René Guénon — O ERRO ESPÍRITA
LA INFLUENCIA DEL MEDIO
Aunque las teorías espiritistas están sacadas de las «comunicaciones» de los pretendidos «espíritus», están siempre en relación estrecha con las ideas que tienen curso en el medio donde se elaboran; esta constatación apoya fuertemente la tesis que hemos expuesto, y según la cual la principal fuente real de estas «comunicaciones» se encontraría en el «subconsciente» del médium y de los asistentes. Por lo demás, recordamos que puede formarse una suerte de combinación de los diversos «subconscientes» presentes, para dar al menos la ilusión de una «entidad colectiva»; decimos la ilusión, porque son sólo los ocultistas los que, con su manía de ver en todo y por todo «seres vivos» (¡y reprochan a las religiones su pretendido antropomorfismo!), pueden dejarse atrapar en las apariencias hasta creer que se trata de un ser verdadero. Sea como sea, la formación de esa «entidad colectiva», si se quiere conservar esta manera de hablar, explica el hecho, observado por todos los espiritistas, de que las «comunicaciones» son tanto más claras y más coherentes cuando las sesiones se tienen con mayor regularidad y siempre con los mismos asistentes; así pues, insisten sobre estas condiciones, incluso sin conocer su razón, y frecuentemente vacilan en admitir nuevos miembros en grupos ya constituidos, prefiriendo animarlos a formar otros grupos; por lo demás, una reunión demasiado numerosa se prestaría mal al establecimiento de lazos sólidos y duraderos entre sus miembros. La influencia de los asistentes puede llegar muy lejos y manifestarse diferentemente a como lo hace en las «comunicaciones», si se cree al espiritista ruso Aksakoff, según el cual el aspecto de las «materializaciones» se modificaría cada vez que se introducen nuevos asistentes en las sesiones donde se producen, aunque continúan presentándose no obstante bajo la misma identidad; naturalmente, este hecho se explica para él por las apropiaciones que los «espíritus materializados» toman de los «periespíritus» de los vivos, pero, en cuanto a nos, podemos ver ahí la realización de una suerte de «imagen compuesta» a la que cada uno proporciona algunos rasgos, operándose una fusión entre los productos de los diversos «subconscientes» individuales.
Bien entendido, no excluimos la posibilidad de acción de influencias foráneas; pero, de una manera general, esas influencias, cualesquiera que sean, cuando intervienen, deben estar en conformidad con las tendencias de las agrupaciones donde se manifiesten. En efecto, es menester que sean atraídas ahí por algunas afinidades; los espiritistas, que ignoran las leyes según las cuales actúan estas influencias, están obligados a recoger lo que se presente y no pueden determinarlo a su gusto. Por otra parte, hemos dicho que las «influencias errantes» no pueden considerarse como propiamente conscientes por sí mismas; es con la ayuda de los «subconscientes» humanos como se forman una consciencia temporaria, de suerte que, desde el punto de vista de las manifestaciones inteligentes, el resultado es aquí exactamente el mismo que cuando no hay más que la acción de las fuerzas exteriorizadas de los asistentes solo. La única excepción que hay que hacer concierne a la consciencia refleja que puede permanecer inherente a elementos psíquicos que hayan pertenecido a seres humanos y actualmente en vía de desagregación; pero las respuestas que provienen de esta fuente tienen generalmente un carácter fragmentario e incoherente, de suerte que los espiritistas mismos apenas si les prestan atención; y sin embargo eso es todo lo que proviene auténticamente de los muertos, aunque el «espíritu» de éstos, o su ser real, no esté ya ahí ciertamente para nada.
Todavía hay que considerar otra cosa, cuya acción puede ser muy importante: son los elementos tomados, no ya a los asistentes inmediatos, sino al ambiente general. La existencia de tendencias o de corrientes mentales cuya fuerza es predominante para una época y para un país determinado es bastante conocida ordinariamente, al menos vagamente, para que se pueda comprender sin esfuerzo lo que queremos decir. Estas corrientes actúan más o menos sobre todo el mundo, pero su influencia es particularmente fuerte sobre los individuos que se pueden llamar «sensitivos», y, entre los médiums, esta cualidad es llevada a su grado más alto. Por otra parte, en los individuos normales, es principalmente en el dominio del «subconsciente» donde se ejerce esta misma influencia; así pues, se afirmará más claramente cuando el contenido de ese «subconsciente» aparezca fuera, así como ocurre precisamente en las sesiones espiritistas, y se deben referir a este origen muchas de esas banalidades inverosímiles que se exponen en las «comunicaciones». En este orden, puede haber manifestaciones que parecen presentar un mayor interés: hay ideas de las que se dice vulgarmente que están «en el aire», y se sabe que algunos descubrimientos científicos han sido hechos simultáneamente por varias personas que trabajaban independientemente las unas de las otras; si tales resultados jamás han sido obtenidos por los médiums, es porque, incluso si reciben una idea de este género, son completamente incapaces de sacar partido de ella, y todo lo que harán en ese caso será expresarla bajo una forma más o menos ridícula, algunas veces casi incomprehensible, pero que provocará la admiración de los ignorantes entre los cuales el espiritismo recluta la inmensa mayoría de sus adherentes. He aquí pues con qué explicar las «comunicaciones» de matiz científico o filosófico, que los espiritistas presentan como una prueba de la verdad de su doctrina, cuando el médium, al ser demasiado ininteligente o iletrado, les parece evidentemente incapaz de haber inventado semejantes cosas; y todavía debemos agregar que, en muchos casos, estas «comunicaciones» son simplemente el reflejo de lecturas cualesquiera, quizás incomprendidas, y que no son forzosamente las del médium mismo. Las ideas o las tendencias mentales de que hablamos actúan un poco a la manera de las «influencias errantes», e incluso esta denominación es tan comprehensiva que se puede hacer que entren en ella, como constituyendo una clase especial de esas influencias: no están forzosamente incorporadas al «subconsciente» de los individuos, pueden permanecer también en el estado de corrientes más o menos indeterminadas (NA: pero que, no hay que decirlo, no tienen nada de las corrientes «fluídicas» de los ocultistas), y manifestarse no obstante en las sesiones espiritistas. En efecto, en estas sesiones, no es solo el médium, es el grupo entero el que se pone en un estado de pasividad o, si se quiere, de «receptividad»; es lo que le permite atraer las «influencias errantes» en general, puesto que sería incapaz de captarlas ejerciendo sobre ellas una acción positiva como lo hace el mago. Esta pasividad, con todas las consecuencias que entraña, es el mayor de todos los peligros del espiritismo; por lo demás, bajo esta relación, es menester agregar a eso el desequilibrio y la disociación parcial que estas prácticas provocan en los elementos constitutivos del ser humano, y que, incluso en aquellos que no son médiums, no son desdeñables: la fatiga sentida por los simples asistentes después de una sesión lo muestra suficientemente, y, a la larga, los efectos pueden ser de los más funestos.
Hay otro punto que requeriría una atención muy particular: existen organizaciones que son todo lo contrario de los grupos espiritistas, en el sentido de que se aplican a provocar y a mantener, de manera consciente y voluntaria, ciertas corrientes mentales. Si se considera por una parte una tal organización, y por otra un grupo espiritista, se ve lo que podrá producirse: una emitirá una corriente, la otra la recibirá; se tendrá así un polo positivo y un polo negativo entre los cuales se establecerá una suerte de «telegrafía psíquica», sobre todo si la organización considerada es capaz, no solo de producir la corriente, sino también de dirigirla. Por lo demás, una explicación de este género es aplicable a los hechos de «telepatía»; pero, en éstos, la comunicación se establece entre dos individuos, y no entre dos colectividades, y, además, lo más frecuentemente es enteramente accidental y momentánea, puesto que no es más querida por un lado que por el otro. Se ve que esto se relaciona con lo que hemos dicho de los orígenes reales del espiritismo y del papel que han podido jugar ahí hombres vivos, sin que éstos hayan parecido tomar la menor parte en ello: un movimiento como éste era eminentemente apropiado para servir a la propagación de ciertas ideas, cuya proveniencia podía permanecer enteramente ignorada por aquellos mismos que participarían en ella; pero el inconveniente era que el instrumento así creado podía encontrarse también a merced de otras influencias cualesquiera, quizás incluso opuestas a las que estaban en acción primitivamente. No podemos insistir más sobre esto, ni dar aquí una teoría más completa de esos centros de emisión mental a los que hacemos alusión; aunque sea bastante difícil, es posible que lo hagamos en otra ocasión. No agregaremos más que una palabra sobre este punto, a fin de evitar toda falsa interpretación: cuando se trata de explicar la «telepatía», los psiquistas hacen llamada a algo que recuerda o se asemeja más o menos a las «ondas hertzianas»; hay ahí, en efecto, una analogía que puede ayudar, si no a comprender las cosas, al menos a representárselas en una cierta medida; pero, si se rebasan los límites en los que esta analogía es válida, ya no se tiene más que una imagen casi tan grosera como la de los «fluidos», a pesar de su apariencia más «científica»; en realidad, la naturaleza de las fuerzas de que se trata es esencialmente diferente de la de las fuerzas físicas.