Guénon Sintese Sincretismo

René Guénon — APRECIAÇÕES SOBRE A INICIAÇÃO

VIDE: APROPRIAÇÕES; ECLETICISMO
SÍNTESIS Y SINCRETISMO
El «sincretismo», entendido en su verdadero sentido, no es nada más que una simple yuxtaposición de elementos de proveniencias diversas, juntados «desde fuera», por así decir, sin que ningún principio de orden más profundo venga a unificarles. Es evidente que un tal «ensamblaje» no puede constituir realmente una doctrina, como tampoco un montón de piedras constituye un edificio; y, si da a veces la ilusión de ello a quienes no le consideran más que superficialmente, esta ilusión no podría resistir un examen que fuera un poco serio. No hay necesidad de ir muy lejos para encontrar auténticos ejemplos de este sincretismo: las modernas contrahechuras de la tradición, como el ocultismo y el teosofismo, no son otra cosa en el fondo1: nociones fragmentarias tomadas a diferentes formas tradicionales, y generalmente mal comprendidas y más o menos deformadas, se encuentran mezcladas ahí a concepciones pertenecientes a la filosofía y a la ciencia profana. Hay también teorías filosóficas formadas casi enteramente de fragmentos de otras teorías, y aquí el sincretismo toma habitualmente el nombre de «eclecticismo»; pero este caso es en suma menos grave que el precedente, porque no se trata más que de filosofía, es decir, de un pensamiento profano que, al menos, no busca hacerse pasar por otra cosa que lo que es.

El sincretismo, en todos los casos, es siempre un procedimiento esencialmente profano, por su «exterioridad» misma; y no solo no es una síntesis, sino que, en un cierto sentido, es incluso todo lo contrario. En efecto, la síntesis, por definición, parte de los principios, es decir, de lo que hay más interior; se podría decir que va del centro a la circunferencia, mientras que el sincretismo se queda en la circunferencia misma, en la pura multiplicidad, en cierto modo «atómica», y de detalle indefinido de elementos tomados uno a uno, considerados en sí mismos y por sí mismos, y separados de su principio, es decir, de su verdadera razón de ser. Así pues, el sincretismo tiene un carácter completamente analítico, lo quiera o no; es cierto que nadie habla tan frecuentemente ni tan gustosamente de síntesis como algunos «sincretistas», pero eso no prueba más que una cosa: que sienten que, si reconocieran la naturaleza real de sus teorías compuestas, confesarían por eso mismo que no son los depositarios de ninguna tradición, y que el trabajo al que se han librado no difiere en nada del que podría hacer el primer «buscador» recién llegado que juntara mal que bien las nociones variadas que hubiera sacado de los libros.

Si esos tienen un interés evidente en hacer pasar un sincretismo por una síntesis, el error de aquellos de quienes hablábamos al comienzo se produce generalmente en sentido inverso: cuando se encuentran en presencia de una verdadera síntesis, rara vez dejan de calificarla de sincretismo. La explicación de una tal actitud es muy simple en el fondo: al quedarse en el punto de vista más estrechamente profano y más exterior que se puede concebir, no tienen ninguna consciencia de lo que es de un orden diferente, y, como no quieren o no pueden admitir que algunas cosas se les escapan, buscan naturalmente reducirlo todo a los procedimientos que están al alcance de su propia comprehensión. Imaginándose que toda doctrina es únicamente la obra de uno o de varios individuos humanos, sin ninguna intervención de elementos superiores (ya que es menester no olvidar que ese es el postulado fundamental de toda su «ciencia»), atribuyen a esos individuos lo que ellos serían capaces de hacer en parecido caso; y, por lo demás, no hay que decir que no se preocupan de ninguna manera de saber si la doctrina que estudian a su modo es o no es la expresión de la verdad, ya que una tal cuestión, no siendo «histórica», ni siquiera se plantea para ellos. Es incluso dudoso que les haya venido alguna vez la idea de que pueda haber una verdad de un orden diferente que la simple «verdad de hecho», la única que puede ser objeto de erudición; en cuanto al interés que un tal estudio puede presentar para ellos en esas condiciones, debemos confesar que nos es completamente imposible hacernos cuenta de ello, hasta tal punto eso depende de una mentalidad que nos es extraña.


Se puede ir más lejos: si es imposible que haya sincretismo en las doctrinas tradicionales mismas, es igualmente imposible que lo haya entre aquellos que las han comprendido verdaderamente, y que, por eso mismo, han comprendido forzosamente también la vanidad de un tal procedimiento, así como la de todos aquellos que son lo propio del pensamiento profano, y no tienen, por lo demás, ninguna necesidad de recurrir a ellos. Todo lo que está realmente inspirado por el conocimiento tradicional procede siempre «del interior» y no «del exterior»; quienquiera que tiene consciencia de la unidad esencial de todas las tradiciones puede, para exponer e interpretar la doctrina, hacer llamada, según los casos, a medios de expresión provenientes de formas tradicionales diversas, si estima que haya en eso alguna ventaja; pero en eso no habrá nunca nada que pueda ser asimilado de cerca o de lejos a un sincretismo cualquiera o al «método comparativo» de los eruditos. Por un lado, la unidad central y principial aclara y domina todo; por el otro, estando ausente esta unidad, o para decirlo mejor, oculta a las miradas del «buscador» profano, éste no puede más que buscar a tientas en las «tinieblas exteriores», agitándose vanamente en medio de un caos que únicamente podría ordenar el Fiat Lux iniciático que, a falta de «cualificación», jamás será proferido para él.




  1. Cf. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXXVI. 

René Guénon