René Guénon — ERRO ESPÍRITA
ESPIRITISMO Y PSIQUISMO
Hemos dicho precedentemente que, si negamos absolutamente todas las teorías del espiritismo, por eso no contestamos la realidad de los fenómenos que los espiritistas invocan en apoyo de esas teorías; ahora debemos explicarnos un poco más ampliamente sobre este punto. Lo que hemos querido decir, es que no entendemos contestar «a priori» la realidad de ningún fenómeno, desde que ese fenómeno se nos aparezca como posible; y debemos admitir la posibilidad de todo lo que no es intrínsecamente absurdo, es decir, de todo lo que no implica contradicción; en otros términos, admitimos en principio todo lo que responde a la noción de la posibilidad entendida en un sentido que es a la vez metafísico, lógico y matemático. Ahora bien, si se trata de la realización de una tal posibilidad en un caso particular y definido, es menester naturalmente considerar otras condiciones: decir que admitimos en principio todos los fenómenos de que se trata, no es decir que aceptamos, sin más examen, todos los ejemplos que se han contado con garantías más o menos serias; pero no vamos a hacer aquí su crítica, lo que es incumbencia de los experimentadores, y, desde el punto de vista en que nos colocamos, eso no nos importa de ninguna manera. En efecto, desde que un cierto género de hechos es posible, carece de interés para nos que tal o cual hecho particular que está comprendido en ese género sea verdadero o falso; la única cosa que nos pueda interesar es saber cómo pueden explicarse los hechos de ese orden, y, si tenemos una explicación satisfactoria, toda otra discusión nos parece superflua. Comprendemos muy bien que tal no sea la actitud del sabio que amasa hechos para llegar a hacerse una convicción, y que no cuenta más que con el resultado de sus observaciones para edificar una teoría; pero nuestro punto de vista está muy alejado de ese, y, por lo demás, no pensamos que los hechos solos puedan servir de base verdaderamente a una teoría, ya que casi siempre pueden ser explicados igualmente por varias teorías diferentes. Sabemos que los hechos de que se trata son posibles, puesto que podemos vincularlos a algunos principios que conocemos; y, como esta explicación no tiene nada de común con las teorías espiritistas, tenemos el derecho de decir que la existencia de los fenómenos y su estudio son cosas absolutamente independientes del espiritismo. Además, sabemos que existen efectivamente tales fenómenos; a este respecto, tenemos testimonios que no han podido ser influenciados en nada por el espiritismo, puesto que unos le son muy anteriores, y otros provienen de medios donde el espiritismo no ha penetrado nunca, de países donde su nombre mismo es tan desconocido como su doctrina; los fenómenos, como ya lo hemos dicho, no son nada nuevo ni especial del espiritismo. Así pues, no tenemos ninguna razón para poner en duda la existencia de esos fenómenos, y antes al contrario tenemos muchas para considerarla como real; pero entiéndase bien que en eso se trata siempre de su existencia considerada de una manera general, y por lo demás, para la meta que nos proponemos aquí, toda otra consideración es perfectamente inútil.
Si creemos deber tomar estas precauciones y formular estas reservas, es porque, sin hablar de los relatos que hayan podido ser inventados por bromistas pesados o por necesidades de la causa, se han producido innumerables casos de fraude, así como los espiritistas mismos están obligados a reconocerlo (NA: De una manera bastante poco caritativa para sus colegas, el médium Dunglas Home se ha encargado de denunciar y de explicar un gran número de fraudes1; pero de ahí a sostener que todo no es más que superchería, hay mucho trecho. No comprendemos que los negadores de partido tomado insistan tanto como lo hacen sobre los fraudes constatados y crean encontrar en ellos un argumentos sólido en su favor; lo comprendemos tanto menos cuanto que, como lo hemos dicho en otra ocasión2, toda superchería es siempre una imitación de la realidad; esta imitación puede ser sin duda más o menos deforme, pero finalmente no se puede pensar en simular más que lo que existe, y sería hacer un gran honor a los defraudadores creerles capaces de realizar algo enteramente nuevo, algo a lo que, por lo demás, la imaginación humana no puede llegar jamás. Además, en las sesiones espiritistas, hay fraudes de varias categorías: el caso más simple, pero no el único, es el del médium profesional que, cuando no puede producir fenómenos auténticos por una causa o por otra, es llevado por el interés a simularlos; por eso es por lo que todo médium retribuido debe ser tenido por sospechoso y vigilado muy de cerca; e incluso, a falta del interés, la vanidad misma puede incitar también a un médium a defraudar. Ha ocurrido a la mayoría de los médiums, incluso a los más reputados, ser cogidos en flagrante delito; eso no prueba que no posean facultades muy reales, sino solo que no siempre pueden hacer uso de ellas a voluntad; los espiritistas, que son frecuentemente impulsivos, cometen el error en tales casos de pasar de un extremo a otro y de considerar como un falso médium, de una manera absoluta, a aquél a quien sobreviene semejante desventura, aunque no sea más que una sola vez. Los médiums no son santos, como querrían hacerlo creer algunos espiritistas fanáticos, que les rodean de un verdadero culto; son enfermos, lo que es completamente diferente, a pesar de las teorías ridículas de algunos psicólogos contemporáneos. Es menester tener en cuenta siempre este estado anormal, que permite explicar fraudes de otro género: el médium, como el histérico, siente esa irresistible necesidad de mentir, incluso sin razón, que todos los hipnotizadores constatan también en sus sujetos, y en parecido caso no tiene más que una responsabilidad muy débil, si tiene alguna; además, el médium es eminentemente apto, no solo para autosugestionarse, sino también para sufrir las sugestiones de su entorno, y para actuar en consecuencia sin saber lo que hace: basta que se espere de él la producción de un fenómeno determinado para que sea impulsado a simularle automáticamente3. Así, hay fraudes que no son más que semiconscientes, y hay otros que son totalmente inconscientes, y donde el médium hace frecuentemente prueba de una habilidad que está lejos de poseer en su estado ordinario; todo eso depende de una psicología anormal, que jamás ha sido estudiada como debería serlo; muchas gentes no sospechan que, hasta en ese dominio de las simulaciones, hay un campo de investigaciones que no estarían desprovistas de interés. Dejaremos ahora de lado esta cuestión del fraude, pero no sin antes expresar el pesar de que las concepciones ordinarias de los psicólogos y sus medios de investigación estén tan estrechamente limitados, que cosas como éstas a las que acabamos de hacer alusión, se les escapen casi completamente, y que, incluso cuando quieren ocuparse de ellas, no comprendan casi nada.
Les Lumières et les Ombres du Spiritualisme, pp. 186-235). ↩
El Teosofismo, pp. 50-52, ed. francesa. ↩
Recordaremos también el caso de falsos médiums que, conscientemente o no, y probablemente bajo la influencia al menos parcial de una sugestión, parecen haber sido los instrumentos de una acción bastante misteriosa; a ese propósito, nos remitimos a lo que hemos dicho de las manifestaciones del pretendido «John King» al exponer los orígenes del teosofismo. ↩