GUÉNON RESEÑAS: ENEL: Los Orígenes del Génesis y la enseñanza de los Templos del antiguo Egipto. Volumen I, 1a y 2a parte (Instituto francés de Arqueología oriental, El Cairo).
Es seguramente bien difícil, y quizás incluso completamente imposible actualmente, saber lo que fue en realidad la antigua Tradición egipcia, enteramente extinguida desde hace tantos siglos; así las diversas interpretaciones y reconstituciones intentadas por los egiptólogos son en gran parte hipotéticas, y por lo demás, frecuentemente contradictorias entre ellas. La presente obra se distingue de los habituales trabajos egiptológicos por una laudable preocupación de comprensión doctrinal, que está generalmente ausente de éstos, y también por la gran importancia que se da en la misma muy justamente al simbolismo, que los «oficiales», por su parte, tienden antes a negar o a ignorar pura y simplemente; pero, ¿es esto decir que los pareceres que son expuestos ahí sean menos hipotéticos que los otros? Nos permitiremos dudar de ello un poco, sobre todo viendo que están inspirados por una suerte de adhesión a encontrar un paralelismo constante entre las Tradiciones egipcia y hebraica, cuando es que, si es bien sabido que el fondo es esencialmente el mismo por todas partes, nada prueba que las dos formas en cuestión, hayan estado verdaderamente tan próximas la una de la otra, siendo contestable la filiación directa que el autor parece suponer entre las mismas, y que el título de su obra quiere probablemente sugerir. Resultan de ahí, asimilaciones más o menos forzadas, y por ejemplo, nos preguntamos si está bien seguro de que la doctrina egipcia haya considerado la manifestación universal bajo el aspecto de la «creación», que parece tan exclusivamente especial a la Tradición hebraica y a las que a ella se vinculan; los testimonios de los Antiguos, que debían saber mejor que nosotros a qué atenerse a este respecto, no lo indican de ningún modo; y, sobre este punto, nuestra desconfianza se acrecienta todavía cuando constatamos que el mismo principio es calificado ora de «Creador», ora simplemente de «Demiurgo»; entre estas dos funciones evidentemente incompatibles, sería menester al menos escoger… Por otro lado, las consideraciones lingüísticas harían llamada sin duda también a muchas reservas, puesto que es bien sabido que la lengua en la cual se expresaba la Tradición egipcia no nos es conocida con mayor seguridad que esa Tradición misma; y es menester también añadir que algunas interpretaciones están visiblemente demasiado influenciadas por concepciones ocultistas. A pesar de todo, eso no quiere decir que, en este volumen cuya primera parte está consagrada al Universo y la segunda al Hombre, no hay un suficiente número de precisiones dignas de interés, y de las cuales una parte podría incluso ser confirmada por comparaciones con las Tradiciones orientales, que desafortunadamente el autor parece ignorar casi completamente, mucho mejor que por referencias bíblicas. No podemos naturalmente entrar aquí en el detalle; para dar un ejemplo, señalaremos solo, en este orden de ideas, lo que concierne a la constelación de Muslo, designación de la Osa Mayor, y la expresión «Jefe del Muslo» que se aplica al Polo; habría curiosas aproximaciones que hacer a este respecto. Anotemos en fin la opinión del autor sobre la Gran Pirámide, en la cual, ve a la vez un «templo solar» y un monumento destinado a «inmortalizar el conocimiento de las leyes del Universo»; esta suposición es al menos más plausible que muchas otras que han sido hechas a este propósito; ¡pero, en cuanto a decir que «el simbolismo oculto de las Escrituras hebraicas y cristianas se refiere directamente a los hechos, que tuvieron lugar en el curso de la construcción de la Gran Pirámide», es ésta una aserción que nos parece carecer en demasía de verosimilitud bajo todas las relaciones!