Robert Boyle

René Guénon — ROBERT BOYLE

He aquí bastante como para comprender por qué se ha insistido en el valor de esta aserción tan frecuentemente repetida por los jefes de la Sociedad Teosófica, y según la cual los adherentes de todas las religiones no encontrarían en las enseñanzas de esta Sociedad nada que pudiera ofender a sus creencias: «Ella no busca alejar a los hombres de su propia religión, dice Mme Besant, sino que los empuja más bien a buscar el alimento espiritual que necesitan en las profundidades de su fe… La Sociedad no sólo ataca a los dos grandes enemigos del hombre, la superstición y el materialismo, sino que, por dondequiera que se extiende, propaga la paz y la benevolencia, estableciendo una fuerza pacificadora en los conflictos de la civilización moderna». Más adelante se verá lo que es el «Cristianismo esotérico» de los teosofistas actuales; pero, después de las citas que acabamos de hacer, es bueno leer esta página tomada de una obra de M. Leadbeater: «Para facilitar la vigilancia y la dirección del mundo, los Adeptos lo han dividido en distritos, de un modo parecido a como la Iglesia ha dividido su territorio en parroquias, con la diferencia de que los distritos tienen a veces las dimensiones de un continente. En cada distrito preside un Adepto, como un sacerdote dirige una parroquia. Cada cierto tiempo, la Iglesia realiza un esfuerzo especial que no está destinado al bien de una sola parroquia, sino al bien general; envía lo que se llama una “misión al interior”, con el objetivo de reanimar la fe y de despertar el entusiasmo en un país entero. Los resultados obtenidos no reportan ningún beneficio a los misioneros, pero contribuyen a aumentar la eficacia del trabajo en cada parroquia. Desde ciertos puntos de vista, la Sociedad Teosófica se parece a dicha misión, y las divisiones naturales hechas en la tierra por las diversas religiones, corresponden a las diferentes parroquias. Nuestra Sociedad aparece en medio de cada una de ellas, sin hacer ningún esfuerzo para apartar a los pueblos de la religión que practican, sino, antes al contrario, procurando hacerles comprender mejor y, sobre todo, vivir mejor, dicha religión, y, frecuentemente, reconduciéndolos a una religión que habían abandonado, presentándoles una concepción más elevada de ella. Otras veces sucede que, hombres poseedores de un temperamento religioso, pero que no pertenecen a ninguna religión, porque no pudieron contentarse con las vagas explicaciones de la doctrina ortodoxa, han encontrado en las enseñanzas teosóficas una exposición de la verdad que ha satisfecho a su razonamiento y a la que han podido suscribirse gracias a su amplia tolerancia. Entre nuestros miembros tenemos a jainas, parsis, israelitas, mahometanos, cristianos, y nunca ninguno de ellos ha oído salir de la boca de uno de nuestros instructores una palabra de condena contra su religión; al contrario, en muchos casos, el trabajo de nuestra Sociedad ha producido un verdadero despertar religioso allí donde se ha establecido. Se comprenderá fácilmente la razón de esta actitud si se piensa que todas las religiones han tenido su origen en la Confraternidad de la Logia Blanca. Ignorado por la masa, en su seno existe el verdadero gobierno del mundo, y en este gobierno se encuentra el departamento de la Instrucción religiosa. El Jefe de este departamento (es decir, el «Bodhisattva») «ha fundado todas las religiones, ya sea por sí mismo, ya sea por la intermediación de un discípulo, adaptando su enseñanza a la vez a la época y al pueblo al que la destinaba». Lo que hay aquí de nuevo, en relación a las teorías de Mme Blavatsky sobre el origen de las religiones, es tan sólo la intervención del «Bodhisattva»; pero se puede constatar que las pretensiones extravagantes de la Sociedad Teosófica no han hecho más que ir en aumento a este propósito; mencionaremos también a título de curiosidad, siguiendo al mismo autor, las múltiples iniciativas de todo género que los teosofistas achacan indistintamente a sus «Adeptos»: «Se nos dice que hace algunos centenares de años, los jefes de la Logia Blanca decidieron que una vez cada cien años, durante el último cuarto de cada siglo, se haría un esfuerzo especial para acudir en ayuda del mundo de una u otra manera. Algunas de estas tentativas se pueden reconocer fácilmente. Tal es, por ejemplo, el movimiento causado por Christian Rosenkreutz durante el siglo XIV, al mismo tiempo que Tson-Khapa reformaba al budismo del Norte; tales son también, en Europa, el Renacimiento en las artes y en las letras, en el siglo XV, y la invención de la imprenta. En el siglo XVI, tenemos las reformas de Akbar en la India; en Inglaterra y en otras partes, la publicación de las obras de Lord Bacon, junto con la floración espléndida del reinado de Isabel; en el siglo XVII, la fundación de la Sociedad Real de Ciencias en Inglaterra y las obras científicas de ROBERT BOYLE y de otros, después de la Restauración. En el siglo XVIII se intentó ejecutar un movimiento muy importante (cuya historia oculta en los planos superiores no es conocida más que por un pequeño número), que desgraciadamente escapó al control de sus jefes y desembocó en la Revolución francesa. Finalmente, llegamos, en el siglo XIX, a la fundación de la Sociedad Teosófica». He ahí, ciertamente, un hermoso «espécimen» de la historia acomodada a los conceptos especiales de los teosofistas. ¡Cuántas personas, sin percatarse lo más mínimo de ello, han debido ser agentes de la «Gran Logia Blanca»! Si no se tratara más que de fantasías como éstas, bastaría contentarse con sonreír, pues están destinadas, a ojos vistas, a ser impuestas a los ingenuos, y, en definitiva, no tienen una gran importancia. Lo que importa mucho más, como lo veremos en lo que sigue, es la manera en que los teosofistas entienden dedicarse a su papel de «misioneros», especialmente en el «distrito» correspondiente al dominio del cristianismo. 7875 El Teosofismo: XIII — El Teosofismo Y LAS RELIGIONES



Perenialistas – Referências, René Guénon