Guénon Profecias

René Guénon — O reino da quantidade e sinal dos tempos

El engaño de las «profecías»
La mezcla de lo verdadero y de lo falso, que se encuentra en las «pseudotradiciones» de fabricación moderna, se encuentra también en las pretendidas «profecías» que, en estos últimos años sobre todo, se expanden y se explotan de todas las maneras, para fines de los que lo menos que se puede decir es que son muy enigmáticos; decimos pretendidas, ya que debe entenderse bien que la palabra «profecías» no podría aplicarse propiamente más que a los anuncios de acontecimientos futuros que están contenidos en los Libros sagrados de las diferentes tradiciones, y que provienen de una inspiración de orden puramente espiritual; en todo otro caso, su empleo es absolutamente abusivo, y la única palabra que conviene entonces es la de «predicciones». Por lo demás, estas predicciones pueden ser de orígenes muy diversos; hay al menos algunas que han sido obtenidas por la aplicación de algunas ciencias tradicionales secundarias, y son ciertamente las más válidas, pero a condición de que se pueda comprender realmente su sentido, lo que no es siempre fácil, ya que, por múltiples razones, generalmente están formuladas en términos más o menos obscuros, y ya que frecuentemente no se aclaran sino después de que los acontecimientos a los que hacen alusión se han realizado; así pues, hay lugar a desconfiar siempre, no de esas predicciones en sí mismas, sino de las interpretaciones erróneas o «tendenciosas» que pueden darse de ellas. En cuanto al resto, lo que tiene de auténtico emana casi únicamente de los «videntes» sinceros, pero muy poco «iluminados», que han apercibido algunas cosas confusas que se refieren más o menos exactamente a un porvenir bastante mal determinado, lo más frecuentemente, en cuanto a la fecha y al orden de sucesión de los acontecimientos, y que, al mezclarlas inconscientemente con sus propias ideas, las han expresado más confusamente todavía, de suerte que no será difícil encontrar ahí casi todo lo que se quiera.

Se puede comprender desde entonces a qué servirá todo eso en las condiciones actuales: como estas predicciones presentan casi siempre las cosas bajo un matiz inquietante e incluso aterrador, porque es naturalmente ese aspecto de los acontecimientos el que ha tocado más a los «videntes», basta, para perturbar la mentalidad pública, con propagarlas simplemente, acompañándolas según necesidad de comentarios que harán sobresalir su lado amenazador y que presentarán los acontecimientos de que se trate como inminentes (El anuncio de la destrucción de París por el fuego, por ejemplo, ha sido extendido varias veces de esta manera, con fijación de fechas precisas en las que, bien entendido, nunca se ha producido nada, salvo la impresión de terror que eso no deja de suscitar en muchas gentes y que no es disminuida de ninguna manera por estos fracasos repetidos de la predicción.); si esas predicciones concuerdan entre sí, su efecto será reforzado, y, si se contradicen, como ocurre también, solo producirán más desorden; tanto en un caso como en el otro, todo serán ganancias de los poderes de subversión. Por lo demás, es menester agregar que todas estas cosas, que provienen en general de regiones bastante bajas del dominio psíquico, llevan por eso mismo con ellas influencias desequilibrantes y disolventes que aumentan considerablemente su peligro; y es sin duda por eso por lo que aquellos mismos que no les prestan ninguna fe sienten no obstante, en muchos casos, un malestar a su respecto comparable al que produce, incluso en personas muy poco «sensitivas», la presencia de fuerzas sutiles de orden inferior. No se podría creer, por ejemplo, cuántas gentes han sido desequilibradas gravemente, y a veces irremediablemente, por las numerosas predicciones en las que se trata del «Gran Papa» y del «Gran Monarca», y que contienen no obstante algunos rastros de ciertas verdades, pero extrañamente deformadas por los «espejos» del psiquismo inferior, y, por añadidura, empequeñecidas a la medida de la mentalidad de los «videntes» que en cierto modo las han «materializado» y más o menos estrechamente «localizado» para hacerlas entrar en el cuadro de sus ideas preconcebidas (La parte relativamente válida de las predicciones de que se trata parece referirse sobre todo a la función del Mahdi y a la del décimo Avatâra; estas cosas, que conciernen directamente a la preparación del «enderezamiento» final, están fuera del tema del presente estudio; todo lo que queremos hacer destacar aquí, es que su deformación misma se presta a una explotación «al revés» en el sentido de la subversión. ). La manera en que estas cosas son presentadas por los «videntes» en cuestión, que son frecuentemente también «sugestionados» (Es menester comprender bien que «sugestionado» no quiere decir de ningún modo «alucinado»; hay aquí, entre estos dos términos, la misma diferencia que hay entre ver cosas que han sido consciente y voluntariamente imaginadas por otros e imaginarlas uno mismo «subconscientemente».), toca muy de cerca ciertos «fondos» muy tenebrosos, cuyas inverosímiles ramificaciones, al menos desde el comienzo del siglo XIX, serían particularmente curiosas de seguir para quien quisiera hacer la verdadera historia de aquellos tiempos, historia ciertamente muy diferente de la que se enseña «oficialmente»; pero no hay que decir que nuestra intención no podría ser entrar aquí en el detalle de esas cosas, y que debemos contentarnos con algunas precisiones generales sobre esta cuestión muy complicada, y por lo demás manifiestamente embarullada a propósito en todos sus aspectos (Piénsese, por ejemplo, en todo lo que se ha hecho para volver completamente inextricable una cuestión histórica como la de la supervivencia de Luis XVII, y con eso se podrá tener una idea de lo que queremos decir aquí.), cuestión que no habríamos podido pasar enteramente bajo silencio sin que la enumeración de los principales elementos característicos de la época contemporánea quedara con ello demasiado incompleta, ya que en eso hay también uno de los síntomas más significativos de la segunda fase de la acción antitradicional.

Por lo demás, la simple propagación de predicciones como las que acabamos de tratar no es en suma más que la parte más elemental del trabajo que se está realizando actualmente a este respecto, porque, en este caso, el trabajo ya ha sido hecho casi enteramente, aunque sin saberlo por los «videntes» mismos; hay otros casos en los que es menester elaborar interpretaciones más sutiles para llevar a las predicciones a responder a ciertos designios. Es lo que ocurre concretamente para las que están basadas sobre algunos conocimientos tradicionales, y, entonces, es su obscuridad la que es aprovechada sobre todo para aquello que se proponen (Las predicciones de Nostradamus son aquí el ejemplo más típico y más importante; las interpretaciones más o menos extraordinarias a las cuales han dado lugar, sobre todo en estos últimos años, son casi innumerables.); algunas profecías bíblicas mismas, por idéntica razón, son también el objeto de este género de interpretaciones «tendenciosas», cuyos autores, por lo demás, son frecuentemente de buena fe, pero se cuentan también entre los «sugestionados» que sirven para sugestionar a los demás; en eso hay como una suerte de «epidemia» psíquica eminentemente contagiosa, pero que entra demasiado bien en el plan de subversión como para ser «espontánea», y que, como todas las demás manifestaciones del desorden moderno (comprendidas ahí las revoluciones que los ingenuos creen también «espontáneas»), supone forzosamente una voluntad consciente en su punto de partida. La peor ceguera sería la que consistiera en no ver en eso más que una simple cuestión de «moda» sin importancia real (Por lo demás, la «moda» misma, invención esencialmente moderna, no es, en su verdadera significación, una cosa enteramente desprovista de importancia: representa el cambio incesante y sin meta, en contraste con la estabilidad y el orden que reinan en las civilizaciones tradicionales.); y, por lo demás, se podría decir otro tanto de la difusión creciente de algunas «artes adivinatorias», que, ciertamente, no son tan inofensivas como pueden parecerlo a aquellos que no van al fondo de las cosas: generalmente, son restos incomprendidos de antiguas ciencias tradicionales casi completamente perdidas, y, además del peligro que se vincula ya a su carácter de «residuos», se las dispone y se las combina también de tal manera que su puesta en obra abre la puerta, bajo pretexto de «intuición» (y este encuentro con la «filosofía nueva» es en sí mismo bastante destacable), a la intervención de todas las influencias psíquicas del carácter más dudoso (Habría mucho que decir a este respecto, en particular, sobre el uso del Tarot, donde se encuentran vestigios de una ciencia tradicional incontestable, cualquiera que sea su origen real, pero que tiene también aspectos muy tenebrosos; no queremos hacer alusión con eso a los numerosos delirios ocultistas a los que ha dado lugar, y que son en gran parte desdeñables, sino a algo mucho más efectivo, que hace su manejo verdaderamente peligroso para quienquiera que no esté suficientemente garantizado contra la acción de las «fuerzas de abajo».).

Se utilizan también, por interpretaciones apropiadas, predicciones cuyo origen es más bien sospechoso, pero por lo demás bastante antiguo, y que quizás no han sido hechas para servir en las circunstancias actuales, aunque los poderes de subversión hayan ejercido ya evidentemente, con amplitud, su influencia en aquella época (se trata sobre todo del tiempo al que se remontan los comienzos mismos de la desviación moderna, del siglo XIV al XVI), y que desde entonces sea posible que hayan tenido en vista, al mismo tiempo que metas más particulares y más inmediatas, la preparación de una acción que no debía cumplirse sino a largo plazo (Los que sientan curiosidad por tener detalles sobre este aspecto de la cuestión podrían consultar útilmente, a pesar de las reservas que habría que hacer sobre algunos puntos, un libro titulado Autour de la Tiare, por Roger Duguet, obra póstuma de alguien que ha estado mezclado de cerca con algunos de los «fondos» a los que hemos hecho alusión un poco más atrás; y que, al final de su vida, ha querido aportar su «testimonio», como lo dice él mismo, y contribuir en una cierta medida a desvelar esos «fondos» misteriosos; las razones «personales» que haya podido tener para actuar así no importan nada, ya que, en todo caso, no restan ningún interés a sus «revelaciones».). A decir verdad, esta preparación no ha cesado nunca; se ha proseguido bajo otras modalidades, de las que la sugestión de los «videntes» modernos y la organización de «apariciones» de un carácter poco ortodoxo representan uno de los aspectos donde se muestra más claramente la intervención directa de las influencias sutiles; pero este aspecto no es el único, e, incluso cuando se trata de predicciones aparentemente «fabricadas» con todo tipo de cosas, semejantes influencias pueden entrar muy bien igualmente en juego, primero en razón misma de la fuente «contrainiciática» de donde emana su inspiración primera, y también por el hecho de algunos elementos que son tomados para servir de «soportes» a esta elaboración.

Al escribir éstas últimas palabras, tenemos especialmente en vista un ejemplo completamente sorprendente, tanto en sí mismo como por el éxito que ha tenido en diversos medios, y que, a este título, merece aquí un poco más que una simple mención: queremos hablar de las supuestas «profecías de la Gran Pirámide», difundidas en Inglaterra, y de ahí en el mundo entero, para fines que son quizás en parte políticos, pero que van ciertamente más lejos que la política en el sentido ordinario de esta palabra, y que se ligan por lo demás estrechamente a otro trabajo emprendido para persuadir a los ingleses de que son los descendientes de las «tribus perdidas de Israel»; pero, sobre eso todavía, no podríamos insistir sin entrar en algunos desarrollos que estarían al presente fuera de propósito. Sea como sea, he aquí en algunas palabras de qué se trata: al medir, de una manera que no está exenta por lo demás de arbitrariedad (tanto más cuanto que, de hecho, no hay nada fijado exactamente sobre las medidas de que se servían los antiguos egipcios), las diferentes partes de los corredores y de las estancias de la Gran Pirámide (A decir verdad, esta «Gran Pirámide» no es en modo alguno mayor que las otras dos, y sobre todo que la más vecina, de tal modo que la diferencia entre ellas sea tan sobresaliente; pero sin que se sepa mucho por cuáles razones se han «hipnotizado» con ella, en cierto modo casi exclusivamente, todos los «investigadores» modernos, y es a ella a la que se refieren siempre todas sus hipótesis más fantasiosas, y se podría decir incluso más fantásticas, comprendidas, para citar solo dos de los ejemplos más estrafalarios, la que quiere encontrar en su disposición interior un mapa de las fuentes del Nilo, y aquella según la cual el «Libro de los Muertos» no sería otra cosa que una descripción explicativa de esta misma disposición.), se ha querido descubrir en eso algunas «profecías», haciendo corresponder los números así obtenidos a periodos y a fechas de la historia. Desgraciadamente, hay en todo eso una absurdidad que es tan manifiesta que uno se puede preguntar cómo es posible que nadie parezca apercibirse de ella, y es efectivamente lo que muestra hasta qué punto están «sugestionados» nuestros contemporáneos; en efecto, suponiendo que los constructores de la Pirámide hayan incluido en ella realmente «profecías» cualesquiera, dos cosas serían en suma plausibles: o que esas «profecías», que debían basarse forzosamente sobre un cierto conocimiento de las leyes cíclicas, se refieren a la historia general del mundo y de la humanidad, o que hayan sido adaptadas de manera que conciernan más especialmente al Egipto; ¡pero, de hecho, ocurre que no es ni lo uno ni lo otro, ya que todo lo que se quiere encontrar ahí es reducido exclusivamente al punto de vista del Judaísmo primero y del Cristianismo después, de suerte que sería menester concluir lógicamente de eso que la Pirámide no es un monumento egipcio, sino un monumento «judeocristiano»! Eso solo debería bastar para hacer justicia de esta historia inverosímil; conviene agregar también que todo eso está concebido según una supuesta «cronología» bíblica completamente contestable, conforme al «literalismo» más estrecho y más protestante, sin duda porque era menester adaptar esas cosas a la mentalidad especial del medio en el que debían ser propaladas principalmente y en primer lugar. Habría que hacer todavía muchas otras precisiones bien curiosas: así, desde el comienzo de la era cristiana, no se habría encontrado ninguna fecha interesante que destacar antes de las primeras vías férreas; sería menester creer, según eso, que aquellos antiguos constructores tenían una perspectiva muy moderna en su apreciación de la importancia de los acontecimientos; es ese el elemento grotesco que no falta nunca en esta suerte de cosas, y por el cual se traiciona precisamente su verdadero origen: ¡el diablo es ciertamente muy hábil, pero no obstante nunca puede evitar ser ridículo por algún lado! (NA: No dejaremos la «Gran Pirámide» sin señalar también incidentalmente otra fantasía moderna: algunos atribuyen una importancia considerable al hecho de que jamás haya sido acabada; la cima falta en efecto, pero todo lo que se puede decir de cierto a este respecto, es que los autores más antiguos de los que se tiene testimonio, y que son todavía relativamente recientes, la han visto siempre truncada como lo está hoy día; ¡de ahí a pretender, como lo ha escrito textualmente un ocultista, que «el simbolismo oculto de las Escrituras hebraicas y cristianas se refiere directamente a los hechos que tuvieron lugar durante el curso de la construcción de la Gran Pirámide», hay verdaderamente mucho trecho, y esa es también una aserción que nos parece carecer de verosimilitud bajo todos los aspectos! -Cosa bastante curiosa, en el sello oficial de los Estados Unidos figura la Pirámide truncada, encima de la cual hay un triángulo radiante que, aunque está separado de ella, e incluso aislado por el círculo de nubes que le rodea, parece en cierto modo reemplazar su cima; pero hay también en este sello, del que algunas de las organizaciones «pseudoiniciáticas» que pululan en América buscan sacar un gran partido explicándole conformemente a sus «doctrinas», otros detalles que son al menos extraños, y que parecen indicar efectivamente una intervención de influencias sospechosas: así, el número de las basas de la Pirámide, que es de trece (este mismo número vuelve por lo demás con alguna insistencia en otras particularidades, y es concretamente el de las letras que componen la divisa E pluribus unum), se dice que corresponde al de las tribus de Israel (contando separadamente las dos semitribus de los hijos de José), y eso sin duda no carece de relación con los orígenes reales de las «profecías de la Gran Pirámide», que como acabamos de verlo, tienden también a hacer de ésta, para fines más bien obscuros, una suerte de monumento «judeocristiano».).

Eso todavía no es todo: cada cierto tiempo, apoyándose sobre las «profecías de la Gran Pirámide» o sobre otras predicciones cualesquiera, y librándose a cálculos cuya base permanece siempre bastante mal definida, se anuncia que tal fecha precisa debe marcar «la entrada de la humanidad en una era nueva», o también «la venida de un renuevo espiritual» (veremos un poco más adelante cómo conviene entenderlo en realidad); varias de esas fechas ya han pasado, y no parece que nada particularmente sobresaliente se haya producido en ellas; ¿pero qué es exactamente lo que todo eso puede querer decir? De hecho, hay también otra utilización de las predicciones (otra, queremos decir, además de aquella por la que aumentan el desorden de nuestra época sembrando un poco por todas partes el trastorno y el desconcierto), y que no es quizás la menos importante, ya que consiste en hacer de ellas un medio de sugestión directa que contribuye a determinar efectivamente la producción de ciertos acontecimientos futuros; ¿no se cree, por ejemplo, y para tomar aquí un caso muy simple a fin de hacernos comprender mejor, que, anunciando con insistencia una revolución en tal país y en tal época, se ayudará realmente a hacerla estallar en el momento querido por aquellos que se interesan en ella? En el fondo, se trata sobre todo actualmente, para algunos, de crear un «estado de espíritu» favorable a la realización de «algo» que entra en sus designios, y que puede encontrarse sin duda diferido por la acción de influencias contrarias, pero que esperan en efecto conducirlo así a producirse antes o después; nos queda ver más exactamente a qué tiende esta empresa «pseudoespiritual», y es menester decir, sin querer por eso ser en modo alguno «pesimista» (tanto más cuanto que «optimismo» y «pesimismo» son, como lo hemos explicado en otras ocasiones, dos actitudes sentimentales opuestas que deben permanecer igualmente ajenas a nuestro punto de vista estrictamente tradicional), que hay en eso una perspectiva muy poco tranquilizadora para un porvenir bastante próximo.


René Guénon