Guénon Wang

René Guénon — A Grande Tríada
EL «WANG» O EL REY-PONTÍFICE
Nos quedan todavía que desarrollar otras consideraciones para acabar de hacer comprender lo que, en la tradición extremo oriental, es la función real, o al menos lo que se tiene el hábito de traducir así, pero de una manera que es notoriamente insuficiente, ya que, si el Wang es efectivamente el Rey, en el sentido propio de esta palabra, es también otra cosa al mismo tiempo. Por lo demás, eso resulta del simbolismo mismo del carácter wang (NA: Fig. 17), que está compuesto de tres trazos horizontales que figuran respectivamente, como los de los trigramas de que hemos hablado más atrás, el Cielo, El Hombre y la Tierra, y unidos además, en su medio, por un trazo vertical, ya que, dicen los etimologistas, «la función del Rey es unir», por lo cual es menester entender ante todo, en razón de la posición misma del trazo vertical, unir el Cielo y la Tierra. Así pues, lo que este carácter designa propiamente, es el Hombre en tanto que término mediano de la Gran Tríada, y considerado especialmente en su papel de «mediador»; para mayor precisión todavía, agregaremos que el Hombre no debe ser considerado aquí solo como el «hombre primordial», sino como el «Hombre Universal» mismo, ya que el trazo vertical no es otro que el eje que une efectivamente entre ellos todos los estados de existencia, mientras que el centro donde se sitúa el «hombre primordial», y que está marcado en el carácter por el punto de encuentro del trazo vertical con el trazo mediano horizontal, en el medio de éste, no se refiere más que a un solo estado, que es el estado individual humano (NA: M. Granet parece no haber comprendido nada de las relaciones del eje y del centro, ya que escribe: «La noción de centro está lejos de ser primitiva; ella ha sustituido a la noción de eje» (NA: La Pensée chinoise, p. 104). En realidad, los dos símbolos han coexistido siempre, ya que no son de ningún modo equivalentes y, por consiguiente, no pueden sustituir uno al otro; hay ahí un buen ejemplo de las equivocaciones a las que puede concluir la toma de partido por querer considerarlo todo «históricamente».); además, la parte del carácter que se refiere propiamente al Hombre, que comprende el trazo vertical y el trazo mediano horizontal (puesto que los dos trazos superior e inferior representan el Cielo y la Tierra), forma la cruz, es decir, el símbolo mismo del «Hombre Universal» (NA: Por esta razón, es por esta cruz por lo que hemos representado el término mediano de la Tríada en la figura 6.). Por otra parte, esta identificación del Wang al «Hombre Universal» se encuentra confirmada aún por textos tales como este pasaje de Lao-tseu: «La Vía es grande; el Cielo es grande; la Tierra es grande; el Rey también es grande. En el medio, hay por tanto cuatro cosas grandes, pero el Rey es el único visible» (NA: Tao Te Ching, cap. XXV. — Precisaremos de pasada que este texto bastaría por sí solo para refutar la opinión de aquellos orientalistas que, tomándolo todo en un sentido «material» y confundiendo el símbolo con la cosa simbolizada, se imaginan que el Cielo y la Tierra de la tradición extremo oriental no son otra cosa que el cielo y la tierra visibles.).

Así pues, si el Wang es esencialmente el «Hombre Universal», el que le representa y desempeña su función debería, en principio al menos, ser un «hombre transcendente», es decir, debería haber realizado la meta final de los «misterios mayores»; y es en tanto que tal como puede, así como ya lo hemos indicado más atrás, identificarse efectivamente a la «Vía Central» o «Vía del Medio» (NA: Tchoung-Tao), es decir, al eje mismo, ya sea que este eje sea representado por el mástil del carro, por el pilar central del Ming-tang o por cualquier otro símbolo equivalente. Al haber desarrollado todas sus posibilidades tanto en el sentido vertical como en el sentido horizontal, él es por eso mismo el «Señor de los tres mundos» (NA: Cf. El Rey del Mundo, cap. IV.- Si se quieren observar a este respecto puntos de comparación entre diversas tradiciones, se puede precisar que es en esta cualidad como Hermes, que por lo demás es representado como «rey» y «pontífice» a la vez, es llamado trismegistos o «tres veces grandísimo»; se puede aproximar también a esta designación la de «tres veces poderoso», empleada en los «grados de perfección» de la Masonería escocesa, y que implica propiamente la delegación de un poder que debe ejercerse en los tres mundos.), que pueden ser representados también por los tres trazos horizontales del carácter wang (NA: Para eso basta con un cambio de punto de vista que corresponde a lo que hemos explicado precedentemente sobre el tema del Tribhuvana comparado a la Tríada extremo oriental.); y es también, en relación al mundo humano en particular, el «Hombre Único» que sintetiza en él y expresa integralmente la Humanidad (considerada a la vez como naturaleza específica, desde el punto de vista cósmico, y como colectividad de los hombres, desde el punto de vista social), de igual modo que la Humanidad, a su vez, sintetiza en ella los «diez mil seres», es decir, la totalidad de los seres de este mundo (NA: Se observará que la cualidad de «Señor de los tres Mundos» corresponde aquí al sentido vertical, y la de «Hombre Único» corresponde al sentido horizontal.). Por eso es por lo que, como ya lo hemos visto, él es el «regulador» del orden cósmico tanto como del orden social (NA: La palabra rex, «rey», expresa etimológicamente la función «reguladora», pero ordianriamente se aplica solo al punto de vista social.); y, cuando desempeña la función de «mediador», en realidad son todos los hombres los que la desempeñan en su persona: así, en China, solo el Wang o el Emperador podía cumplir los ritos públicos correspondientes a esta función, y, concretamente, ofrecer el sacrificio al Cielo que es el tipo mismo de estos ritos, ya que es ahí donde el papel del «mediador» se afirma de la manera más manifiesta (NA: De hecho, el sacrificio al Cielo es ofrecido también en el interior de las organizaciones iniciáticas, pero, puesto que ahí no se trata de ritos públicos, no hay en eso ninguna «usurpación»; así pues, los Emperadores, cuando ellos mismos eran iniciados, no podían tener más que una sola actitud, que era ignorar oficialmente esos sacrificios, y es esto lo que hicieron en efecto; pero cuando no fueron en realidad más que simples profanos, se esforzaron a veces en impedirlos, más o menos vanamente por lo demás, porque no podían comprender que otros fueran efectiva y «personalmente» lo que ellos mismos no eran más que de una manera simbólica y únicamente en el ejercicio de la función tradicional de que estaban investidos.).

En tanto que el Wang se identifica al eje vertical, éste es designado como la «Vía Real» (NA: Wang-Tao); pero, por otra parte, este mismo eje es también la «Vía del Cielo» (NA: Tien-Tao), como se ve por la figura en la que la vertical y la horizontal representan respectivamente el Cielo y la Tierra (NA: Fig. 7), de suerte que, en definitiva, la «Vía Real» es idéntica a la «Vía del Cielo» (NA: A propósito de la «Vía del Cielo», citaremos este texto del Yi-king: «Poner de pie la Vía del Cielo se llama yin con yang; poner de pie la Vía de la Tierra se llama blando (jeou) con duro (jo); poner de pie la Vía del Hombre se llama humanidad con justicia (o bondad con equidad)». Aplicada a los tres términos de la Gran Tríada, es la neutralización y la unificación de los complementarios, por la que se obtiene el retorno a la indistinción principial. — Hay que precisar que los dos complementarios que se refieren al Hombre coinciden exactamente con las dos columnas laterales del Árbol sefirótico de la Qabbalah (NA: Misericordia y Rigor).). Por lo demás, el Wang no es realmente tal más que si posee el «mandato del Cielo» (NA: Tien-ming) (NA: La palabra ming, «mandato», es homófona de la que significa «luz», y también de otras palabras que significan «nombre» y «destinado». — «El poder del Soberano deriva del poder del Principio; su persona es escogida por el Cielo» (NA: Tchoang-tseu, XII).), en virtud del cual es reconocido legítimamente como su Hijo (NA: Tien-tseu) (NA: Aquí nos remitiremos a lo que hemos expuesto más atrás sobre el Hombre como «Hijo del Cielo y de la Tierra».); y este mandato no puede ser recibido de otro modo que según el eje considerado en sentido descendente, es decir, en sentido inverso y recíproco de aquel en el que se ejercerá la función «mediadora», puesto que esa es la dirección única e invariable según la cual se ejerce la «Actividad del Cielo». Ahora bien, esto supone, si no necesariamente la cualidad de «hombre transcendente», sí al menos la de «hombre verdadero», que reside efectivamente en el «Invariable Medio», ya que es solo en este punto central donde el eje encuentra el dominio del estado humano (NA: Por lo demás, se admite que el «mandato del Cielo» puede no ser recibido directamente más que por el fundador de una dinastía, que le transmite después a sus sucesores; pero, si se produce una degeneración tal que éstos llegan a perderlo por falta de «cualificación», esta dinastía debe acabar y ser reemplazada por otra; hay así, en la existencia de cada dinastía, una marcha descendente que, en su grado de localización en el tiempo y en el espacio, corresponde de una cierta manera a la de los grandes ciclos de la humanidad terrestre.).

Según un simbolismo común a la mayoría de las tradiciones, este eje es también el «puente» que une, ya sea la Tierra con el Cielo como aquí, ya sea el estado humano a los estados supraindividuales, o también el mundo sensible al mundo suprasensible; en todo esto, en efecto, de lo que se trata es siempre del «Eje del Mundo», pero considerado en su totalidad o solo en algunas de sus porciones, más o menos extensas, según el grado de mayor o menor universalidad en el que se tome este simbolismo en los diferentes casos; por lo demás, con eso se ve que este «puente» debe ser concebido como esencialmente vertical (NA: Cf. Eç-Çirâtul-mustaqîm en la tradición islámica (ver El Simbolismo de la Cruz, cap. XXV); pueden citarse aquí, entre otros ejemplos, el puente Chinvat del mazdeísmo.), y éste es un punto importante sobre el que volveremos quizás en algún otro estudio. Bajo este aspecto, el Wang aparece propiamente como el Pontifex, en el sentido rigurosamente etimológico de esta palabra (NA: Cf. Autoridad espiritual y poder temporal, cap. IV.); más precisamente todavía, debido al hecho de su identificación con el eje, es a la vez «el que hace el puente» y el «puente» mismo; y, por lo demás, se podría decir que este «puente», por el que se opera la comunicación con los estados superiores, y a través de ellos con el Principio mismo, no puede ser establecido verdaderamente más que por la mediación de aquel que se identifica a él de una manera efectiva. Por eso es por lo que pensamos que la expresión de «Rey-Pontífice» es la única que puede traducir convenientemente el término Wang, porque es la única que expresa completamente la función que implica; y se ve así que esta función presenta un doble aspecto, ya que es a la vez, en realidad, una función sacerdotal y una función real (NA: Alguien se podría preguntar por qué no decimos más bien «Pontífice-Rey», lo que parecería sin duda más lógico a primera vista, puesto que la función «pontifical» o sacerdotal es superior por su naturaleza a la función real, y puesto que así se marcaría su preeminencia al designarla la primera; no obstante, si preferimos decir «Rey-Pontífice», es porque, al enunciar la función real antes que la función sacerdotal (lo que, por lo demás, se hace comúnmente y sin pensar en ello cuando se habla de los «Reyes-Magos»), seguimos el orden tradicional de que hemos hablado a propósito del término yin-yang, y que consiste en expresar lo «exterior» antes que lo «interior», ya que la función real es evidentemente de orden más exterior que la función sacerdotal; por lo demás, en sus relaciones entre ellos, el sacerdocio es yang y la realeza es yin, como A. K. Coomaraswamy lo ha mostrado muy bien en su obra Spiritual Authority and Temporal Power in the Indian Theory of Government, y como lo indica también, en el simbolismo de las llaves, la posición respectivamente vertical y horizontal de las que representan estas dos funciones, así como el hecho de que la primera es de oro, que corresponde al Sol, y la segunda de plata, que corresponde a la Luna.).

Por lo demás, esto se comprende fácilmente, ya que, si el Wang no es un «hombre transcendente», como debe serlo en principio, sino solo un «hombre verdadero», llegado al término de los «misterios menores», no obstante, por la situación «central» que ocupa desde entonces efectivamente, él está más allá de la distinción de los dos poderes espiritual y temporal; se podría decir incluso, en términos de simbolismo «cíclico», que él es «anterior» a esta distinción, puesto que está reintegrado al «estado primordial», donde ninguna función especial está todavía diferenciada, sino que contiene en él las posibilidades que corresponden a todas las funciones, por eso mismo de que es la plenitud integral del estado humano (NA: Cf. Autoridad espiritual y poder temporal, cap. I, y también, sobre la «escalada» del ciclo hasta el «estado primordial» en los «misterios menores», Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XXXIX.). En todos los casos, e incluso cuando no es más que simbólicamente el «Hombre Único», lo que él representa, en virtud del «mandato del Cielo» (Él posee entonces ese mandato por transmisión, como ya lo hemos indicado precedentemente, y es lo que le permite, en el ejercicio de su función, ocupar el lugar del «hombre verdadero» e incluso del «hombre transcendente», aunque no haya realizado «personalmente» los estados correspondientes. — En eso hay algo comparable a la transmisión de la influencia espiritual o barakah en las organizaciones iniciáticas islámicas: por esta transmisión, un Khalîfah puede ocupar el lugar del Sheikh y desempeñar válidamente su función, sin haber llegado efectivamente al mismo estado espiritual que éste.), es la fuente misma o el principio común de estos dos poderes, principio del que la autoridad espiritual y la función sacerdotal derivan directamente, y el poder temporal y la función real indirectamente y por su mediación; en efecto, este principio puede llamarse propiamente «celeste», y desde ahí, por el sacerdocio y la realeza, las influencias espirituales descienden gradualmente, según el eje, primero al «mundo intermediario», y después al mundo terrestre mismo (NA: Cf. Autoridad espiritual y poder temporal, cap. IV.).

Así pues, cuando el Wang que ha recibido el «mandato del Cielo» directa o indirectamente, se identifica al eje considerado en el sentido ascendente, ya sea como en el primer caso, efectivamente y por sí mismo (y recordaremos aquí los ritos que representan esta ascensión y que hemos mencionado precedentemente), ya sea como en el segundo caso, virtualmente y solo por el cumplimiento de su función (y es evidente que, concretamente, un rito tal como el del sacrificio al Cielo actúa en una dirección «ascensional»), deviene por así decir el «canal» por el que las influencias descienden del Cielo hacia la Tierra (NA: Al hablar aquí de «canal», hacemos alusión a un simbolismo que se encuentra expresamente en diferentes tradiciones; recordaremos a este respecto, no solamente los nâdîs o «canales» por los que, según la tradición hindú, las corrientes de la fuerza sutil circulan en el ser humano, sino también y sobre todo, en la Qabbalah hebraica, los «canales» del árbol sefirótico, por los que, precisamente, las influencias espirituales se difunden y se comunican de un mundo a otro.). Se ve aquí, en la acción de estas influencias espirituales, un doble movimiento alternativo, sucesivamente ascendente y descendente, al que corresponde, en el orden inferior de las influencias psíquicas o sutiles, la doble corriente de la fuerza cósmica de que hemos hablado más atrás; pero es menester tener buen cuidado de precisar que, en lo que concierne a las influencias espirituales, este movimiento se efectúa según el eje mismo o la «Vía del Medio», ya que, como lo dice el Yi-king, «la Vía del Cielo es yin con yang», estando entonces los dos aspectos complementarios indisolublemente unidos en esta misma dirección «central», mientras que, en el dominio psíquico, que está más alejado del orden principial, la diferenciación del yang y del yin determina la producción de dos corrientes distintas, representadas por los diversos símbolos de los que ya hemos hablado, y que pueden ser descritas como ocupando respectivamente la «derecha» y la «izquierda» en relación a la «Vía del Medio» (NA: La «Vía del Medio» corresponde, en el orden «microcósmico», a la arteria sutil sushumnâ de la tradición hindú, que acaba en el Brahma-randhra (representado por el punto donde el mástil del carro sale del palio, o el pilar central del stûpa de la cúpula), y, en el orden «macrocósmico», al «rayo solar» llamado igualmente sushumna y con el que esta arteria está en comunicación constante; las dos corrientes contrarias de la fuerza cósmica tiene como correspondencia en el ser humano, como ya lo hemos dicho, las dos nâdîs de la derecha y de la izquierda, idâ y pingalâ (cf. El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XX). — Se podría hacer también una aproximación con la distinción de las dos «vías» tántricas de la derecha y de la izquierda de las que hemos hablado a propósito del vajra, y que, siendo representadas por una simple inclinación del símbolo axial en un sentido o en el otro, aparecen así como no siendo en realidad más que especificaciones secundarias de la «Vía del Medio».).


René Guénon