René Guénon — Apreciações sobre o Esoterismo Islâmico e o Taoísmo
LA QUIROLOGÍA EN EL ESOTERISMO ISLÁMICO
Hemos tenido frecuentemente la ocasión de observar de que modo la concepción de las «ciencias tradicionales», en los tiempos modernos, ha devenido extraña a los occidentales, y de qué modo les es difícil comprender la verdadera naturaleza de las mismas. Recientemente todavía, habíamos tenido un ejemplo de esa incomprensión en un estudio consagrado a Mohyiddin ibn Arabi, y cuyo autor se sorprendía de encontrar en éste, al lado de la doctrina puramente espiritual, numerosas consideraciones sobre la astrología, sobre la ciencia de las letras y de los números, sobre la geometría simbólica, y sobre muchas otras cosas del mismo orden, que el autor en cuestión parecía mirar como no teniendo ningún lazo con esta doctrina. Había por lo demás ahí una doble equivocación, ya que la parte propiamente espiritual de la enseñanza de Mohyiddin estaba presentada como «mística», cuando es que es esencialmente metafísica e iniciática; y, si se tratara de «mística», eso no podría tener efectivamente ninguna relación con las ciencias cualesquiera que sean. Antes al contrario, desde que se trata de doctrina metafísica, esas ciencias tradicionales, de las que el mismo autor desconoce por otra parte totalmente su valor, según el ordinario prejuicio moderno, se desprenden de ella normalmente en tanto que aplicaciones, como las consecuencia se desprenden del principio, y, a este título, bien lejos de representar elementos en cierto modo adventicios y heterogéneos, forman parte integrande de et-taçawwuf, es decir, del conjunto de los conocimientos iniciáticos.
De estas ciencias Tradicionales, la mayoría están hoy perdidas por completo para los occidentales, y no conocen otras que residuos más o menos informes, frecuentemente degenerados hasta el punto de haber tomado el carácter de recetas empíricas o de simples «artes adivinatorias», evidentemente desprovistas de todo valor doctrinal. Para hacer comprender por un ejemplo de qué modo una tal manera de considerarlas está lejos de la realidad, daremos aquí algunas indicaciones sobre lo que es, en el esoterismo islámico, la quirología (ilm el-kaff), que no constituye, por lo demás, más que una de las numerosas ramas de lo que podemos denominar, a falta de una palabra mejor, la «fisiognomonía», aunque esta palabra no explicita exactamente toda la extensión del término árabe que designa este conjunto de conocimientos (ilm el-firâsah).
La quirología, por extraño que eso pueda parecer a aquellos que no tienen ninguna noción de estas cosas, se vincula directamente, bajo su forma islámica, a la ciencia de los nombres divinos: la disposición de las líneas principales traza en la mano izquierda el número 81 y en la mano derecha el número 18, o sea, en total 99, el número de los nombres atributivos (çifûtiyah). En cuanto al nombre Allah mismo, está formado por los dedos, de la manera siguiente: El meñique corresponde al alif, el anular al primer lam, el medio o corazón y el índice al segundo lam, que es doble, y el pulgar al he (que, regularmente, debe ser trazado bajo su forma «abierta»); y es ésta la razón principal del uso de la mano como símbolo, tan extendido en todos los países islámicos (refiriéndose una razón secundaria al número 5, de donde el nombre de khoms dado a veces a esa mano simbólica. Puede comprenderse por ahí la significación de esta palabra del Sifr Seyidna Ayûb (Libro de Job, XXXVII, 7): «Él ha puesto un sello (khâtim) en la mano de todo hombre, a fin de que todos puedan conocer Su obra»; y añadiremos que esto no carece de relación con la función esencial de la mano en los ritos de bendición y de consagración.
Por otra parte, se conoce generalmente la correspondencia de las diversas partes de la mano con los planetas (kawâkib), que la quiromancia occidental misma ha conservado, pero de tal manera que apenas sí puede ver en ella otra cosa que especies de designaciones convencionales, mientras que, en realidad, esta correspondencia establece un lazo efectivo entre la quirología y la astrología. Además, a cada uno de los siete cielos planetarios le preside uno de los principales profetas, que es el «Polo» (El-Qutb) del mismo; y las cualidades y las ciencias que son atribuidas más especialmente a cada uno de estos profetas están en relación con la influencia astral correspondiente. La lista de los siete Aqtâb celestes es la siguiente: Cielo de la Luna (El-Qamar): Seyidna Adam. Cielo de Mercurio (El-Utârid): Seyidna Aissa. Cielo de Venus (Ez-Zohrah): Seyidna Yûsif. Cielo del Sol (Es-Shams): Seyidna Idris. Cielo de Marte (El-Mirrîkh): Seyidna Dâwud. Cielo de Júpiter (El-Barjîs): Seyidna Mûsa. Cielo de Saturno (El-Kaywân): Seyidna Ibrahîm.
A Seyidna Adam se atribuye la cultura de la tierra (NA: cf. Génesis, II,15: «Dios tomó al hombre y le puso en el jardín de Edén para cultivarle y guardarle»); a Seyidna Aissa, los conocimientos de orden puramente espiritual; a Seyidna Yûsif, la belleza y las artes; a Seyidna Idris, las ciencias «intermediarias», es decir, las de orden cosmológico y psíquico; a Seyidna Dâwud, el gobierno; a Seyidna Mûsa, al cual está inseparablemente asociado su hermano Harûn, las cosas de la religión bajo el doble aspecto de la legislación y del culto; a Seguidna Ibrahîm, la (por la cual, ésta correspondencia con el séptimo cielo debe ser aproximada a lo que recordábamos recientemente a propósito de Dante, en cuanto a su situación en el más alto de los siete escalones de la escala iniciática).
Además, alrededor de estos profetas principales se reparten, en lo siete cielos planetarios, los demás profetas conocidos (es decir, los que son especialmente designados en el Qôran, en número de 25) y desconocidos (es decir, todos los demás, siendo el número de los profetas de 124.000 según la Tradición).
Los 99 nombres que expresan los atributos divinos están igualmente repartidos siguiendo este septenario: 15 para el cielo del sol, en razón de su posición central, y 14 para cada uno de los otros seis cielos (15-6?14=99). El examen de los signos que se encuentran sobre la parte de la mano correspondiente a cada uno de los planetas indica en qué proporción (5/14 o 5/15) el sujeto posee las cualidades que se les atribuyen; esta proporción corresponde a un número(s) de nombres divinos entre los que pertenecen al cielo planetario considerado; y estos nombres pueden ser determinados después, por medio de un cálculo, por lo demás, muy largo y muy complicado.
Añadimos que en la región de la muñeca, más allá de la mano propiamente dicha, se localiza la correspondencia de los dos cielos superiores, cielo de las estrellas fijas y cielo empíreo, que, con lo siete cielos planetarios, completan el número 9.
Además, en las diferentes partes de la mano se sitúan los doce signos zodiacales (burûj), en relación con los planetas de los cuales son los dominios respectivos (uno para el Sol y la Luna, dos para cada uno de los otros cinco planetas), y también las dieciséis figuras de la geomancia (ilm er-raml), puesto que todas las ciencias tradicionales están estrechamente ligadas entre ellas.
El examen de la mano izquierda indica la «naturaleza» (et-tabiyah) del sujeto, es decir, el conjunto de las tendencias, disposiciones o aptitudes que constituyen en cierto modo sus caracteres innatos. El de la mano derecha hace conocer los caracteres adquiridos (el-istiksâb); estos se modifican por lo demás continuamente, de tal suerte que, para un estudio continuado, este examen debe ser renovado cada cuatro meses. Este periodo de cuatro meses constituye, en efecto, un ciclo completo, en el sentido de que conlleva el retorno a un signo zodiacal correspondiente al mismo elemento que el del signo de partida; se sabe que esta correspondencia con los elementos se hace en el orden de sucesión siguiente: fuego (nâr), tierra (Turâb), aire (hawâ), agua (mâ). Es pues un error pensar, como lo han hecho algunas, que el periodo en cuestión no debería ser más que de tres meses, ya que el periodo de tres meses corresponde solamente a una estación, es decir, a una parte del ciclo anual, y no es en sí misma un ciclo completo.
Estas pocas indicaciones, por sumarias que sean, mostrarán de qué modo una ciencia tradicional regularmente constituida se vincula a los principios de orden doctrinal y depende de ellos enteramente; y al mismo tiempo harán comprender lo que hemos dicho frecuentemente, de que una tal ciencia está estrictamente ligada a una forma Tradicional definida, de tal suerte que sería enteramente inutilizable fuera de la civilización para la cual la misma ha sido constituida según esa forma. Aquí, por ejemplo, las consideraciones que se refieren a los nombres divinos y a los profetas, y que son precisamente aquellas sobre las cuales todo lo demás se basa, serían inaplicables fuera del mundo islámico, del mismo modo que, para tomar otro ejemplo, el cálculo onomántico, empleado aisladamente, sea como elemento del establecimiento del horóscopo en algunos métodos astrológicos, no podría ser válido más que para los nombres árabes, cuyas letras poseen valores numéricos determinados. Hay siempre, en este orden de las aplicaciones contingentes, una cuestión de adaptación que hace imposible el transporte de esas ciencias tal cuales de una forma Tradicional a otro; y ahí está también, sin duda, una de las principales razones de la dificultad que tienen en comprenderlas aquellos que, como los occidentales modernos, no tienen el equivalente de las mismas en su propia civilización (NA: los dones que han servido de base a estas notas están sacados de los tratados inéditos del Sheikh Seyid Ali Nûreddin El-Bayûmi, fundador de la tarîqah que lleva su nombre (bayûmiyah); estos manuscritos están todavía actualmente en posesión de sus descendientes directos.).