Guénon Espiritismo França

COMIENZOS DEL ESPIRITISMO EN FRANCIA
Desde 1850, el modern spiritualism se había extendido por todos los Estados Unidos, gracias a una propaganda en la que, hay que hacer notar, los periódicos socialistas se señalaran muy particularmente; y, en 1852, los «espiritualistas» tuvieron en Cleveland su primer congreso general. Es también en 1852 cuando la mueva creencia hizo su aparición en Europa: fue importada primero a Inglaterra por médiums americanos; desde allí, al año siguiente, ganó Alemania y luego Francia. No obstante, no hubo entonces en estos diversos países nada comparable a la agitación causada en América, donde, durante una docena de años sobre todo, fenómenos y teorías fueron el objeto de las discusiones más violentas y más apasionadas.

Es en Francia, como lo hemos dicho, donde se empleó por primera vez la denominación de «espiritismo»; y esta palabra nueva sirvió para designar algo que, aunque se basaba sobre los mismos fenómenos, era efectivamente bastante diferente, en cuanto a las teorías, de lo que había sido hasta entonces el modern spiritualism de los americanos y de los ingleses. En efecto, se ha observado frecuentemente, que las teorías expuestas en las «comunicaciones» dictadas por los pretendidos «espíritus» están generalmente en relación con las opiniones del medio donde se producen, y donde, naturalmente, son aceptadas con la mayor diligencia; esta observación puede permitir darse cuenta, al menos en parte, de su origen real. Así pues, las enseñanzas de los «espíritus», en Francia, estuvieron en desacuerdo con lo que eran en los países anglosajones sobre un número de puntos que, por no ser de aquellos que hemos hecho entrar en la definición general del espiritismo, por eso no son menos importantes; lo que constituyó la mayor diferencia, fue la introducción de la idea de la reencarnación, de la que los espiritistas franceses hicieron un verdadero dogma, mientras que los otros se negaron casi todos a admitirla. Por lo demás, agregaremos que es sobre todo en Francia donde parece haberse sentido, casi desde el comienzo, la necesidad de juntar las «comunicaciones» obtenidas para formar con ellas un cuerpo de doctrina; es esto lo que hizo que hubiera una escuela espiritista francesa que poseía una cierta unidad, al menos en el origen, ya que esa unidad era evidentemente difícil de mantener, y ya que después se produjeron diversas escisiones que dieron nacimiento a otras tantas escuelas nuevas.

El fundador de la escuela espiritista francesa, o al menos aquel a quien sus adherentes concuerdan en considerar como tal, fue Hippolyte Rivail: era un antiguo maestro de Lyon, discípulo del pedagogo suizo Pestalozzi, que había abandonado la enseñanza para venir a París, donde había dirigido durante algún tiempo el teatro de las Folies-Marigny. Bajo consejo de los «espíritus», Rivail tomó el nombre céltico de Allan Kardec, nombre que se consideraba que había sido el suyo en una existencia anterior; es bajo este nombre como publicó las diversas obras que fueron, para los espiritistas franceses, el fundamento mismo de su doctrina, y que lo han permanecido siempre para la mayoría de entre ellos (NA: Las principales obras de Allan Kardec son las que siguen: Le Livre des Esprits; Le Livre des Médiums; La Genèse, les miracles et les predictions selon le spiritisme; Le Ciel et l’Enfer ou la Justice divine selon le spiritisme; L’Evangile selon le spiritisme; Le Spiritisme à sa plus simple expression; Caractères de la révélation spirite, etc.). Decimos que Rivail publicó estas obras, pero no que las escribiera él sólo; en efecto, su redacción, y por consiguiente la fundación del espiritismo francés, fueron en realidad la obra de todo un grupo, del que Rivail no era en suma más que el portavoz. Los libros de Allan Kardec son una suerte de obra colectiva, el producto de una colaboración; y con ello entendemos otra cosa que la colaboración de los «espíritus», proclamada por Allan Kardec mismo, que declara que los compuso con la ayuda de las «comunicaciones» que él y otros habían recibido, «comunicaciones» que él había hecho controlar, revisar y corregir por «espíritus superiores». En efecto, puesto que para los espiritistas el hombre es muy poco cambiado por la muerte, no se puede confiar en lo que dicen todos los «espíritus»: los hay que pueden engañarnos, ya sea por malicia, ya sea por simple ignorancia, y es así como pretenden explicarse las «comunicaciones» contradictorias; solamente nos queda preguntarnos cómo pueden distinguirse de los demás los «espíritus superiores». Sea como sea, hay una opinión que está bastante extendida, incluso entre los espiritistas, y que es enteramente errónea: es que Allan Kardec habría escrito sus libros bajo una suerte de inspiración; la verdad es que él mismo jamás fue médium, que era al contrario un magnetizador (NA: y decimos al contrario porque ambas cualidades parecen incompatibles), y que es por medio de sus «sujetos» como obtenía las «comunicaciones». En cuanto a los «espíritus superiores» por quienes éstas fueron corregidas y coordinadas, no todos eran «desencarnados»; Rivail mismo no fue ajeno a este trabajo, pero no parece haber tenido en él la mayor parte; creemos que la coordinación de los «documentos de ultratumba», como se decía, debe atribuirse sobre todo a diversos miembros del grupo que se había formado alrededor de él. Sin embargo, es probable que la mayoría de entre ellos, por razones diversas, prefirieran que esta colaboración permaneciera ignorada del público; y por lo demás, si se hubiera sabido que había ahí escritores de profesión, eso quizás hubiera hecho dudar un poco de la autenticidad de las «comunicaciones», o al menos de la exactitud con la que estaban reproducidas, aunque su estilo, por otra parte, estuviera lejos de ser notable.

Pensamos que es bueno contar aquí, sobre Allan Kardec y sobre la manera en que fue compuesta su doctrina, lo que ha sido escrito por el famoso médium inglés Dunglas Home, quien se mostró frecuentemente más sensato que muchos otros espiritistas: «Yo clasifico la doctrina de Allan Kardec entre las ilusiones de este mundo, y tengo buenas razones para eso… No pongo de ningún modo en duda su perfecta buena fe… Su sinceridad se proyectó, nube magnética, sobre el espíritu sensitivo de los que él llamaba sus médiums. Sus dedos confiaban al papel las ideas que se imponían así forzosamente a aquellos, y Allan Kardec recibía sus propias doctrinas como mensajes enviados del mundo de los espíritus. Si las enseñanzas proporcionadas de esta manera emanaban realmente de las grandes inteligencias que, según él, eran sus autores, ¿habrían tomado la forma en que las vemos? ¿Dónde, pues, habría aprendido Iamblichus tan bien el francés de hoy día? ¿Y cómo es que Pitágoras habría podido olvidar tan completamente el griego, su lengua natal?… Yo no he encontrado nunca un solo caso de clarividencia magnética donde el sujeto no reflejara directa o indirectamente las ideas del magnetizador. Esto es demostrado de una manera sorprendente por Allan Kardec mismo. Bajo el imperio de su enérgica voluntad, sus médiums eran otras tantas máquinas de escribir, que reproducían servilmente sus propios pensamientos. Si a veces las doctrinas publicadas no eran conformes a sus deseos, él mismo las corregía a su antojo. Se sabe que Allan Kardec no era médium. Él no hacía más que magnetizar o “psicologizar” (NA: que se nos perdone este neologismo) a personas más impresionables que él» (NA: Les Lumières et les Ombres du Spiritualisme, pp. 112-114.). Todo esto es enteramente exacto, salvo que la corrección de las «enseñanzas» no debe ser atribuida únicamente a Allan Kardec, sino a su grupo todo entero; y, además, el tenor mismo de las «comunicaciones» ya podía estar influenciado por las demás personas que asistían a sus sesiones, así como lo explicaremos más adelante.

Entre los colaboradores de Allan Kardec que no eran simples «sujetos», algunos estaban dotados de facultades mediumnicas diversas; había uno, en particular, que poseía un curioso talento de «médium dibujante». Sobre este punto hemos encontrado, en un artículo que apareció en 1859, dos años después de la publicación del Livre des Esprits, un pasaje que creemos interesante reproducir, dada la personalidad de que se trata: «Hace algunos meses, una quincena de personas pertenecientes a la sociedad educada e instruida, algunas de las cuales tienen incluso un nombre en la literatura, estaban reunidas en un salón del barrio de Saint-Germain para contemplar los dibujos a pluma ejecutados manualmente por un médium presente en la sesión, pero inspirados y dictados por Bernard Palissy… Digo bien: M. S…, con una pluma en la mano, una hoja de papel blanco ante él, pero sin la idea de ningún sujeto de arte, había evocado al célebre alfarero. Éste había venido y había impreso en sus dedos la serie de movimientos necesarios para ejecutar sobre el papel dibujos de un gusto exquisito, de una gran riqueza de ornamentación, de una ejecución muy delicada y muy fina, de los cuales uno representa, si se quiere permitirlo, ¡la casa habitada por Mozart en el planeta Júpiter! Es menester agregar, para prevenir toda estupefacción, que se encuentra que Palissy es el vecino de Mozart en ese lugar retirado, así como se lo ha indicado muy positivamente al médium. Por otra parte, no es dudoso que esta casa sea la de un gran músico, ya que está toda decorada de ganchos y de llaves… Los demás dibujos representan igualmente construcciones elevadas en los diversos planetas; una de ellas es la del abuelo de M. S… Éste habla de reunirlos todos en un álbum; será literalmente un álbum del otro mundo» (NA: La Doctrine spirite, por el Dr. Dechambre: Gazette hebdomadaire de médecine et de chirurgie, 1859.). Ese M. S., que, al margen de sus singulares producciones artísticas, fue uno de los colaboradores más constantes de Allan Kardec, no es otro que el célebre dramaturgo Victorien Sardou. Al mismo grupo pertenecía otro autor dramático, mucho menos conocido hoy día, Eugène Nus; pero éste, después, se separó del espiritismo en una cierta medida (NA: Ver las obras de Eugène Nus tituladas: Choses de l’autre monde, Les Grands Mystères y A la recherche des destinées.), y se hizo uno de los primeros adherentes franceses de la Sociedad Teosófica. Mencionaremos también, tanto más cuanto que es probablemente uno de los últimos supervivientes de la primera organización titulada «Sociedad Parisina de estudios espiritistas», a Camille Flammarion; es verdad que vino un poco más tarde, y que era muy joven entonces; pero es difícil de contestar que los espiritistas le hayan considerado como uno de los suyos, ya que, en 1869, pronunció un discurso en las exequias de Allan Kardec. No obstante, Flammarion ha protestado a veces que no era espiritista, pero de una manera algo exculpatoria; a pesar de ello, sus obras no muestran menos con bastante claridad sus tendencias y sus simpatías; y queremos hablar aquí de sus obras en general, y no solo de las que ha consagrado especialmente al estudio de los fenómenos llamados «psíquicos»; estos últimos son sobre todo colecciones de observaciones, donde el autor, a pesar de sus pretensiones científicas, ha hecho entrar muchos de los hechos que no han sido controlados seriamente. Agregaremos que su espiritismo, confesado o no, no impidió a M. Flammarion ser nombrado miembro honorario de la Sociedad Teosófica cuando ésta fue introducida en Francia (NA: Le Lotus, abril de 1887, p. 125.)

Si hubo en los medios espiritistas un cierto elemento «intelectual», aunque no fuera más que una pequeña minoría, uno puede preguntarse cómo es posible que todos los libros espiritistas, comenzando por los de Allan Kardec, sean manifiestamente de un nivel tan bajo. Es bueno recordar, a este respecto, que toda obra colectiva refleja sobre toda la mentalidad de los elementos más inferiores del grupo que la ha producido; por extraño que eso parezca, no obstante es una observación que es familiar a todos aquellos que han estudiado algo la «psicología de las masas»; y esa es sin duda una de las razones por las que las pretendidas «revelaciones de ultratumba» no son generalmente más que un entramado de banalidades, ya que, en muchos casos, son efectivamente una obra colectiva, y, como son la base de todo lo demás, ese carácter debe reencontrarse naturalmente en todas las producciones espiritistas. Además, los «intelectuales» del espiritismo son sobre todo literatos; podemos anotar aquí el ejemplo de Victor Hugo, que, durante su estancia en Jersey, fue convertido al espiritismo por Mme Girardin (NA: Ver el relato dado por Auguste Vacquerie en sus Miettes de l’histoire.); en los literatos, el sentimiento predomina lo más frecuentemente sobre la inteligencia, y el espiritismo es sobre todo una cosa sentimental. En cuanto a los sabios que, habiendo abordado el estudio de los fenómenos sin una idea preconcebida, han sido llevados, de una manera más o menos desviada y disimulada, a entrar en los puntos de vista espiritistas (NA: y no hablamos de M. Flammarion, que es más bien un vulgarizador, sino de sabios que gozan de una reputación más seria y mejor establecida), tendremos la ocasión de volver sobre su caso; pero podemos decir de inmediato que, en razón de su especialización, la competencia de estos sabios se encuentra limitada a un dominio restringido, y que, fuera de este dominio, su opinión no tiene más valor que la del primero que llega; y, por lo demás, la intelectualidad propiamente dicha tiene muy pocas relaciones con las cualidades requeridas para triunfar en las ciencias experimentales tal como los modernos las conciben y las practican.

Pero volvamos a los orígenes del espiritismo francés: se puede verificar en él lo que hemos afirmado precedentemente, que las «comunicaciones» están en armonía con las opiniones del medio. En efecto, el medio donde se reclutaron sobre todo los primeros adherentes de la nueva creencia, fue el de los socialistas de 1848; se sabe que éstos eran, en su mayoría, «místicos» en el peor sentido de la palabra, o si se quiere, «pseudomísticos»; así pues, era natural que vinieran al espiritismo, antes incluso de que la doctrina hubiera sido elaborada, y, como influenciaron en esta elaboración, reencontraron después en ella no menos naturalmente sus propias ideas, reflejadas por esos verdaderos «espejos psíquicos» que son los médiums. Rivail, que pertenecía a la masonería, había podido frecuentar en ella a muchos jefes de escuelas socialistas, y probablemente había leído las obras de aquellos que no conocía personalmente; es de ahí de donde provienen la mayoría de las ideas que fueron expresadas por él y por su grupo, y concretamente, como ya hemos tenido la ocasión de decirlo en otra parte, la idea de la reencarnación; hemos señalado, bajo esta relación, la influencia cierta de Fourier y de Pierre Leroux (NA: El Teosofismo, p. 116, ed. francesa.). Algunos contemporáneos no habían dejado de notar la aproximación, y entre ellos el Dr. Dechambre, en el artículo del que ya hemos citado un extracto un poco más atrás; a propósito de la manera en que los espiritistas consideran la jerarquía de los seres superiores, y después de haber recordado las ideas de los neoplátonicos (NA: que, por lo demás, quedaban mucho más alejadas de todo eso de lo que él parece creer), agrega esto: «Los instructores invisibles de M. Allan Kardec no hubieran tenido necesidad de conversar en los aires con el espíritu de Porfirio para saber tanto; solo habrían tenido que hablar algunos instantes con M. Pierre Leroux, probablemente más fácil de encontrar, o también con Fourier (NA: Sobre este punto, ver sobre todo la Théorie des quatre mouvements de Fourier.). El inventor del Falansterio se habría sentido adulado de saber que nuestra alma revestirá un cuerpo cada vez más etéreo a medida que atraviese las ochocientas existencias (NA: en cifra redonda) a las que está destinada». Después, al hablar de la concepción «progresista», o, como se diría más bien hoy, «evolucionista», concepción a la que la idea de la reencarnación está estrechamente ligada, el mismo autor dice todavía: «Ese dogma recuerda demasiado el de M. Pierre Leroux, para quien las manifestaciones de la vida universal, a las que reduce la vida del individuo, no son en cada nueva existencia sino una etapa más hacia el progreso» (NA: La Doctrine spirite, por el Dr. Dechambre.). Esta concepción tenía tanta importancia para Allan Kardec, que la había expresado en una fórmula de la que en cierto modo había hecho su divisa: «Nacer, morir, renacer otra vez y progresar sin cesar, tal es la ley». Sería fácil encontrar otras muchas similitudes que recaen en puntos secundarios; pero no se trata, por el momento, de proseguir un examen detallado de las teorías espiritistas, y lo que acabamos de decir basta para mostrar que, si el movimiento «espiritualista» americano fue en realidad provocado por hombres vivos, es a espíritus igualmente «encarnados» a quienes se debe la constitución de la doctrina espiritista francesa, directamente en lo que concierne a Allan Kardec y a sus colaboradores, e indirectamente en cuanto a las influencias más o menos «filosóficas» que se ejercieron sobre ellos; pero, esta vez, aquellos que intervinieron así ya no eran iniciados, ni siquiera de un orden inferior. Por las razones que hemos dicho, no pensamos continuar siguiendo al espiritismo en todas las etapas de su desarrollo; pero las consideraciones históricas que preceden, así como las explicaciones a las que han servido de ocasión, eran indispensables para permitir comprender lo que va a seguir.


Guénon – Mistérios