René Guénon: ENXOFRE MERCÚRIO SAL
En cuanto al Mercurio, su pasividad, correlativamente a la actividad del Azufre, hace que se le mire como un principio húmedo1; y que se le considere como reaccionando desde el exterior, de suerte que desempeña a este respecto el papel de una fuerza centrípeta y compresiva, que se opone a la acción centrífuga y expansiva del Azufre y que la limita en cierto modo. Por todos estos caracteres respectivamente complementarios, actividad y pasividad, «interioridad» y «exterioridad», expansión y compresión, se ve que, para volver al lenguaje extremo oriental, el Azufre es yang y el Mercurio es yin, y que, si el primero es referido al orden de las influencias celestes, el segundo debe serlo al orden de las influencias terrestres. No obstante, es menester tener en cuenta que el Mercurio no se sitúa en el dominio corporal, sino más bien en el dominio sutil o «anímico»: en razón de su carácter de «exterioridad», se le puede considerar como representando el «ambiente», y éste debe ser concebido entonces como constituido por el conjunto de las corrientes de la doble fuerza cósmica de la que hemos hablado precedentemente2. Por lo demás, es en razón de la doble naturaleza o del doble aspecto que presenta esta fuerza, y que es como un carácter inherente a todo lo que pertenece al «mundo intermediario», por lo que el Mercurio, aunque se considera principalmente como un principio húmedo así como acabamos de decirlo, no obstante a veces es descrito como un «agua ígnea» (e inclusive alternativamente como un «fuego líquido»)3, y eso sobre todo en tanto que sufre la acción del Azufre, que «vigoriza» esta doble naturaleza y la hace pasar de la potencia al acto4.
Es por eso por lo que, entre sus diferentes designaciones, se encuentra también la de «húmedo radical». ↩
Se recordará aquí lo que hemos indicado más atrás sobre el tema de la doble espiral considerada como «esquema del ambiente»; el Mercurio de los hermetistas es en suma la misma cosa que la «luz astral» de Paracelso, o lo que algunos autores más recientes, como Éliphas Lévi, han llamado más o menos justamente el «gran agente mágico», aunque, en realidad, su puesta en obra en el dominio de las ciencias tradicionales está muy lejos de limitarse a esta aplicación de orden inferior que constituye la magia en el sentido propio de esta palabra, así como lo muestran suficientemente las consideraciones que hemos expuesto a propósito de la «solución» y de la «coagulación» herméticas. — Cf. también, sobre la diferencia del hermetismo y de la magia, RGAI, cap. XLI. ↩
Por lo demás, las corrientes de fuerza sutil pueden dar efectivamente una impresión de este género a aquellos que las perciben, y eso puede ser incluso una de las causas de la ilusión «fluídica» tan común a este respecto, sin prejuicio de las razones de otro orden que han contribuido a dar nacimiento a esta ilusión o a mantenerla (cf. EL REINO DE LA CANTIDAD Y LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS, cap. XVIII). ↩
Es entonces lo que los hermetistas llaman el Mercurio «animado» o «doble», para distinguirle del Mercurio ordinario, es decir, tomado pura y simplemente tal cual es en sí mismo. ↩