Guénon Rosa-Cruz e Rosacruzes

René Guénon — Apreciações sobre a Iniciação
ROSA-CRUZ Y ROSACRUCIANOS
Puesto que hemos sido conducidos a hablar de los Rosa-Cruz, no será quizás inútil, aunque este tema se refiere a un caso particular más bien que a la iniciación en general, agregar a eso algunas precisiones, ya que, en nuestros días, este nombre de Rosa-Cruz se emplea de una manera vaga y frecuentemente abusiva, y se aplica indistintamente a los personajes más diferentes, entre los que, sin duda, muy pocos tendrían realmente derecho a él. Para evitar todas estas confusiones, parece que lo mejor sería establecer una distinción clara entre Rosa-Cruz y Rosacrucianos, donde este último término puede recibir sin inconveniente una extensión más amplia que el primero; y es probable que la mayoría de los pretendidos Rosa-Cruz, designados comúnmente como tales, no fueron verdaderamente más que Rosacrucianos. Para comprender la utilidad y la importancia de esta distinción, es menester primeramente recordar que, como ya lo hemos dicho hace un momento, los verdaderos Rosa-Cruz no han constituido nunca una organización con formas exteriores definidas, y que, a partir del comienzo del siglo XVII al menos, hubo no obstante numerosas asociaciones que se pueden calificar de rosacrucianas (NA: Es a una organización de este género a la que perteneció concretamente Leibniz; hemos hablado en otra parte de la inspiración manifiestamente rosacruciana de algunas de sus concepciones, pero también hemos mostrado que no era posible considerarle sino como habiendo recibido una iniciación simplemente virtual, y por lo demás incompleta inclusive bajo el aspecto teórico (NA: Ver Los principios del cálculo infinitesimal).), lo que no quiere decir en modo alguno que sus miembros fueran Rosa-Cruz; se puede incluso estar seguro de que no lo eran, y eso únicamente por el hecho de que formaban parte de tales asociaciones, lo que puede parecer paradójico e inclusive contradictorio a primera vista, pero que es sin embargo fácilmente comprehensible después de las consideraciones que hemos expuesto precedentemente.

La distinción que indicamos está lejos de reducirse a una simple cuestión de terminología, y se vincula en realidad a algo que es de un orden mucho más profundo, puesto que el término Rosa-Cruz, como lo hemos explicado, es propiamente la designación de un grado iniciático efectivo, es decir, de un cierto estado espiritual, cuya posesión, evidentemente, no está ligada de una manera necesaria al hecho de pertenecer a una cierta organización definida. Lo que representa, es lo que se puede llamar la perfección del estado humano, ya que el símbolo mismo de la Rosa-Cruz, por los dos elementos de los que está compuesto, figura la reintegración del ser en el centro de este estado y la plena expansión de sus posibilidades individuales a partir de este centro; por consiguiente, marca muy exactamente la restauración del «estado primordial», o, lo que equivale a lo mismo, el acabamiento de la iniciación a los «misterios menores». Por otro lado, desde el punto de vista que se puede llamar «histórico», es menester tener en cuenta el hecho de que esta designación de Rosa-Cruz, ligada expresamente al uso de un cierto simbolismo, no ha sido empleada más que en algunas circunstancias determinadas de tiempo y de lugar, fuera de las cuales sería ilegítimo aplicarla; se podría decir que aquellos que poseían el grado de que se trata han aparecido como Rosa-Cruz en esas circunstancias únicamente y por razones contingentes, como, en otras circunstancias, han podido aparecer bajo otros nombres y bajo otros aspectos. Eso, bien entendido, no quiere decir que el símbolo mismo al que se refiere este nombre no pueda ser mucho más antiguo que el empleo que se ha hecho así de él, e incluso, como para todo símbolo verdaderamente tradicional, sería sin duda completamente vano buscarle un origen definido. Lo que queremos decir, es sólo que el nombre sacado del símbolo no ha sido aplicado a un grado iniciático sino a partir del siglo XIV, y, además, únicamente en el mundo occidental; así pues, no se aplica más que en relación a una cierta forma tradicional, que es la del esoterismo cristiano, o, más precisamente todavía, la del hermetismo cristiano; volveremos más adelante sobre lo que es menester entender exactamente por el término «hermetismo».

Lo que acabamos de decir está indicado por la «leyenda» misma de Christian Rosenkreutz, cuyo nombre es por lo demás puramente simbólico, y en el que es muy dudoso que sea menester ver un personaje histórico, hayan dicho lo que hayan dicho algunos de él, sino que aparece más bien como la representación de lo que se puede llamar una «entidad colectiva» (NA: Esta «leyenda» es en suma del mismo género que las demás «leyendas» iniciáticas a las que ya hemos hecho alusión precedentemente.). El sentido general de la «leyenda» de este fundador supuesto, y en particular los viajes que le son atribuidos (NA: Recordaremos aquí la alusión que hemos hecho más atrás al simbolismo iniciático del viaje; por lo demás, sobre todo en conexión con el hermetismo, hay muchos otros viajes, como los de Nicolás Flamel por ejemplo, que parecen tener ante todo una significación simbólica.), parece ser que, después de la destrucción de la Orden del Temple, los iniciados al esoterismo cristiano se reorganizaron, de acuerdo con los iniciados al esoterismo islámico, para mantener, en la medida de lo posible, el lazo que había sido aparentemente roto por esta destrucción; pero esta reorganización debió hacerse de una manera más oculta, invisible en cierto modo, y sin tomar su apoyo en una institución conocida exteriormente y que, como tal, habría podido ser destruida todavía una vez más (NA: De ahí el nombre de «Colegio de los Invisibles» dado algunas veces a la colectividad de los Rosa-Cruz.). Los verdaderos Rosa-Cruz fueron propiamente los inspiradores de esta reorganización, o, si se quiere, fueron los poseedores del grado iniciático del que hemos hablado, considerados especialmente en tanto que desempeñaron este papel, que se continuó hasta el momento donde, a consecuencia de otros acontecimientos históricos, el lazo tradicional del que se trata fue definitivamente roto para el mundo occidental, lo que se produjo en el curso del siglo XVII (NA: La fecha exacta de esta ruptura está marcada, en la historia exterior de Europa, por la conclusión de los tratados de Westfalia, que pusieron fin a lo que subsistía todavía de la «Cristiandad» medieval para sustituirla por una organización puramente «política» en el sentido moderno de esta palabra.). Se dice que los Rosa-Cruz se retiraron entonces a oriente, lo que significa que, en adelante, ya no ha habido en occidente ninguna iniciación que permita alcanzar efectivamente este grado, y también que la acción que se había ejercido a su través hasta entonces para el mantenimiento de la enseñanza tradicional correspondiente dejó de manifestarse, al menos de una manera regular y normal (NA: Sería completamente inútil buscar determinar «geográficamente» el lugar de retiro de los Rosa-Cruz; de todas las aserciones que se encuentran sobre este punto, la más verdadera es ciertamente aquella según la cual se «retiraron al reino del Prestejuan», no siendo éste otra cosa, como lo hemos explicado en otro parte (NA: El Rey del Mundo, pp. 13-15, ed. francesa), que una representación del centro espiritual supremo, donde se conservan efectivamente en estado latente, hasta el fin del ciclo actual, todas las formas tradicionales, que por una razón o por otra, han dejado de manifestarse en el exterior.).

En cuanto a saber cuáles fueron los verdaderos Rosa-Cruz, y a saber con certeza si tal o cual personaje fue uno de ellos, eso aparece como completamente imposible, por el hecho mismo de que se trata esencialmente de un estado espiritual, y por consiguiente puramente interior, del que sería muy imprudente querer juzgar según signos exteriores cualesquiera. Además, en razón de la naturaleza de su papel, estos Rosa-Cruz, como tales, no han podido dejar ningún rastro visible en la historia profana, de suerte que, incluso si pudieran conocerse sus nombres, sin duda no enseñarían nada a nadie; por lo demás, a este respecto, remitimos a lo que ya hemos dicho de los cambios de nombres, y que explica suficientemente lo que la cosa puede ser en realidad. En lo que se refiere a los personajes cuyos nombres son conocidos, concretamente como autores de tales o cuales escritos, y que se designan comúnmente como Rosa-Cruz, lo más probable es que, en muchos casos, fueran influenciados o inspirados más o menos directamente por los Rosa-Cruz, a los cuales sirvieron en cierto modo de portavoz (NA: Es muy dudoso que un Rosa-Cruz haya escrito nunca él mismo nada, y, en todo caso, no podría ser más que de una manera estrictamente anónima, puesto que su cualidad misma le impide presentarse entonces como un simple individuo que habla en su propio nombre.), lo que expresaremos diciendo que fueron sólo Rosacrucianos, sea que hayan pertenecido o no a alguna de las agrupaciones a las cuales se puede dar la misma denominación. Por el contrario, si se ha encontrado excepcionalmente y como por accidente que un verdadero Rosa-Cruz haya jugado un papel en los acontecimientos exteriores, eso sería en cierto modo a pesar de su cualidad más bien que a causa de ella, y entonces los historiadores pueden estar muy lejos de sospechar esta cualidad, hasta tal punto las dos cosas pertenecen a dominios diferentes. Todo eso, ciertamente, es poco satisfactorio para los curiosos, pero deben tomar su partido; muchas cosas escapan así a los medios de investigación de la historia profana, que forzosamente, por su naturaleza misma, no permiten aprehender nada más que lo que se puede llamar el «exterior» de los acontecimientos.

Es menester todavía agregar otra razón por la que los verdaderos Rosa-Cruz debieron permanecer siempre desconocidos: es que ninguno de ellos puede afirmarse nunca tal, como tampoco, en la iniciación islámica, ningún (ûfî auténtico puede prevalerse de este título. En eso hay incluso una similitud que es particularmente interesante destacar, aunque, a decir verdad, no hay equivalencia entre las dos denominaciones, ya que lo que está implicado en el nombre de (ûfî es en realidad de un orden más elevado que lo que implica el de Rosa-Cruz y se refiere a posibilidades que rebasan las del estado humano, considerado incluso en su perfección; en todo rigor, debería reservarse exclusivamente al ser que ha llegado a la realización de la «Identidad Suprema», es decir, a la meta última de toda iniciación (NA: No carece de interés indicar que la palabra (ûfî, por el valor de las letras que lo componen, equivale numéricamente a el-hikmah el-ilahiyah, es decir, «la sabiduría divina». — La diferencia del Rosa-Cruz y del (ûfî corresponde exactamente a la que existe, en el Taoísmo, entre el «hombre verdadero» y el «hombre transcendente».); pero no hay que decir que un tal ser posee a fortiori el grado que hace al Rosa-Cruz y puede, si hay lugar a ello, desempeñar las funciones correspondientes. Por lo demás, se hace comúnmente del nombre de (ûfî el mismo abuso que del nombre de Rosa-Cruz, hasta aplicarle a veces a los que están sólo en la vía que conduce a la iniciación efectiva, sin haber alcanzado todavía ni siquiera los primeros grados de ésta; y, a este propósito, se puede notar que, no menos corrientemente, se da una parecida extensión ilegítima a la palabra yogi en lo que concierne a la tradición hindú, de suerte que esta palabra, que, ella también, designa propiamente al ser que ha alcanzado la meta suprema, y que es así el exacto equivalente de (ûfî, llega a ser aplicada allí a aquellos que no están todavía más que en sus etapas preliminares e incluso en su preparación más exterior. Así pues, no sólo en parecido caso, sino incluso para el que ha llegado a los grados más elevados, sin haber llegado no obstante al término final, la designación que conviene propiamente es la de mutaçawwuf; y, como el (ûfî mismo no está marcado por ninguna distinción exterior, esta misma designación será también la única que podrá tomar o aceptar, no en virtud de consideraciones puramente humanas como la prudencia o la humildad, sino porque su estado espiritual constituye verdaderamente un secreto incomunicable (NA: Por lo demás, en árabe, ese es uno de los sentidos de la palabra sirr, «secreto», en el empleo particular que hace de ella la terminología «técnica» del esoterismo.). Es una distinción análoga a esa, en un orden más restringido (puesto que no rebasa los límites del estado humano), la que se puede expresar por los dos términos de Rosa-Cruz y de Rosacruciano, distinción en la que este último puede designar a todo aspirante al estado de Rosa-Cruz, a cualquier grado que haya llegado efectivamente, e incluso si todavía no ha recibido más que una iniciación simplemente virtual en la forma a la que esta designación conviene propiamente de hecho. Por otra parte, de lo que acabamos de decir se puede sacar una suerte de criterio negativo, en el sentido de que, si alguien se ha declarado Rosa-Cruz o (ûfî, se puede afirmar desde entonces, sin tener necesidad de examinar las cosas más a fondo, que no lo era ciertamente en realidad.

Otro criterio negativo resulta del hecho de que los Rosa-Cruz no se ligaron nunca a ninguna organización exterior; si a alguien se le conoce como habiendo sido miembro de una tal organización, se puede afirmar también que, al menos en tanto que formó parte de ella activamente, no fue un verdadero Rosa-Cruz. Por lo demás, hay que destacar que las organizaciones de este género no llevaron el título de Rosa-Cruz sino muy tardíamente, puesto que no se le ve aparecer así, como lo decíamos más atrás, más que a comienzos del siglo XVII, es decir, poco antes del momento en que los verdaderos Rosa-Cruz se retiraron de occidente; y es incluso visible, por muchos indicios, que las organizaciones que se hicieron conocer entonces bajo este título estaban ya más o menos desviadas, o en todo caso muy alejadas de la fuente original. Con mayor razón la cosa fue así para las organizaciones que se constituyeron más tarde todavía bajo el mismo vocablo, y cuya mayor parte no hubieran podido reclamar sin duda, al respecto de los Rosa-Cruz, ninguna filiación auténtica y regular, por indirecta que fuera (NA: Ello fue así verosímilmente, en el siglo XVIII, para organizaciones tales como la que se conoció bajo el nombre de «Rosa-Cruz de Oro».), y no hablamos aquí, entiéndase bien, de las múltiples formaciones pseudoiniciáticas contemporáneas que no tienen de rosacruciano más que el nombre usurpado, que no poseen ningún rastro de una doctrina tradicional cualquiera, y que han adoptado simplemente, por una iniciativa completamente individual de sus fundadores, un símbolo que cada uno interpreta según su propia fantasía, a falta del conocimiento de su sentido verdadero, que escapa tan completamente a estos pretendidos Rosacrucianos como al primer profano que llega.

Hay todavía un punto sobre el que debemos volver para más precisión: hemos dicho que debió haber, en el origen del Rosacrucianismo, una colaboración entre iniciados a los dos esoterismos cristiano e islámico; esta colaboración debió continuarse también después, puesto que se trataba precisamente de mantener el lazo entre las iniciaciones de oriente y occidente. Iremos incluso más lejos: los mismos personajes, hayan venido del cristianismo o del islamismo, han podido, si han vivido en oriente y en occidente (y, aparte de todo simbolismo, las alusiones constantes a sus viajes hacen pensar que este debió ser el caso de muchos de entre ellos), ser a la vez Rosa-Cruz y (ûfîs (o mutaçawwufin de los grados superiores), puesto que el estado espiritual que habían alcanzado implicaba que estaban más allá de las diferencias que existen entre las formas exteriores, y que no afectan en nada a la unidad esencial y fundamental de la doctrina tradicional. Bien entendido, por eso no conviene menos mantener, entre Taçawwuf y Rosacrucianismo, la distinción que es la de las dos formas diferentes de enseñanza tradicional; y los Rosacrucianos, discípulos más o menos directos de los Rosa-Cruz, son únicamente aquellos que siguen la vía especial del hermetismo Cristiano; pero no puede haber ninguna organización iniciática plenamente digna de este nombre y que posea la consciencia efectiva de su meta, que no tenga, en la cima de su jerarquía, seres que hayan rebasado la diversidad de las apariencias formales. Esos podrán, según las circunstancias, aparecer como Rosacrucianos, como mutaçawwufîn, o en otros aspectos todavía; ellos son verdaderamente el lazo vivo entre todas las tradiciones, porque, por su consciencia de la unidad, participan efectivamente en la gran Tradición primordial, de la que todas las demás se derivan por adaptación a los tiempos y a los lugares, y que es una como la Verdad misma.


Guénon – Mistérios