Guénon Hierarquia Iniciatica

RENÉ GUÉNON — APRECIAÇÕES SOBRE A INICIAÇÃO

VIDE: CASTAS

DE LA JERARQUÍA INICIÁTICA

Lo que acabamos de indicar en último lugar, a propósito de la jerarquía iniciática, tiene necesidad de ser precisado aún en algunos respectos, ya que, sobre este tema como sobre tantos otros, se producen confusiones muy frecuentes, no sólo en el mundo puramente profano, de lo que, en suma, no habría lugar a extrañarse, sino incluso entre aquellos que, a un título o a otro, deberían estar normalmente más instruidos sobre aquello de lo que se trata. Por lo demás, parece que toda idea de jerarquía, incluso fuera del dominio iniciático, esté particularmente oscurecida en nuestra época, y que sea una de aquellas contra las que se encarnizan más especialmente las negaciones del espíritu moderno, lo que, a decir verdad, es perfectamente conforme al carácter esencialmente antitradicional de éste, carácter del que, en el fondo, el «igualitarismo» bajo todas sus formas representa simplemente uno de sus aspectos. Por eso no es menos extraño y casi increíble, para quien no está desprovisto de toda facultad de reflexión, ver a este «igualitarismo» admitido abiertamente, e incluso proclamado con insistencia, por miembros de organizaciones iniciáticas que, por disminuidas o incluso desviadas que puedan estar bajo muchos puntos de vista, no obstante, conservan siempre forzosamente una cierta constitución jerárquica, a falta de la cual no podrían subsistir de ninguna manera1. Evidentemente, en eso hay algo de paradójico, e incluso contradictorio, que no puede explicarse más que por el extremo desorden que reina por todas partes actualmente; y, por lo demás, sin un tal desorden, las concepciones profanas no hubieran podido invadir nunca, como lo han hecho, un dominio que debe estarles estrictamente cerrado por definición misma, y sobre el que, en condiciones normales, no pueden ejercer absolutamente ninguna influencia. No es necesario insistir más en ello aquí, ya que está bien claro que no es a aquellos que niegan expresamente toda jerarquía a quienes podemos pensar dirigirnos; lo que queremos decir sobre todo, es que, cuando las cosas han llegado a un tal punto, no es de extrañar que esta idea sea a veces más o menos mal comprendida por aquellos mismos que la admiten todavía, y que les ocurra equivocarse sobre las diferentes aplicaciones que conviene hacer de ella.

Toda organización iniciática en sí misma, es esencialmente jerárquica, de manera que se podría ver en eso uno de sus caracteres fundamentales, aunque, bien entendido, este carácter no le sea exclusivamente propio, ya que existe también en las organizaciones tradicionales «exteriores», queremos decir, en las que dependen del orden exotérico; e incluso puede existir aún, en un cierto sentido (ya que en toda desviación hay naturalmente grados), hasta en organizaciones profanas, en tanto que éstas estén constituidas, en su orden, según reglas normales, al menos en la medida en que estas reglas sean compatibles con el punto de vista profano mismo2. No obstante, la jerarquía iniciática tiene algo de especial que la distingue de todas las demás: es que está formada esencialmente por grados de «conocimiento», con todo lo que implica esta palabra entendida en su verdadero sentido (y, cuando se toma en la plenitud de éste, es de conocimiento efectivo de lo que se trata en realidad), ya que en eso consisten propiamente los grados de la iniciación, y ninguna otra consideración diferente de ésta podría intervenir ahí. Algunos han representado estos grados por una serie de recintos concéntricos a los que debe accederse sucesivamente, lo que es una imagen muy exacta, ya que es en efecto a un «centro» a lo que se trata de acercarse cada vez más, hasta alcanzarlo finalmente en el último grado; otros han comparado también la jerarquía iniciática a una pirámide, cuyos sillares van siempre estrechándose a medida que uno se eleva desde la base hacia la cima, para desembocar, aquí también, en un punto único, que juega el mismo papel que el centro en la figura precedente; por lo demás, cualquiera que sea el simbolismo adoptado a este respecto, es precisamente esta jerarquía de grados lo que teníamos en vista al hablar de las distinciones sucesivas que se operan en el interior de la elite.
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Otro punto importante es éste: una organización iniciática conlleva no solo una jerarquía de grados, sino también una jerarquía de funciones, y éstas son dos cosas completamente distintas, que es menester tener cuidado de no confundir nunca, ya que la función de la que alguien puede estar investido, a cualquier nivel que sea, no le confiere un nuevo grado y no modifica en nada el que ya posee. Por así decir, la función no tiene más que un carácter «accidental» en relación al grado: el ejercicio de una función determinada puede exigir la posesión de tal o cual grado, pero nunca está vinculado necesariamente a ese grado, por elevado que pueda ser; y, además, la función que puede no ser más que temporal, puede tocar a su fin por razones múltiples, mientras que el grado constituye siempre una adquisición permanente, obtenida de una vez por todas, y que nunca podría perderse de ninguna manera, y eso ya sea que se trate de iniciación efectiva o incluso simplemente de iniciación virtual.

Esto, lo anotamos todavía, acaba de precisar la significación real que conviene atribuir a algunas de las cualificaciones secundarias a las que hemos hecho alusión precedentemente: además de las cualificaciones requeridas para la iniciación misma, puede haber, por añadidura, otras cualificaciones más particulares que se requieran sólo para desempeñar tal o cual función en una organización iniciática. En efecto, la aptitud para recibir la iniciación, incluso hasta el grado más elevado, no implica necesariamente la aptitud para ejercer una función cualquiera, aunque fuera la más simple de todas; pero, en todos los casos, lo único que es verdaderamente esencial, es la iniciación misma con sus grados, puesto que es ella la que influye de una manera efectiva sobre el estado real del ser, mientras que la función no podría modificarle de ninguna manera ni agregarle nada.

Por consiguiente, la jerarquía iniciática verdaderamente esencial es la de los grados, y, por lo demás, es por eso por lo que, de hecho, es como la marca particular de la constitución de las organizaciones iniciáticas; desde que es de «conocimiento» de lo que se trata propiamente en toda iniciación, es muy evidente que el hecho de estar investido de una función no importa nada bajo este aspecto, incluso en lo que concierne al simple conocimiento teórico, y con mayor razón en lo que concierne al conocimiento efectivo; puede dar, por ejemplo, la facultad de transmitir la iniciación a otros, o también la de dirigir algunos trabajos, pero no la de acceder uno mismo a un estado más elevado. No podría haber ningún grado o estado espiritual que sea superior al del «adepto»; que aquellos que han llegado a él ejerzan por añadidura algunas funciones, de enseñanza u otras, o que no ejerzan ninguna, eso no constituye en absoluto ninguna diferencia bajo este aspecto; y lo que es verdad a este respecto para el grado supremo lo es igualmente, en todos los escalones de la jerarquía, para cada uno de los grados inferiores3. Por consiguiente, cuando se habla de la jerarquía iniciática sin precisar más, debe entenderse bien que es siempre de la jerarquía de los grados de lo que se trata; es ésta, y únicamente ésta, la que, como lo decíamos más atrás, define las «elecciones» sucesivas que van gradualmente desde el simple vinculamiento iniciático hasta la identificación con el «centro», y no sólo, al término de los «misterios menores», con el centro de la individualidad humana, sino también, al término de los «misterios mayores», con el centro mismo del ser total, es decir, en otros términos, hasta la realización de la «Identidad Suprema».




  1. De hecho, esta constitución jerárquica ha sido alterada por la introducción de algunas formas «parlamentarias» tomadas a las instituciones profanas, pero, a pesar de todo, por eso no subsiste menos en la organización de los grados superpuestos. 

  2. Como ejemplo de organizaciones jerárquicas profanas, se puede citar la de los ejércitos modernos, que es quizás la que queda aún visible en las condiciones actuales, ya que, en lo que se refiere a las jerarquías administrativas, en realidad apenas merecen ya este nombre bajo ninguna relación. 

  3. Recordamos que el «adepto» es propiamente aquel que ha alcanzado la plenitud de la iniciación efectiva; algunas escuelas esotéricas hacen no obstante una distinción entre lo que llaman «adepto menor» y «adepto mayor»; estas expresiones deben comprenderse entonces, originariamente al menos, como designando a aquel que ha llegado a la perfección respectivamente en el orden de los «misterios menores» y en el de los «misterios mayores». 

Guénon – Mistérios