René Guénon — APRECIAÇÕES SOBRE A INICIAÇÃO
SIMBOLISMO Y FILOSOFÍA
Si el simbolismo es, como acabamos de explicarlo, esencialmente inherente a todo lo que presenta un carácter esencialmente tradicional, es también, al mismo tiempo, uno de los rasgos por los que, las doctrinas tradicionales, en su conjunto (ya que esto se aplica a la vez a los dos dominios esotérico y exotérico), se distinguen, en cierto modo a primera vista, del pensamiento profano, al que este mismo simbolismo es completamente extraño, y eso necesariamente, por eso mismo de que conlleva propiamente algo de «no humano», que no podría existir de ninguna manera en parecido caso. Sin embargo, los filósofos, que son los representantes por excelencia, si se puede decir, de ese pensamiento profano, pero que por ello no tienen menos la pretensión de ocuparse de las cosas más diversas, como si su competencia se extendiera a todo, se ocupan a veces también del simbolismo, y les ocurre entonces emitir ideas y teorías bien extrañas; es así como algunos han querido constituir una «psicología del simbolismo», lo que se vincula al error específicamente moderno que se puede designar por el nombre de «psicologismo», y que no es más que un caso particular de la tendencia a reducir todo a elementos exclusivamente humanos. No obstante, hay también algunos que reconocen que el simbolismo no depende de la filosofía; pero entienden dar a esta aserción un sentido visiblemente desfavorable, como si el simbolismo fuera a sus ojos una cosa inferior e incluso desdeñable; y uno puede preguntarse incluso, al ver la manera en la que hablan, si no le confunden simplemente con el pseudosimbolismo de algunos literatos, tomando así por la verdadera significación de la palabra, lo que no es más que un empleo completamente abusivo y desviado de ella. En realidad, si, como se dice, el simbolismo es una «forma de pensamiento», lo que es verdad en un cierto sentido, pero que no impide que sea también y primeramente otra cosa, la filosofía es otra, radicalmente diferente, e incluso opuesta bajo diversos aspectos. Se puede ir más lejos: esta forma de pensamiento que representa la filosofía no corresponde más que a un punto de vista muy especial e, incluso en los casos más favorables, no podría ser válida más que en un dominio muy restringido, cuya mayor equivocación, inherente por lo demás a todo pensamiento profano como tal, es quizás no saber o no querer reconocer sus límites; el simbolismo, así como uno puede darse cuenta de ello por lo que ya hemos explicado, tiene un alcance muy diferente; e, incluso si no se vieran ahí nada más que dos formas de pensamiento (lo que es propiamente confundir el uso del simbolismo con su esencia misma), sería todavía un grave error querer ponerlos sobre el mismo plano. Que los filósofos no sean de esta opinión, no prueba nada; para poner las cosas en su justo lugar, es menester ante todo considerarlas con imparcialidad, lo que no pueden hacer en este caso; y, en cuanto a nós, estamos bien convencidos de que, en tanto que filósofos, no llegaran nunca a penetrar el sentido profundo del menor símbolo, porque se trata de algo que está enteramente fuera de su manera de pensar y que rebasa inevitablemente su comprehensión.
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Aquellos que conocen ya todo lo que hemos dicho en otras partes de la filosofía, en varias ocasiones, no pueden extrañarse de vernos no acordarle más que una importancia muy mediocre; por lo demás, incluso sin ir al fondo de las cosas, basta, para darse cuenta de que su posición no puede ser aquí más que subalterna en cierto modo, acordarse de que todo modo de expresión, cualquiera que sea, tiene forzosamente un carácter simbólico, en el sentido más general de este término, en relación a lo que expresa. Los filósofos no pueden hacer otra cosa que servirse de palabras, y, así como lo hemos dicho precedentemente, estas palabras, en sí mismas, no son y no pueden ser nada más que símbolos; así pues, de una cierta manera, es la filosofía la que entra, aunque del todo inconscientemente, en el dominio del simbolismo, y no a la inversa.
Sin embargo, bajo otra relación, hay una oposición entre filosofía y simbolismo, si se entiende este último en la acepción más restringida que se le da más habitualmente, y que, por lo demás, es también aquella en la que le tomamos nosotros cuando le consideramos como propiamente característico de las doctrinas tradicionales: esta oposición consiste en que la filosofía, como todo lo que se expresa en las formas ordinarias del lenguaje, es esencialmente analítica, mientras que el simbolismo propiamente dicho es esencialmente sintético. Por definición misma, la forma del lenguaje es «discursiva» como la razón humana de la que es el instrumento propio y cuya marcha sigue o reproduce tan exactamente como es posible; por el contrario, el simbolismo propiamente dicho es verdaderamente «intuitivo», lo que, naturalmente, le hace incomparablemente más apto que el lenguaje para servir de punto de apoyo a la intuición intelectual y supraracional, y es precisamente por eso por lo que constituye el modo de expresión por excelencia de toda enseñanza iniciática. En cuanto a la filosofía, representa en cierto modo el tipo del pensamiento discursivo (lo que, bien entendido, no quiere decir que todo pensamiento discursivo tenga un carácter especialmente filosófico), y es lo que le impone limitaciones de las que no podría librarse; por el contrario, el simbolismo, en tanto que soporte de la intuición transcendente, abre posibilidades verdaderamente ilimitadas.
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Para concluir sobre este punto, podemos resumir en algunas palabras el fondo de nuestro pensamiento: la filosofía no es propiamente más que un «saber profano» y no puede pretender a nada más, mientras que el simbolismo, entendido en su verdadero sentido, forma parte esencialmente de la «ciencia sagrada», que no podría existir verdaderamente, o al menos exteriorizarse, sin él, ya que entonces le faltaría todo medio de «expresión» apropiado. Sabemos bien que muchos de nuestros contemporáneos, e incluso el mayor número de ellos, desafortunadamente, son incapaces de hacer como conviene la distinción entre estos dos órdenes de conocimiento (si es que un conocimiento profano merece verdaderamente este nombre); pero, bien entendido, no es a esos a quienes nos dirigimos, ya que, como lo hemos declarado bastante frecuentemente en otras ocasiones, es únicamente de «ciencia sagrada» de lo que entendemos ocuparnos por nuestra parte.