Guénon Origens Cristianismo

CRISTIANISMO ESOTÉRICO
René Guénon
Excertos de “La tesis de René Guénon sobre los orígenes del cristianismo

Hay que reconocer que el argumento de Guénon tiene su peso. Al fundar el Judaísmo, Moisés le dio libros legislativos que regulaban toda la sociedad judía (el Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio, etc…). Asimismo, Mahoma, al transmitir la ley coránica, organizó el mundo del Islam tanto en el terreno profano como en el religioso. El Nuevo Testamento carece de este carácter legislativo de lo cual Guénon deduce que no estaba destinado a fecundar una religión nueva con una sociedad también nueva y abierta a todos.

Pero si los ritos cristianos eran al principio específicamente iniciáticos y reservados, ¿cómo se explica que hayan pasado a formar parte de una religión que se dirigía al gran público?

«Seguramente debió tratarse de una adaptación que, pese a las deplorables consecuencias que tuvo en algunos aspectos, fue plenamente justificada e incluso necesaria a causa de las circunstancias del tiempo y del lugar.

Si se considera cuál era, en aquella época, el estado del mundo occidental, es decir del conjunto de países que comprendía el Imperio romano, uno puede fácilmente darse cuenta de que si el Cristianismo no hubiera “descendido” al dominio exotérico, este mundo, en su conjunto, hubiera quedado rápidamente desprovisto de toda tradición; ya que las existentes hasta entonces, como la tradición greco-romana que predominaba de forma natural entonces, habían alcanzado un grado tan elevado de degeneración que indicaba que su ciclo de existencia estaba a punto de terminar (3). Este “descenso”, queremos insistir en ello, no fue en absoluto un accidente o una desviación; al contrario, debemos considerar que tuvo un carácter verdaderamente “providencial”, ya que evitó que Occidente cayera ya en aquel momento en un estado que, a fin de cuentas, podría compararse al que vivimos ahora. El momento en el que debía producirse una pérdida general de la tradición como la que caracteriza a los tiempos modernos, todavía no había llegado; hacía falta, pues, que hubiera un “restablecimiento”, que sólo el Cristianismo podía operar, con la condición de renunciar al carácter esotérico y “reservado” que tuvo en un principio; y así, el “restablecimiento” no sólo iba a ser benéfico para la humanidad occidental, lo cual es demasiado evidente como para tener que insistir en ello, sino que a su vez, estaba en perfecto acuerdo con las leyes cíclicas en sí mismas, tal como lo está cualquier acción “providencial” que interviene en el curso de la historia.

Sería probablemente imposible asignar una fecha concreta a este cambio que convirtió el Cristianismo en una religión en el propio sentido de la palabra y en una forma tradicional dirigida a todos sin distinción. En cualquier caso, lo cierto es que era un hecho consumado en la época de Constantino y del Concilio de Nicea, de forma que éste no tuvo más que “sancionarlo”, por así decirlo, inaugurando la era de las formulaciones dogmáticas destinadas a constituir una presentación puramente exotérica de la doctrina. Eso no podía ocurrir sin algunos inconvenientes inevitables, dado que el hecho de encerrar de este modo la doctrina en unas fórmulas claramente definidas y limitadas, hizo que fuera mucho más difícil, incluso para quiénes realmente eran capaces de ello, penetrar en el sentido profundo; además, las verdades de orden propiamente esotéricas, que estaban por su propia naturaleza fuera del alcance de la mayoría, ya no podían ser presentadas de otra forma más que como “misterios” en el sentido que la palabra tiene vulgarmente, es decir que, a los ojos de la mayoría, no tardaron en aparecer rápidamente como algo imposible de entender, incluso prohibido de profundizar. Sin embargo, estos inconvenientes no fueron tan grandes como para oponerse a la constitución del Cristianismo en forma tradicional exotérica o como para impedir su legitimidad, dada la inmensa ventaja que, como hemos dicho, habría de resultar posteriormente de ello para el mundo occidental; además, si el Cristianismo como tal dejaba de ser iniciático, quedaba aún la posibilidad de que subsistiera en su interior, una iniciación específicamente cristiana para la elite, que no podía quedarse sólo con el punto de vista exotérico encerrándose así en las limitaciones inherentes a éste; pero eso es otra cuestión que analizaremos más adelante.

Por otra parte, debemos subrayar que este cambio en el carácter esencial e incluso en la naturaleza misma del Cristianismo, explica perfectamente, como decíamos al principio, que todo lo que le precedió haya sido voluntariamente envuelto en la oscuridad e incluso que no haya podido ser de otra forma. Es evidente que la naturaleza del Cristianismo original, en cuanto era esencialmente esotérica e iniciática, tenía que permanecer completamente ignorada por los que ahora eran admitidos en el Cristianismo, convertido en exotérico; por consiguiente, todo lo que pudiera revelar, incluso de forma solapada lo que el Cristianismo había sido realmente en su comienzo, debía permanecer cubierto de un velo impenetrable» (ibídem, págs. 13 a 16).

Se podría pensar que el extraordinario número de herejías denunciadas ya desde el principio de la historia del Cristianismo está en gran parte vinculado con una necesidad en la que la Iglesia se encontró repentinamente, de definir dogmáticamente la Verdad, utilizando un lenguaje dirigido a todos. Además, desde una óptica exotérica, las autoridades religiosas quisieron juzgar y condenar enseñanzas que normalmente no hubieran tenido que ser divulgadas de lo cual resultó un lío inextricable; éste es el sentido expresado por una importante nota de Guénon :

«En otra parte hemos observado que la confusión entre estos dos sectores (exotérico y esotérico) constituye una de las causas que con mayor frecuencia origina las “sectas” heterodoxas; no es de extrañar que un gran número de las antiguas herejías cristianas tuvieron este origen. Ello explicaría las precauciones tomadas para evitar, en la medida de lo posible, esta confusión cuya eficacia no podríamos de ninguna manera poner en duda, incluso si, desde otro punto de vista, estamos tentados de lamentar que tuvieron por efecto secundario la aportación de dificultades casi insuperables al estudio profundo y completo del Cristianismo» (pág. 17).


René Guénon