Guénon Neoespiritualismo

René Guénon — O reino da quantidade e sinal dos tempos

El neoespiritualismo
Acabamos de hablar de aquellos que, queriendo reaccionar contra el desorden actual, pero no teniendo los conocimientos suficientes para poder hacerlo de una manera eficaz, son en cierto modo «neutralizados» y dirigidos hacia vías sin salida; pero, al lado de esos, hay también aquellos a los que es enormemente fácil empujarlos al contrario más lejos todavía por el camino que lleva a la subversión. El pretexto que se les da, en el estado presente de las cosas, es lo más frecuentemente el de «combatir el materialismo», y, ciertamente, la mayoría creen sinceramente en él; pero, mientras que los otros, si quieren actuar también en ese sentido, llegan simplemente a las banalidades de una vaga filosofía «espiritualista» sin ningún alcance real, pero al menos casi inofensiva, éstos son orientados hacia el dominio de las peores ilusiones psíquicas, lo que es mucho más peligroso. En efecto, mientras que los primeros están todos más o menos afectados sin saberlo por el espíritu moderno, pero no lo bastante profundamente, no obstante, para estar completamente cegados, aquellos de los que se trata ahora están enteramente penetrados por él, y, por lo demás, generalmente se vanaglorian de ser «modernos»; la única cosa que les repugna, entre la manifestaciones diversas de este espíritu, es el materialismo, y están tan fascinados por esta idea única que no ven siquiera que muchas otras cosas, como la ciencia y la industria que admiran, son estrechamente dependientes, por sus orígenes y por su naturaleza misma, de ese materialismo que les causa tanto horror. Desde entonces es fácil comprender por qué una tal actitud debe ser ahora animada y difundida: esos son los mejores auxiliares inconscientes que sea posible encontrar para la segunda fase de la acción antitradicional; puesto que el materialismo casi ha terminado de desempeñar su papel, son ellos los que difundirán en el mundo lo que debe sucederle; y serán utilizados incluso para ayudar activamente a abrir las «fisuras» de las que hemos hablado precedentemente, ya que, en ese dominio, ya no se trata solo de «ideas» o de teorías cualesquiera, sino también, al mismo tiempo, de una «práctica» que les pone en relación directa con las fuerzas sutiles del orden más inferior; por lo demás, se prestan a ello tanto más gustosamente puesto que están completamente ilusionados sobre la verdadera naturaleza de esas fuerzas, y puesto que llegan hasta atribuirles incluso un carácter «espiritual».

Eso es lo que hemos llamado, de una manera general, el «neoespiritualismo», para distinguirle del simple «espiritualismo» filosófico; casi podríamos contentarnos con mencionarle aquí «como memoria», puesto que ya hemos consagrado en otras partes estudios especiales a dos de sus formas más extendidas (El Error Espiritista y El Teosofismo, historia de una pseudoreligión.); pero constituye un elemento demasiado importante, entre los que son especialmente característicos de la época contemporánea, como para que podamos abstenernos de recordar al menos sus rasgos principales, reservando por el momento el aspecto «pseudoiniciático» que revisten la mayoría de las escuelas que se vinculan a él (a excepción no obstante de las escuelas espiritistas que son abiertamente profanas, lo que, por otra parte, es exigido por las necesidades de su extrema «vulgarización»), ya que tendremos que volver particularmente sobre esto un poco más adelante. En primer lugar, conviene destacar que en eso no se trata de un conjunto homogéneo, sino de algo que toma una multitud de formas diversas, aunque todo eso presenta siempre bastantes caracteres comunes como para poder ser reunido legítimamente bajo una misma denominación; ¡pero lo que es más curioso, es que todos los agrupamientos, escuelas y «movimientos» de este género están constantemente en concurrencia e incluso en lucha abierta los unos con los otros, hasta tal punto que sería difícil encontrar en otra parte, a menos que no sea entre los «partidos» políticos, odios más violentos que los que existen entre sus adherentes respectivos, mientras que, por otra parte, por una singular ironía, todas esas gentes tienen la manía de predicar la «fraternidad» a propósito de todo, y fuera de propósito también! En eso hay algo verdaderamente «caótico», que puede dar, incluso a algunos observadores superficiales, la impresión del desorden llevado al extremo; y, de hecho, eso es efectivamente un indicio de que ese «neoespiritualismo» representa una etapa bastante avanzada ya en la vía de la disolución.

Por otra parte, el «neoespiritualismo», a pesar de la aversión de que da testimonio con respecto al materialismo, se le parece no obstante por más de un lado, de suerte que se ha podido emplear bastante justamente, a este propósito, la expresión de «materialismo transpuesto», es decir, en suma, entendido más allá de los límites del mundo corporal; lo que lo muestra muy claramente, son esas representaciones groseras del mundo sutil y supuestamente «espiritual» a las que ya hemos hecho alusión más atrás, y que apenas están hechas de otra cosa que de imágenes tomadas al dominio corporal. Este mismo «neoespiritualismo» se encuentra también en las etapas anteriores de la desviación moderna, de una manera más efectiva, en lo que se puede llamar su lado «cientificista»; eso también, ya lo hemos señalado al hablar de la influencia ejercida sobre sus diversas escuelas por la «mitología» científica del momento en el que han tomado nacimiento; y hay lugar a notar también muy especialmente el papel considerable que desempeñan en sus concepciones, de una manera completamente general y sin ninguna excepción, las ideas «progresistas» y «evolucionistas», que son en efecto una de las marcas más típicas de la mentalidad moderna, y que bastarían así, por sí solas, para caracterizar a esas concepciones como uno de los productos más incontestables de esta mentalidad. Agregamos que las mismas de esas escuelas que afectan darse un aire «arcaico» utilizando a su manera algunos fragmentos de ideas tradicionales incomprendidas o deformadas, o disfrazando según necesidad algunas ideas modernas bajo un vocabulario tomado a alguna forma tradicional oriental u occidental (cosas que, dicho sea de pasada, están todas en contradicción formal con su creencia en el «progreso» y en la «evolución») están preocupadas constantemente en poner de acuerdo esas ideas antiguas o pretendidas tales con las teorías de la ciencia moderna; por lo demás, un trabajo tal hay que rehacerlo sin cesar a medida que esas teorías cambian, pero es menester decir que aquellos que se libran a él tienen su tarea simplificada por el hecho de que para ello se quedan casi siempre en lo que se puede encontrar en las obras de «vulgarización».

Además de eso, el «neoespiritualismo», por su parte, que hemos calificado de «práctica», es también muy conforme a las tendencias «experimentales» de la mentalidad moderna; y es por eso por lo que llega a ejercer poco a poco una influencia sensible sobre la ciencia misma, y a insinuarse en ella en cierto modo por la mediación de lo que se llama la «metapsíquica». Sin duda, los fenómenos a los que éste se refiere merecen, en sí mismos, ser estudiados tanto como los de orden corporal; pero lo que se presta a objeción, es la manera en que entiende estudiarlos, aplicándoles el punto de vista de la ciencia profana; los físicos (¡que se obstinan en emplear sus métodos cuantitativos hasta querer intentar «pesar el alma»!) e incluso los psicólogos, en el sentido «oficial» de esta palabra, están ciertamente tan mal preparados como es posible para un estudio de este género, y, por eso mismo, son más susceptibles que cualquiera para dejarse ilusionar de todas las maneras (No queremos hablar solamente, en eso, de la parte más o menos grande que hay lugar a hacer al fraude consciente e inconsciente, sino también de las ilusiones que recaen sobre la naturaleza de las fuerzas que intervienen en la producción real de los fenómenos llamados «metapsíquicos».). Hay todavía otra cosa: de hecho, las investigaciones «metapsíquicas» casi nunca son emprendidas de una manera independiente de todo apoyo por parte de los «neoespiritualistas», y sobre todo de los espiritistas, lo que prueba que estos entienden bien, en definitiva, hacerles servir a su «propaganda»; y lo que es quizás más grave bajo esta relación, es que los experimentadores son puestos en tales condiciones que se encuentran obligados a tener que recurrir a los «médiums» espiritistas, es decir, a individuos cuyas ideas preconcebidas modifican notablemente los fenómenos en cuestión y les dan, se podría decir, un «tinte» especial, y que por lo demás han sido entrenados con un cuidado muy particular (puesto que existen incluso «escuelas de médiums») para servir de instrumentos y de «soportes» pasivos a ciertas influencias que pertenecen a los «bajos fondos» del mundo sutil, influencias que «transportan» por todas partes con ellos, y que no dejan de afectar peligrosamente a todos aquellos que, sabios u otros, llegan a ponerse en contacto con ellos y que, por su ignorancia de lo que hay en el fondo de todo eso, son totalmente incapaces de defenderse. No insistiremos más en ello, ya que nos hemos explicado suficientemente en otras partes sobre todo eso, y no haremos en suma más que remitir a esos trabajos a los que querrían más desarrollos a este respecto; pero tenemos que subrayar, porque se trata también de algo completamente especial a la época actual, lo novedoso del papel de los «médiums» y de la pretendida necesidad de su presencia para la producción de fenómenos que dependen del orden sutil; ¿por qué no existía nada de tal antaño, lo que no impedía de ningún modo a las fuerzas de ese orden manifestarse espontáneamente, en ciertas circunstancias, con una amplitud mucho mayor de lo que lo hacen en las sesiones espiritistas o «metapsíquicas» (y eso, muy frecuentemente, en casas deshabitadas o en lugares desiertos, lo que excluye la hipótesis demasiado cómoda de la presencia de un «médium» inconsciente de sus facultades)? Uno se puede preguntar si, después de la aparición del espiritismo, no ha cambiado algo realmente en la manera misma en que el mundo sutil actúa en sus «interferencias» con el mundo corporal, y eso no sería, en el fondo, más que un nuevo ejemplo de esas modificaciones del medio que ya hemos considerado en lo que concierne a los efectos del materialismo; pero lo que hay de cierto, en todo caso, es que en eso hay algo que responde perfectamente a las exigencias de un «control» ejercido sobre esas influencias psíquicas inferiores, ya esencialmente «maléficas» por sí mismas, para utilizarlas más directamente en vistas de ciertos fines determinados, conformemente al «plan» preestablecido de la obra de subversión para la cual son ahora «desencadenadas» en nuestro mundo.


René Guénon