Raimon Panikkar — SUGERENCIAS PARA UNA TEOFISICA
Raimundo Panikkar — Universidade de California Santa Bárbara
Convivium, Nr. 21 (Enero-Junio. 1966), contenido en su libro Ontonomia de la Ciencia. Sobre el sentido de la Ciencia y sus relaciones con la Filosofía, Madrid (Gredos), 1961.
Al período en el que la ciencia teológica representaba la totalidad del saber se han venido sucediendo otros períodos en los que las diversas ramas del saber humano se han ido independizando de la Teología y, como reacción, cortado o querido cortar todos los lazos con ella. Dentro de esta mentalidad de reacción hay que colocar el nacimiento de la Ciencia moderna. Veamos algunos momentos de la tal aventura.
Es un hecho poco menos que evidente que la Teología ha estado en su mayor parte ausente en el ingente esfuerzo del hombre por conquistar el mundo físico, tanto desde el punto de vista práctico como especulativo. La Teología debido acaso a la influencia helénica inicial, se ha considerado prevalentemente ciencia contemplativa y se ha preocupado, por tanto, poco por transformar el mundo, por investigar su cómo y, más pacifista que la Ciencia, nunca ha pretendido conquistarlo. Análoga y paralelamente a como la espiritualidad cristiana ha sufrido una cierta evolución y de una actitud monacal, que ignoraba prácticamente el mundo, se ha ido complementando con una postura secular, sin despreciar la primeira; así también la Teología, en su conjunto, empezando por su dedicación primordial al problema intratrinitario ha ido descendiendo a las realidades ad extra hasta interesarse por las estructuras ínfimas del ser creado, no ya sólo en su esencia sino aun en su comportamiento fenoménico. En nuestros días estamos asistiendo a la mutación paulatina del interés. De la misma manera, sin embargo, que sería errado que una espiritualidad secular quisiera deshancar y sustituir lo que la monacal por ejemplo ya ha elaborado y adquirido, no sólo para sí sino como patrimonio cristiano general y universal, así también sería erróneo pretender que una Teología de las realidades terrestres o de la Ciencia pretendiese pasarse de menos de la Teología tradicional. Más aún, no sólo se complementan sino que se implementan y fecundan mutuamente. El más ínfimo cambio energético de la última de las partículas elementales no deja de ser una repercusión de algo que acontece en el seno trinitario.
El hecho permanece sin embargo que hasta ahora poco se ha escrito, pensado y sufrido sobre el particular. Había, en el fondo, que dejar que la Ciencia se desfogase un poco por su cuenta y no molestarla demasiado en su luna de miel con el Conocimiento y la Sabiduría. Los tiempos sin embargo van cambiando y antes de que pidan el divorcio acaso pertenezca a la Teología volver a colocar las cosas en su justo punto para evitar que la desilusión sea demasiado fuerte.
En este proceso de las relaciones de la Teología con el mundo científico se han recorrido varias etapas que quisiéramos muy brevemente resumir:
No ya solamente el caso Galileo Galilei, sino Copérnico, Tycho Brahe, etc., y sobre todo Descartes de una manera definitiva — aunque cuidadosamente preparado por el nominalismo postmedieval — representan el destierro de la Teología del mundo de la Ciencia. A una ingerencia excesiva se responde con una cortés — o menos delicada — división de campos y a la regina scientiarum se le pasa una pensión digna para que pueda continuar cultivando su terreno peculiar, el de un Dios que parece que sólo se deba ocupar de las almas y de su salvación o de aquello que ha tenido a bien revelarnos. No poniendo lo más mínimo en duda las verdades de la fe y pretendiendo ir al cielo como cualquier fiel cristiano — dice Descartes en su discurso del método — pongo todo esto entre paréntesis y quisiera ver cómo me las arreglo con mi sola razón para descubrir la verdad de las cosas. La Filosofía durante algún tiempo servirá de puente entre la Ciencia y la Teología, pero poco a poco el carácter híbrido de una Filosofía racional o la hará decantarse por la Teología, perdiendo su autonomía, o inscribirse en el ámbito de la Ciencia, dejando de existir como tal Filosofía para convertirse en positivismo científico de una u otra clase.
Para ilustrar con un ejemplo lo que queremos decir basta abrir al acaso cualquier libro de Teología (tanto dogmática, como moral o mística) escrito en el Medioevo o en la Edad Moderna y Contemporánea. Los primeiros están llenos de referencias y de ejemplos tomados de la ciencia física de sus tiempos: la generación espontánea, la teoría del calor, de los humores, del fuego, del color, etc., sirven de ejemplos y aun de fundamento muchas veces a teorías filosóficas sobre el conocimiento, la creación, la analogía del ser, etcétera. Basta citar los beneméritos trabajos de Mitterer para comprender hasta qué punto no sólo la Filosofía sino aun la Teología y la misma formulación del dogma eran subsidiarios de las teorías cosmológicas contemporáneas. Los segundos parece que se mueven en un mundo desencarnado, de espíritus puros y aun éstos sin leyes psicológicas. Están lejos de la Ciencia de su tiempo. El alejamiento entre la Ciencia y la Teología no ha sido, sin embargo, nunca total. Ha habido siempre más o menos subrepticiamente una serie de contactos y aun de intercambios. Hoy día las relaciones vuelven a desearse por ambas partes, aunque haya aún un largo camino que andar. Veamos alguns de las etapas de esta peregrinación.
La Teología ha mantenido una cierta presencia, a pesar de todo, en el seno de la misma Ciencia en virtud del imperativo moral que la Ciencia ha sentido siempre dentro de sí.
No es cierto que la Ciencia sea amoral, ni menos que los científicos lo sean. El ejemplo de tantos físicos nucleares de hoy no es el de un escrupuloso o el de un moralista puro, es el caso del científico consciente. Todas las elucubraciones sobre la atomística no están libres de la preocupación moral, resuélvase ésa como se resuelva. Cuando para hacer avanzar la Ciencia en la Alemania de Hitler se hicieron experiencias médicas sobre seres humanos la conciencia universal de la misma Ciencia se revolvió en contra.
Más aún, uno de los acicates mayores de la Ciencia es su aplicación para resolver los problemas más humanos de la existencia como son la comida, la habitación y el vestido sin hablar de la salud. La Ciencia nunca se ha desinteresado del hombre y nunca se ha liberado de la preocupación moral. La fórmula de la Ciencia por la Ciencia, paralela a la del arte por el arte, no es desde luego científica.
La Teología ha estado presente por medio de una moral negativa por una lado, a base de prohibiciones que trascienden el orden de la Ciencia y a las que ésta no obstante se pliega con mayor o menor docilidad. La Ciencia por ejemplo no ha llegado aún a encontrar diferencias fisiológicas fundamentales entre el animal y el hombre, y se ha negado, sin embargo, a colocarlos en un mismo plano. La Teología se encuentra por otro lado también presente en virtud de una moral positiva que conmina la Ciencia a seguir un camino en vez de otro y a ayudar al hombre en sus problemas perentorios. Cuando la Ciencia se ha puesto al servicio del Estado, por ejemplo, a pesar de los posibles abusos, lo ha hecho libremente en virtud de un imperativo moral que sentía dentro de sí misma. Más aún, el paso de la Ciencia a la Técnica no viene condicionado primariamente por un interés económico o de explotación o de poder sino en virtud de un motor moral que impele la Ciencia a ser útil y a prestar servicio a la humanidad, aunque luego este ideal pueda venir adulterado por servir sólo una clase, un grupo, nación o raza. Apuntamos solamente el problema.
Hubo un tiempo en que la ocupación científica se consideró peligrosa para la fe y por tanto desaconsejable desde el punto de vista cristiano. Los males de una tal actitud se pagan aún hoy día, pero ésta prácticamente ha desaparecido y no hay documento cristiano que trate hoy sobre el asunto que no recuerde a los creyentes el deber de su presencia en el campo científico, secular, técnico, político, etc. De todas partes y por todos los tonos se les dice hoy a los cristianos: “id vosotros también a trabajar a la viña” del mundo.
La Teología suple así su ausencia especulativa por una presencia práctica humana. Es de esperar que los frutos de una tal presencia no tardarán mucho en hacerse notar. Decimos esto, porque de momento el científico, inmerso en el mundo científico y al mismo tiempo profundamente creyente, no deja de sentir en su ánimo una profunda tensión y a veces también oposión no ya sólo o tanto en el orden más sutil del planteamiento de los problemas y de la esfera de intereses. No se puede negar que por lo general el talante religioso y el científico se encuentran aún a muchas leguas de distancia. Ésta ha llevado a los compartimentos estancos, que muchas veces no son fruto de la cobardía sino sana reacción de defensa. Mientras no exista una teofísica digna de este nombre — llámesela como se quiera — el creyente científico sufrirá siempre de un cierto malestar crónico por la exclusiva dimensión de aquendidad constitutiva de la Ciencia. Algo de ello diremos más adelante.
Lentamente se va abriendo paso en la cultura occidental una Filosofía que no quiere desentenderse de la Ciencia y que quisiera ser algo más que mero cientismo. Filosofía que está de hecho, por lo menos, aliada con la Teología. Un cierto renacimiento tomista y un conjunto de movimientos sobre Filosofía de la Ciencia se encuentran en esta dirección. La Filosofía le ruecuerda a la Ciencia que existen otras cosas además del dato o el objeto científico. Más aún, la Filosofía surge muchas veces del interior mismo de la Ciencia sin necesidad de que venga importada del exterior. Piénsese por ejemplo en el nacimiento de la psiquiatría y de la psicología profunda que surgiendo del seno de la misma Ciencia muy pronto la trascienden. Es curioso observar también que una buena parte de los grandes físicos no resistan la tentación de escribir su libro de Filosofía, que podrá tener un valor más o menos discutible, pero que representa un síntoma más de lo que venimos diciendo, a saber que la separación entre Ciencia y Teología no es ni natural, ni perdurable. Ni que decir tiene que la Filosofía, volente nolente, resulta siempre ser una quinta columna de la Teología. Por la boca muere el pez y por la palabra se manifesta el Logos.
Finalmente, la misma Teología va haciendo su aparición en la escena científica. Hoy día es casi una banalidad hablar de la Teología de las realidades terrestres, de una Teología del trabajo y de la consecratio mundi, a pesar de lo rudimentarias que puedan ser aún las ideas en circulación. Se habla no solamente da una Teología del amor humano y del tiempo libre, sino de la misma técnica y de la máquina. Es aqui, en donde quisiéramos esbozar algunos apuntes para una Teofísica.
- A TEOFÍSICA