Si hemos decidido exponer en primer lugar las cuestiones relativas al ser humano, no es porque éstas tengan, desde el punto de vista puramente metafísico, una importancia excepcional, ya que, debido a que este punto de vista está esencialmente libre de todas las contingencias, el caso del HOMBRE jamás aparece en él como un caso privilegiado; pero comenzamos por él porque estas cuestiones ya se han planteado en el curso de nuestros precedentes trabajos, y necesitaban a este respecto un complemento que se encontrará en éste. El orden que adoptaremos para los estudios que vendrán después dependerá igualmente de las circunstancias y estará determinado, en una amplia medida, por consideraciones de oportunidad; creemos útil decirlo desde ahora, a fin de que nadie sea tentado a ver en ello una suerte de orden jerárquico, ya sea en cuanto a la importancia de las cuestiones, ya sea en cuanto a su dependencia; sería prestarnos una intención que no tenemos, pero sabemos muy bien cuantas de tales equivocaciones se producen fácilmente, y es por eso por lo que nos aplicaremos a prevenirlas cada vez que la cosa esté en nuestro poder. 9 HDV PREFACIO
Las Upanishads, que forman parte integrante del Vêda, son una de las bases mismas de la tradición ortodoxa, lo que no ha impedido a algunos orientalistas, tales como Max Müller, pretender descubrir en ellas los gérmenes del Buddhismo, es decir, de la heterodoxia, ya que no conocía del Buddhismo más que las formas y las interpretaciones más claramente heterodoxas; una tal afirmación es manifiestamente una contradicción en los términos, y, ciertamente, sería difícil llevar la incomprensión más lejos. No se podría insistir suficiente sobre el hecho de que son las Upanishads las que representan aquí la tradición primordial y fundamental, y que, por consiguiente, constituyen el Vêdânta mismo en su esencia; de ello resulta que, en caso de duda sobre la interpretación de la doctrina, es siempre a la autoridad de las Upanishads a donde será menester remitirse en última instancia. Las enseñanzas principales del Vêdânta, tal como se desprenden expresamente de las Upanishads, han sido coordinadas y formuladas sintéticamente en una colección de aforismos que llevan los nombres de Brahma-Sûtras y de Shârîraka-Mîmânsâ (El término Shârîraka ha sido interpretado por Râmânuja, en su comentario (Shri-Bhâshya) sobre los Brahma-Sûtras, 1er Adhyâya, 1er Pâda, sutra 13, como refiriéndose al Supremo Sí mismo (Parammâtmâ), que está en cierto modo incorporado (shârira) en todas las cosas.); el autor de estos aforismos, a quien se llama Bâdarâyânâ y Krisna-Dwaipâyana, es identificado a Vyâsa. Importa destacar que los Brahma-Sûtras pertenecen a la clase de escritos tradicionales llamada Smriti, mientras que las Upanishads, como todos los demás textos vêdicos, forman parte de la Shruti; ahora bien, la autoridad de la Smriti se deriva de la Shruti sobre la cual se funda. La Shruti no es una revelación en el sentido religioso y occidental de esta palabra, como lo querrían la mayor parte de los orientalistas, que, aquí todavía, confunden los puntos de vista más diferentes; si no que es el fruto de una inspiración directa, de suerte que es por sí misma que posee su autoridad propia. La Shruti, dice Shankarâchârya, sirve de percepción directa (en el orden del conocimiento transcendente), ya que, por ser una autoridad, es necesariamente independiente de toda otra autoridad; y la Smriti juega un papel análogo al de la inducción, puesto que también saca su autoridad de una autoridad diferente de sí misma (Según la lógica hindú, la percepción (pratyaksha) y la inducción o la inferencia (anumâsa) son los dos medios de prueba (pramânas) que pueden emplearse legítimamente en el dominio del conocimiento sensible.). Pero para que nadie se equivoque sobre la significación de la analogía indicada así entre el conocimiento transcendente y el conocimiento sensible, es necesario agregar que, como toda verdadera analogía, se debe aplicar en sentido inverso (En la tradición hermética, el principio de la analogía está expresado por esta frase de la Tabla de Esmeralda: Lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo; pero para comprender mejor esta fórmula y aplicarla correctamente, es menester remitirla al símbolo del Sello de Salomón, formado por dos triángulos que están dispuestos en sentido inverso uno del otro.): mientras que la inducción se eleva por encima de la percepción sensible y permite pasar a un grado superior, es al contrario la percepción directa o la inspiración únicamente la que, en el orden transcendente, alcanza el principio mismo, es decir, lo que hay más elevado, y de lo cual después no hay más que sacar las consecuencias y las aplicaciones diversas. Se puede decir también que la distinción entre Shruti y Smriti equivale, en el fondo, a la de la intuición intelectual inmediata y de la consciencia reflexiva; si la primera se designa por una palabra cuyo sentido más primitivo es audición, es precisamente para marcar su carácter intuitivo, y porque, según la doctrina cosmológica hindú, el sonido tiene el rango primordial entre las cualidades sensibles. En cuanto a la Smriti, el sentido primitivo de su nombre es memoria; en efecto, puesto que la memoria no es más que un reflejo de la percepción, puede tomarse para designar, por extensión, todo lo que presenta el carácter de un conocimiento reflexivo o discursivo, es decir, indirecto; y, si el conocimiento es simbolizado por la luz como lo es más habitualmente, la inteligencia pura y la memoria, o todavía la facultad intuitiva y la facultad discursiva, podrán ser representadas respectivamente por el sol y la luna; este simbolismo, sobre el que no podemos extendernos aquí, es por lo demás susceptible de aplicaciones múltiples (Hay rastros de este simbolismo hasta en el lenguaje: concretamente, no carece de motivo que una misma raíz man o men haya servido, en lenguas diversas, para formar numerosas palabras que designan a la vez la luna, la memoria, la mente o el pensamiento discursivo, y el HOMBRE mismo en tanto que ser específicamente racional.). 28 HDV I
De lo que se trata verdaderamente, no es solo el alma viva (jîvatmâ), es decir, la manifestación particular del Sí mismo en la vida (jîva), y por tanto en el individuo humano, considerado más especialmente bajo el aspecto vital que expresa una de las condiciones de existencia que definen propiamente su estado, y que por lo demás se aplica a todo el conjunto de sus modalidades. En efecto, metafísicamente, esta manifestación no debe considerarse separadamente de su principio, que es el Sí mismo; y, si éste aparece como jîva en el dominio de la existencia individual, y por consiguiente en modo ilusorio, él es Âtmâ en la realidad suprema. Este Âtmâ, que reside en el corazón, es más pequeño que un grano de arroz, más pequeño que un grano de cebada, más pequeño que un grano de mostaza, más pequeño que un grano de mijo, más pequeño que el germen que está en un grano de mijo; este Âtmâ, que reside en el corazón, es también más grande que la tierra (el dominio de la manifestación grosera), más grande que la atmósfera (el dominio de la manifestación sutil), más grande que el cielo (el dominio de la manifestación informal), más grande que todos estos mundos juntos (es decir, más allá de toda manifestación, puesto que es lo incondicionado) (Chhândogya Upanishad, 3er Prapâthaka, 14 khanda, shruti 3. — Es imposible no acordarse aquí de esta parábola del Evangelio: El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que un HOMBRE toma y siembra en su campo; este grano es la más pequeña de todas las semillas, pero, cuando ha crecido, es más grande que todas las demás legumbres, y deviene un árbol, de suerte que los pájaros del cielo vienen a posarse sobre sus ramas (San Mateo, XIII, 31 y 32). Aunque el punto de vista sea ciertamente diferente, se comprenderá fácilmente como la concepción del Reino de los Cielos puede ser transpuesta metafísicamente: el crecimiento del árbol es el desarrollo de las posibilidades; y hasta los pájaros del cielo, que representan entonces los estados superiores del ser, nos recuerdan un simbolismo similar empleado en otro texto de las Upanishads: Dos pájaros, compañeros inseparablemente unidos, residen sobre un mismo árbol; uno come el fruto del árbol, el otro mira sin comer (Mundaka Upanishad, 3er Mundaka, 1er Khanda, shruti 1; Shwêtâshwatara Upanishad, 4 Adhyâya, shruti 6). El primero de estos dos pájaros es jivâtmâ, que está comprometido en el dominio de la acción y de sus consecuencias; el segundo, es el Âtmâ incondicionado, que es puro Conocimiento; y, si están inseparablemente unidos, es porque aquél no se distingue de éste más que en modo ilusorio.). De tal modo que, en efecto, puesto que la analogía debe aplicarse en sentido inverso como ya lo hemos señalado, del mismo modo que la imagen de un objeto en un espejo está invertida en relación al objeto, así lo que es lo primero o lo más grande en el orden principial es, al menos en apariencia, lo último o lo más pequeño en el orden de la manifestación (NA: Aquí también, encontramos la misma cosa expresada muy claramente en el Evangelio: Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos (San Mateo, XX, 16)). Para tomar términos de comparación en el dominio matemático, a fin de hacer la cosa más comprehensible, es así como el punto geométrico es nulo cuantitativamente y no ocupa ningún espacio, aunque sea el principio por el cual es producido el espacio todo entero, que no es más que el desarrollo de sus propias virtualidades (Incluso desde un punto de vista más exterior, el de la geometría ordinaria y elemental, se puede hacer destacar esto: por desplazamiento continuo, el punto engendra la línea, la línea engendra la superficie, y la superficie engendra el volumen; pero, en sentido inverso, la superficie es la intersección de dos volúmenes, la línea es la intersección de dos superficies, y el punto es la intersección de dos líneas.); es así igualmente como la unidad aritmética es el más pequeño de los números si se la considera como situada en su multiplicidad, aunque es el más grande en principio, puesto que los contiene a todos virtualmente y produce toda su serie únicamente por la repetición indefinida de sí misma. El Sí mismo no está más que potencialmente en el individuo, mientras la Unión no está realizada (Por lo demás, en realidad es el individuo el que está en el Sí mismo, y el ser toma efectivamente consciencia de ello cuando la Unión está realizada; pero esta toma de consciencia implica la liberación de las limitaciones que constituyen la individualidad como tal, y que, más generalmente, condicionan toda manifestación. Cuando hablamos del Sí mismo como estando de una cierta manera en el individuo, es desde el punto de vista de la manifestación donde nos colocamos, y eso es también una aplicación del sentido inverso.), y por eso es por lo que es comparable a un grano o a un germen; pero el individuo y la manifestación toda entera no son sino por él y no tienen realidad sino por participación en su esencia, y él rebasa inmensamente toda existencia, puesto que es el Principio único de todas las cosas. 70 HDV III
Así pues, lo que reside en el centro vital, desde el punto de vista físico, es el Éter; desde el punto de vista psíquico, es el alma viva, y, hasta aquí, no rebasamos el dominio de las posibilidades individuales; pero también, y sobre todo, desde el punto de vista metafísico, es el Sí mismo principial e incondicionado. Por consiguiente, es verdaderamente el Espíritu Universal (Âtmâ), que es, en realidad, Brahma mismo, el Supremo Ordenador; y así se encuentra plenamente justificada la designación de este centro como Brahma-pura. Ahora bien, Brahma, considerado de esta manera en el HOMBRE (y se le podría considerar semejantemente en relación a todo estado del ser), es llamado Purusha, porque reposa o habita en la individualidad (se trata, lo repetimos todavía una vez más, de la individualidad integral, y no solo de la individualidad restringida a su modalidad corporal) como en una ciudad (puri-shaya), ya que pura, en el sentido propio y literal, significa ciudad (Esta explicación de la palabra Purusha sin duda no debe considerarse como una derivación etimológica; depende del Nirukta, es decir, de una interpretación que se basa principalmente sobre el valor simbólico de los elementos de los que están compuestas las palabras, y este modo de explicación, generalmente incomprendido por los orientalistas, es bastante comparable al que se encuentra en la Qabbalah hebraica; no era enteramente desconocido por los griegos, y se pueden encontrar ejemplos de ello en el Cratilo de Platón. — En cuanto a la significación de Purusha, se podría hacer destacar también que pura expresa una idea de plenitud.). 72 HDV III
Si, en lugar de considerar cada individuo aisladamente, se considera el conjunto del dominio formado por un grado determinado de la Existencia, tal como el dominio individual donde se despliega el estado humano, o no importa cual otro dominio análogo de la existencia manifestada, definido semejantemente por un cierto conjunto de condiciones especiales y limitativas, Purusha es, para un tal dominio (que comprende todos los seres que desarrollan en él, tanto sucesiva como simultáneamente, sus posibilidades de manifestación correspondientes), asimilado a Prajâpati, el Señor de los seres producidos, expresión de Brahma mismo en tanto que es concebido como Voluntad Divina y Ordenador Supremo (Prajâpati es también Vishwakarma, el principio constructivo universal; su nombre y su función son por lo demás susceptibles de aplicaciones múltiples y más o menos especializadas, según se les refiera o no a la consideración de tal o cual estado determinado.). Esta Voluntad se manifiesta más particularmente, en cada ciclo especial de existencia, como el Manu de ese ciclo, que le da su Ley (Dharma); en efecto, así como ya lo hemos explicado en otra parte, Manu no debe considerarse en modo alguno como un personaje ni como un mito (al menos en el sentido vulgar de esta palabra), sino más bien como un principio, que es propiamente la Inteligencia cósmica, imagen reflejada de Brahma (y en realidad una con Él), que se expresa como el Legislador primordial y universal (Es interesante notar que, en otras tradiciones, el Legislador primordial es designado también por nombres cuya raíz es la misma que la del Manu hindú: tales son, concretamente, el Menés o Mina de los egipcios, el Minos de los griegos y el Menw de los celtas; es pues un error considerar estos nombres como designando personajes históricos.). Del mismo modo que Manu es el prototipo del HOMBRE (mânava), la pareja Purusha-Prakriti, en relación a un estado de ser determinado, puede considerarse como equivalente, en el dominio de la existencia que corresponde a ese estado, a lo que el esoterismo islámico llama el Hombre Universal (El-Insânul-Kâmil) (NA: Es el Adam Qadmon de la Qabbalah hebraica; es también el Rey (Wang) de la tradición extremo oriental (Tao-Te-King, XXV)), concepción que, por lo demás, puede extenderse después a todo el conjunto de los estados manifestados, y que establece entonces la analogía constitutiva de la manifestación universal y de su modalidad individual humana (Recordamos que es sobre esta analogía donde reposa esencialmente la institución de las castas. — Sobre el papel de Purusha considerado desde el punto de vista que indicamos aquí, ver concretamente el Purusha-Sûkta del Rig Vêda, X, 90. — Vishwakarma, aspecto o función del Hombre Universal, corresponde al Gran arquitecto del Universo de las iniciaciones occidentales.), o, para emplear el lenguaje de algunas escuelas occidentales, del macrocosmo y del microcosmo (Estos términos pertenecen en propiedad al hermetismo, y son de aquellos para los cuales estimamos no tener que ocuparnos del empleo más o menos abusivo que ha podido hacerse de ellos por los pseudoesoteristas contemporáneos.). 83 HDV IV
Entre los tanmâtras y los bhûtas, y constituyendo con estos últimos el grupo de las producciones improductivas, hay once facultades distintas, propiamente individuales, que proceden de ahamkâra, y que, al mismo tiempo, participan todas de los cinco tanmâtras. De las once facultades de que se trata, diez son externas: cinco de sensación y cinco de acción; la undécima, cuya naturaleza participa a la vez de unas y de las otras, es el sentido interno o la facultad mental (manas), y esta última está unida directamente a la consciencia (ahankâra) (Sobre la producción de estos diversos principios, considerada desde el punto de vista macrocósmico, cf. mânava-Dharma-Shâstra (Ley de Manu), 1er Adhyâya, shlokas 14 a 20.). Es a este manas a quien se debe referir el pensamiento individual, que es de orden formal (y en eso comprendemos tanto la razón como la memoria y la imaginación) (Sin duda es de esta manera como es menester comprender lo que dice Aristóteles, de que el HOMBRE (en tanto que individuo) jamás piensa sin imágenes, es decir, sin formas.), y que no es en modo alguno inherente al intelecto transcendente (Buddhi), cuyas atribuciones son esencialmente informales. Haremos destacar a este propósito que, para Aristóteles igualmente, el intelecto puro es de orden transcendente y tiene por objeto propio el conocimiento de los principios universales; este conocimiento, que no tiene nada de discursivo, se obtiene directa e inmediatamente por la intuición intelectual, la cual, digámoslo para evitar toda confusión, no tiene ningún punto común con la pretendida intuición, de orden únicamente sensitivo y vital, que desempeña un papel tan grande en las teorías, claramente antimetafísicas, de algunos filósofos contemporáneos. 137 HDV VIII
En cuanto al desarrollo de las diferentes facultades del HOMBRE individual, no tenemos más que reproducir lo que se enseña sobre esta cuestión en los Brahma-Sûtras: el intelecto, el sentido interno, así como las facultades de sensación y de acción, se desarrollan (en la manifestación) y se reabsorben (en lo no manifestado) en un orden semejante (pero, para la reabsorción, en sentido inverso del desarrollo) (Recordaremos que no se trata en modo alguno de un orden de sucesión temporal.), orden que es siempre el de los elementos de los que estas facultades proceden en cuanto a su constitución (Aquí puede tratarse a la vez de los tanmâtras y de los bhûtas, según que los indriyas sean considerados en el estado sutil o en el estado grosero, es decir, como facultades o como órganos.) (a excepción no obstante del intelecto, que se desarrolla, en el orden informal, previamente a todo principio formal o propiamente individual). En cuanto a Purusha (o Âtmâ), su emanación (en tanto que se le considera como la personalidad de un ser) no es un nacimiento (incluso en la acepción más extensa de la que este término es susceptible) (En efecto, se puede llamar nacimiento y muerte al comienzo y al fin de un ciclo cualquiera, es decir, de la existencia en no importa cuál estado de manifestación, y no solo en el estado humano; como lo explicaremos más adelante, el paso de un estado a otro es entonces a la vez una muerte y un nacimiento, según que se considere en relación al estado antecedente o al estado consecuente.), ni una producción (que determine un punto de partida para su existencia, así como ocurre con todo lo que proviene de Prakriti). En efecto, no puede asignársele ninguna limitación (por ninguna condición particular de existencia), ya que, al estar identificado con el Supremo Brahma, participa de Su Esencia infinita (La palabra esencia, cuando se aplica así analógicamente, ya no es en modo alguno el correlativo de sustancia; por lo demás, aquello que tiene un correlativo cualquiera no puede ser infinito. Del mismo modo, la palabra naturaleza, aplicada al Ser Universal o incluso más allá del Ser, pierde enteramente su sentido propio y etimológico, con la idea de devenir que se encuentra implícita en ella.) (que implica la posesión de los atributos divinos, virtualmente al menos, e incluso actualmente en tanto que esta participación se realice efectivamente por la Identidad Suprema, sin hablar de lo que está más allá de toda atribución, puesto que aquí se trata del Supremo Brahma, que es nirguna, y no solo de Brahma como saguna, es decir, de Îshwara) (A la posesión de los atributos divinos se le llama en sánscrito aishwarya, en tanto que es una verdadera connaturalidad con Îshwara.). Es activo, pero en principio solamente (y por consiguiente no-actuante) (Aristóteles ha tenido razón al insistir tanto sobre este punto, de que el primer motor de todas las cosas (o el principio del movimiento) debe ser él mismo inmóvil, lo que equivale a decir, en otros términos, que el principio de toda acción debe ser no-actuante.), ya que esta actividad (kârtritwa) no le es esencial e inherente, sino que no es para él más que eventual y contingente (relativa solo a sus estados de manifestación). Como el carpintero que tiene en la mano su hacha y sus demás útiles, y poniéndolos después a un lado, goza de la tranquilidad y del reposo, del mismo modo este Âtmâ, en su unión con sus instrumentos (por medio de los cuales sus facultades principiales se expresan y se desarrollan en cada uno de sus estados de manifestación, y que así no son otra cosa que estas facultades manifestadas con sus órganos respectivos), es activo (aunque esta actividad no afecta en nada a su naturaleza íntima) y, al abandonarlos, goza del reposo y de la tranquilidad (en el no-actuar, de donde, en sí mismo, no ha salido jamás) (Brahma-Sûtras, 2 Adhyâya, 3er Pâda, sûtras 15 a 17 y 33 a 40.). 138 HDV VIII
El término prâna, en su acepción más habitual, significa propiamente soplo vital; pero, en algunos textos vêdicos, lo que se designa así es, en el sentido universal, identificado en principio con Brahma mismo, como cuando se dice que, en el sueño profundo (sushupti), todas las facultades están reabsorbidas en prâna, ya que mientras un HOMBRE duerme sin soñar, su principio espiritual (Âtmâ considerado en relación a él) es uno con Brahma (Comentario de Shankarâcharya sobre los Brahma-Sûtras, 3er Adhyâya, 2 Pâda, sûtra 7.), puesto que este estado está más allá de la distinción, y, por consiguiente, es verdaderamente supraindividual: por eso es por lo que la palabra swapiti, él duerme, se interpreta como swan apîto bhavati, él ha entrado en su propio (Sí mismo) (Chhândogya Upanishad, 6 Prapâthaja, 8 Khanda, shruti 1. — No hay que decir que se trata de una interpretación por los procedimientos del Nirukta, y no de una derivación etimológica.). 140 HDV VIII
Todo ser organizado, que reside en una tal forma corporal, posee, a un grado más o menos completo de desarrollo, las once facultades individuales de que hemos hablado precedentemente, y, así como lo hemos visto igualmente, estas facultades se manifiestan en la forma del ser por medio de los once órganos correspondientes (avayavas, designación que se aplica también por lo demás en el estado sutil, pero solo por analogía con el estado grosero). Según Shankarâchârya (Comentario sobre los Brahma-Sûtras, 3er Adhyâya, 1er Pâda, sûtras 20 a 21. — Cf. Chhandogya Upanishad, 6 Prapâthaka, 3er Khanda, shruti 1; Aitareya Upanishad, 5 Khanda, shruti 3. Este último texto, además de las tres clases de seres vivos que se enumeran en los otros, menciona todavía una cuarta, a saber, los seres nacidos del calor húmedo (swêdaja); pero esta clase puede vincularse a la de los germiníparos.), se distinguen tres clases de seres organizados, según su modo de reproducción: 1, los vivíparos (jîvaja, o yonija, o también jarâyuja), como el HOMBRE y los mamíferos; 2, los ovíparos (ândaja), como los pájaros, los reptiles, los peces y los insectos; 3, los germiníparos (udbhijja), que comprenden a la vez los animales inferiores y los vegetales; los primeros, móviles, nacen principalmente en el agua, mientras que los segundos, que son fijos, nacen habitualmente de la tierra; no obstante, según diversos pasajes del Vêda, el alimento (anna), es decir, el vegetal (oshadi), procede también del agua, ya que es la lluvia (Varsha) la que fertiliza la tierra (NA: Ver concretamente Chhândogya Upanishad, 1er Prapâthaka, 1er Khanda, shruti 2 : Los vegetales son la esencia (RASA) del agua; 5 Prapathka, 6 Khanda, shruti 2 y 7 Prapâthaka, 4 Khanda, shruti 2; anna proviene o procede de varsha. — La palabra RASA significa literalmente sabia, y se ha visto más atrás que significa también gusto o sabor; por lo demás, las palabras sabia y sabor tienen las misma raíz (sap), que es al mismo tiempo la de saber (en latín sapere), en razón de la analogía que existe entre la asimilación nutritiva en el orden corporal y la asimilación cognitiva en los órdenes mental e intelectual. — Es menester destacar todavía que el término anna designa a veces el elemento tierra mismo, que es el último en el orden de desarrollo, y que deriva también del elemento agua que le precede inmediatamente (Chhândogya Upanishad, 6 Prapâtakha, 2 Khanda, shruti 4).). 157 HDV IX
Vaishwânara, como lo indica la derivación etimológica de este nombre (NA: Sobre la derivación, ver el comentario de Shankarâchâya sobre los Brahma-Sûtras, 1er Adhyâya, 2 Pâda, sûtra 28: es Âtmâ quien es a la vez todo (vishwa), en tanto que personalidad, y HOMBRE (nara), en tanto que individualidad (es decir, como jîvâtmâ). Así pues Vaishwânara es efectivamente una denominación que conviene propiamente a Âtmâ; por otra parte, es también un nombre de Agni, así como lo veremos más adelante (cf. Shatapata Brâhmana).), es lo que hemos llamado el Hombre Universal, pero considerado más particularmente en el desarrollo completo de sus estados de manifestación, y bajo el aspecto especial de este desarrollo. Aquí, la extensión de este término parece estar incluso restringida a uno de esos estados, el más exterior de todos, el de la manifestación grosera que constituye el mundo corporal; pero este estado particular puede tomarse como símbolo de todo el conjunto de la manifestación universal, de la cual es un elemento, y eso porque para el ser humano es la base y el punto de partida obligado de toda realización; bastará pues, como en todo simbolismo, efectuar las transposiciones convenientes según los grados a los que la concepción deberá aplicarse. Es en este sentido como el estado del que se trata puede referirse al Hombre Universal y describirse como constituyendo su cuerpo, concebido por analogía con el del HOMBRE individual, analogía que es, como ya lo hemos dicho, la del macrocosmo (adhidêvaka) y del microcosmo (adhyâtmika). Bajo este aspecto, Vaishwânara se identifica también con Virâj, es decir, con la Inteligencia cósmica en tanto que rige y unifica en su integralidad el conjunto del mundo corporal. Finalmente, bajo otro punto de vista, que corrobora por lo demás el precedente, Vaishwânara significa también lo que es común a todos los HOMBREs; es entonces la especie humana, entendida como naturaleza específica, o más precisamente lo que se puede llamar el genio de la especie (Bajo esta relación, nara o uri es el HOMBRE en tanto que individuo perteneciente a la especie humana, mientras que mânava es más propiamente el HOMBRE en tanto que ser pensante, es decir, el ser dotado de mente, lo que es por lo demás el atributo esencial inherente a su especie y por el que se caracteriza su naturaleza. Por otra parte, el nombre de Nara por eso no es menos susceptible de una transposición analógica, por la cual se identifica a Purusha; y es así como Vishnu es llamado a veces Narottama o el Hombre Supremo, designación en la que es menester no ver el menor antropomorfismo, como tampoco hay que verlo en la concepción misma del Hombre Universal bajo todos sus aspectos, y eso precisamente en razón de esta transposición. No podemos emprender desarrollar aquí los sentidos múltiples y complejos que están implícitos en la palabra nara; y, en lo que concierne a la naturaleza de la especie, sería menester todo un estudio especial para exponer las consideraciones a las que puede dar lugar.); y, además, conviene destacar que el estado corporal es efectivamente común a todas las individualidades humanas, cualesquiera que sean las demás modalidades en las que son susceptibles de desarrollarse para realizar, en tanto que individualidades y sin salir del grado humano, la extensión integral de sus posibilidades respectivas (Convendría todavía establecer aproximaciones con la concepción de la naturaleza adámica en las tradiciones judaica e islámica, concepción que, ella también, se aplica a grados diversos y en sentidos jerárquicamente superpuestos; pero eso nos llevaría muy lejos de nuestro tema, y al presente debemos limitarnos a esta simple indicación.). 195 HDV XII
Prâjna cuya sede está en el estado de sueño profundo, es (representado por) M, la tercera mâtrâ, porque es la medida (miti, de las otras dos mâtrâs, como, en una relación matemática, el denominador es la medida del numerador), así como porque es la conclusión (del monosílabo Om, considerado como encerrando la síntesis de todos los sonidos, y del mismo modo que lo no manifestado contiene, sintéticamente y en principio, todo lo manifestado con sus diversos modos posibles, y como esto, a su vez, puede considerarse como entrando en lo no manifestado, de lo que jamás se ha distinguido más que de una manera contingente y transitoria: la causa primera es al mismo tiempo la causa final, y el fin es necesariamente idéntico al principio) (Para comprender el simbolismo que acaba de ser indicado, es menester considerar que los sonidos de A y de U se unen en el de O, y que éste llega a perderse en cierto modo en el sonido nasal final de M, sin ser destruido no obstante, sino prolongándose al contrario indefinidamente, hasta devenir indistinto e imperceptible. — Por otra parte, las formas geométricas que corresponden respectivamente a las tres mâtrâs son una línea recta, una semicircunferencia (o más bien un elemento de espiral) y un punto: la primera simboliza el despliegue completo de la manifestación; la segunda, un estado de envolvimiento relativo en relación a ese despliegue, pero no obstante todavía desarrollado o manifestado; la tercera, el estado informal y sin dimensiones o condiciones limitativas especiales, es decir, lo no manifestado. Se destacará también que el punto es el principio primordial de todas las figuras geométricas, como lo no manifestado lo es de todos los estados de manifestación, y que, en su orden, es la unidad verdadera e indivisible, lo que hace de él un símbolo natural del Ser puro. ). El que conoce esto mide en verdad este todo (es decir, el conjunto de los tres mundos o de los diferentes grados de la Existencia universal, cuyo determinante es el Ser puro) (Si no estuviera fuera de propósito aquí, habría que desarrollar consideraciones lingüísticas interesantes sobre la expresión del Ser concebido como sujeto ontológico y determinante universal; diremos solamente que, en hebreo, el nombre divino El se refiere a ello más particularmente. — Este aspecto del Ser es designado por la tradición hindú como Swayambhû, el que subsiste por Sí mismo; en la teología cristiana, es el Verbo Eterno considerado como el lugar de los posibles; el símbolo extremo oriental del Dragón se refiere igualmente a él. ), y deviene la conclusión (de todas las cosas, por la concentración en su propio Sí mismo o su personalidad, donde se encuentran, transformadas en posibilidades permanentes, todos los estados de manifestación de su ser) (NA: Es solamente en este estado de universalización y no en el estado individual, donde se podría decir verdaderamente que el HOMBRE es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son, y de las que no son en tanto que no son, es decir, metafísicamente, de lo manifestado y de lo no manifestado, aunque, en todo rigor, no se pueda hablar de una medida de lo no manifestado, si se entiende por eso la determinación por condiciones especiales de existencia, como las que definen cada estado de manifestación. Por otra parte, no hay que decir que el sofista griego Protágoras, a quien se atribuye la fórmula que acabamos de reproducir transponiendo su sentido para aplicarla al Hombre Universal, ha estado ciertamente muy lejos de elevarse hasta esta concepción, de suerte que, al aplicarla al ser humano individual, con ello no entendía expresar más que lo que los modernos llamarían un relativismo radical, mientras que, para nos, se trata evidentemente de algo muy diferente, como lo comprenderán sin esfuerzo los que saben cuáles son las relaciones del Hombre Universal con el Verbo Divino (Cf. concretamente San Pablo, I Epístola a los Corintios, XV).). 256 HDV XVI
Hasta aquí, hemos considerado la constitución del ser humano y los diferentes estados de los que es susceptible mientras subsiste como compuesto de los diversos elementos que hemos tenido que distinguir en esta constitución, es decir, durante la duración de su vida individual. Es necesario insistir sobre este punto, de que los estados que pertenecen verdaderamente al individuo como tal, es decir, no solo el estado grosero o corporal para el que la cosa es evidente, sino también el estado sutil (a condición, bien entendido, de no comprender en él más que las modalidades extracorporales del estado humano integral, y no los demás estados individuales del ser), son propia y esencialmente estados del HOMBRE vivo. Eso no quiere decir que sea menester admitir que el estado sutil cesa en el instante mismo de la muerte corporal, y por el solo hecho de ésta; veremos más adelante que, antes al contrario, se produce entonces un paso del ser a la forma sutil, pero este paso no constituye más que una fase transitoria en la reabsorción de las facultades individuales de lo manifestado a lo no manifestado, fase cuya existencia se explica muy naturalmente por el carácter intermediario que ya hemos reconocido al estado sutil. Sin embargo, es verdad que se puede tener que considerar en un cierto sentido, y en algunos casos al menos, un prolongamiento, e incluso un prolongamiento indefinido, de la individualidad humana, que deberá remitirse forzosamente a las modalidades sutiles, es decir, extracorporales de esta individualidad; pero este prolongamiento ya no es del todo la misma cosa que el estado sutil tal como existía durante la vida terrestre. Es menester darse cuenta bien, en efecto, de que, bajo esta misma denominación de estado sutil, uno se encuentra obligado a comprender modalidades muy diversas y extremadamente complejas, incluso si uno se limita a la consideración del único dominio de las posibilidades propiamente humanas; por eso es por lo que, desde el comienzo, hemos tenido el cuidado de prevenir que ella siempre debía entenderse en relación al estado corporal tomado como punto de partida y como término de comparación, de suerte que no adquiere un sentido preciso más que por oposición a este estado corporal o grosero, el cual, por su lado, se nos aparece como suficientemente definido por sí mismo porque es donde nos encontramos al presente. Se habrá podido destacar también que, entre las cinco envolturas del Sí mismo, hay tres que se consideran como constitutivas de la forma sutil (mientras que solo una corresponde a cada uno de los otros dos estados condicionados de Âtmâ: para uno, porque no es en realidad más que una modalidad especial y determinada del individuo; para el otro, porque es un estado esencialmente unificado y no distinguido); y eso es también una prueba manifiesta de la complejidad del estado en el que el Sí mismo tiene esta forma por vehículo, complejidad de la cual es menester acordarse siempre si se quiere comprender lo que puede decirse de ella según que se considere bajo puntos de vista diversos. 267 HDV XVII
Debemos abordar ahora la cuestión de lo que se llama ordinariamente la evolución póstuma del ser humano, es decir, de las consecuencias que entraña, para este ser, la muerte o, para precisar mejor cómo entendemos esta palabra, la disolución de este compuesto del que hemos hablado y que constituye su individualidad actual. Es menester destacar, por lo demás, que, cuando esta disolución ha tenido lugar, ya no hay ser humano hablando propiamente, puesto que es esencialmente el compuesto el que es el HOMBRE individual; el único caso donde se pueda continuar llamándole humano en un cierto sentido es aquel donde, después de la muerte corporal, el ser permanece en algunos de esos prolongamientos de la individualidad a los que hemos hecho alusión, porque, en ese caso, aunque esta individualidad ya no esté completa bajo la relación de la manifestación (puesto que en adelante le falta el estado corporal, dado que las posibilidades que le corresponden han terminado el ciclo entero de su desarrollo), alguno de sus elementos psíquicos o sutiles subsisten de una cierta manera sin disociarse. En todo otro caso, el ser ya no puede decirse humano, puesto que, del estado al cual se aplica este nombre, ha pasado a otro estado, individual o no; así, el ser que era humano ha dejado de serlo para devenir otra cosa, del mismo modo que, por el nacimiento, había devenido humano al pasar de otro estado al que es al presente el nuestro. Por lo demás, si se entiende el nacimiento y la muerte en el sentido más general, es decir, como cambio de estado, uno se da cuenta inmediatamente de que son modificaciones que se corresponden analógicamente, puesto que son el comienzo y el fin de un ciclo de existencia individual; e incluso, cuando se sale del punto de vista especial de un estado determinado para considerar el encadenamiento de los diversos estados entre ellos, se ve que, en realidad, son dos fenómenos rigurosamente equivalentes, puesto que la muerte a un estado es al mismo tiempo el nacimiento en otro. En otros términos, es la misma modificación la que es muerte o nacimiento según el estado o el ciclo de existencia en relación al cual se la considera, puesto que es propiamente el punto común a los dos estados, o el paso de uno al otro; y lo que es verdad aquí para estados diferentes lo es también, a un grado diferente, para modalidades diversas de un mismo estado, si se considera que estas modalidades constituyen, en cuanto al desarrollo de sus posibilidades respectivas, otros tantos ciclos secundarios que se integran en el conjunto de un ciclo más extenso (Estas consideraciones sobre el nacimiento y la muerte son aplicables por lo demás tanto desde el punto de vista del macrocosmo como del microcosmo; sin que nos sea posible insistir más en ello al presente, sin duda se podrán entrever las consecuencias que resultan de esto en lo que concierne a la teoría de los ciclos cósmicos.). En fin, es necesario agregar expresamente que la especificación, en el sentido en que hemos tomado esta palabra más atrás, es decir, el vinculamiento a una especie definida, tal como la especie humana, que impone a un ser algunas condiciones generales que constituyen la naturaleza específica, no vale más que en un estado determinado y no puede extenderse más allá; ello no puede ser de otro modo, desde que la especie no es en modo alguno un principio transcendente en relación a ese estado individual, sino que depende exclusivamente del dominio de éste, puesto que ella misma está sometida a las condiciones limitativas que la definen; y es por eso por lo que el ser que ha pasado a otro estado ya no es humano, dado que ya no pertenece de ninguna manera a la especie humana (Entiéndase bien que, en todo esto, no tomamos la palabra humano más que en su sentido propio y literal, ése donde se aplica únicamente al HOMBRE individual; aquí no se trata de la transposición analógica que hace posible la concepción del Hombre Universal. ). 268 HDV XVII
Cuando un HOMBRE está cerca de morir, la palabra, seguida del resto de las diez facultades externas (las cinco facultades de acción y las cinco facultades de sensación, manifestadas exteriormente por medio de los órganos corporales correspondientes, pero no confundidas con estos órganos mismos, puesto que se separan de ellos aquí) (La palabra se enumera la última cuando estas facultades se consideran en su orden de desarrollo; por consiguiente, debe ser la primera en el orden de reabsorción, que es inverso de ese.), se reabsorbe en el sentido interno (manas), ya que la actividad de los órganos exteriores cesa antes que la de esta facultad interior (que es así la conclusión de todas las demás facultades individuales de que aquí se trata, del mismo modo que es su punto de partida y su fuente común) (Chhândogya Upanishad, 6 Prapâthaka, 8 Khanda, shruti 6.). Ésta, de la misma manera, se retira a continuación al soplo vital (prâna), acompañada igualmente de todas las funciones vitales (los cinco vâyus, que son modalidades de prâna, y que retornan así al estado indiferenciado), ya que estas funciones son inseparables de la vida misma; y, por lo demás, la misma retirada del sentido interno se observa también en el sueño profundo y en el desvanecimiento extático (con cesación completa de toda manifestación exterior de la consciencia). No obstante, agregamos que esta cesación no implica siempre, de una manera necesaria, la suspensión total de la sensibilidad corporal, que es una suerte de consciencia orgánica, si puede decirse, aunque la consciencia individual propiamente dicha no tenga entonces ninguna parte en las manifestaciones de ésta, con la cual ya no comunica como eso tiene lugar normalmente en los estados ordinarios del ser vivo; y la razón de ello es fácil de comprender, puesto que, a decir verdad, ya no hay consciencia individual en los casos de que se trata, dado que la consciencia verdadera del ser se ha transferido a otro estado, que es en realidad un estado supraindividual. Esta consciencia orgánica a la que acabamos de hacer alusión no es una consciencia en el verdadero sentido de esta palabra, pero participa de ella de alguna manera, puesto que debe su origen a la consciencia individual de la que es como un reflejo; separada de ésta, ya no es más que una ilusión de consciencia, pero puede presentar todavía su apariencia para aquellos que no observan las cosas más que desde el exterior (Es así como, en una operación quirúrgica, la anestesia más completa no impide siempre los síntomas exteriores del dolor.), del mismo modo que, después de la muerte, la persistencia de algunos elementos psíquicos más o menos disociados puede ofrecer la misma apariencia, y no menos ilusoria, cuando les es posible manifestarse, así como lo hemos explicado en otras circunstancias (La consciencia orgánica que acabamos de tratar entra naturalmente en lo que los psicólogos llaman la subconsciencia; pero su gran error consiste en creer que han explicado suficientemente eso a lo que, en realidad, se han limitado a darle una simple denominación, bajo la cual colocan por lo demás los elementos más disparatados, sin poder hacer siquiera la distinción entre lo que es verdaderamente consciente a algún grado y lo que no tiene más que su apariencia, como tampoco entre el subconsciente verdadero y el superconsciente, queremos decir, entre lo que procede de estados respectivamente inferiores y superiores en relación al estado humano. ). 280 HDV XVIII
El ser puede permanecer así (en esta misma condición individual donde está unido a la forma sutil) hasta la disolución exterior (pralaya, vuelta al estado indiferenciado) de los mundos manifestados (del ciclo actual, que comprende a la vez el estado grosero y el estado sutil, es decir, todo el dominio de la individualidad humana considerada en su integralidad) (El conjunto de la manifestación universal se designa frecuentemente en sánscrito por el término samsâra; así como ya lo hemos indicado, este conjunto conlleva una indefinidad de ciclos, es decir, de estados y de grados de existencia, de tal suerte que cada uno de estos ciclos, que se termina en el pralaya como el que es considerado aquí más particularmente, no constituye propiamente más que un momento del samsâra. Por lo demás, recordaremos todavía una vez más, para evitar todo equívoco, que el encadenamiento de estos ciclos es en realidad de orden causal y no sucesivo, y que las expresiones empleadas a este respecto por analogía con el orden temporal deben considerarse como puramente simbólicas.), disolución en la que se sumerge (con el conjunto de los seres de estos mundos) en el seno del Supremo Brahma; pero, incluso entonces, puede estar unido a Brahma solo de la misma manera que en el sueño profundo (es decir, sin la realización plena y efectiva de la Identidad Suprema). En otros términos, y para emplear el lenguaje de algunas escuelas esotéricas occidentales, el caso al que se hace alusión en último lugar no corresponde más que a una reintegración en modo pasivo, mientras que la verdadera realización metafísica es una reintegración en modo activo, la única que implica verdaderamente la toma de posesión por el ser de su estado absoluto y definitivo. Es eso lo que indica precisamente la comparación con el sueño profundo, tal como se produce durante la vida del HOMBRE ordinario: del mismo modo que hay retorno de ese estado a la condición individual, puede haber también, para el ser que no está unido a Brahma más que en modo pasivo, retorno a otro ciclo de manifestación, de suerte que el resultado obtenido por él, a partir del estado humano, no es todavía la Liberación o la verdadera inmortalidad, y que su caso se encuentra finalmente comparable (aunque con una diferencia notable en cuanto a las condiciones de su nuevo ciclo) al del ser que, en lugar de permanecer hasta el pralaya en los prolongamientos de estado humano, ha pasado, después de la muerte corporal, a otro estado individual. Al lado de este caso, hay lugar a considerar aquel donde la realización de los estados superiores e incluso la de la Identidad Suprema, que no han sido cumplidas durante la vida corporal, lo son en los prolongamientos póstumos de la individualidad; de virtual que era, la inmortalidad deviene entonces efectiva, y, por lo demás, eso puede no tener lugar sino al fin mismo del ciclo; es la Liberación diferida de la que ya hemos hablado precedentemente. En uno y otro caso, el ser, al que debe considerarse como jîvâtmâ unido a la forma sutil, se encuentra, por toda la duración del ciclo, incorporado (Esta palabra, que empleamos aquí para hacernos comprender mejor con la ayuda de la imagen que evoca, no debe entenderse literalmente puesto que el estado del que se trata no tiene nada de corporal.) en cierto modo a Hiranyagarbha, que es considerado como jîva-ghana, así como ya lo hemos dicho; así pues, permanece sometido a esta condición especial de existencia que es la vida (jîva), por la cual está delimitado el dominio propio de Hiranyagarbha en el orden jerárquico de la Existencial universal. 295 HDV XIX
Por este pasaje (la sushumnâ y la coronilla de la cabeza donde desemboca), en virtud del Conocimiento adquirido y de la consciencia de la Vía meditada (consciencia que es esencialmente de orden extratemporal, puesto que, incluso en tanto que se la considera en el estado humano, es un reflejo de los estados superiores) (Es pues un grave error hablar aquí de recuerdo, como lo ha hecho Colebrooke en la exposición que ya hemos mencionado; la memoria, condicionada por el tiempo en el sentido más estricto de esta palabra, es una facultad relativa únicamente a la existencia corporal, y que no se extiende más allá de los límites de esta modalidad especial y restringida de la individualidad humana; así pues, forma parte de esos elementos psíquicos a los que hemos hecho alusión más atrás, y cuya disolución es una consecuencia directa de la muerte corporal.), el alma del Sabio, dotada (en virtud de la regeneración psíquica que ha hecho de él un HOMBRE dos veces nacido dwija) (La concepción del segundo nacimiento, como ya lo hemos hecho observar en otra parte, es de las que son comunes a todas las doctrinas tradicionales; en el cristianismo, en particular, la regeneración psíquica está representada muy claramente por el bautismo. — Cf. este pasaje del Evangelio: Si un HOMBRE no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios… En verdad os digo, si un HOMBRE no renace del agua y del espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios… No os sorprendáis de que os haya dicho, que es menester que nazcáis de nuevo (San Juan, III, 3 a 7). El agua es considerada por muchas tradiciones como el medio original de los seres, y la razón de ello está en su simbolismo, tal como le hemos explicado más atrás, por el que representa a Mûla-Prakriti; en un sentido superior, y por transposición, es la Posibilidad Universal misma; el que nace del agua deviene hijo de la Virgen, y por consiguiente hermano adoptivo de Cristo y coheredero del Reino de Dio. Por otra parte, si se observa que el espíritu, en el texto que acabamos de citar es el Ruahh hebraico (asociado aquí al agua como principio complementario, como al comienzo del Génesis), y que éste designa al mismo tiempo el aire, se encontrará la idea de la purificación por los elementos, tal como se encuentra en todos los ritos iniciáticos así como en los ritos religiosos; y por lo demás, la iniciación misma se considera siempre como un segundo nacimiento, simbólicamente cuando no es más que un formalismo más o menos exterior, pero efectivamente cuando se confiere de una manera real al que está debidamente calificado para recibirla. ) de la Gracia espiritual (Prasâda) de Brahma, que reside en este centro vital (en relación al individuo humano considerado), esta alma escapa (se libera de todo lazo que puede subsistir todavía con la condición corporal) y encuentra un rayo solar (es decir, simbólicamente, una emanación del Sol espiritual, que es Brahma mismo, considerado esta vez en lo Universal: este rayo solar no es otra cosa que una particularización, en relación con el ser considerado, o, si se prefiere, una polarización del principio supraindividual Buddhi o Mahat, por el que los múltiples estados manifestados del ser son ligados entre sí y puestos en comunicación con la personalidad transcendente, Âtmâ, que es idéntica al Sol espiritual mismo); es por esta ruta (indicada como el trayecto del rayo solar) por donde el alma se dirige, ya sea a la noche o al día, al invierno o al verano (Chhâdogya Upanishad, 8 Prapâthaka, 6 Khanda, shruti 5.). El contacto de un rayo del Sol (espiritual) con la sushumnâ es constante, mientras subsiste el cuerpo (en tanto que organismo vivo y vehículo del ser manifestado) (A falta de toda otra consideración, esto bastaría para mostrar claramente que no puede tratarse de un rayo solar en el sentido físico (para el que el contacto no sería constantemente posible), y que lo que se designa así no puede serlo más que simbólicamente. — El rayo que está en conexión con la arteria coronaria se llama también sushumnâ.); los rayos de la Luz (inteligible), emanados de este Sol, llegan a esta arteria (sutil), y, recíprocamente (en modo reflejo), se extienden desde la artería al Sol, como un prolongamiento indefinido por el que se establece la comunicación, ya sea virtual, ya sea efectiva, de la individualidad con lo Universal (Chhândogya Upanishad, 8 Prapâthaka, 6 Khanda, shruti 2.). 309 HDV XX
Así, cuando se dice que el término del viaje divino es el Mundo de Brahma (Brahma-Loka), aquello de lo que se trata no es, inmediatamente al menos, el Supremo Brahma, sino solo su determinación como Brahmâ, el cual es Brahma calificado (saguna) y, como tal, considerado como efecto de la Voluntad productora (Shakti) del Principio Supremo (Kârya-Brahma) (La palabra Kârya, efecto, se deriva de la raíz verbal kri, hacer, y del sufijo ya, que marca un cumplimiento futuro: lo que debe hacerse (o más exactamente lo que va a hacerse, ya que ya es una modificación de la raíz i, ir); este término implica pues una cierta idea de devenir, lo que supone necesariamente que aquello a lo que se aplica no se considera más que en relación a la manifestación. — A propósito de la raíz kri, haremos destacar que es idéntica a la del latín creare, lo que muestra que esta última palabra, en su acepción primitiva, no tenía otro sentido que el de hacer; la idea de creación tal como se entiende hoy, idea que es de origen hebraico, no ha venido a vincularse a ella sino cuando la lengua latina ha sido empleada para expresar las concepciones judeocristianas.). Cuando se trata aquí de Brahmâ, es menester considerarle, en primer lugar, como idéntico a Hiranyagarbha, principio de la manifestación sutil, y por consiguiente de todo el dominio de la existencia humana en su integralidad; y, en efecto, hemos dicho precedentemente que el ser que ha obtenido la inmortalidad virtual se encuentra por así decir incorporado, por asimilación, a Hiranyagarbha; y este estado, en el que puede permanecer hasta el fin del ciclo (únicamente en relación al cual Brahmâ existe como Hiranyagarbha), es lo que se considera más ordinariamente como el Brahma-Loka (Es eso lo que corresponde más exactamente a los Cielos o a los Paraísos de las religiones occidentales (en las que, a este respecto, comprendemos el islamismo); cuando se considera una pluralidad de Cielos (que se representan frecuentemente por correspondencias planetarias), se debe entender por ello todos los estados superiores a la Esfera de la Luna (considerada a veces ella misma como el primer Cielo en cuanto a su aspecto de Jauna Coeli), hasta el Brahma-Loka inclusive.). No obstante, del mismo modo que el centro de todo estado de un ser tiene la posibilidad de identificarse con el centro del ser total, el centro cósmico donde reside Hiranyagarbha se identifica virtualmente con el centro de todos los mundos (Aquí aplicamos todavía la noción de la analogía constitutiva del microcosmo y del macrocosmo.); queremos decir que, para el ser que ha rebasado un cierto grado de conocimiento, Hiranyagarbha aparece como idéntico a un aspecto más elevado del No Supremo (Esta identificación de un cierto aspecto a otro aspecto superior, y así seguidamente a diversos grados hasta el Principio Supremo, no es en suma más que el desvanecimiento de otras tantas ilusiones separativas, que algunas iniciaciones representan por una serie de velos que caen sucesivamente.), que es Îshwara o el Ser Universal, principio primero de la manifestación. En este grado, el ser ya no está en el estado sutil, ni siquiera solo en principio, sino que está en lo no manifestado; pero conserva no obstante algunas relaciones con el orden de la manifestación universal, puesto que Îshwara es propiamente el principio de ésta, aunque ya no esté vinculado por los lazos especiales al estado humano y al ciclo particular del que éste forma parte. Este grado corresponde a la condición de Prâjna, y es del ser que no va más lejos, del que se dice que no está unido a Brahma, incluso en el pralaya, sino de la misma manera que en el sueño profundo; desde ahí, el retorno al otro ciclo de manifestación es todavía posible; pero, puesto que el ser está liberado de la individualidad (contrariamente a lo que tiene lugar para el que ha seguido el pitri-yâna), este ciclo no podrá ser mas que un estado informal y supraindividual (Simbólicamente, se dirá que un tal ser ha pasado de la condición de los HOMBREs a la de los Dêvas (lo que se podría llamar un estado angélico en lenguaje occidental); por el contrario, al término del pitri-yâna, hay retorno al mundo del HOMBRE (mânava-Loka), es decir, a una condición individual, designada así por analogía con la condición humana, aunque sea necesariamente diferente de ella, puesto que el ser no puede volver de nuevo a un estado por el que ya ha pasado.). Finalmente, en el caso donde la Liberación debe ser obtenida a partir del estado humano, hay todavía más que lo que acabamos de decir, y entonces el término verdadero ya no es el Ser Universal, sino el Supremo Brahma mismo, es decir Brahma no cualificado (nirguna) en Su Total Infinitud, que comprende a la vez el Ser (o las posibilidades de manifestación) y el No Ser (o la posibilidades de no manifestación), y principio de uno y del otro, y por consiguiente más allá de ambos (No obstante, recordamos que se puede entender el No Ser metafísico, del mismo modo que lo no manifestado (en tanto que éste no es solo el principio inmediato de lo manifestado, lo que no es más que el Ser), en un sentido total donde se identifica al Principio Supremo. De todas maneras, por lo demás, entre el No Ser y el Ser, como entre lo no manifestado y lo manifestado (y eso incluso si, en este último caso, uno no va más allá del Ser), la correlación no puede ser más que una pura apariencia, puesto que la desproporción que existe metafísicamente entre los dos términos no permite verdaderamente ninguna comparación.), al mismo tiempo que los contiene igualmente según la enseñanza que ya hemos expuesto sobre el estado incondicionado de Âtmâ, que es precisamente de lo que se trata ahora (A este propósito, citaremos una vez más, para marcar todavía las concordancias de las diferentes tradiciones, un pasaje tomado al Tratado de la Unidad (Rusâlatul-Ahadiyah), de Mohyiddin ibn Arabi: Este inmenso pensamiento (de la Identidad Suprema) no puede convenir sino a aquel cuya alma es más vasta que los dos mundos (manifestado y no manifestado). En cuanto a aquel cuya alma es tan vasta solo como los dos mundos (es decir, a aquel que alcanza el Ser Universal, pero no le rebasa), no le conviene. Ya que, en verdad, este pensamiento es más grande que el mundo sensible (o manifestado, puesto que aquí la palabra sensible debe transponerse analógicamente, y no restringirse a su sentido literal) y el mundo suprasensible (o no manifestado, según la misma transposición), tomados los dos juntos.). Es en este sentido como la morada de Brahma (o de Âtmâ en este estado incondicionado) está incluso más allá del Sol espiritual (que es Âtmâ en su tercera condición, idéntico a Îshwara) (Los orientalistas, que no han comprendido lo que significa verdaderamente el Sol, y que le entienden en el sentido físico, tienen sobre este punto interpretaciones bien extrañas; es así como M. Oltramare escribe puerilmente: Por sus salidas y sus puestas, el sol consume la vida de los mortales; el HOMBRE liberado existe más allá del mundo del sol. No se diría que se trata de escapar a la vejez y de llegar a una inmortalidad corporal como la que buscan algunas sectas occidentales contemporáneas?), de la misma manera que está más allá de todas las esferas de los estados particulares de existencia, individuales o extraindividuales; pero esta morada no puede ser alcanzada directamente por aquellos que no han meditado sobre Brahma sino a través de un símbolo (pratîka), puesto que cada meditación (upâsanâ) solo tiene entonces un resultado definido y limitado (Brahma-Sûtras, 4 Adhyâya, 3er Pâda, sûtras 7 a 16.). 327 HDV XXI
La Identidad Suprema es pues la finalidad del ser liberado, es decir, libre de las condiciones de la existencia individual humana, así como de todas las demás condiciones particulares y limitativas (upâdis), que se consideran como otros tantos lazos (Se aplican a estas condiciones palabras tales como bandha y pâsha, cuyo sentido propio es lazo; del segundo de estos términos deriva la palabra pashu, que significa así, etimológicamente, un ser vivo cualquiera, ligado por tales condiciones. Shiva es llamado Pashupati, el Señor de los seres ligados, porque es por su acción transformadora como se liberan. — La palabra pashu se toma frecuentemente en una acepción especial, para designar una víctima animal del sacrificio (yagna, yâga o medha), la cual, por otra parte, es liberada, al menos virtualmente, por el sacrificio; pero no podemos pensar en establecer aquí, ni siquiera sumariamente, una teoría del sacrificio, que, entendido así, está esencialmente destinado a establecer una cierta comunicación con los estados superiores, y deja completamente al margen las ideas enteramente occidentales de rescate o de expiación y otras de este género, ideas que no pueden comprenderse más que desde el punto de vista específicamente religioso.). Cuando el HOMBRE (o más bien el ser que estaba precedentemente en el estado humano) se libera así, el Sí mismo (Âtmâ) está plenamente realizado en su propia naturaleza no dividida, y entonces, según Audulomi, es una consciencia omnipresente (que tiene por atributo chaitanya); es lo que enseña también Jaimini, pero especificando además que esta consciencia manifiesta los atributos divinos (aishwarya), como facultades transcendentes, por eso mismo de que está unida a la Esencia Suprema (Brahma-Sûtras, 4 Adhyâya, 4 Pâda, sûtras 5 a 7.). Es ese el resultado de la liberación completa, obtenida en la plenitud del Conocimiento Divino; en cuanto a aquellos cuya contemplación (dhyâna) no ha sido más que parcial, aunque activa (realización metafísica que ha quedado incompleta), o que ha sido puramente pasiva (como lo es la de los místicos occidentales), gozan de algunos estados superiores (La posesión de tales estados, que son idénticos a los diversos Cielos, constituye, para el ser que goza de ella, una adquisición personal y permanente a pesar de su relatividad (se trata siempre de estados condicionados, aunque supraindividuales), adquisición a la que no podría aplicarse de ninguna manera la idea occidental de recompensa, por eso mismo de que no se trata de un fruto de la acción, sino del conocimiento; por lo demás, esta idea, así como la de mérito, de la que es un corolario, es una noción de orden exclusivamente moral, para la cual no hay ningún lugar en el dominio metafísico.), pero sin poder llegar desde entonces a la Unión perfecta (Yoga), que no forma más que uno con la Liberación (A este respecto, el conocimiento es pues de dos tipos, y se dice supremo o no supremo, según que concierna a Para-Brahma o a Apara-Brahma, y que, por consiguiente, conduzca al uno o al otro.). 328 HDV XXI
La Liberación, con las facultades y los poderes que implica en cierto modo por añadidura, y porque todos los estados, con todas sus posibilidades, se encuentran comprendidos necesariamente en la absoluta totalización del ser, pero que, lo repetimos, no deben considerarse más que como resultados accesorios e incluso accidentales, y de ninguna manera como constituyendo una finalidad por sí mismos, la Liberación, decimos, puede ser obtenida por el Yogî (o más bien por el que deviene tal en razón de esta obtención) con la ayuda de las observancias indicadas en el Yoga-Shâstra de Patanjali. Puede ser facilitada también por la práctica de algunos ritos (Estos ritos son completamente comparables a los que los musulmanes colocan bajo la denominación general de dhikr; reposan principalmente, como ya lo hemos indicado, sobre la ciencia del ritmo y de sus correspondencias en todos los órdenes. Tales son también, en la doctrina, por otra parte parcialmente heterodoxa, de los Pâshupatas, los que se llaman vrata (voto) y dwâra (puerta); bajo formas diversas, en el fondo todo eso es idéntico o por lo menos equivalente al Hatha-Yoga.), así como de diversos modos particulares de meditación (harda-vidyâ o dahara-vidyâ) (Chhândogya Upanishad, 8 Prapâthaka.); pero, entiéndase bien, todos estos medios no son más que preparatorios y no tienen, a decir verdad, nada de esencial, ya que el HOMBRE puede adquirir el verdadero Conocimiento, incluso sin observar los ritos prescritos (para cada una de los diferentes categorías humanas, en conformidad con sus caracteres respectivos y concretamente para los diversos âshramas o periodos regulares de la vida) (Por lo demás, del HOMBRE que ha alcanzado un cierto grado de realización se dice que es ativarnâshrami, es decir, más allá de las castas (varnas) y de los estados de la existencia terrestre (âshramas); ninguna de las distinciones ordinarias se aplica ya a un tal ser, desde que ha rebasado efectivamente los límites de la individualidad, incluso sin haber llegado todavía al resultado final.); y, en efecto, se encuentran en el Vêda muchos ejemplos de personas que han descuidado cumplir tales ritos (cuya función el mismo Vêda la compara a la de un caballo de silla que ayuda a un HOMBRE a llegar más fácil y más rápidamente a su meta, pero sin el cual puede llegar no obstante también), o que han sido impedidos de hacerlo, y que, sin embargo, a causa de su atención perpetuamente concentrada y fijada sobre el Supremo Brahma (lo que constituye la única preparación realmente indispensable), han adquirido el verdadero Conocimiento que Le concierne (y que, por esta razón, se llama igualmente supremo) (Brahma-Sûtras, 3er Adhyâya, 4 Pâda, sûtras 36 a 38.). 339 HDV XXII
La Liberación, en el caso del que acabamos de hablar en último lugar, es propiamente la liberación fuera de la forma corporal (vidêha-mukti), obtenida a la muerte de una manera inmediata, puesto que el Conocimiento es ya virtualmente perfecto antes del término de la existencia terrestre; por consiguiente, debe ser distinguida de la Liberación diferida y gradual (krama-mukti), pero debe serlo también de la liberación obtenida por el Yogî desde la vida actual (jîvan-mukti), en virtud del Conocimiento, ya no solo virtual y teórico, sino plenamente efectivo, es decir, que realiza verdaderamente la Identidad Suprema. En efecto, es menester comprender bien que el cuerpo, como cualq