Guénon El-Hallaj

René Guénon — El-Hallâj

Este libro es la traducción de una obra persa, Irshâdatul Arifîn, del Sheikh Ibrahim Gazur-i-Elahi de Shaharkote, pero una traducción dispuesta en capítulos de manera que reúnen todo lo que se refiere a una misma cuestión, a fin de hacer la comprensión del mismo más fácil. El autor, al explicar sus intenciones, habla bien desafortunadamente de «propaganda de las enseñanzas esotéricas del Islam», como si el esoterismo pudiera prestarse a una propaganda cualquiera; si tal ha sido realmente su propósito, no podemos decir, por lo demás, que haya triunfado a este respecto, pues los lectores que no tienen ningún conocimiento preliminar de taçawwuf tendrán sin duda mucho esfuerzo en descubrir el verdadero sentido bajo una expresión inglesa que, demasiado frecuentemente, es terriblemente defectuosa y más que inexacta. Este defecto, al cual se agrega, en lo que concierne a las citas árabes, el de una transcripción que las desfigura extrañamente es muy deplorable, ya que, para quien sabe ya de lo que se trata, hay ahí cosas del mayor interés. El punto central de esas enseñanzas, es la doctrina de la «Identidad Suprema», como lo indica por otra parte el título, solo que comete la sinrazón de parecer vincularla a una fórmula especial, la de El-Hallâj, cuando es que nada de tal aparece en el texto mismo. Esta doctrina aclara y ordena en cierto modo todas las consideraciones que se refieren a diferentes sujetos, tales como los grados de la Existencia, los atributos divinos, el-fanâ y el-baqâ, los métodos y los estadios del desarrollo iniciático, y muchas otras cuestiones todavía. La lectura de esta obra es de recomendar, no en punto ninguno a los que podrían querer dirigirse una «propaganda» que estaría por lo demás enteramente fuera de propósito, sino antes al contrario a los que poseen ya conocimientos suficientes como para sacar de la misma un provecho real. Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo : KAHN SAHIB KHAJA KHAN. The Secret of Ana’l Haqq

Si tal fue el carácter real de todas las organizaciones iniciáticas, no hubo más que dos casos donde la acusación de «herejía» pudo ser llevada contra algunos de sus miembros, y eso para ocultar otros agravios mucho mejor fundados o al menos más verdaderos, pero que no podían ser formulados abiertamente. El primero de estos dos casos es aquel donde algunos iniciados han podido librarse a divulgaciones inoportunas, corriendo el riesgo con ello de arrojar la turbación en los espíritus no preparados para el conocimiento de las verdades superiores, y también de provocar desórdenes desde el punto de vista social; los autores de semejantes divulgaciones cometían el error de crear ellos mismos una confusión entre los dos órdenes esotérico y exotérico, confusión que, en suma, justificaba suficientemente el reproche de «herejía»; y este caso se ha presentado en diversas ocasiones en el Islam (Hacemos alusión concretamente al ejemplo célebre de El-Hallâj, condenado a muerte en Baghdad en el año de la Hégira (921 de la era cristiana), y cuya memoria es venerada por aquellos mismos que estiman que fue condenado justamente por sus divulgaciones imprudentes.), donde no obstante las escuelas esotéricas no encuentran normalmente ninguna hostilidad por parte de las autoridades religiosas y jurídicas que representan el exoterismo. En cuanto al segundo caso, es aquel donde la misma acusación fue tomada simplemente como pretexto por un poder político para arruinar a adversarios que estimaba tanto más temibles cuanto más difíciles eran de alcanzar por los medios ordinarios; la destrucción de la Orden del Temple es su ejemplo más célebre, y este acontecimiento tiene precisamente una relación directa con el tema del presente estudio. Esoterismo de Dante CAPÍTULO I

Aunque esto pueda parecer una digresión, lo que acaba de decirse sobre la “paz” que reside en el punto central nos lleva a hablar un poco de otro simbolismo, el de la guerra, al que ya hemos hecho algunas alusiones en otra parte ( Ver El Rey del Mundo, cap. X, y Autoridad espiritual y poder temporal, cap. III y VIII. ). Este simbolismo se encuentra concretamente en la Bhagavad-Gîtâ: la batalla de la que se trata en este libro representa la acción, de una manera enteramente general, bajo una forma por lo demás apropiada a la naturaleza y a la función de los kshatriyas a quienes está destinado más especialmente ( NA: Krishna y Arjuna, que representan respectivamente el “Sí mismo” y el “yo”, o la “personalidad” y la “individualidad”, atman incondicionado y jivâtmâ, están montados sobre un mismo carro, que es el “vehículo” del ser considerado en su estado de manifestación; y, mientras que Arjuna combate, Krishna conduce el carro sin combatir, es decir, sin estar él mismo comprometido en la acción. Otros símbolos que tienen la misma significación se encuentran en numerosos textos de las Upanishad: Los “dos pájaros que residen sobre el mismo árbol” ( Mundaka Upanishad, 3er Mundaka, 1er Khanda, shruti 1; Shwêtâshwatara Upanishad, Adhyâya, shruti 6 ), y también los “dos que han entrado en la caverna” ( Katha Upanishad, 1er adhyâya, 3er Vallî, shruti 1 ); la “caverna” no es otra que la cavidad del corazón, que representa precisamente el lugar de la unión de lo individual con lo Universal, o del “yo” con el “Sí mismo” ( ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, III ). — El-Hallâj dice en el mismo sentido: “Somos dos espíritus conjuntos en un mismo cuerpo” ( nahnu ruhâni halalnâ badana ). ). El campo de batalla ( kshêtra ) es el dominio de la acción, en el que el individuo desarrolla sus posibilidades, y que es figurado por el plano horizontal en el simbolismo geométrico; se trata aquí del estado humano, pero la misma representación podría aplicarse a todo otro estado de manifestación, igualmente sometido, si no a la acción propiamente dicha, al menos al cambio y a la multiplicidad. Esta concepción no se encuentra solo en la doctrina hindú, sino también en la doctrina islámica, ya que tal es exactamente el sentido real de la “guerra santa” ( jihad ); su aplicación social y exterior no es más que secundaria, y lo que lo muestra bien, es que ella constituye solo la “guerra santa menor” ( El-jihâdul-açghar ), mientras que la “guerra santa mayor” ( El-jihâdul-akbar ) es de orden puramente interior y espiritual ( NA: Esto se basa sobre un hadîth del Profeta que, a la vuelta de una expedición pronunció esta palabra: “Hemos vuelto de la guerra santa menor a la guerra santa mayor” ( rajanâ min el-jihâdil-açghar ilâ el-jihâdil-akbar ). ). Simbolismo de la Cruz VIII


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