En vez de la rotación de una circunferencia en torno de su centro, puede también considerarse la de una esfera en torno de un eje fijo; la significación simbólica es exactamente la misma. Por eso las representaciones del “Eje del Mundo” son tan frecuentes e importantes en todas las tradiciones antiguas; y el sentido general es en el fondo el mismo que el de las figuras del “Centro del Mundo”, salvo quizá en que evocan más directamente el papel del Principio inmutable con respecto a la manifestación universal que los otros aspectos en que el Centro puede ser igualmente considerado. Cuando la esfera, terrestre o celeste, cumple su revolución en torno de su eje, hay en esta esfera dos puntos que permanecen fijos: son los POLOS, las extremidades del eje o sus puntos de encuentro con la superficie de la esfera; por eso la idea de Polo es también un equivalente de la idea de Centro. El simbolismo que se. refiere al Polo, que reviste a veces formas muy complejas, se encuentra también en todas las tradiciones, e inclusive tiene en ellas un lugar considerable; si la mayoría de los científicos modernos no lo han advertido, ello es una prueba más de que la verdadera comprensión de los símbolos les falta por completo ( (Sobre el simbolismo del Polo, véase especialmente Le Roi du Monde, caps. II, VII, VIII, IX y X; y en esta compilación, cap. X: “Un jeroglífico del Polo”)). 129 SFCS LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS
La letra qâf es, además, la primera del nombre árabe del Polo, Qutb, y también a tal título puede servir para designarlo abreviadamente, según un procedimiento muy usual (Es así que la letra mîm, por ejemplo, sirve a veces para designar al Mahdî; Mohyiddìn ibn ‘Arabi, especialmente, le da esta significación en ciertos casos); pero hay también otras concordancias no menos notables. Así, la sede (la palabra árabe es márkaz, que significa propiamente ‘centro’) del Polo supremo (llamado el–Qutb el-Gawth, para diferenciarlo de los siete Aqtâb o POLOS. secundarios y subordinados) (Los siete Aqtâb corresponden a las “siete Tierras”, que se encuentran igualmente en otras tradiciones; y esos siete Polos terrestres son un reflejo de los siete Polos celestes, que presiden respectivamente a los siete Cielos planetarios), se describe simbólicamente como situado entre cielo y tierra en un punto ubicado exactamente por sobre la Ka’bah, la cual tiene, precisamente, forma de cubo y es también una de las representaciones del “Centro del Mundo”. Puede, pues, considerarse la pirámide, invisible por ser de naturaleza puramente espiritual, como elevándose encima de este cubo, que es visible porque se refiere al mundo elemental, signado por el número cuaternario; y, a la vez, este cubo, sobre el cual reposa así la base de la pirámide, o de la jerarquía de la cual ésta es figura y a cuya cúspide corresponde el Qutb, es también, por su forma, un símbolo de la estabilidad perfecta. 220 SFCS UN JEROGLIFICO DEL POLO
Si volvemos a la consideración de las diversas armas como representantes del “Eje del Mundo”, se impone una observación importante: esas armas, no siempre pero al menos muy a menudo, son de doble filo o bien de dos puntas opuestas. Este último caso, que es en particular el del vajra, sobre el cual volveremos, debe ser manifiestamente referido a la dualidad de los POLOS, considerados como las dos extremidades del eje, con todas las correspondencias que ella implica y que ya hemos indicado en otro lugar ( “La Double Spirale”, número de marzo de 1936 (artículo retomado en La Grande Triade, cap, V)). En cuanto a las armas de doble filo, donde la dualidad está marcada en el mismo sentido del eje, debe verse en ello una alusión más directa a las dos corrientes representadas de otro modo por las dos serpientes que se enroscan en torno del bastón o caduceo; pero como esas dos corrientes inversas están respectivamente en relación con los dos POLOS y los dos hemisferios, se ve inmediatamente que en realidad los dos simbolismos coinciden. En el fondo, se trata siempre de una fuerza doble, de esencia única pero de efectos aparentemente opuestos en su manifestación, efectos resultantes de la “polarización” que condiciona a esta última, así como condiciona por lo demás, en niveles diferentes, a todos los grados y modos de la manifestación universal (Esto equivale a decir que todas las dualidades cósmicas no son realmente sino “especificaciones” diversas de la dualidad primera de Púrusha y Prákrti, o, en otros términos, de la polarización del Ser en “esencia” y “sustancia”). 341 SFCS LAS ARMAS SIMBÓLICAS
La espada se asimila simbólicamente no solo al rayo sino también, lo mismo que la flecha, al rayo solar; a esto se refiere visiblemente el hecho de que, en el primero de los dos pasajes apocalípticos recién citados, aquel de cuya boca sale la espada tiene el rostro brillante “como el sol”. Es fácil, por otra parte, establecer en este aspecto una comparación entre Apolo que mata la serpiente Pitón con sus flechas e Indra que mata al dragón Vrtra con su vajra; y esta relación no puede dejar duda alguna sobre la equivalencia de ambos aspectos del simbolismo de las armas, que no son en suma sino dos modos diferentes de expresión para la misma cosa ( (Ver nota 16 del cap. XXVI)). Por otra parte, importa observar que la mayoría de las armas simbólicas, y en particular la espada y la lanza, son también con mucha frecuencia símbolos del “Eje del Mundo”; se trata entonces de un simbolismo “polar” y no ya de un simbolismo “solar”, pero, si bien estos dos puntos de vista no deben ser nunca confundidos, hay no obstante entre ellos ciertas relaciones que permiten lo que podría llamarse “transferencias” de uno a otro, pues el eje mismo se identifica a veces con el “rayo solar” (Sin poder insistir aquí sobre este asunto, debemos recordar por lo menos, a título de ejemplo, la vinculación de ambos puntos de vista en el simbolismo griego del Apolo hiperbóreo). En esta significación “axial”, las dos puntas opuestas del vajra se refieren a la dualidad de los POLOS, considerados como los dos extremos del eje, mientras que, en el caso de las armas de doble filo, la dualidad, al estar señalada en el sentido mismo del eje, se refiere más directamente a las dos corrientes inversas de la fuerza cósmica, representadas también en otros casos por símbolos tales como las dos serpientes del caduceo; pero, como esas dos corrientes están en relación respectiva con los dos POLOS y los dos hemisferios (Sobre este punto también, remitiremos a La Grande Triade, cap. V), puede verse que, pese a su diferente apariencia, las dos figuraciones en realidad coinciden en cuanto a su significación esencial (Ver “Les Armes symboliques” (aquí, cap. XXVI; “Las armas simbólicas”)). 356 SFCS SAYFU-L-ISLÂM
Existe en realidad otra solución, que implica consideraciones en que el simbolismo solar toma esta vez el lugar preponderante, aunque los vestigios de simbolismo polar permanezcan todavía muy netamente visibles; se trata, en suma, de una especie de combinación y casi de fusión entre ambas modalidades, según lo indicábamos al final del estudio precedente. Lo que importa esencialmente señalar a este respecto es lo que sigue: el eje vertical, en cuanto une ambos POLOS, es evidentemente un eje norte-sur; en el paso del simbolismo polar al solar, ese eje deberá proyectarse en cierto modo en el plano zodiacal, pero de manera de conservar cierta correspondencia, y hasta podría decirse una equivalencia lo más exacta posible, con el eje polar primitivo (A este mismo paso de un simbolismo a otro se refiere la “transferencia” de ciertas constelaciones de la región polar a la región zodiacal, a la cual hemos aludido en otro lugar (ver Le Roi du Monde, cap. X)). Ahora bien; en el ciclo anual, los solsticios de invierno y verano son los dos puntos que corresponden respectivamente al norte y al sur en el orden espacial, así como los equinoccios de primavera y otoño corresponden a oriente y occidente; el eje que cumpla la condición requerida será, pues, el que une los dos puntos solsticiales; y puede decirse que este eje solsticial desempeñará entonces el papel de un eje relativamente vertical, como en efecto lo es con relación al eje equinoccial (No hemos de ocuparnos aquí en el hecho de que entre las diferentes formas tradicionales hay algunas que dan al año un punto de partida solsticial, y otras equinoccial; diremos solo que el predominio así atribuido a los solsticios y a los equinoccios encuentra también su razón de ser en la consideración de los diferentes períodos cíclicos a los cuales esas formas tradicionales deben vincularse más particularmente). Los solsticios son verdaderamente lo que puede llamarse los POLOS del año; y estos POLOS del mundo temporal, si cabe expresarse así, sustituyen entonces, en virtud de una correspondencia real y para nada arbitraria, a los POLOS del mundo espacial; por lo demás, están naturalmente en relación directa con el curso del sol, del cual los POLOS, en el sentido propio y ordinario del término, son, al contrario, por completo independientes; y así se encuentran vinculadas del modo más claro posible las dos modalidades simbólicas a que nos hemos referido. 419 SFCS LA SALIDA DE LA CAVERNA
Volvemos a la cuestión del simbolismo, común a la mayoría de las tradiciones, de los edificios constituidos por una base de sección cuadrada coronada por un domo, o por una cúpula más o menos rigurosamente hemisférica. Las formas cuadradas o cúbicas se refieren a la tierra, y las formas circulares o esféricas al cielo; la significación de esas dos partes resulta inmediatamente de esto, y agregaremos que la tierra y el cielo no designan allí únicamente los dos POLOS entre los cuales se produce toda la manifestación, como ocurre particularmente en la Gran Tríada extremo-oriental, sino que comprenden también, como en el Tribhúvana hindú, los aspectos de esa manifestación misma que están más próximos, respectivamente, de dichos POLOS, y que, por esta razón, se denominan el mundo terrestre y el mundo celeste. Hay un punto sobre el cual hemos tenido oportunidad de insistir anteriormente, pero que merece tomarse en consideración: en cuanto el edificio representa la realización de un “modelo cósmico”, el conjunto de su estructura, si se redujera exclusivamente a esas dos partes, sería incompleto en el sentido de que, en la superposición de los “tres mundos”, faltaría un elemento correspondiente al “mundo intermedio”. De hecho, este elemento existe también, pues el domo o la bóveda circular no puede reposar directamente sobre la base cuadrada, y para permitir el paso de uno a otra hace falta una forma de transición que sea, en cierto modo, intermedia entre el cuadrado y el círculo, forma que es generalmente la del octógono. 481 SFCS EL OCTÓGONO
Cada mundo, o cada estado de existencia, puede representarse por una esfera que el hilo atraviesa diametralmente, de modo de constituir el eje que une los dos POLOS de la esfera; se ve así que el eje de este mundo no es, propiamente hablando, sino un segmento del eje mismo de la manifestación universal íntegra, y de ese modo se establece la continuidad efectiva de todos los estados incluidos en esa manifestación. Antes de adentrarnos,en el examen de este simbolismo, debemos disipar ante todo una confusión harto molesta acerca de lo que en tal representacioón debe considerarse como lo “alto” y lo “bajo”: en el dominio de las apariencias “físicas”, si se parte de un punto cualquiera de la superficie esférica, lo “bajo” es siempre la dirección que va hacia el centro de la esfera; pero se ha observado que esta dirección no se detiene en el centro, sino que se continúa desde él hacia el punto opuesto de la superficie, y después más allá de la esfera misma, y se ha creído poder decir que el descenso debía proseguirse de la misma manera, de donde se ha querido concluir que no solo habría un “descenso hacia la materia”, es decir, en lo que conejerne a nuestro mundo, hacia lo que de más burdo hay en el orden corporeo, sino también un “descenso hacia el espíritu” (R. P. V. Poucel, La Parabole du Monde, p. III. El abuso que harto a menudo se hace en nuestros días de las palabras “espíritu” y “espiritual” tiene ciertamente algo que ver con esa mala inteligencia; pero habría sido necesario precisamente denunciar el abuso en vez de parecer aceptarlo y sacar así consecuencias erróneas), de modo que, si hubiera de admitirse tal concepción, el espíritu mismo tendría un aspecto “maléfico”. En realidad, las cosas deben encararse de muy otra manera: en tal figuración el centro es el punto más bajo (Es, al contrario, el punto más alto cuando puede operarse una especie de “reversión” de la figura para efectuar la aplicación del “sentido inverso”, que, por otra parte, es el que corresponde al verdadero papel del centro como tal (ver La Grande Triade, cap. XXIII)), y, más allá de éste, no se puede sino ascender, como Dante fue subiendo desde el Infierno siguiendo la misma dirección en la cual se había efectuado primero su descenso, o por lo menos lo que parece ser geométricamente la misma dirección (Hacemos esta reserva porque el paso mismo por el centro o el punto más bajo implica ya un “enderezamiento” (representado en Dante por el modo en que contornea el cuerpo de Lucifer), es decir, un cambio de dirección, o, más precisamente aún, un cambio del sentido “cualitativo” en el cual esa dirección es recorrida), ya que la montaña del Paraíso terrestre se halla situada, en su simbolismo espacial, en los antípodas de Jerusalén (Ver L’Ésotérisme de Dante, cap. VIII). Por lo demás, basta reflexionar un instante para advertir que de otro modo la representación no sería coherente, pues no estaría acorde en modo alguno con el simbolismo de la pesantez., cuya consideración es aquí particularmente importante, y además, ¿cómo lo que es lo “bajo” para un punto de la esfera podría ser al mismo tiempo lo “alto” para el punto diametralmente opuesto a aquél, y cómo se presentarían entonces las cosas si, al contrario, se hubiese partido”de este último punto? (Por un error semejante, pero limitado al orden “físico” y al sentido literal, se ha representado a veces a los antípodas con la cabeza hacia abajo) Solo es verdad que el punto de detención del descenso no se sitúa en el orden corpóreo, pues existe, real y verdaderamente, un “infracorpóreo” en las prolongaciones de nuestro mundo; pero este “infracorpóreo” es el dominio psíquico inferior, que no solo no podría asimilarse a nada espiritual, sino que inclusive es precisamente lo más alejado de toda espiritualidad, a tal punto que parecería en cierto modo ser su contrario en todos los respectos, si cupiera decir que el espíritu tiene un contrario; la confusión que acabamos de señalar no es, pues, en definitiva, sino un caso particular de la harto difundida confusión entre lo psíquico y lo espiritual (Agreguemos a este respecto que, contrariamente a lo que dice también en el mismo pasaje el autor que acabamos de citar, no puede haber “ilusión espiritual”; el temor constante (y, ha de reconocerse, muy a menudo justificado en cierta medida) que la mayoría de los místicos tienen de ser éngañados por el diablo prueba muy netamente que ellos no sobrepasan el dominio psíquico, pues, según lo hemos explicado en otro lugar, el diablo no tiene acceso directo sino a éste (e indirecto, por medio de él, al dominio corporal), y todo lo que realmente pertenece al orden espiritual le está, por su naturaleza misma, absolutamente cerrado). 643 SFCS LA CADENA DE LOS MUNDOS
Nuestros lectores advertirán sin dificultad en este texto la idea del corazón como centro del ser, idea que, según lo hemos explicado (y volveremos sobre ella) es común a todas las tradiciones antiguas, procedentes de esa tradición primordial cuyos vestigios se encuentran aún en todas partes para quien sabe verlos. Advertirán también la idea de la caída que rechaza al hombre lejos de su centro original e interrumpe para él la comunicación directa con el “Corazón del Mundo”, tal como estaba establecida de modo normal y permanente en el estado edénico (Ver “Le Sacré-Coeur et la légende du Saint Graal” (aquí, cap. III: “El Sagrado Corazón y la leyenda del Santo Graal”)). Advertirán, por último, en lo que concierne al papel central del corazón, la indicación del doble movimiento centrípeto y centrífugo, comparable a las dos fases de la respiración (Ver “L’Idée du Centre das les traditions antiques” (aquí, cap. VIII: “La idea del Centro en las tradiciones antiguas”)); es cierto que, en el pasaje que citaremos en seguida, la dualidad de esos movimientos está referida a la del corazón y el cerebro, lo que parece a primera vista introducir alguna confusión, aun cuando eso sea también sostenible situándose en un punto de vista algo diferente, en que corazón y cerebro se encaran como constituyendo en cierto modo dos POLOS en el ser humano. 716 SFCS CORAZON Y CEREBRO
Acabamos de ver que, en cierto sentido, se puede considerar al corazón y al cerebro como dos POLOS, es decir, como dos elementos complementarios; este punto de vista del complementarismo corresponde efectivamente a una realidad en cierto orden, en cierto nivel, si así puede decirse; e inclusive es menos exterior y superficial que el punto de vista de la oposición pura y simple, que encierra empero también una parte de verdad, aunque solo ateniéndose a las apariencias más inmediatas. Con la consideración del complementarismo, la oposición se encuentra ya conciliada y resuelta, por lo menos hasta cierto punto, pues sus dos términos se equilibran en cierto modo el uno por el otro. Con todo, este punto de vista es insuficiente aún, por el hecho mismo de que deja subsistir, pese a todo, una dualidad: que hay en el hombre dos POLOS o dos centros, entre los cuales, por lo demás, puede existir antagonismo o armonía según los casos, es verdad cuando se lo encara en cierto estado; pero, ¿no es éste un estado que podría decirse “desunido” o “descentrado”, y que, como tal, caracteriza propiamente solo al hombre caído, o sea separado de su centro original, según lo recordábamos poco antes. En el momento mismo de la caída Adán adquiere “el conocimiento del bien y del mal” (Génesis, III, 22), es decir, comienza a considerar todas las cosas según el aspecto de la dualidad; la naturaleza dual del “Árbol de la Ciencia” se le aparece cuando se encuentra expulsado del lugar de la unidad primera, a la cual corresponde el “Árbol de Vida” (Ver “Les Arbres du Paradis” (cf. aquí, n. 8). De ciertas comparaciones que pueden establecerse entre el simbolismo bíblico y apocalíptico y el simbolismo hindú, resulta muy claramente que la esencia del “Árbol de Vida” es propiamente lo “Indivisible” (en sánscrito, Aditi); pero desarrollar esto nos apartaría demasiado de nuestro tema). 725 SFCS CORAZON Y CEREBRO