Sohravardi — LIVRO DAS CONVERSAÇÕES
Excertos de O HOMEM DE LUZ NO SUFISMO IRANIANO
En la extensa obra de Sohravardî, tres pasajes ponen en escena de manera principal a la Naturaleza Perfecta, no teóricamente sino como figura de una experiencia visionaria o como interlocutora de una oración. El más explícito es el de El libro de las conversaciones, en el que Sohravardi hace alusión, sin ninguna duda, al texto hermético que se ha podido leer unas páginas más atrás. Una forma de luz se aparece a Hermes y proyecta o insufla en él los conocimientos de la gnosis. A la pregunta de Hermes: «¿Quién eres tú?», ella responde: «Soy tu Naturaleza Perfecta». También encontramos en otro lugar la invocación dirigida por Hermes a su Naturaleza Perfecta, en medio de los peligros experimentados en el transcurso de una dramaturgia de éxtasis: puesta en escena alusiva a una prueba iniciática vivida en el secreto personal (donde Hermes es quizás entonces el pseudónimo de Sohravardî). Ahora bien, la hora, así como el lugar, de este episodio visionario hacen intervenir los símbolos del norte, para indicar el paso a un mundo que está más allá de lo sensible. Este episodio es una llamativa ilustración del tema que analizamos aquí: la Naturaleza Perfecta, guía de luz de la individualidad espiritual a la que «abre» su dimensión transcendente haciéndole franquear el umbral… La «persona» a la que en este éxtasis iniciático se dirige la llamada, es esa misma Naturaleza Perfecta a la que se dirige el salmo compuesto por Sohravardî, y que es quizá la oración más bella que jamás se haya dirigido al ángel.
En este sentido es una liturgia personal que satisface las prescripciones que Hermes, según los «sabeos», había dado a los sabios: «Tú, mi Señor y Príncipe, mi ángel sacrosanto, mi precioso ser espiritual, Tú eres el Espíritu que ME alumbró y el hijo que mi espíritu alumbra … Tú que estás revestido de la más resplandeciente de las luces divinas … manifiéstate a mí en la más bella (o en la más alta) de las epifanías, muéstrame la luz de tu rostro resplandeciente, s¿ para mí el mediador… aparta de mi corazón las tinieblas de los velos… ». Esta relación sicígica es lo que el espiritual experimenta cuando alcanza el centro, el polo; es la misma relación que se encuentra en la mística de Jalâloddîn Rûmî, así como en toda la tradición sohravardiana de Irán, tal como nos lo enseña el testimonio de Mîr Dâmâd, el gran maestro de teología en Ispahán en el siglo XVII, una relación tal que, como en el caso de Maryam o de Fâtima, el alma mística deviene la «madre de su padre», omm abî‑hâ. Y eso es también lo que quiere decir este verso de Ibn ‘Arabî: «No he creado en ti la percepción más que para devenir objeto de mi percepción».