René Guénon — APRECIAÇÕES SOBRE A INICIAÇÃO
INICIACIÓN EFECTIVA E INICIACIÓN VIRTUAL
Aunque la distinción entre la iniciación efectiva y la iniciación virtual pueda ser ya comprendida suficientemente con la ayuda de las consideraciones que preceden, es bastante importante como para que intentemos precisarla todavía un poco más; y, a este respecto, haremos destacar primeramente que, entre las condiciones de la iniciación que hemos enunciado al comienzo, el vinculamiento a una organización tradicional regular (que presupone naturalmente la cualificación) basta para la iniciación virtual, mientras que el trabajo interior que viene a continuación concierne propiamente a la iniciación efectiva, que es en suma, en todos sus grados, el desarrollo «en acto» de las posibilidades a las que la iniciación virtual da acceso. Por consiguiente, esta iniciación virtual es la iniciación entendida en el sentido más estricto de esta palabra, es decir, como una «entrada» o un «comienzo»; bien entendido, eso no quiere decir de ninguna manera que pueda considerarse como algo que se basta a sí mismo, sino que es sólo el punto de partida necesario de todo lo demás; cuando se ha entrado en una vía, todavía es menester esforzarse por seguirla, e incluso, si se puede, por seguirla hasta el final. Todo esto se podría resumir en estas pocas palabras: entrar en la vía, es la iniciación virtual; seguir la vía, es la iniciación efectiva; pero desafortunadamente, de hecho, muchos se quedan en el umbral, no siempre porque ellos mismos son incapaces de ir más lejos, sino también, sobre todo en las condiciones actuales del mundo occidental, debido a la degeneración de algunas organizaciones que, devenidas únicamente «especulativas» como acabamos de explicarlo, no pueden por eso mismo ayudarles de ninguna manera en el trabajo «operativo», aunque no sea más que en sus etapas más elementales, y no les proporcionan nada que pueda permitirles siquiera sospechar la existencia de una «realización» cualquiera. No obstante, incluso en estas organizaciones, se habla mucho todavía, a cada instante, de «trabajo» iniciático, o al menos de algo que se considera como tal; pero entonces uno puede plantearse legítimamente esta pregunta: ¿en qué sentido y en qué medida corresponde eso todavía a alguna realidad?
Para responder a esta cuestión, recordaremos que la iniciación es esencialmente una transmisión, y agregaremos que esto puede entenderse en dos sentidos diferentes: por una parte, transmisión de una influencia espiritual, y, por otra parte, transmisión de una enseñanza tradicional. Es la transmisión de la influencia espiritual la que debe ser considerada en primer lugar, no sólo porque debe preceder lógicamente a toda enseñanza, lo que es muy evidente desde que se ha comprendido la necesidad del vinculamiento tradicional, sino también y sobre todo porque es ella la que constituye esencialmente la iniciación en el sentido estricto, de suerte que, si no debiera tratarse más que de iniciación virtual, todo podría en suma limitarse a eso, sin que haya lugar a agregarle ulteriormente una enseñanza cualquiera. En efecto, la enseñanza iniciática, cuyo carácter particular tendremos que precisar después, no puede ser otra cosa que una ayuda exterior aportada al trabajo interior de la realización, a fin de apoyarle y de guiarle tanto como sea posible; en el fondo, esa es su única razón de ser, y es en eso sólo en lo que puede consistir el lado exterior y colectivo de un verdadero «trabajo» iniciático, si se entiende éste realmente en su significación legítima y normal.
Ahora bien, lo que hace la cuestión un poco más compleja, es que los dos tipos de transmisión que acabamos de indicar, aunque son en efecto distintos en razón de la diferencia de su naturaleza misma, no obstante no pueden ser separados nunca enteramente el uno del otro; y esto requiere todavía algunas explicaciones, aunque ya hayamos tratado en cierto modo implícitamente este punto cuando hemos hablado de las relaciones estrechas que unen el rito y el símbolo. En efecto, los ritos son esencialmente, y ante todo, el vehículo de la influencia espiritual, que sin ellos no puede ser transmitida de ninguna manera; pero al mismo tiempo, por eso mismo de que tienen, en todos los elementos que los constituyen, un carácter simbólico, conllevan necesariamente también una enseñanza en sí mismos, puesto que, como lo hemos dicho, los símbolos son precisamente el único lenguaje que conviene realmente a la expresión de verdades de orden iniciático. Inversamente, los símbolos son esencialmente un medio de enseñanza, y no sólo de enseñanza exterior, sino también de algo más, en tanto que deben servir sobre todo de «soporte» a la meditación, que es el comienzo de un trabajo interior; pero estos mismos símbolos, en tanto que elementos de los ritos y en razón de su carácter «no humano», son también «soportes» de la influencia espiritual misma. Por lo demás, si se reflexiona en que el trabajo interior sería ineficaz sin la acción o, si se prefiere, sin la colaboración de esta influencia espiritual, se podrá comprender por eso que la meditación sobre los símbolos toma ella misma, en algunas condiciones, el carácter de un verdadero rito, y de un rito que, esta vez, ya no confiere sólo la iniciación virtual, sino que permite alcanzar un grado más o menos avanzado de iniciación efectiva.
Por el contrario, en lugar de servirse de los símbolos de esta manera, uno puede limitarse también a «especular» sobre ellos, sin proponerse nada más; ciertamente, con eso no queremos decir que sea ilegítimo explicar los símbolos en la medida de lo posible, y buscar desarrollar, por comentarios apropiados, los diferentes sentidos que contienen (a condición, bien entendido, de guardarse bien de toda «sistematización», que es incompatible con la esencia misma del simbolismo); pero queremos decir que, en todo caso, eso no debería ser considerado más que como una simple preparación a algo más, y es justamente eso lo que, por definición, escapa forzosamente al punto de vista «especulativo» como tal. Éste sólo puede quedarse en un estudio exterior de los símbolos, que, evidentemente, no podría hacer pasar a los que se libran a él de la iniciación virtual a la iniciación efectiva; y aún, muy frecuentemente, se detiene en las significaciones más superficiales, porque, para penetrar más adelante, es menester ya un grado de comprehensión que, en realidad, supone algo muy diferente de la simple «erudición»; y es menester incluso estimarse afortunado si esa erudición no se extravía más o menos completamente en consideraciones «adventicias», como, por ejemplo, cuando se quiere encontrar en los símbolos sobre todo un pretexto para la «moralización», o sacar de ellos pretendidas aplicaciones sociales, o incluso políticas, que, ciertamente, no tienen nada de iniciático y ni siquiera de tradicional. En este último caso, ya se ha rebasado el límite donde el «trabajo» iniciático de algunas organizaciones deja enteramente de ser iniciático, aunque sea de una manera completamente «especulativa», para caer pura y simplemente en el punto de vista profano; este límite es también, naturalmente, el que separa la simple degeneración de la desviación, y es muy fácil comprender como la «especulación, tomada como un fin en sí misma, se presta enojosamente a «deslizarse» de la una a la otra de una manera casi insensible.
Ahora podemos concluir sobre esta cuestión: mientras no se hace más que «especular», incluso ateniéndose al punto de vista iniciático y sin desviarse de él de una manera o de otra, uno se encuentra en cierto modo encerrado en un callejón sin salida, puesto que con eso no podría rebasarse en nada la iniciación virtual; y, por lo demás, ésta existiría también sin ninguna «especulación», puesto que es la consecuencia inmediata de la transmisión de la influencia espiritual. El efecto del rito por el que se opera esta transmisión es «diferido», como lo decíamos más atrás, y se queda en el estado latente y «no desarrollado» en tanto que no se pase de lo «especulativo» a lo «operativo»; es decir, que las consideraciones teóricas, en tanto que trabajo propiamente iniciático, no tienen valor real más que si están destinadas a preparar la «realización»; y, de hecho, son una preparación necesaria, pero es precisamente eso lo que el punto de vista «especulativo» mismo es incapaz de reconocer, y por consiguiente, es precisamente de eso de lo que no puede dar ninguna consciencia a aquellos que se limitan a su horizonte.