René Guénon — FORMAS TRADICIONAIS E CICLOS CÓSMICOS
ALGUNAS PRECISIONES SOBRE LA DOCTRINA DE LOS CICLOS CÓSMICOS
Hay lugar a considerar todavía otra correspondencia con los Manvantaras, en lo que concierne a los siete Dwîpas o «regiones» en las cuales está dividido nuestro mundo; en efecto, aunque estos sean representados, según el sentido propio del término que los designa, como otras tantas islas o continentes repartidos de una cierta manera en el espacio, es menester guardarse bien de tomar esto literalmente y de mirarles simplemente como partes diferentes de la tierra actual; de hecho, «emergen» cada vez por turno y no simultáneamente, lo que viene a decir que uno solo de entre ellos es manifestado en el dominio sensible durante el curso de un cierto periodo. Si este periodo es de un Manvantara, será menester concluir de ello que cada Dwîpa deberá aparecer dos veces en el Kalpa, o sea, una vez en cada una de los dos series septenarias que acabamos de cuestionar; y, de la relación de estas dos series, que se corresponden en sentido inverso como ello es en todos los casos similares, y en particular para las de los Swargas y de los Pâtâlas, puede deducirse que el orden de aparición de los Dwîpas deberá igualmente, en la segunda serie, ser inverso de lo que el mismo ha sido en la primera. En suma, se trata ahí de estados diferentes del mundo terrestre, antes bien que de «regiones» para hablar propiamente; el Jambu-Dwîpa representa en realidad la tierra entera en su estado actual, y, si de él es dicho extenderse al sur del Mêru, o de la montaña «axial» alrededor de la cual se efectúan las revoluciones de nuestro mundo, es porque en efecto, estando identificado simbólicamente el Mêru al Polo Norte, toda la tierra está bien verdaderamente situada al Sur en relación a éste. Para explicar esto más completamente, sería menester poder desarrollar el simbolismo de las direcciones del espacio, siguiendo las cuales están repartidos los Dwîpas, así como las relaciones de correspondencia que existen entre este simbolismo espacial y el simbolismo temporal sobre el cual reposa toda la doctrina de los ciclos; pero, como no nos es posible entrar aquí en estas consideraciones que requerirían ellas solas todo un volumen, debemos contentarnos con estas indicaciones sumarias, que podrán por lo demás completar fácilmente por ellos mismos todos los que tienen ya algún conocimiento de lo que se trata.
Esta manera de considerar los siete Dwîpas se encuentra confirmada también por los datos concordantes de otras Tradiciones en las cuales es hablado igualmente de las «siete tierras», concretamente en el esoterismo Islámico y en la Kabbala hebraica: Así, en esta última, estas «siete tierras», aún estando figuradas exteriormente por otras tantas divisiones de la tierra de Canaan, son puestas en relación con los reinos de los «siete reyes de Edom», que corresponden bastante manifiestamente a los siete Manus de la primera serie; y las mismas están comprendidas todas en la «Tierra de los Vivientes», que representa el desarrollo completo de nuestro mundo, considerado como realizado de manera permanente en su estado de principio o principal. Podemos notar aquí la coexistencia de dos puntos de vista, de sucesión uno, que se refiere a la manifestación en ella misma, y el otro de simultaneidad, que se refiere a su principio, o a lo que se podría llamar su «arquetipo»; y, en el fondo, la correspondencia de estos dos puntos de vista equivale de una cierta manera a la del simbolismo temporal y del simbolismo espacial, correspondencia a la cual acabamos de hacer alusión precisamente en lo que concierne a los Dwîpas de la Tradición hindú.