Eckhart, «fundido, pero no confundido», que A. K. Coomaraswamy, en el artículo mencionado más atrás, relaciona muy justamente con el término sánscrito bhêdâ-bhêdâ, «distinción sin diferencia», es decir, sin separación.); en la cantidad pura, al contrario, la separación está en su máximo, puesto que es ahí donde reside el principio mismo de la «separatividad», y el ser está tanto más «separado» y más cerrado en sí mismo cuanto más estrechamente limitadas están sus posibilidades, es decir, cuanto menos cualidades conlleva su aspecto esencial; pero, al mismo tiempo, puesto que está tanto menos distinguido cualitativamente en el seno de la «masa», tiende muy verdaderamente a confundirse en ella. Esta palabra de «confusión» es aquí tanto más apropiada cuanto que evoca la indistinción completamente potencial del «caos», y es de eso de lo que se trata en efecto, puesto que el individuo tiende a reducirse a su aspecto substancial solo, es decir, a lo que los escolásticos llamarían una «materia sin forma», donde todo está en potencia y donde nada está en acto, de suerte que el término último, si pudiera ser alcanzado, sería una verdadera «disolución» de todo lo que hay de realidad positiva en la individualidad; y en razón misma de la extrema oposición que existe entre la una y la otra, esta confusión de los seres en la uniformidad aparece como una siniestra y «satánica» parodia de su fusión en la unidad.