Debemos entrar ahora en algunos detalles sobre las propiedades de cada uno de los cinco elementos y, en primer lugar, establecer que el primero de ellos, akasha o el éter, es verdaderamente un elemento real y distinto de los demás. En efecto, como ya hemos señalado más arriba, algunos, sobre todo los budistas, no lo reconocen como tal y, con el pretexto de que es nirupa, es decir, «sin forma», en razón de su homogeneidad, lo consideran como una «no-entidad» y lo identifican con el vacío, pues, para ellos, lo homogéneo no puede ser más que un puro vacío. La teoría del «vacío universal» (sarva-shunya) se presenta aquí, por otro lado, como una consecuencia directa y lógica del atomismo pues, si en el mundo corporal sólo los átomos tienen una existencia positiva y si estos átomos deben moverse para unírse unos con otros y formar de este modo todos los cuerpos, este movimiento sólo podrá efectuarse en el vacío. Sin embargo, esta consecuencia no es aceptada por la escuela de Kanada, representativa del Vaisheshika, pero heterodoxa precisamente por cuanto admite el atomismo con el que este punto de vista «cosmológico» no es, por supuesto, en modo alguno solidario en sí mismo; inversamente, los «filósofos físicos» griegos, que no cuentan al éter entre los elementos, están todos lejos de ser atomistas y por lo demás, parecen más bien ignorarlo que rechazarlo expresamente. Sea como fuere, la opinión de los budistas se rechaza fácilmente haciendo notar que no puede haber espacio vacío, al ser contradictoria tal concepción: en todo el dominio de la manifestación universal, de la que forma parte el espacio, no puede haber vacío porque el vacío, que no puede concebirse más que negativamente, no es una posibilidad de manifestación; además, esta concepción de un espacio vacío sería la de un continente sin contenido, lo que, evidentemente, carece de sentido. El éter es pues lo que ocupa todo el espacio pero no se confunde por ello con el propio espacio pues éste, al no ser más que un continente, es decir, en suma, una condición de existencia y no una entidad independiente, no puede, como tal, ser el principio substancial de los cuerpos ni dar origen a los demás elementos; el éter no es, pues, el espacio sino el contenido del espacio considerado previamente a toda diferenciación. En este estado de indiferenciación primordial, que es como una imagen de la «indistinción» de Prakriti respecto a este dominio especial de manifestación que es el mundo corporal, el éter encierra ya en potencia, no sólo todos los elementos sino también todos los cuerpos, y su propia homogeneidad le hace apto para recibir todas las formas en sus modificaciones. Al ser el principio de las cosas corporales, posee la cantidad, que es un atributo fundamental común a todos los cuerpos; además, es considerado como esencialmente simple, siempre en razón de su homogeneidad, y como impenetrable porque es él el que lo penetra todo.
Establecida de este modo, la existencia del éter se presenta de un modo muy distinto de una simple hipótesis y ello demuestra bien la diferencia profunda que separa la doctrina tradicional de todas las teorías científicas modernas. Sin embargo, es oportuno considerar todavía otra objeción: el éter es un elemento real pero eso no basta para probar que sea un elemento distinto; en otros términos, podría ocurrir que el elemento que está esparcido por todo el espacio corporal (queremos decir con ello el espacio capaz de contener cuerpos) no sea otro que el aire y entonces es éste el que sería en realidad el elemento primordial. La respuesta a esta objeción es que cada uno de nuestros sentidos nos hace conocer, como su objeto propio, una cualidad distinta de aquellas que son conocidas por los demás sentidos; ahora bien, una cualidad no puede existir más que en algo a lo que se refiera como un atributo se refiere a su sujeto y, como cada cualidad sensible es así atribuida a un elemento del que es la propiedad característica, es absolutamente necesario que a los cinco sentidos les correspondan cinco elementos distintos.
La cualidad sensible que se relaciona con el éter es el sonido; eso requiere algunas explicaciones que se comprenderán fácilmente si se considera el modo de producción del sonido por el movimiento vibratorio, lo que dista mucho de ser un descubrimiento reciente como algunos podrían creer: Kanada declara expresamente que «el sonido se propaga por ondulaciones, ola tras ola u onda tras onda, irradiando en todas direcciones a partir de un Centro determinado». Tal movimiento se propaga alrededor de su punto de partida por ondas concéntricas, uniformemente repartidas siguiendo todas las direcciones del espacio, lo que da origen a la figura de un esferoide indefinido y no cerrado. Ese es el movimiento menos diferenciado de todos, en razón de lo que podemos llamar su «isotropismo» y por ello podrá dar origen a todos los demás movimientos que se distinguirán de él en tanto en cuanto no se efectuarán ya de una manera uniforme siguiendo todas las direcciones; y así mismo, todas las formas más particularizadas procederán de la forma esférica original. Así, la diferenciación del éter primitivamente homogéneo, diferenciación que engendra los demás elementos, tiene como origen un movimiento elemental que se produce del modo que acabamos de describir, a partir de un punto inicial cualquiera, en este medio cósmico indefinido; pero este movimiento elemental no es nada más que el prototipo de la ondulación sonora. La sensación auditiva es, por otro lado, la única que nos hace percibir directamente un movimiento vibratorio; aun si se admite, con la mayoría de los físicos modernos, que las demás sensaciones proceden de una transformación de semejantes movimientos, no deja de ser verdad que difieren de ella cualitativamente como sensaciones, lo que es aquí la única consideración esencial. Por otro lado según lo que se acaba de decir, es en el éter donde reside la causa del sonido; pero está claro que esta causa debe distinguirse de los medios diversos que pueden servir secundariamente para la propagación del sonido y que contribuyen a hacérnoslo perceptible amplificando las vibraciones etéricas elementales y ello tanto más cuanto que esos medios son más densos; añadamos, por último, a este respecto, que la cualidad sonora es igualmente sensible en los otros cuatro elementos, en cuanto todos éstos proceden del éter. Aparte de estas consideraciones, la atribución de la cualidad sonora al éter, es decir, al primero de los elementos, tiene todavía otra razón profunda que se relaciona con la doctrina de la primordialidad y la perpetuidad del sonido; pero ese es un punto al que no podemos aludir más que de paso.