Finalmente, llegamos a la obra expresión suprema de la filosofía mágica de las últimas obras: La tempestad, de todos conocida.
Primero, vayamos a la historia textual de La tempestad. Como todas las últimas obras, excepto Pericles y Enrique VIII, parece haber surgido por primera vez hacia 1610-1611; o al menos, en 1611 se representó en la corte una obra llamada La tempestad. A diferencia de Cimbelino y Cuento de invierno, Simon Forman no parece haberla visto por aquella época, de modo que no tenemos de él un resumen de la trama para comparar con la de la obra. Al igual que Cuento de invierno, fue una de las obras de Shakespeare representadas por King’s Men en 1612 ante la princesa Isabel y su prometido. Como todas las últimas obras, excepto Pericles, se imprimió por primera vez en el Folio de 1623, siendo la obra con que se inicia ese volumen famoso.
De esta manera, la historia de La tempestad sigue el patrón familiar y es posible que se haya revisado una versión anterior de la obra, y ajustado para ser presentada ante la princesa Isabel y el palatino. De hecho, esto se ha sugerido en algunos exámenes críticos de la obra, resumidos por Frank Kermode en su introducción a la edición Arden, donde se señala que la mascarada de la obra, evidentemente de índole nupcial, fue tal vez añadida a una versión primera, para adecuar su presentación a la pareja de príncipes. Así, La tempestad, tal como la conocemos, pertenece a la atmósfera de mascarada y festival popular que rodea la boda de la princesa Isabel, elemento central para comprender Cimbelino y que Foakes captó en Enrique VIII. Sugiero además que la insistencia en la castidad antes del matrimonio en La tempestad, rasgo tan señalado en los consejos de Próspero al joven príncipe, debe compararse con el enfoque dado al mismo tema en Filaster, la obra de Beaumont y Fletcher representada ante Isabel y el palatino al mismo tiempo; en ella, las insinuaciones hechas antes del matrimonio por el príncipe español parecen significar la impureza de ese compromiso. Tal vez Próspero subraya que su hija no está contrayendo compromiso con un español.
Los temas de La tempestad se unen a los de las últimas obras como un todo. Hay una generación joven, Ferdinando y Miranda, el jovencísimo par de príncipes, y una generación madura, Próspero y sus contemporáneos, divididos por agravios y amargas peleas, pero reunidos al final en una atmósfera de reconciliación mágica. La tempestad se adapta muy bien a nuestro enfoque histórico general aplicado a las últimas obras, en el sentido de que esos temas de “reconciliación gracias a una generación más joven” brotan de una situación histórica real, pues se veían en el príncipe Enrique y su hermana figuras prometedoras de este tipo. Muerto el príncipe Enrique, sólo una hija y su amado representan en La tempestad a la generación joven. Miranda no tiene hermano. Tampoco Perdita o Marina, a decir verdad. Sólo Imogena tiene hermanos, y no se representó Cimbelino tras la muerte del príncipe Enrique y ante Federico e Isabel, como sí ocurrió con Cuento de invierno y La tempestad.