Corbin
Mollâ SADRÂ SHÎRÂZÎ [1640], o aluno mais ilustre de Mir Dâmâd, é, por outro lado, uma figura notável entre os “Platonistas da Pérsia”. Sua obra colossal inclui, entre outros tratados, dois grandes: aquele intitulado “As Quatro Jornadas Espirituais” e aquele que é um comentário sobre Kolaynî [amplamente usado aqui no Livro I] e que, embora infelizmente permaneça inacabado, constitui um monumento à filosofia profética do xiismo. Mollâ Sadrâ chama a atenção do filósofo pela primeira vez por meio de sua metafísica do ser, que derruba a venerável metafísica da essência para substituí-la por uma metafísica que dá primazia de origem ao ato de existir. Podemos falar aqui da “atualidade” das preocupações de Mollâ Sadrâ. Essa opção fundamental determina as posições das teses que caracterizam a originalidade do mestre que deixou sua marca na filosofia iraniana até os dias de hoje.
Mollâ Sadrâ é o filósofo das metamorfoses e transubstanciações. Sua visão é a de uma queda da Alma nas profundezas do abismo, cuja ascensão, ao atingir o nível da forma humana, finalmente emerge no limiar do mundo espiritual [o Malakût]; essa visão não é evolucionista, como alguns se apressaram em dizer; é a visão de um mundo em ascensão por meio de uma ação divina que está perpetuamente em ação. Enquanto professa a unidade transcendental do ser, a metafísica de Mollâ Sadrâ admite apenas uma atribuição do ser por analogia aos diferentes graus de intensificação ou degradação do ato de ser que determina as essências. Da mesma forma, ela estabelece seu princípio de movimento “intrassubstancial” ou “transubstancial”, cujos efeitos se estendem ao devir póstumo do ser humano. Mollâ Sadrâ professava uma noção de matéria próxima à de seus contemporâneos, os “Platonistas de Cambridge”, e de tal forma que as fronteiras entre espírito e matéria são abolidas na mediação do mundus imaginalis, cuja metafísica Mollâ Sadrâ completou como inaugurada por Sohrawardî.
Ele a completa com sua doutrina da Imaginação Criativa, uma imaginação que não é nem o trabalho da memória, nem a combinação de percepções sensíveis anteriores, mas a Imagem Imaginativa, a forma inicial na qual o mundo é imediatamente imaginado em nós, e que faz de cada alma a criadora de seu próprio paraíso ou inferno. Na medida em que justifica assim os fatos da imaginação como independentes das percepções externas, Mollâ Sadrâ é um precursor da pesquisa que, originada na obra de G. Bachelard, tende agora a estabelecer uma metafísica da Imaginação. Para Mollâ Sadrâ, a imaginação é como o corpo sutil imperecível da alma [okhema de Proclus] e determina sua filosofia da ressurreição e sua visão do crescimento tríplice do ser humano. Para o filósofo, o processo dessas palingenesias é inaugurado neste mundo, na medida em que ele se torna consciente das implicações místicas do ato do Conhecimento. Mollâ Sadrâ coloca sua marca pessoal no longo problema da união essencial, sem confusão de pessoas, entre a alma e a Inteligência que é o Espírito Santo. O ato de Conhecer, entendido dessa forma, é fundamentalmente gnose, conhecimento salvífico que implica um novo nascimento. O nome de Mollâ Sadrâ Shîrâzî não deve mais estar ausente de nossas histórias gerais da filosofia. [II4]
Hernández
La obra y el pensamiento de Molla Sadra son fundamentales para comprender el movimiento de la Si’a, su desarrollo, formulación ideológica y aún su praxis. Con toda justeza H. Corbin ha partido de Molla Sadra para centrar sus profundos conocimientos sobre el pensamiento islámico iraní. Ciertamente, nadie mejor que Molla Sadra ha señalado el sentido de «viaje espiritual» característico del «movimiento» sil y sus consecuencias ideológicas. La vieja «metafísica» esencialista platónica, tan sabiamente estructurada en el sistema aviceniano, se transforma en una cierta «metafísica» del acto de existir, no de la «existencia» concreta, que es algo radicalmente alejado de su mente. El «acto de existir» no da origen a ninguna analítica existencial, sino a una ontosophia del cambio: metamorfosis fundamental; no sólo cambia la «forma» como tal, sino también como «sustancia». Su ideología parte de un hecho radical: el estado de «caída» de un alma raíz, pues lo es todo, que debe levantarse desde el abismo de las tinieblas hasta el mundo espiritual angélico. El «estado humano» del alma es el «nivel» que permite este análisis, que se realiza a través de cuatro viajes simbólicos. El primero es el «ascenso» físico: desde todo aquello que ha sido creado hasta la Verdad Suprema: Dios; su contenido coincide con la física aviceniana. El segundo es el «recurso» teológico: desde Dios creador hasta la Esencia divina; su contenido, esencia, nombres y atributos divinos es la Ciencia de las cosas divinas. El tercero es el «descenso» místico: desde Dios creador por efusión luminosa hasta el mundo angélico, pero por la iluminación que Dios da; su contenido es el orden de la emanación de los seres desde Dios como Luz de Luces, lo que permite conocer los universos suprasensibles y las inteligencias celestes. El cuarto es el «recurso» místico: desde Dios en el mundo creado; su contenido es la ciencia de sí mismo y el autoconocimiento del alma, o sea: la sabiduría oriental. «Sólo quien conoce su alma conoce a su Señor.» Así se abren las puertas del sentido esotérico de la «ciencia de la unicidad» y se penetra hasta el misterio de la Resurrección definitiva. Para realizar esta síntesis Müllá §adrá ha sincretizado el pensamiento aviceniano con la interpretación ísráqi de al-Suhrawardi y la teosofía mística de Ibn Arabi. Y esta labor la ha encuadrado dentro del marco de la religiosidad sil, la cual creía, exponía y practicaba como auténtico Islam integral. Su concepción, pues, constituye una gnosofía del profetismo permanente.
Sin profetas no cabe ningún tipo de auténtico saber. La inspiración divina ha colocado estos «mediadores» entre la ignorancia humana y la sabiduría divina. De estos sobrehumanos profetas seis han sido encargados de revelar sucesivamente a los hombres la Ley Divina: Adán, Noe, Abraham, Moisés, Jesús y Muhammad. Con el último queda cerrado el ciclo de la profecía a nivel de Ley [al-sana]. Pero ¿queda con ello clausurada la comunicación profética de Dios? En modo alguno; si no podemos llegar a la Ley sin la ayuda de Dios, difícilmente vamos a entenderla por sí solos. No precisamos de un nuevo Libro, pero sí de un Mantenedor del Libro. Por tanto, al ciclo de la profecía «legal» sigue el de la «iniciación» espiritual: la walaya o profecía permanente, que durará hasta la aparición del Imam anunciador de la Resurrección definitiva. El contenido de esta iluminación duradera y sucesiva procede de la «esencia verdadera profética», fuente de la «legislación» profética exotérica de Muhammad y de la revelación esotérica personal. Los «catorce inmaculados»: Muhammad, Fátima y los doce Imames constituyen el Pléroma profético lumínico. Los Imames, durante su rápida epifanía terrenal, «mantienen el Libro» e inician a los fieles en su verdadero sentido: el esotérico. Así, hasta el XII Imam, cuya parusia definitiva revelará el último sentido oculto de la Verdad, tras este túnel que ahora atravesamos: el tiempo de la ocultación. Es cierto que el verdadero sabio algo conoce de todo esto; pero es una verdad tan deslumbradora que cegaría los ojos del común de los hombres, incluso de los fieles y les llevaría a considerar a los iniciados como idólatras. El mismo «retiro» de Molla Sadra es un vivo testimonio de esta situación. Y, sin embargo, es el único camino de la sabiduría. La filosofía de la luz sin el Islam no alcanza la Verdad; el Islam exotérico se queda en la «letra»; tan sólo el Islam de la Sí a ha logrado la concordancia radical, o sea: en su fuente, de la luz de la inteligencia filosófica y aquella otra de la Revelación divina, colocando a la Sabiduría en el «Nicho de las luces» de la profecía permanente. [MCHHPMI]