Guénon Reino da Quantidade Prefacio

René Guénon — O REINO DA QUANTIDADE E OS SINAIS DO TEMPO
PREFACIO (excertos)
Desde que hemos escrito La CRISIS DEL MUNDO MODERNO, los acontecimientos no han confirmado sino muy completamente, y sobre todo muy rápidamente, todas las precisiones que exponíamos entonces sobre este tema, aunque, por lo demás, lo hayamos tratado fuera de toda preocupación de «actualidad» inmediata, así como de toda intención de «crítica» vana y estéril. No hay que decir, en efecto, que las consideraciones de este orden no valen para nos sino en tanto que representan una aplicación de los principios a algunas circunstancias particulares; y, destacámoslo de pasada, si aquellos que han juzgado más justamente los errores y las insuficiencias propias a la mentalidad de nuestra época se han quedado generalmente en una actitud completamente negativa o no han salido de ésta más que para proponer remedios casi insignificantes y muy incapaces de frenar el desorden creciente en todos los dominios, es porque el conocimiento de los verdaderos principios les hacía tanta falta como a los que se obstinaban al contrario en admirar el pretendido «progreso» y en ilusionarse sobre su conclusión fatal.

Por lo demás, incluso desde un punto de vista puramente desinteresado y «teórico», no basta denunciar errores y hacerlos aparecer tales cuales son realmente en sí mismos; por útil que eso pueda ser, es todavía más interesante y más instructivo explicarlos, es decir, buscar cómo y por qué se han producido, ya que todo lo que existe de cualquier manera que sea, incluso el error, tiene necesariamente su razón de ser, y el desorden mismo debe finalmente encontrar su lugar entre los elementos del orden universal. Es así que, si el mundo moderno, considerado en sí mismo, constituye una anomalía e incluso una suerte de monstruosidad, por ello no es menos verdad que, situado en el conjunto del ciclo histórico del que forma parte, corresponde exactamente a las condiciones de una cierta fase de este ciclo, la que la tradición hindú designa como el periodo extremo del Kali-Yuga; son estas condiciones, que resultan de la marcha misma de la manifestación cíclica, las que han determinado sus caracteres propios, y se puede decir, a este respecto, que la época actual no podía ser otra que la que es efectivamente. Solamente, entiéndase bien que, para ver el desorden como un elemento del orden, o para reducir el error a la visión parcial y deformada de alguna verdad, es menester elevarse por encima del nivel de las contingencias a cuyo dominio pertenecen ese desorden y ese error como tales; y del mismo modo, para aprehender la verdadera significación del mundo moderno conformemente a las leyes cíclicas que rigen el desarrollo de la presente humanidad terrestre, es menester estar enteramente liberado de la mentalidad que le caracteriza especialmente y no estar afectado por ella a ningún grado; eso es incluso tanto más evidente cuanto que esta mentalidad implica forzosamente, y en cierto modo por definición, una total ignorancia de las leyes de que se trata, así como de todas las demás verdades que, al derivar más o menos directamente de los principios transcendentes, forman parte esencialmente de ese conocimiento tradicional del que todas las concepciones propiamente modernas no son, consciente o inconscientemente, más que la negación pura y simple.

Nos habíamos propuesto desde hace mucho tiempo dar a La CRISIS DEL MUNDO MODERNO una continuación de una naturaleza más estrictamente «doctrinal», a fin de mostrar precisamente algunos aspectos de esa explicación de la época actual según el punto de vista tradicional al cual entendemos atenernos siempre exclusivamente, y que, por lo demás, por las razones mismas que acabamos de indicar, es aquí, no sólo el único válido, sino incluso, podríamos decir, el único posible, puesto que, fuera de él, una tal explicación no podría considerarse siquiera. Circunstancias diversas nos han obligado a aplazar hasta ahora la realización de este proyecto, pero eso importa poco para quien está seguro de que todo lo que debe llegar llega necesariamente en su tiempo, y eso, muy frecuentemente, por medios imprevistos y completamente independientes de nuestra voluntad; la prisa febril que nuestros contemporáneos aportan a todo lo que hacen nada puede contra eso, y no podría producir más que agitación y desorden, es decir, efectos completamente negativos; pero, ¿serían todavía «modernos» si fueran capaces de comprender la ventaja que hay en seguir las indicaciones dadas por las circunstancias, que, muy lejos de ser «fortuitas» como imagina su ignorancia, no son en el fondo más que expresiones más o menos particularizadas del orden general, humano y cósmico a la vez, en el que debemos integrarnos voluntaria o involuntariamente?

Entre los rasgos característicos de la mentalidad moderna, tomaremos aquí primero, como punto central de nuestro estudio, la tendencia a reducirlo todo únicamente al punto de vista cuantitativo, tendencia muy marcada en las concepciones «científicas» de estos últimos siglos, y que, por lo demás, se destaca también claramente en otros dominios, concretamente en el de la organización social, de suerte que, salvo una restricción cuya naturaleza y cuya necesidad aparecerán después, nuestra época casi se podría definir como siendo esencialmente y ante todo el «reino de la cantidad». Por lo demás, si escogemos así este carácter preferentemente a todo otro, no es únicamente, ni tampoco principalmente, porque es uno de los más visibles y de los menos contestables; es sobre todo porque se presenta a nos como verdaderamente fundamental, por el hecho de que esta reducción a lo cuantitativo traduce rigurosamente las condiciones de la fase cíclica a la que la humanidad ha llegado en los tiempos modernos, y porque la tendencia de que se trata no es otra, en definitiva, que la que conduce lógicamente al término mismo del «descenso» que se efectúa, con una velocidad siempre acelerada, desde el comienzo al fin de un Manvantara, es decir, durante toda la duración de manifestación de una humanidad tal como la nuestra. Como ya hemos tenido frecuentemente la ocasión de decirlo, este «descenso» no es en suma más que el alejamiento gradual del principio, necesariamente inherente a todo proceso de manifestación; en nuestro mundo, y en razón de las condiciones especiales de existencia a las que está sometido, el punto más bajo reviste el aspecto de la cantidad pura, desprovista de toda distinción cualitativa; por lo demás, no hay que decir que eso no es propiamente más que un límite, y es por eso por lo que, de hecho, no podemos hablar más que de «tendencia», ya que, en el recorrido mismo del ciclo, el límite no puede alcanzarse nunca, y, en cierto modo, está fuera y por debajo de toda existencia realizada e incluso realizable.


René Guénon