Si pasamos ahora a la consideración más particular de nuestro mundo, es decir, del grado de existencia al que pertenece el estado humano (considerado aquí íntegramente, y no restringido únicamente a su modalidad corporal), debemos encontrar en él, como «centro», un principio correspondiente a éste «Corazón universal» y que no sea en cierto modo más que su especificación en relación al estado de que se trata. Es este principio el que la doctrina hindú designa como Hiranyagarbha: es un aspecto de Brahma, es decir, del Verbo productor de la manifestación1, y, al mismo tiempo, es también «Luz», como lo indica la designación de Taijasa dada al estado sutil que constituye su propio «mundo», y del que contiene esencialmente en sí mismo todas las posibilidades2. Es aquí donde encontramos el tercero de los términos que hemos mencionado primeramente: esta Luz cósmica, para los seres manifestados en este dominio, y en conformidad con sus condiciones particulares de existencia, aparece como «Vida»; Et Vita erat Lux hominun, dice, exactamente en este sentido, el Evangelio de San Juan. Así pues, bajo este aspecto, Hiranyagarbha es como el «principio vital» de este mundo todo entero, y es por eso por lo que es llamado jîva-ghana, puesto que toda vida está sintetizada principialmente en él; la palabra ghana indica que aquí nos encontramos de nuevo con esta forma «global» de la que hablábamos más atrás a propósito de la Luz primordial, de suerte que la «Vida» aparece en ella como una imagen o una reflexión del «Espíritu» en un cierto nivel de manifestación3; y esta misma forma es también la del «Huevo del Mundo» (Brahmanda), del que, según la significación de su nombre, Hiranyagarbha es el «germen» vivificante4.
En un cierto estado, que corresponde a esta primera modalidad sutil del orden humano que constituye propiamente el mundo de Hiranyagarbha (pero, bien entendido, sin que haya todavía identificación con el «centro» mismo)5, el ser se siente como una ola del «Océano primordial»6, sin que sea posible decir si esta ola es una vibración sonora o una onda luminosa; en realidad, es a la vez la una y la otra, indisolublemente unidas en principio, más allá de toda diferenciación que no se produce más que en una etapa ulterior del desarrollo de la manifestación. No hay que decir que aquí hablamos analógicamente, ya que es evidente que, en el estado sutil, no podría tratarse del sonido y de la Luz en el sentido ordinario, es decir, en tanto que cualidades sensibles, sino sólo de aquello de lo que proceden respectivamente; y, por otra parte, la vibración o la ondulación, en su acepción literal, no es más que un movimiento que, como tal, implica necesariamente las condiciones de espacio y de tiempo que son propias al dominio de la existencia corporal; pero la analogía no es por eso menos exacta, y, por lo demás, aquí es el único modo de expresión posible. Así pues, el estado de que se trata está en relación directa con el principio mismo de la Vida, en el sentido más universal en que pueda considerársele7; se encuentra como una imagen suya en las principales manifestaciones de la vida orgánica misma, aquellas que son propiamente indispensables para su conservación, tanto en las pulsaciones del corazón como en los movimientos alternados de la respiración; y ese es el verdadero fundamento de las múltiples aplicaciones de la «ciencia del ritmo», cuyo papel es extremadamente importante en la mayor parte de los métodos de realización iniciática. Esta Ciencia comprende naturalmente la mantra-vidyâ, que corresponde aquí al aspecto «sónico»8; y, por otra parte, puesto que el aspecto «luminoso» aparece más particularmente en las nadîs de la «forma sutil» (sûkshma-sharîra)9, se puede ver sin dificultad la relación de todo esto con la doble naturaleza luminosa (jyotirmayî) y sonora (shabdamayî o mantramayî) que la tradición hindú atribuye a Kundalinî, la fuerza cósmica que, en tanto que reside especialmente en el ser humano, actúa en él propiamente como «fuerza vital»10. Así, encontramos siempre los tres términos Verbum, Lux et Vita, inseparables entre ellos en el principio mismo del estado humano; y, sobre este punto como sobre tantos otros, podemos constatar el perfecto acuerdo de las diferentes doctrinas tradicionales, que no son en realidad más que las expresiones diversas de la Verdad una.
NOTAS:
Es «productor» en relación a nuestro mundo, pero, al mismo tiempo, es «producido» en relación al Principio supremo, y por eso es por lo que también es llamado Kârya-Brahma. ↩
Ver EL HOMBRE Y SU DEVENIR SEGÚN EL VÊDÂNTA, cap. XIV. — Esta naturaleza luminosa está claramente indicada en el nombre mismo de Hiranyagarbha, ya que la luz es simbolizada por el oro (hiranya), que es, el mismo, la «luz mineral», y que corresponde, entre los metales, al sol entre los planetas; y se sabe que el sol es también, en el simbolismo de todas las tradiciones, una de las figuras del «Corazón del Mundo». ↩
Esta precisión puede ayudar a definir las relaciones del «espíritu» (er-ruh) y del «alma» (en-nefs), siendo ésta propiamente el «principio vital» de cada ser particular. ↩
Ver EL REINO DE LA CANTIDAD Y LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS, cap. XX. ↩
El estado de que se trata es lo que la terminología del esoterismo islámico designa como un hâl, mientras que el estado que corresponde a la identificación con el centro es propiamente un maqâm. ↩
Conformemente al simbolismo general de las Aguas, el «Océano» (en sánscrito samudra) representa el conjunto de las posibilidades contenidas en un cierto estado de existencia; cada ola corresponde entonces, en ese conjunto, a la determinación de una posibilidad particular. ↩
En la tradición islámica, esto se refiere más especialmente al aspecto o atributo expresado por el nombre divino El-Hayy, que se traduce ordinariamente por «El Viviente», pero que se podría traducir mucho más exactamente por «El Vivificador». ↩
No hay que decir que esto no se aplica exclusivamente a los mantras de la tradición hindú, sino también a aquello que se les corresponde en otras partes, por ejemplo al dhikr en la tradición islámica; de una manera enteramente general, se trata de los símbolos sonoros que se toman ritualmente como «soportes» sensibles del «encantamiento» entendido en el sentido que hemos explicado precedentemente. ↩
Ver EL HOMBRE Y SU DEVENIR SEGÚN EL VÊDÂNTA, CAP. XIV Y XXI. ↩
Puesto que Kundalinî se representa como una serpiente enrollada sobre sí misma en forma de anillo (kundala), se podría recordar aquí la relación estrecha que existe frecuentemente, en el simbolismo tradicional, entre la serpiente y el «Huevo del Mundo», al que hemos hecho alusión hace un momento a propósito de Hiranyagarbha: así, en los antiguos Egipcios, kneph, bajo la forma de una serpiente, produce el «Huevo del Mundo» por su boca (lo que implica una alusión al papel esencial del Verbo como productor de la manifestación); y mencionaremos también el símbolo equivalente del «huevo de serpiente» de los Druidas, que era figurado por el erizo fósil. ↩