Ahora bien, hay otro hecho que apenas pueden tener en cuenta, sin estar en desacuerdo consigo mismos, los partidarios del «método histórico»: es que la enseñanza oral ha precedido casi en todas partes a la enseñanza escrita, y que ha sido la única en uso durante periodos que han podido ser muy largos, aunque su duración exacta sea difícilmente determinable. De una manera general, en la mayoría de los casos, un escrito tradicional no es más que la fijación relativamente reciente de una enseñanza que se había transmitido primero oralmente, y a la que es muy raro que se pueda asignar un autor; así, aún cuando se esté seguro de estar en posesión del manuscrito primitivo, de lo que quizás no hay ningún ejemplo, todavía sería menester saber cuánto tiempo había durado la transmisión oral anterior, y esa es una cuestión que, muy frecuentemente, corre el riesgo de quedar sin respuesta. Esta exclusividad de la enseñanza oral ha podido tener razones múltiples, y no supone necesariamente la ausencia de la escritura, cuyo origen es ciertamente muy remoto, al menos bajo la forma ideográfica, de la que la forma fonética no es más que una degeneración causada por una necesidad de simplificación. Se sabe, por ejemplo, que la enseñanza de los druidas permaneció siempre exclusivamente oral, incluso en una época en la que los celtas conocían ciertamente la escritura, puesto que se servían corrientemente de un alfabeto griego en sus relaciones comerciales; así la enseñanza druídica no ha dejado ningún rastro auténtico, y todo lo más, se puede reconstruir a su respecto, más o menos exactamente, algunos fragmentos muy restringidos. Por lo demás, sería un error creer que la transmisión oral debió alterar la enseñanza a la larga; al contrario, dado el interés que presentaba su conservación integral, hay razones para pensar que se tomaban las precauciones necesarias para que se mantuviera siempre idéntica, no sólo en el fondo, sino incluso en la forma; y se puede constatar que este mantenimiento es perfectamente realizable por lo que tiene lugar hoy en día todavía en todos los pueblos orientales, para los que la fijación por la escritura no ha entrañado nunca la supresión de la TRADICIÓN ORAL ni ha sido considerada como capaz de suplirla enteramente. Cosa curiosa, se admite comúnmente que algunas obras no han sido escritas desde su origen; se admite concretamente para los poemas homéricos en la antigüedad clásica, y para las canciones de gesta de la edad media; ¿por qué, pues, no se iba a querer admitir ya la misma cosa cuando se trata de obras que se refieren, no ya al orden simplemente literario, sino al orden de la intelectualidad pura, donde la transmisión oral tiene razones mucho más profundas? Es verdaderamente inútil insistir más sobre esto, y, en cuanto a esas razones profundas a las que acabamos de hacer alusión, éste no es el lugar para desarrollarlas; por lo demás, tendremos la ocasión de decir al respecto algunas palabras después. IGEDH: Cuestiones de cronología
El género de trabajo de que se trata aquí es relativamente más fácil para las doctrinas que se han trasmitido regularmente hasta nuestra época, y que tienen todavía interpretes autorizados, que para aquellas cuya expresión escrita o figurada es la única que nos ha llegado, sin estar acompañada de la TRADICIÓN ORAL desde mucho tiempo extinguida. Es muy penoso que los orientalistas se hayan obstinado en desdeñar, con un partidismo quizás involuntario por una parte, pero por eso mismo más invencible, esta ventaja que se les ofrecía, sobre todo a aquellos que se proponen estudiar civilizaciones que subsisten todavía, a exclusión de aquellos cuyas investigaciones recaen sobre civilizaciones desaparecidas. No obstante, como ya lo indicábamos más atrás, estos últimos mismos, los egiptólogos y los asiriólogos por ejemplo, podrían ciertamente evitarse muchas equivocaciones si tuvieran un conocimiento más extenso de la mentalidad humana y de las diversas modalidades de las que es susceptible; pero un tal conocimiento no sería posible precisamente sino por el estudio verdadero de las doctrinas orientales, que prestaría así, indirectamente al menos, inmensos servicios a todas las ramas del estudio de la antigüedad. Únicamente, incluso para este objeto que esta lejos de ser el más importante a nuestros ojos, sería menester no encerrarse en una erudición que no tiene por sí misma más que un interés muy mediocre, pero que es sin duda el único dominio donde pueda ejercerse sin demasiados inconvenientes la actividad de aquellos que no quieren o no pueden salir de los estrechos límites de la mentalidad occidental moderna. Esa, lo repetimos todavía una vez más, es la razón esencial que hace los trabajos de los orientalistas absolutamente insuficientes para permitir la comprensión de una idea cualquiera, y al mismo tiempo completamente inútiles, cundo no incluso perjudiciales en algunos casos, para un acercamiento intelectual entre Oriente y Occidente. IGEDH: Dificultades lingüísticas