Guénon Iniciação Prefacio

PREFACIO
Desde diversos lados y en varias ocasiones, se nos ha pedido reunir en un volumen los artículos que hemos hecho aparecer, en la revista Études Traditionnelles, sobre cuestiones que se refieren directamente a la iniciación; no nos ha sido posible dar satisfacción inmediatamente a esas demandas, ya que estimamos que un libro debe ser otra cosa que una simple colección de artículos, y eso tanto más cuanto que, en el caso presente, esos artículos, escritos al hilo de las circunstancias y frecuentemente para responder a preguntas que se nos hacían, no se encadenaban a la manera de los capítulos sucesivos de un libro; así pues, era menester retocarlos, completarlos y disponerlos de otro modo, y eso es lo que hemos hecho aquí. Por lo demás, eso no quiere decir que hayamos querido hacer así una suerte de tratado más o menos completo y en cierto modo «didáctico»; en rigor, eso sería todavía concebible, si se tratara sólo de estudiar una forma particular de iniciación, pero, desde que se trata al contrario de la iniciación en general, sería una tarea completamente imposible, ya que las preguntas que se pueden hacer a este respecto no son en número determinado, puesto que la naturaleza misma del tema se opone a toda delimitación rigurosa, de suerte que no se podría tener la pretensión de tratarlas todas y de no omitir ninguna. En suma, todo lo que se puede hacer es considerar algunos aspectos, colocarse bajo ciertos puntos de vista, que, ciertamente, incluso si son aquellos cuya importancia aparece más inmediatamente por una u otra razón, no obstante dejan fuera de ellos muchos otros puntos que sería igualmente legítimo considerar; por eso es por lo que hemos pensado que la palabra «apercepciones» era la que podía caracterizar mejor el contenido de la presente obra, tanto más cuanto que, incluso en lo que concierne a las cuestiones tratadas, sin duda no es posible «agotar» completamente ni una sola. Además, no hay que decir que no podía tratarse de repetir aquí lo que ya hemos dicho en otros libros sobre puntos que se relacionan con el mismo tema; debemos contentarnos con remitir al lector a ellos cada vez que sea necesario; por lo demás, en el orden de conocimiento al que se refieren todos nuestros escritos, todo está ligado de tal manera que es imposible proceder de otro modo.

Acabamos de decir que nuestra intención ha sido esencialmente tratar cuestiones concernientes a la iniciación en general; así pues, debe entenderse bien que, cada vez que nos refiramos a tal o cual forma iniciática determinada, lo hacemos únicamente a título de ejemplo, a fin de precisar y de hacer comprender mejor lo que, sin el apoyo de estos casos particulares, correría el riesgo de permanecer demasiado vago. Importa insistir en esto sobre todo cuando se trate de las formas occidentales, a fin de evitar todo equívoco y todo malentendido: si hacemos bastante frecuentemente alusión a ellas, es porque las «ilustraciones» que pueden ser sacadas de ahí nos parece que, en muchos casos, deben ser más fácilmente accesibles que otras a la generalidad de los lectores, e incluso ya más o menos familiares para un cierto número de ellos; es evidente que eso es enteramente independiente de lo que cada uno pueda pensar del estado presente de las organizaciones por las que estas formas iniciáticas son conservadas y practicadas. Cuando uno se da cuenta del grado de degeneración al que ha llegado el occidente moderno, es muy fácil comprender que muchas de las cosas de orden tradicional, y con mayor razón de orden iniciático, apenas pueden subsistir en él más que en el estado de vestigios, casi incomprendidos por aquellos mismos que tienen su custodia; por lo demás, eso es lo que hace posible la eclosión, al lado de estos restos auténticos, de las múltiples «contrahechuras» de las que ya hemos tenido la ocasión de hablar en otra parte, ya que no es sino en parecidas condiciones donde pueden ilusionar y lograr hacerse tomar por lo que no son; pero, sea como fuere, las formas tradicionales permanecen siempre, en sí mismas, independientes de las contingencias. Agregamos también que, cuando nos ocurra considerar al contrario esas mismas contingencias y hablar, no ya de formas iniciáticas, sino del estado de las organizaciones iniciáticas y pseudoiniciáticas en el occidente actual, no haremos más que enunciar la constatación de hechos que evidentemente no nos tocan en nada, sin ninguna otra intención o preocupación que la de decir la verdad a ese respecto como para cualquier otra cosa que tengamos que considerar en el curso de nuestros estudios, y de una manera tan enteramente desinteresada como sea posible. Cada uno es libre de sacar de ello las consecuencias que le convengan; en cuanto a nós, no estamos encargado de ninguna manera de llevar o de sacar adherentes a ninguna organización cualquiera que sea, no comprometemos a nadie a pedir la iniciación aquí o allá, ni tampoco a abstenerse de ello, y estimamos incluso que eso no nos concierne y que tampoco podría entrar de ningún modo en nuestro papel. Algunos se sorprenderán quizás de que nos creamos obligados a insistir tanto en ello, y, a decir verdad, eso debería ser en efecto inútil si no fuera menester contar con la incomprehensión de la mayoría de nuestros contemporáneos, y también con la mala fe de un enorme número de ellos; desgraciadamente estamos muy habituados a ver atribuirnos toda suerte de intenciones que jamás hemos tenido, y eso por gentes que vienen de los lados más opuestos, al menos en apariencia, como para no tomar a este respecto todas las precauciones necesarias; por otra parte, no pretendemos agregar las suficientes, ya que, ¿quién podría prever todo lo que algunos son capaces de inventar?

Nadie deberá sorprenderse tampoco de que nos extendamos frecuentemente sobre los errores y las confusiones que son cometidos más o menos comúnmente al respecto de la iniciación, ya que, además de la utilidad evidente que hay en disiparlos, es precisamente al constatarlos como hemos sido llevados, en muchos casos, a ver la necesidad de tratar más particularmente tal o cual punto determinado, que sin eso habría podido parecernos claro o al menos no tener necesidad de tantas explicaciones. Lo que es bastante digno de precisión, es que algunos de estos errores no son cometidos sólo por profanos o pseudoiniciados, lo que, en suma, no tendría nada de extraordinario, sino también por miembros de organizaciones auténticamente iniciáticas, y entre los cuales los hay incluso que son considerados como «luminarias» en su medio, lo que es quizás una de las pruebas más contundentes de ese estado actual de degeneración al que hacíamos alusión hace un momento. A este propósito, pensamos poder expresar, sin correr demasiado riesgo de que sea mal interpretado, el deseo de que, entre los representantes de estas organizaciones, se encuentren al menos algunos a quienes las consideraciones que exponemos contribuyan a restituir la consciencia de lo que es verdaderamente la iniciación; por lo demás, a este respecto, no mantenemos esperanzas exageradas, como tampoco para todo lo que concierne más generalmente a las posibilidades de restauración que occidente puede llevar todavía en sí mismo. Sin embargo, hay ciertamente a quienes el conocimiento real les hace más falta que la buena voluntad; pero esta buena voluntad no basta, y toda la cuestión sería saber hasta dónde es susceptible de extenderse su horizonte intelectual, y también si están bien cualificados para pasar de la iniciación virtual a la iniciación efectiva; en todo caso, en cuanto a nós, no podemos hacer nada más que proporcionar algunos datos de los que se aprovecharán quizás aquellos que sean capaces y que estén dispuestos a sacar partido de ellos en la medida en que las circunstancias se lo permitan. Ciertamente, esos no serán nunca muy numerosos, pero, como ya hemos tenido que decirlo frecuentemente, no es el número lo que importa en las cosas de este orden, provisto no obstante, en ese caso especial, que sea al menos, para comenzar, el que requiere la constitución de las organizaciones iniciáticas; hasta aquí, las pocas experiencias que se han intentado, en un sentido más o menos próximo del que aquí se trata, a nuestro conocimiento, no han podido ser impulsadas, por razones diversas, lo suficientemente lejos como para que sea posible juzgar los resultados que hubieran podido ser obtenidos si las circunstancias hubieran sido más favorables.

Por lo demás, está bien claro que el ambiente moderno, por su naturaleza misma, es y será siempre uno de los principales obstáculos que inevitablemente deberá encontrar toda tentativa de restauración tradicional en occidente, tanto en el dominio iniciático como en cualquier otro dominio; es cierto que, en principio, este dominio iniciático debería, en razón de su carácter «cerrado», estar al abrigo de esas influencias hostiles del mundo exterior, pero, de hecho, hace ya mucho tiempo que las organizaciones existentes se han dejado penetrar por ellas, y ciertas «brechas» están abiertas ahora demasiado ampliamente como para ser reparadas fácilmente. Así, para no tomar más que un ejemplo típico, al adoptar formas administrativas imitadas de las de los gobiernos profanos, estas organizaciones han dado pie a acciones antagonistas que de otro modo no hubieran encontrado ningún medio de ejercerse contra ellas y hubieran caído en el vacío; por lo demás, esta imitación del mundo profano constituye, en sí misma, una de esas inversiones de las relaciones normales que, en todos los dominios, son tan características del desorden moderno. Las consecuencias de esta «contaminación» son hoy tan manifiestas, que es menester estar ciego para no verlas, y sin embargo dudamos que muchos sepan atribuirlas a su verdadera causa; la manía de las «sociedades» está demasiado arraigada en la mayoría de nuestros contemporáneos como para que conciban siquiera la simple posibilidad de prescindir de algunas formas puramente exteriores; pero, por esta misma razón, es quizás contra eso contra lo que debería reaccionar en primer lugar quienquiera que quiera emprender una restauración iniciática sobre bases verdaderamente serias. No iremos más lejos en estas reflexiones preliminares, ya que, lo repetimos una vez más, no es a nós a quien pertenece intervenir activamente en tentativas de ese género; indicar la vía a aquellos que puedan y quieran comprometerse en ello, eso es todo lo que pretendemos a este respecto; y, por lo demás, el alcance de lo que vamos a decir está muy lejos de limitarse a la aplicación que se pueda hacer de ello en una forma iniciática particular, puesto que se trata ante todo de los principios fundamentales que son comunes a toda iniciación, ya sea de oriente o de occidente. En efecto, la esencia y la meta de la iniciación son siempre y por todas partes las mismas; solo las modalidades difieren, por adaptación a los tiempos y a los lugares; y agregaremos enseguida, para que nadie pueda equivocarse a este respecto, que esta adaptación misma, para ser legítima, no debe ser nunca una «innovación», es decir, el producto de una fantasía individual cualquiera, sino que, como la de las formas tradicionales en general, debe proceder siempre en definitiva de un origen «no humano», sin el cual no podría haber realmente ni tradición ni iniciación, sino solo alguna de esas «parodias» que encontramos tan frecuentemente en el mundo moderno, que no vienen de nada y que no conducen a nada, y que así no representan verdaderamente, si se puede decir, más que la nada pura y simple, cuando no son los instrumentos de algo peor todavía.


Guénon – Mistérios